Fue una explosión de luz y color rojo y blanco expandiéndose en el aire en ondas circulares, como una gota al caer sobre la superficie de un lago.
Armyos, Avra y Antos tuvieron que agacharse y agarrarse al suelo para evitar ser arrastrados por la onda expansiva. La descarga energética fue breve y cesó en segundos. Con la luz disipándose pudieron ver la silueta de dos figuras humanas cayendo al suelo.
Alma Aster tocó tierra con gracilidad y sin esfuerzo, sus pies plantándose con firmeza en la superficie y sin apenas hacer ruido. A unos pocos metros frente a ella, el cuerpo de Tiarras Pratcha cayó inerte, con un ruido duro y seco.
Los Riders se acercaron al cuerpo con cautela. Estando más cerca, Alma fue la primera en llegar y poder verlo con claridad.
La armadura de Pratcha parecía estar disolviéndose. Parte de ella se derretía en un líquido de fosforescencia blanquecina mientras que otras porciones parecían evaporarse en el aire en pequeñas partículas incandescentes. Un tenue sonido sibilante podía percibirse. El traje termal que Pratcha llevaba antes de su transformación lucía en diversos puntos fundido con la piel. El dispositivo en la cintura del doctor, la llave mórfica, era poco menos que un amasijo de metal retorcido, quemado y humeante.
El rostro del doctor era una masa retorcida de carne quemada. Su cabello y corta barba desaparecidos, la boca abierta dejando entrever unos dientes sorprendentemente intactos y una lengua ennegrecida y cubierta de pústulas. Alma frunció el ceño. A pesar de los filtros de su casco podía percibir el olor a carne quemada.
Avra, la siguiente en aproximarse al enemigo caído tras su hermana, le dio unos golpecitos al cuerpo en el hombro con la punta del pie.
"Joder, lo has dejado bien cocinado."
Alma centró su atención sobre ella, con severidad, "¡Avra!"
La única respuesta de la Rider Blue fue encogerse de hombros.
"Tenemos que volver a tener otra charla respecto al cruzar líneas y el respeto a los caídos", añadió Armyos.
"Pero la enana tiene razón", dijo Antos, ignorando la exclamación de indignación de Avra, "Es una suerte que sepamos quién es porque no has dejado mucho identificable para el registro, intrépida líder."
Alma sacudió la cabeza, cruzando los brazos, "Ha sido un desastre. Se suponía que debíamos llevarle con vida. Y ese dispositivo..."
Tiarras Pratcha tosió. Su boca emitió un estertor al tomar aire de golpe.
Avra emitió un sonido que luego negaría fervientemente que se tratase de un chillido de sorpresa. Antos dio un alarmado paso atrás, "¡Joder!"
"¿¡Sigue vivo!?", exclamó Armyos.
Alma hizo un gesto con la mano para hacerlos callar y se arrodilló junto a Pratcha. El casco de la Rider Red comenzó a brillar y con un resplandor rojo comenzó a disolverse en el aire en una nube de luz y partículas dejando a la vista un rostro joven de tez oscura, ojos verdes y liso y largo cabello negro.
"¿...doctor? ¿Doctor Pratcha?"
El ojo izquierdo de Pratcha, el único intacto, se abrió y clavó su mirada en la cara al descubierto de Rider Red.
"No...", croó, "No sabéis... cuanto han..."
Pratcha inhaló por última vez con un esfuerzo titánico.
"No sabéis... cuanto han mentido."
Un último quejido escapó de su garganta y Tiarras Pratcha murió por fin.
Nunca dejó de mirar a Alma.
******
Los cinco Riders se habían reunido en el laboratorio que Pratcha había usado en su estancia en la base pirata.
Todos habían dejado sus caras al descubierto. Compartían rasgos comunes en el color de su piel y la forma de sus rostros, pero las diferencias eran obvias. Avra tenía cabello ondulado y ojos azules con un brillo casi eléctrico. El corto cabello de Antos era de un rubio platino, casi blanco y rizado, y sus ojos de un ámbar llamativo. Armyos en cambio poseía ojos oscuros y un rostro más ancho y fornido de rasgos menos delicados que los demás. Athea tenía ojos verdes como Alma, pero más oscuros, y su rostro era de rasgos más afilados que los de su hermana mayor.
