Si se lo preguntaseis, Tobal Vastra-Oth os habría dicho que preferiría mil veces estar de vuelta en casa, en Occtei, con sus hijos. Ayudándolos a sobrellevar el duelo por la pérdida de Mantho.
Pero al mismo tiempo jamás habría podido vivir consigo mismo si no hubiese hecho algo para saldar cuentas con los responsables de la muerte de su marido.
Eso lo había llevado a buscar a Meredith Alcaudón. Eso lo había llevado a Pealea. Y eso lo había llevado al momento particular en que la detective (¿socia? ¿compañera?) y él se encontraban en ese preciso instante: Bajo fuego cruzado de dos torretas automáticas en el salón de la residencia de una alimaña a la que intentaban cazar mientras el planeta alrededor de ellos se iba a la mierda por una infestación garmoga.
Afortunadamente los reflejos de Tobal Vastra-Oth fueron rápidos.
Cuando entraron en la casa modular de Legarias Bacta, las dos torretas emergieron de secciones ocultas, una en el suelo y otra en el techo. Tobal caminaba delante y pudo alzar rápidamente un escudo mágico estándar. Un disco de luz amarilla con runas y glifos flotantes chisporroteaba frente a su mano extendido, cubriéndolo a él y a Meredith Alcaudón de la lluvia de proyectiles.
Las torretas disparaban esquirlas de metal aceleradas cinéticamente. El escudo de Tobal no las repelía propiamente dicho, más bien las frenaba en seco haciendo que cayesen inertes a sus pies, sin riesgo de rebote en otras superficies.
Por desgracia el escudo consumía tanto energía mental como física de aquel que lo conjuraba y Tobal no estaba seguro de si podría mantenerlo más tiempo. El problema de aquel tipo de torretas es que su munición era básicamente un bloque de metal de tamaño medio del que seccionaban minúsculas partes, por lo que cada una podría tener perfectamente capacidad de disparo para varias horas antes de sufrir un recalentamiento.
Por suerte para él, no estaba solo.
Meredith Alcaudón se concentró, ignorando el ruido de los disparos y el resplandor del escudo mágico que debido a los impactos recibidos emitía destellos que refulgían por todas las superficies reflectantes de la estancia.
Los espíritus de las torretas eran como animales salvajes. Improntas de puro instinto básico y primario. Aún con todo, la limitada influencia que pudo ejercer su tecnopatía fue más que suficiente para redirigir la torreta del techo y su flujo de disparo a la torreta inferior, haciéndola estallar en pedazos. Tras eso, Meredith hizo uso de su telequinesis para mover los restos de metralla a los huecos del cañón de disparo de la torreta superior. Ésta reventó espectacularmente.
Tobal bajó sus manos y el escudo se desvaneció. Se inclinó hacia adelante unos instantes, con sus manos apoyadas sobre las rodillas en posición encorvada. Intentaba recuperar el aliento.
"Estoy... estoy bastante desentrenado en esto", dijo.
"No sabía que eras mago", observó Meredith.
"Técnicamente no lo soy, no tengo una licencia... pero cuando estuve en el ejército nos enseñaron hechizos de defensa básicos a todo recluta que tuviese un mínimo de talento. Escudos, curativos, ilusiones sencillas..."
Meredith asintió, "Me temo que tendrás que desempolvar algo más de ese viejo arsenal antes de que esto acabe. Sigamos, no nos queda mucho tiempo."
"¿Los garmoga?"
"No solo por ellos", explicó, "Siento algo en el subsuelo. Algún tipo de vehículo. Si no nos damos prisa nuestra rata se nos va a escapar."
******
El miedo no es una opción válida. Sentirlo es natural, pero un individuo no debe rendirse al miedo. Es una concesión a la derrota.
Las palabras de Amur-Ra, pronunciadas en una lección hace mucho tiempo, resonaron en el fondo de la mente de Rider Red.
Por ello, Alma Aster tomó las riendas de su miedo. No lo ignoró, ni lo reprimió. Lo moldeó y lo convirtió en un acicate para pasar a la acción. Cuando el Dhar Komai verde emergió de entre el enjambre de los garmoga, la Rider Red no permitió que la sorpresa inicial la paralizase más tiempo, y pasó al asalto.
Con sus mentes unidas casi en una por su alta sincronización, Solarys siguió los instintos de Alma y se lanzó de lleno contra el nuevo enemigo, emitiendo por su boca un rayo de plasma rojizo. El nuevo Dhar Komai verde lo esquivó con una maniobra rápida y elegante al tiempo que emitía su propio ataque. Un rayo de plasma esmeralda que Solarys evitó plegando sus alas y dejándose "caer".
