martes, 20 de abril de 2021

011 FUBAR (II)

 

Antos había estado nervioso desde que llegaron a Calethea 2, y no conseguía saber el porqué.

Una infestación garmoga, la primera tras seis años de relativa calma. Solo eso ya era suficiente para causar cierta intranquilidad, pero habían pasado todas sus vidas afrontando situaciones como aquella. Una infestación garmoga por debajo de una fase tres debería ser poco menos que rutina.

Así que... ¿por qué estaba nervioso?

Lo había estado desde que recibieron el primer informe. Cero indicios de incursión. Ningún rastro de enjambre garmoga penetrando en la atmósfera desde el exterior, ningún registro de ruptura orbital o de transportes sospechosos...

Como si los garmoga simplemente hubiesen salido de la nada en la superficie del planeta y comenzasen a devorarlo todo.

Y también estaba la sensación, gradualmente creciente, de que parecían no tener fin.

A estas alturas Alma y él habían recorrido la mayor parte de aquel segmento del continente purgando la superficie. La mayoría del enjambre ya debería estar diezmada quedando solo grupos reducidos o aislados a los que rematar, correteando por una superficie ennegrecida y cristalizada sin refugios donde esconderse, presas fáciles para los Dhars.

Pero seguían surgiendo nuevos garmoga. Una zona purgada en pocos minutos volvía a estar rebosando actividad.

Los garmoga necesitaban consumir recursos para multiplicarse pero aquellos parecían hacerlo sin problema pese a estar en áreas purgadas sin recursos que consumir.

No tenía sentido.

Y entonces escucharon las transmisiones de Avra y los demás y la cosa empeoró.

¿Centuriones? ¿Tan temprano?

"Alma, ¿deberíamos ir a ayudarlos?", preguntó.

Su hermana tardó en responder. Antos sabía que Alma tendía a tomarse su tiempo a veces al dar una respuesta. Le daba vueltas a todo en su cabeza una y otra vez, sopesando todos los factores de la situación. Y una vez hecho, volvía a hacerlo.

"No", respondió la Rider Red, "Aún no. Si se ven abrumados sí, pero Avra y los demás deberían poder dar cuenta de unos pocos centuriones, y el resto de la flota pronto se unirá como refuerzo. La verdad, me preocupa más nuestra situación aquí."

"¿Así que lo has notado?"

"Garmoga cuyo número no parece decrecer a pesar de la carencia de recursos y repetidas pasadas de nuestros Dhar Komai purgando la superficie", la voz de Alma era clara, profesional y su tono sereno pero Antos pudo percibir la irritación de fondo, "Se nos está escapando algo, Antos."

Antos asintió al tiempo que descendía con su Dhar, Adavante, sobre la costa este del territorio para proceder a otra incineración de la superficie después de limpiar el aire de drones voladores.

Fue entonces cuando los vio, un cuarteto de centuriones garmoga emergiendo de la masa en constante movimiento del enjambre en la superficie, saltando hacía él.

Con la rapidez de reflejos y coordinación que le otorgaba su lazo psíquico con el Dhar, Antos hizo que Adavante ascendiese de golpe en vertical esquivando el salto de los centuriones, quienes volvieron a caer al suelo. Acto seguido, giró de nuevo en descenso tras ponerse boca abajo.

Adavante arrojó una bola de llamas purpuras concentradas que explotó con fuerza suficiente para incinerar a los centuriones y a una porción notable del resto de drones.

"¡Alma!", exclamó, "Hay centuriones también aquí. Han intentando tenderme una emboscada pese a estar en pleno vuelo."

"Tiene sentido, siento esta la zona de mayor concentración", respondió Alma, "Solarys ha divisado a unos pocos, pero no nos acercamos tanto a la superficie como para que supongan un problema... Oh."

"¿Alma?"

"Hay una concentración inusualmente grande de garmoga en el sur, cerca del segmento 12-05. Era la última zona aún pendiente de purgar pero nos distrajimos lidiando con el resto de áreas que parecían no querer quedarse limpias."

"¿Qué está pasando?"

"Al acercarme los garmoga han reaccionado. Parte del enjambre se está fundiendo. Están formando una Quimera."

Genial, como si los centuriones no fuesen bastante, pensó Antos.

"¿Necesitas que Adavante y yo te echemos un cable?", preguntó.