Al contrario que cuando llegaron, el lugar estaba ya casi desierto con solo unos pocos piratas rezagados intentando salvar sus pertenencias o unos pocos insensatos atrincherados en estancias específicas del lugar.
La batalla en órbita tocaba a su fin. Otras dos fragatas del Concilio habían aparecido como refuerzo a la INS Balthago. Junto con los Dhar Komai, terminaron de dar buena cuenta de la maltrecha flotilla pirata. En aquel preciso momento, unas pocas lanzaderas con tropas del Concilio descendían sobre el planeta para terminar de pacificar la antigua colonia minera.
"Me temo que no hay mucho que contar", dijo Athea Aster.
Mientras los demás se habían hecho cargo de Pratcha, Athea había terminado de asegurar el laboratorio del doctor. Había encontrado unos pocos archivos físicos en tablets digitales e incluso en papel, pero eran mayormente informes médicos. El premio gordo sin duda estaba en la vieja y enorme computadora central. Aún siendo antiguo, un equipo de aquellas características había tenido que ser caro y usado para experimentos o trabajo mucho más serio que cuidar la salud de unos cuantos piratas espaciales.
El problema es que era inservible. Athea levantó su mano, sosteniendo un pequeño dispositivo cuadrangular con un conector de terminal.
"Esto es una nanobomba", explicó, "El nombre es literal. Inyecta una pequeña colonia de nanomáquinas de corta vida que básicamente devoran el contenido digital y el soporte físico interno del disco duro."
"Pratcha no quería que nadie supiese que estaba haciendo aquí", dedujo Alma.
Athea asintió, "Hay conexión de red y, aunque los registros no funcionan, apostaría a que hizo una copia de los datos y la transmitió a otra central antes de erradicar esta."
"¿No hay ninguna posibilidad de saber los contenidos de esta terminal?", preguntó Armyos.
"Con medios convencionales no", dijo Athea, "Puedo extraer el disco duro. Ahora mismo es poco menos que una caja de zapatos pero con suerte quizá alguno de los tecnomagos pueda hacer algo."
"Va a ser complicado", dijo Avra, "Por lo que nos cuentas esos tipos van a tener que hacer básicamente nigromancia digital para obtener algo claro de toda esta chatarra."
"Y con nuestra suerte seguro que solo encuentran las carpetas de porno", bromeó Antos.
Alma respondió con una leve sonrisa, antes de suspirar, "Bien... tenemos un cuerpo de un sujeto que debíamos llevar vivo. Dicho sujeto poseía e hizo uso de un dispositivo experimental de algo riesgo y no hemos conseguido nada en claro respecto a lo que estaba haciendo aquí más allá de la acusación formal de robo de armas secretas."
"Supongo que la llave mórfica era el arma robada", dijo Armyos.
Alma asintió, pero seguía habiendo algo más retorcido en toda aquella situación. No quería admitirlo, pero las palabras finales de Pratcha la habían preocupado.
"Le daremos más vueltas en la central, supongo", dijo, "Por ahora, volvamos. Tenemos que informar al Mando de nuestro fracaso en retener a Pratcha. Asumiré la responsabilidad."
Avra bufó, "Si de verdad lo querían muerto, como decía él, bien podrían darte una jodida medalla."
******
Los cinco Riders salieron de la base pirata caminando por la puerta principal de acceso al hangar por la que habían llegado apenas una hora antes, sus rostros de nuevo cubiertos por sus cascos. Habían dejado el cuerpo de Pratcha en el mismo sitio en donde había caído, con una baliza para su posterior recogida por un destacamento auxiliar de los Corps.
Caminaron al exterior, cruzándose con los soldados del Concilio y las lanzaderas que descendían para terminar de asegurar la base pirata. Éstos miraban a los Riders. Algunos con temor, otros con reverencia, pero los cinco ignoraron toda la atención vertida sobre ellos.
En ese momento la mente de los Aster estaba centrada única y exclusivamente en el lazo psíquico que unía a cada uno de ellos con sus Dhar Komai.
Las bestias atravesaron la atmósfera y descendían desde los cielos hacia sus jinetes. La galaxia había aprendido a llamarlos Dhars para abreviar, pero también usaban el vocablo humano "dragones". No había realmente mejor forma de describir a aquellos milagros de la bioingeniería, la cibernética y la magia.
