jueves, 2 de marzo de 2023

104 DÍA TERCERO (VII)

 

Emergiendo sobre la cúspide de su pirámide, Keket se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción.

En aquellas alturas, el aire de Occtei era frio y puro. Keket no precisaba de ningún tipo de molécula gaseosa que metabolizar en su cuerpo para vivir, pero en aquel lugar había una limpieza que incluso la Reina de la Corona de Cristal Roto podía apreciar. Los fuertes vientos le resultaban tan agradables como una brisa y la humedad de las nubes se le antojaba reconfortante.

La calma solo se veía rota por el resplandor y estruendo de los explosivos y las descargas de energía que las defensas de la ciudad continuaban vomitando sobre su templo y tumba piramidal.

La mayor parte de los distritos internos de la enorme urbe estaban ya prácticamente bajo su absoluto control, con solo pequeños grupos de supervivientes aislados esperando temerosos su asimilación. Keket sabía que era solo cuestión de tiempo. Pronto sus esquirlas harían su trabajo y aquellas pobres almas perdidas y descarriadas se unirían a la gloria del Canto. Casi podía saborearlo, había algo adictivo en sentir como su miedo se disolvía y daba paso al agradecimiento eterno de convertirse en extensiones de su magnificencia.

Y pronto su Corona estaría completa de nuevo. El fragmento quebrado estaba de nuevo adyacente a la formación ambarina que coronaba su frente, fundiéndose poco a poco hasta que llegase el momento en que se convirtiese en una pieza completa de nuevo. Todo su poder estaría restaurado entonces y ello sería la garantía definitiva de que ningún otro poder en la galaxia podría detenerla.

Admitió que los Riders llegaron a preocuparla un poco, pero terminó por rechazar cualquier rastro de alarma que hubiesen podido causar en ella ¿Qué razón tenía para temerles? Con su poder completo, poco más importaba. Aunque los Riders llegasen a Occtei en aquel mismo momento estarían agotados por tener que afrontar el caos en Avarra. Había sentido caer a su Guardia Real, pero en última instancia no dejaban de ser un mero experimento que podía permitirse sacrificar.

Y aunque los Riders llegasen en plena forma a Occtei, Keket dudaba que tuviesen los redaños para repetir su estrategia de destrucción planetaria en el mismo mundo que los había visto nacer.

Algo despertó su interés. Notó las voces de algunas de sus esquirlas siendo acalladas el Canto en algún punto de las áreas periféricas de la capital planetaria. Un aura de poder resonó hasta ella a pesar de la distancia y Keket sintió con asco los retazos de energía del Nexo. Se preguntó si los Riders habían llegado sin que ella se percatase, pero no parecía ser el caso. Lo que quiera que estuviese combatiendo a sus esquirlas allí no era un Rider a pesar de lo semejante de su aura.

Era mucho más débil. Sin duda, una mera cuestión de tiempo hasta que sus retoños cristalinos aplastasen a aquella resistencia. Nada por lo que preocuparse.

Keket sonrió de nuevo y dejo que el aire frio y húmedo que anunciaba el final de la noche y el comienzo de la mañana la acariciase de nuevo. La oscuridad del cielo nocturno comenzaba a disiparse anunciando el color del cielo diurno, antes de la salida del sol.

 

******

 

MX-A3 estaba teniendo problemas.

Su armamento apenas frenaba al enemigo, el más potente como los misiles parecía cumplir de forma efectiva pero los daños estructurales eran un riesgo demasiado grande hasta que las demás pudiesen evacuar, y desde luego no iba a usar su dispositivo de detonación atómica.

Y las esquirlas, aunque frenadas, no se detenían. Corrían hacia la unidad Janperson como una marabunta imparable. Cada vez eran más las que se situaban a distancias que requerían un rechazo cuerpo a cuerpo y si seguían a este ritmo el androide pronto se vería arrollado por la masa de humanoides cristalinos. Siendo una máquina no debía temer la asimilación, pero no estaba muy a gusto con la idea de convertirse en un montón de piezas desmembradas.

Con su cerebro positrónico lidiando con esas preocupaciones al tiempo que descargaba una nueva oleada de proyectiles (los cuales no durarían eternamente) una figura blindada saltó a su lado golpeando a una de las esquirlas con una cuchilla extendida desde el antebrazo.

MX-A3 tardó un microsegundo en constatar que la persona a su lado haciendo uso de la bio-armadura Glaive ya no era la doctora Vargas. Aunque seguía siendo femenina, la figura blindada era sensiblemente más alta que la doctora atliana, y aunque la armadura homogeneizaba muchos rasgos, había un incremento obvio de la masa muscular.

“¿Alicia Aster?”, preguntó la unidad Janperson al tiempo que disparaba uno de sus últimos misiles, impactando de lleno en el rostro de una esquirla intentando flanquearlos.

Alicia no respondió inmediatamente, prefiriendo extender otra hoja afilada desde sus brazos para cortar a dos esquirlas horizontalmente en un único golpe, propinado con tanta fuerza que el aire desplazado también arrojó a las que corrían tras ellas varios metros atrás.

“Eh, colega mecánico, necesito que cojas a esas dos y voléis a mi apartamento”, dijo Alicia.

MX-A3 centró sus sensores y pudo ver a la doctora Vargas con la cachorra gobbore a su lado, cerca del borde opuesto de la azotea. Ambas observaban el combate con cierta aprensión.

“Necesitaré que mantengas a raya a las esquirlas mientras procedo a la evacuación”, dijo la unidad Janperson.

“Eso está hecho, M… Mix… Mierda, lo siento colega, no recuerdo tu nombre”, respondió Alicia, cercenando el brazo de una esquirla que se había acercado peligrosamente.