"Solarys debería poder hacerle frente sin problemas. Continuad con el proceso. Fundid la misma superficie si es necesario, quizá eso comience a frenarlos mientras intentamos averiguar de donde están saliendo... tiene que quedar algún sector en este continente con recursos que estén consumiendo."

 

******


Nunca había habido dos quimeras garmoga iguales.

Alma aún recordaba la primera que vio, en su quinta misión como Rider hace siglo y medio. Había leído los informes de la flota, de los mundos perdidos y como poco menos que un asalto orbital con atómicas había sido necesario para erradicar a algunas de esas bestias.

Victorias pírricas que erradicaban la amenaza garmoga pero dejaban el ecosistema planetario casi irrecuperable.

Pero leer sobre las quimeras y verlas era algo muy distinto.

El Departamento de Análisis había bautizado a aquella quimera como Lestrigo.

Cada quimera garmoga era un ser de morfología única. Los drones y centuriones del enjambre se fundían, licuando su biomasa y reformándola en una suerte de gigantesca crisálida. La criatura, que siempre emergía en un tiempo estúpidamente breve, en poco o nada recordaba a los drones garmoga de aspecto vagamente arácnido o los humanamente deformes centuriones.

Lestrigo había sido bípedo, de forma humanoide, aunque con brazos desproporcionadamente grandes que en su día habían recordado a Alma a las fotografías que había visto de un extinto animal de Gaea, el mundo natal humano, una especie de simio de gran tamaño emparentado con la humanidad.

Las semejanzas terminaban ahí. La cabeza de Lestrigo estaba coronada por una prominente cornamenta, no parecía poseer ojos y presentaba un pico que se abría como una flor dentada que despedía descargas de energía cortantes.

No eran una broma, el ala de Solarys tardó meses en curarse.

Tras Lestrigo, Alma y los demás Riders habían tenido que hacer frente a las quimeras en algunas de las infestaciones garmoga más virulentas en las que se habían visto envueltos. Siempre habían sido combates difíciles, largos y en su esencia distracciones para permitir la expansión del enjambre. Algunas quimeras habían requerido la acción coordinada de los cinco Dhars.

Por eso Alma y Solarys se lanzaron a toda velocidad contra el gigantesco orbe metálico, la crisálida, que había surgido de entre la masa del enjambre garmoga.

Solarys tocó el suelo en posición bípeda, aplastando a la masa garmoga bajo sus pies  procediendo a incinerar todo a su alrededor para no tener que lidiar con irritantes ataques de drones y centuriones antes de concentrar sus llamas en la crisálida.

Alma pudo sentir la presión y el esfuerzo de la Dhar y el aumento de temperatura cuando su rojo fuego se consolidó pasando a adoptar una forma más cercana a un luminiscente rayo de plasma.

Su intento de frenar el proceso de eclosión de la quimera por desgracia fue sólo parcialmente exitoso.

La crisálida se resquebrajó, pero sin disolverse. Emergiendo, bañada en un fluido grisáceo y restos de drones y centuriones garmoga a medio fundir y parcialmente absorbidos por su cuerpo, la nueva quimera se levantó con un rugido de dolor y lanzó un zarpazo que Solarys esquivó, forzada a cesar su ataque de energía.

Alma pudo dar un buen vistazo a la aberración delante de ella.

La forma del cuerpo de la nueva quimera era irregular y presentaba deformaciones, dado que aún no se había terminado de configurar.

Recordaba vagamente a un cetáceo cuadrúpedo sosteniéndose débilmente sobre esqueléticas extremidades. Las patas delanteras presentaban una configuración similar a la que tendrían las alas de un murciélago sin su membrana. Las patas traseras eran poco menos que aletas apenas capaces de sostener el peso del cuerpo. La parte frontal remataba en una cabeza que parecía injertada en el torso. Si no fuese por los cuernos y púas, habría habido algo vagamente cánido en su forma.

Por suerte, no era mucho más grande que Solarys y parecía descoordinada y torpe.

La quimera rugió, vomitando una masa informe de drones y centuriones muertos que cayeron a sus pies e intentó avanzar hacia Solarys para atacar de nuevo.

Alma ni siquiera tuvo que dar la orden a su Dhar. Solarys dio un paso adelante y golpeó con su mano izquierda cerrada en un puño que impactó de lleno contra la cabeza de la quimera, desencajando su mandíbula inferior.