Sarkha fue el primero en tomar tierra frente a su Rider, Athea. El Dhar Komai negro presentaba una configuración física similar a la de un murciélago, con sus alas siendo sus extremidades superiores en lugar de brazos. Su cuerpo, de unos doce metros de la cabeza a la cola, era esbelto y sinuoso, con un cuello largo rematando en una cabeza serpentina y cornuda y una cola con un afilado aguijón. Era el más pequeño pero también el más veloz.
Tras él llegó Volvaugr, el Dhar anaranjado de Armyos. De todos los Dhar Komai era el de aspecto más artificial. Escamas doradas fundidas con piezas de metal hundidas en su carne. La bestia cuadrúpeda, con una envergadura de unos 20 metros, destacaba por sus alas mecánicas retráctiles en su lomo que chisporroteaban con energía naranja mal contenida, proveniente del mismo Nexo que otorgada la armadura a su Rider.
Adavante, el Dhar púrpura de Antos, era otra bestia cuadrúpeda similar a Volvaugr, pero más grande con sus 32 metros de cabeza a cola, y con alas orgánicas extendiéndose desde sus hombros. Su cuerpo, robusto y de cuello corto, estaba cubierto en escamas que asemejaban cristales afilados y que emitían destellos purpúreos a la luz.
Tempestas, el Dhar Komai azul de Avra, era quizá el más inusual aparte de Volvaugr. Su alargado cuerpo serpentino de unos 28 metros contaba solo con dos extremidades, un par de brazos poco desarrollados, y estaba cubierto no con escamas sino con filamentos cristalinos que lo cubrían casi como si se tratase de pelaje. No poseía alas, volando gracias a la proyección de energía constante que envolvía su cuerpo en un aura de un azul eléctrico.
Y finalmente, la última en tomar tierra, siempre a más distancia y con más cuidado que los demás dada su gran envergadura. Solarys.
Con unos 52 metros de la cabeza a la cola, Solarys, la Dhar Komai de Alma Aster era considerablemente más grande que los demás y la única hembra. La Dhar roja presentaba una configuración física casi antropomórfica. Aunque solía desplazarse sobre sus cuatro extremidades en tierra, Solarys era capaz de caminar encorvada de forma bípeda. Sus extremidades superiores estaban más desarrolladas hasta el punto de parecer brazos humanos, contando incluso con pulgares oponibles en sus manos. Su piel escamosa habría sido lisa si no fuese por las vetas y grietas que parecían cubrirla, emitiendo una luz rojiza incandescente de forma constante. Las alas que crecían a su espalda eran de una envergadura colosal.
Mientras los demás accedían a las sillas-módulo en los lomos de sus Dhars, ya fuese mediante un salto o con una teleportación de corta distancia, Alma se acercó a Solarys, acariciando suavemente el gigantesco hocico de la criatura.
"Volvemos a casa, peque", dijo, "Hemos terminado aquí, por ahora."
Una vibración profunda fue la única respuesta surgida de la garganta de Solarys, como dando la razón a su Jinete. Alma se concentró y en un breve destello rojo pasó de estar frente a la Dhar a estar sobre ella, sentada en su silla-módulo.
Las sillas-módulo eran cápsulas de pilotaje ovaladas injertadas en la carne del Dhar Komai, en el centro de su espalda normalmente entre las alas. Al estar cerradas, vistas desde arriba, parecían enormes gemas o joyas engarzadas en el cuerpo de los Dhars. Permitían al Rider el pilotaje y dirección de la criatura reforzando su lazo con un contacto físico a través de un cordón neural que se acoplaba a la espalda del Rider. Dicho pilotaje era bien en abierto, sentado y expuesto, o bien en cerrado, con el Rider tumbado en el interior de la capsula.
Ésta última era la configuración habitual para viajes en velocidad luz o determinadas operaciones de batalla, y la que los Riders se disponían a usar para abandonar el sistema de Krosus.
Los Dhar Komai ascendieron con sus jinetes, desafiando la gravedad con una velocidad que habría sido impensable para otras criaturas de su mismo tamaño, e incluso para muchas naves.
Pero al igual que sus jinetes, los Dhar Komai eran criaturas del Nexo de Poder.
Eran lo imposible hecho realidad.