“MX-A3”

“Eso no es un nombre, es un jodido número de serie... ¡Max! Voy a llamarte Max.”

“Max… designación aceptada”, replicó la unidad Janperson lanzando una última descarga de misiles antes de salir disparado hacia la posición donde esperaban la doctora Vargas y Syba, “Doctora, pequeña, agárrense fuerte.”

Max rodeó a la atliana y a la niña gobbore con sus brazos mecánicos y las sujetó con una delicadeza sorprendente al tiempo que comenzó a elevarse en el aire. Una esquirla saltó desde la masa que ascendía por la fachada del edificio intentando alcanzar al androide, pero Alicia la interceptó con una patada. El droide y su preciada carga pudieron abandonar el edificio sin más problemas.

Alicia se arrepintió al notar, pese a la brevedad del contacto, como la frialdad del cristal parecía querer atenazar su extremidad. Había oído a su tío Antos hablar de algo similar en su primer enfrentamiento con las esquirlas…

Ok, vale… parece que solo puedo permitirme contacto directo haciendo uso las cuchillas retractiles que genera la armadura, pensó.

Las cuchillas retractiles que genera la armadura.

Oh... ¡OH!

Alicia cayó al suelo tras propinar el golpe, de rodillas, al tiempo que media docena de esquirlas saltaba hacia su espalda descubierta…

… de la que emergieron de golpe múltiples púas, lanzas y cuchillas que se extendieron como afiladas ramas de un árbol, empalando y cortando en pedazos a las esquirlas atacantes antes de retraerse de nuevo en la espalda blindada de la joven Aster.

“¡Chupaos esa, desgraciad…!”

No pudo permitirse terminar su bravata, viéndose obligada a saltar a un lado para evitar ser embestida por otro grupo de esquirlas. La Glaive era excelente para combate cuerpo a cuerpo pero no contaba con el mismo armamento para control de masas enemigas de los que gozaba la unidad Janperson y las esquirlas se abalanzaban de forma continua contra Alicia Aster como una marea imparable de oscuridad cristalina.

La joven Aster comenzó a girar sobre sí misma en una espiral frenética de golpes y patadas con hojas afiladas emergiendo de cada una de sus extremidades, cortando esquirla tras esquirla que se le acercase. Entró casi en un trance. Su experiencia real en combate era limitada pero Alicia había entrenado con su madre y el resto de su familia desde que casi habría aprendido a andar. Décadas de memoria muscular e instinto cultivado tomaron las riendas de una mente que luchaba por no dejarse llevar por el pánico.

Por cada esquirla cercenaba parecía que otras dos tomaban su lugar. Por cada salto hacia atrás para ganar espacio que Alicia daba, una masa de enemigos corría para llenarlo en un parpadeo. A pesar del poder y potenciación física de la bio-armadura Alicia podía comenzar a sentir la comezón y tirantez en sus músculos, el dolor nacido del esfuerzo. Aquellas cosas parecían no cansarse pero ella no gozaba del mismo lujo.

Solo tengo que ganar tiempo, pensó, Ganar tiempo y escabullirme en cuanto pueda…

Pero estaba claro que era una de esas situaciones en las que resultaba más fácil decirlo que hacerlo. Y tiempo… ¿cuánto tenía realmente? Si las esquirlas no terminaban con ella primero bien podría hacerlo la armadura que estaba usando en ese preciso instante. Es cierto que las habilidades atenuadas que había heredado de su madre Rider seguramente le garantizaban una mayor resistencia y más tiempo del que gozó Iria Vargas, pero no había garantías reales y no tenía forma de saber con cuanto tiempo de diferencia contaba.

Y entonces, en una mezcla de nerviosismo creciente, inexperiencia y pura mala suerte, uno de sus pies se deslizó más de lo debido en la húmeda superficie de la azotea y Alicia comenzó a caer de espaldas hacia el suelo al tiempo que una masa de esquirlas se disponía a caer sobre ella, literalmente aplastándola.

O eso habrían hecho de haber podido.

Un sonido como el trueno retumbó detrás de ella al tiempo que su espalda tocaba el suelo. Una onda de aire cortante pasó volando sobre su cabeza cortando a decenas de esquirlas horizontalmente al tiempo que muchas otras se veían arrojadas, cayendo por el borde de la azotea.

Aún tumbada en el suelo, Alicia se fijo en la figura que parecía haber surgido de la nada justo tras ella, con una pierna aún extendida tras haber propinado la fuerte patada que había propiciado aquella hoja de aire cortante.

Un eldrea, de aspecto insectoide, pero sin el segundo par de brazos y con todo su cuerpo cubierto por un exoesqueleto de aspecto blindado y robusto, pardo en su torso y verde en sus extremidades. Las mandíbulas aserradas de su rostro parecían atrofiadas, y destacaban en él un par de enormes ojos rojizos, de un carmesí brillante. Parecían casi lentes, ocupando una gran parte de una cara coronada por dos antenas retractiles posicionadas como una V.

Kam-en.

Shin.

 

******

 

En el preciso instante que el guerrero eldrea asintió en batalla a Alicia Aster, Max consiguió alcanzar el apartamento de ésta, poniendo a salvo a Iria Vargas y Syba junto con los otros ciudadanos a los que la Aster había prestado auxilio.

Fue el mismo instante en que dos destellos, rojo y negro, aparecieron en las capas más altas de la atmósfera de Occtei, anunciando la llegada de las Rider Red y Black.

Fue el mismo instante en el que el sol de Occtei por fin surgió en el horizonte. El cuarto y último día de la guerra había comenzado.

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