"Buena chica, Solarys", dijo Alma, "Sin cuartel."

La Dhar respondió con un rugido animado. Alma sintió la satisfacción que transmitía al tiempo que Solarys procedió a continuar golpeando a la quimera repetidamente.

No pudimos matarla antes de que se formase pero la hemos hecho nacer antes de tiempo, se dijo Alma, Es como un feto a medio formar, muy débil... su forma final seguramente hubiese contado con algún tipo de blindaje y extremidades más desarrolladas, puede que incluso alas.

El último golpe de Solarys hizo caer de costado a la quimera, aplastando un buen número de drones garmoga. La criatura emitió un chirrido quejumbrosos y una enorme multitud de drones alzó el vuelo formando una nube entre la quimera y la Dhar.

Solarys respondió con una llamarada explosiva. Abrazada por las llamas, la quimera chilló de nuevo y de forma que solo podría describirse como suicida se impulsó con sus extremidades en un salto, atravesando el muro de fuego carmesí y agarrándose a Solarys mordiendo a la Dhar en el hombro derecho.

Solarys rugió ante una sensación como de hielo clavándose en su carne que por fortuna fue contrarrestada por su capacidad de curación.

Veneno, pensó Alma, Tu metabolismo puede procesarlo, Solarys, pero quizá no es una alimaña tan indefensa como pensábamos. Mejor terminemos rápido. 

Alma sintió el dolor e irritación de su Dhar Komai como si fuese propios, y su furia guió las acciones de Solarys. La Dhar agarró a la quimera garmoga por la cabeza y se la arrancó de encima, lanzándola al suelo. Acto seguido volvió a sujetarla, forzando a la quimera a abrir las mandíbulas.

La quimera comenzó a retorcerse y a sacudir su cuerpo violentamente, intentando liberarse. Solarys no cedió, pisoteando el torso del ser, y con un último tirón arrancó de cuajo la mandíbula superior y parte del cráneo de la criatura.

El gigantesco engendro cayó al suelo, aún temblando y moviendo sus extremidades en todas direcciones, esparciendo restos de su masa semifundida. El resto de drones garmoga comenzaron a cubrirlo y a canibalizarlo, pero Solarys se adelantó incinerando el cuerpo de la bestia y a todos los que estaban sobre él.

Sentada en su silla-módulo Alma le dio unas palmaditas afectuosas a la Dhar, "Buen trabajo, peque. Ahora sigamos limpiando la zona."

Solarys comenzó a responder con suave gruñido, pero se cortó en seco.

Los sentidos de la Dhar se habían centrado en un punto al sur. Un tenso retumbar comenzó a emerger de la garganta de la dracónica criatura, todo su cuerpo en tensión con sus alas extendidas. Alma sintió la inquietud de su Dhar y dirigió su mirada al punto que había atraído la atención de Solarys.

La Rider Red pudo ver una masa de garmoga, una porción del enjambre enorme que parecía burbujear con actividad. Frunciendo el ceño y temiendo que pudiesen estar intentando generar una nueva quimera, Alma y Solarys emprendieron el vuelo para obtener mejor visibilidad y una posición de ataque más clara.

Pero los garmoga parecieron una vez más percibir su presencia con más claridad de la habitual. 

Miles de drones se alzaron en el aire y embistieron contra la Dhar Komai como una única masa voladora. Solarys resistió el embiste y Alma no se vio despedida de la silla-módulo a duras penas. La Dhar respondió en consecuencia girando sobre sí misma en el aire al tiempo que generaba un muro de llamas que incendió el cielo.

Con el enjambre volador dispersándose, Alma pudo centrarse y observar con claridad la zona de mayor actividad.

Pudo ver entonces la razón por la que los garmoga parecían capaces de continuar aumentando su número pese a estar en un área purgada y sin recursos. 

Lo que vio le heló la sangre. 

Bajo el visor de su casco, los ojos verdes de la Rider Red se abrieron en una expresión de pánico y alarma. Por primera vez en muchos años y tras muchas misiones Alma Aster sintió el mismo puro y genuino terror que no había sentido desde niña.

Estaba a ras de suelo, apenas visible bajo la masa del enjambre de drones volando sobre la zona. Emitía una luminiscencia de un verde fantasmagórico, putrefacto. Flotaba en el aire como una herida abierta en la realidad, con los garmoga siendo vomitados en masa por él.

Un portal.

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