En el fuego cruzado, la energía emitida por los dos Dhars se llevó por delante a múltiples concentraciones de drones garmoga.
Intentando un cambio de táctica, Alma llevó a Solarys a intentar flanquear al enemigo al tiempo que emitía esta vez descargas de energía en forma de bolas de plasma explosivo. Las detonaciones no llegaron a alcanzar de lleno al Dhar verde, pero la criatura notó las ondas expansivas, respondiendo a ello con un vuelo errático antes de lanzarse de lleno contra Solarys.
Quiere bailar de cerca, pensó Alma, Muy bien peque, concedamos el baile...
Solarys se abalanzó frontalmente contra el Dhar verde. En el preciso instante justo antes de que las dos bestias impactasen una contra la otra, emitió una última descarga de plasma guardada en reserva.
La bola de plasma carmesí estalló, pero el Dhar Komai verde no pareció aquejar la explosión. Acelerando más, la criatura atravesó las llamas de energía envuelta en un aura de poder esmeralda que parecía escudarla de la mayor parte del daño. Embistió directamente contra Solarys, agarrando a la Dhar roja con sus garras en un violento abrazo al tiempo que escupió una oleada, no de llamas, sino de gases verdes nocivos.
A través de su vínculo Alma pudo sentir el efecto inmediato en Solarys. Mareo, náuseas y una sensación de asfixia. Concentrándose, la Rider Red transmitió un poco de su propia esencia a su Dhar. Solarys estalló en energía rojiza y respondió a los gases con una llamarada de fuego escarlata.
Los dos Dhar procedieron a golpearse y darse zarpazos, sacudiendo sus alas y cayendo en círculo hacia la atmósfera del planeta.
El Dhar verde consiguió separarse por un instante y se volteó violentamente, golpeando a Solarys con su cola. Antes de recibir el impacto, Alma pudo ver a través de los ojos de su Dhar que en la espalda de su enemigo, entre las dos alas, brillaba como una gema engarzada lo que parecía ser la cápsula exterior de una silla-módulo.
Las implicaciones eran escalofriantemente obvias.
No puede ser, no puede ser, no puede ser...
Ignorando los pensamientos que amenazaban con desgarrar el equilibrio interno de su mente, Alma Aster impulsó de nuevo a Solarys, haciendo que la Dhar disparase de nuevo un rayo de plasma al enemigo. El Dhar verde respondió en consonancia con el mismo tipo de ataque. Pero en vez de esquivar el ataque de Solarys para intentar contraatacar como había hecho antes, dirigió su rayo de plasma de forma directa contra el de la Dhar Komai roja.
Los dos Dhars se mantuvieron suspendidos en su posición. Expulsando las emisiones de energía a través de sus bocas de forma continua, aportando más y más poder al ataque buscando superar el flujo de poder del enemigo.
Justo en el punto de intersección donde el rayo de plasma carmesí impactaba contra el rayo de plasma esmeralda, la energía comenzó a concentrarse y a crecer en inestabilidad, tornándose en una burbuja de luz blanca incandescente que comenzó a aumentar de tamaño hasta...
¡Mierda! ¡Solarys, corta el flujo y prepárate para...!
La burbuja estalló como una nova en miniatura.
Por unos instantes, en la superficie de Pealea quien hubiese mirado a los cielos habría podido creer que un segundo sol adornaba el firmamento como salido de la nada.
Solarys y Alma sintieron el impacto de la energía liberada de forma tan violenta casi de lleno, pero habrían recuperado su posición si no fuese por el segundo choque inmediatamente después. De algún modo, el Dhar verde había cortado su ataque unas décimas de segundo antes y se había lanzado contra Solarys, parcialmente impulsado por la misma onda expansiva.
Los dos Dhar cayeron, esta vez atravesando la atmósfera envueltos en llamas como dos estrellas fugaces. A pesar del aturdimiento, Solarys se las apañó para separarse de su asaltante golpeando al Dhar verde repetidamente en la cabeza con sus puños cerrados.
La Dhar Komai roja abrió las alas, intentando recuperar el equilibrio o frenar su descenso. pero era evidente que al menos una de las alas de Solarys había sido dañada. Con una mueca de dolor, Alma pudo sentirlo casi como si la extremidad fuese suya. Una sensación punzante y fría en el costado derecho de su cuerpo.
Rider Red dio instrucciones a Solarys y la Dhar envolvió su cuerpo en energía para amortiguar el impacto. Ahora parecía un fragmento de luz sanguinolenta en rumbo de colisión a la superficie.
La silla-módulo se abrió y Alma saltó, emitiendo un destello que la teletransportó al suelo. No fue todo lo grácil y exacta que hubiese querido, aún desorientada por la explosión y el vertiginoso descenso. Por ello la Rider Red apareció en el aire, a unos seis o siete metros de altura sobre el suelo y cayendo en línea horizontal unas decenas de metros antes de tocar tierra.
Tras ella, la Rider Red pudo sentir el impacto de Solarys al caer a cierta distancia, como un trueno.
Alma Aster se incorporó. Con un rápido vistazo constató que habían caído lejos de las áreas habitadas del planeta. El suelo era pedregoso, accidentado e irregular, y estaba cubierto por cenizas negras. Solarys se había estrellado contra la base de la ladera de lo que parecía ser un pequeño volcán activo, a juzgar por el resplandor anaranjado que surgía de su cima y las constantes emisiones de humo, gas y cenizas que oscurecían el cielo en el área.
Un área volcánica activa, posiblemente una isla.
De una nube de polvo gris y energía escarlata, Solarys emergió incorporándose lentamente y sacudiendo su enorme cabeza. Alma corrió hasta ella, sirviéndose de su lazo para comprobar su estado.
Como respondiendo a una pregunta silenciosa, Solarys asintió. Alma pudo sentir que su Dhar Komai estaba bien, pese al daño recibido en su ala derecha. La herida se estaba curando ya, pero requeriría un tiempo antes de que pudiese alzar el vuelo con seguridad.
Un segundo impacto en la superficie interrumpió sus pensamientos.
Alma se volvió y pudo verlo con claridad a pesar de estar a unos cuatrocientos metros de distancia, al otro lado de la pequeña llanura de piedra gris y cenizas. Una nube ennegrecida de polvo, con volutas de gas verde, marcaba el punto de impacto en el que había caído el Dhar Komai verde.
Curiosamente, ninguno de los enjambres o drones garmoga les habían seguido.
El Dhar Komai verde se incorporó. El gas del mismo color surgía de los huecos entre sus escamas, como una ponzoñosa descarga de poder. La sustancia se apelmazó en el suelo alrededor del ser, casi como si alterase el terreno en torno a su presencia.
Alma pudo verlo con más claridad. Su tamaño era casi el mismo que el de Solarys, la diferencia debía ser mínima, de apenas un par de metros en envergadura. Eso lo convertía en el Dhar más grande junto con la suya.
Era algo más esbelto que Solarys, casi serpentino dada la longitud de su cuello y parecía caminar más inclinado hacia adelante, como si favoreciese una postura más cuadrúpeda en contraste con la más bípeda de Solarys. Su cabeza cornamentada recordaba en cambio a la de Adavante y su larga cola remataba en una punta afilada, de brillo metálico. Un claro injerto artificial, como las alas de Volvaugr.
El Dhar Komai verde rugió. A espaldas de Alma, Solarys respondió con su propio rugido al desafío. Pero la atención de Alma ya no estaba centrada en los dos Dhars.
Pudo sentirla. Cómo podía sentir a sus hermanos, pero de forma distinta, sin la familiaridad tranquilizadora. Cómo sintió la explosión de poder de Tiarras Pratcha, pero mucho más grande. Y esta vez contenida y controlada.
De entre las volutas de energía esmeralda y polvo volcánico al pie del Dhar Komai verde, Alma pudo ver una silueta humana emerger, caminando hacia la llanura en dirección a ellas.
Era una figura femenina. Alta y esbelta, pero irradiando poder a cada paso que daba. Portaba un largo cetro o bastón dorado, coronado por un adorno en forma de media luna u hoz.
Todo su cuerpo estaba cubierto. La armadura era de un verde brillante y vivo, casi luminiscente. De aspecto cristalino y orgánico, como una segunda piel o tejido muscular abrazando las formas del cuerpo que la portaba. Su casco, única pieza de aspecto más artificial, cubría totalmente su rostro, ocultando sus ojos tras un visor negro.
No era la armadura tosca de la llave mórfica de Pratcha. No era la armadura de aspecto casi textil metalizado que había visto en Dovat en las grabaciones de la incursión en Cias.
Era una armadura de Rider.
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