sábado, 21 de agosto de 2021

041 RIDER GREEN

 

Fueron solo segundos, pero Alma sintió como si el tiempo se hubiese parado.

La Rider de armadura verde detuvo su avance a unas decenas de metros delante de su Dhar Komai. Más de trescientos la separaban aún de Alma, pero para la Rider Red era casi como si estuviesen frente a frente.

El poder de la recién llegada, su presencia... se extendía por toda la zona como un aura opresiva.

La extraña extendió su mano derecha y su cetro dorado comenzó a brillar con un resplandor verde. El brillo cromático envolvió totalmente el objeto y este comenzó a encoger y cambiar de forma. Cuando la luz verde se disipó, en volutas de humo esmeralda, la Rider sostenía ahora una espada verde de filo curvado.

Por supuesto, pensó Alma con resignación.

Rider Red tomó posición de batalla. Con un destello carmesí, su propia arma Calibor se materializó en sus manos. En la distancia habría jurado que los hombros de su oponente habían temblado con una risa ligera.

Ocurrió en un parpadeo.

El Dhar Komai verde rugió y alzó el vuelo. Simultáneamente, Solarys con su ala ya casi recuperada del todo respondió en consecuencia, elevándose también a las alturas quizá algo más lenta de lo habitual en ella. El brillo de los ataques de ambos Dhars iluminó el cielo sobre sus Riders, casi como marcando el inicio de la contienda.

Alma fue la primera en atacar. No había razón alguna para dar cuartel al enemigo, razonó.

Rider Red corrió. Los tres centenares de metros que la separaban de su objetivo fueron atravesados en pocos segundos y Alma golpeó con decisión al situarse justo en frente de su enemiga.

La cual esquivó el golpe con facilidad con una simple torsión de su cuerpo. Y así fue con las acometidas posteriores de Alma. Cada embestida, cada tajo de su espada era esquivado de tal forma que su oponente parecía estar bailando con su hoja. Ni siquiera había hecho uso de su arma todavía.

Dando un salto hacia atrás, Alma volvió a distanciarse. Manteniéndose en posición de combate y con su guardia en alto, la Rider Red se permitió un ligero respiro y un intento de conversación.

"¿Quién eres?", preguntó.

La otra Rider inclinó levemente la cabeza a un lado, como extrañada por la pregunta. Encogiéndose de hombros, con una actitud extrañamente casual que no casaba para nada con la situación en que se encontraban, la mujer respondió. Su voz sonó distorsionada, como si pasase por algún tipo de filtro que le daba un matiz metálico y artificial. Pero era indudablemente una voz femenina y relativamente joven.

"Diría que es obvio, ¿no?", dijo, "Soy Rider Green."

Alma frunció el ceño. Sin darse cuenta estaba sujetando la empuñadura de su espada con más fuerza, sintiendo de repente una ola de furia.

"Entenderás que no puedo permitirte tomar ese nombre a la ligera. Y menos si estás colaborando con los garmoga."

"Ooooh", replicó la Rider Green con tono burlón, "¡Déjame adivinar! Aquí es donde me vas a dar un discurso sobre lo serio que es ser un Rider y como es un título que simboliza la lucha por el bien de la galaxia o algo similar ¿cierto?"

Alma no respondió. El único sonido que se podía oír era la lucha de los Dhars en el cielo sobre sus cabezas, el rumor del volcán y el silbar del viento.

"Bueno, querida", continuó Rider Green al tiempo que se inclinó en una parodia de reverencia, "Si no te gusta que haga uso del título de Rider... ven a quitármelo."

Alma replicó de la única forma que podía hacerlo. Saltando hacia adelante, con su espada trazando un luminoso arco rojo en el aire.

No podía ver su rostro, pero estaba segura de que la Rider Green sonrió.

 

******

 

Legarias Bacta estaba teniendo un mal día.

Su señuelo no había dado señales. Era de esperar en cierto modo. El trabajo del individuo conllevaba la posibilidad de morir como objetivo secundario si no conseguía eliminar a aquellos que le rastreaban. Pero seguía siendo una complicación que no ayudaba para nada a su dolor de cabeza.

Como tampoco lo hacía el ataque garmoga por el cual iba a tener que abandonar una de sus bases más defendibles y la incompetencia de los dos operativos de menor rango a su cargo que estaban con él en aquel momento.

El más joven, un varón humano, debía vigilar la puerta de entrada al hangar subterráneo mientras Bacta y la otra operativa, una vas andarte de piel rojiza, preparaban la pequeña lanzadera que saldría despedida a través del túnel de eyección hasta una apertura a un par de kilómetros de distancia de la ciudad, en terreno abierto.

Y de ahí, directos a las estrellas. Lejos de la infestación y de sus perseguidores.

Bacta consideró probada la incompetencia que atribuía a aquellos a su cargo cuando la puerta de acceso al hangar se abrió de golpe, con el joven humano volando por los aires con su rostro ensangrentado por una nariz rota.

Y como el arma que debía portar consigo estaba ahora en las manos de un alto angamot al que reconoció por sus archivos como Tobal Vastra-Oth, marido de uno de los últimos objetivos de su organización.

Pero Tobal no era quien preocupaba a Bacta. La mujer humana de baja estatura y ligera excedencia de peso que entró tras él, sin un arma y con sus manos en los bolsillos, sonriendo como una gata que acababa de cazar a un ratón... ella sí le preocupaba.

Antes de que nadie pudiese decir nada o de que el mismo Bacta pudiese dar la orden, la operativa vas andarte sacó una pistola de plasma y abrió fuego sobre los recién llegados.

Meredith Alcaudón se arrojó a un lado, situándose tras algunos de los grandes contenedores metálicos de carga repartidos irregularmente por el hangar.

Tobal Vastra-Oth alzó un escudo mágico. La energía dorada le protegió de los impactos, pero también le impedía devolver el fuego sin exponerse.

No le hizo falta. Desde su escondite Meredith concentró su telequinesis en la operativa. No tenía tiempo para algo tan gráfico y expeditivo como lo que había usado contra la pareja que había intentando asesinarla en su casa, así que se limitó a algo más rápido pero igual de efectivo.

Un pinzamiento telequinético en el nervio apropiado y la asesina vas andarte cayó  de bruces al suelo, inconsciente.

"¿Por qué no usaste eso con el guarda de la puerta?", preguntó Tobal.

"Porque saliste corriendo hacia él nada más verle y lo embestiste", respondió Meredith, "Y no quería cortarte el rollo. Ahora vamos a por..."

Legarias Bacta no estaba a la vista.

Meredith se alarmó, temiendo que su presa se hubiese escabullido durante el breve altercado, pero la lanzadera seguía en el raíl de lanzamiento. Quieta y callada, sin nada que indicase que sus sistemas estuviesen en marcha.

De repente, todos sus sentidos de tecnópata gritaron. Supo lo que iba a suceder apenas un instante antes de que ocurriese. Tuvo el tiempo justo para dar una orden.

"¡Tobal, ESCUDO!"

Una esfera de energía mágica dorada los envolvió a ambos en el preciso momento en que la estancia se vio inundada por un destello de luz y sonido ensordecedor precedido por el silbido de un proyectil de gran calibre disparado a gran velocidad.

Un misil, o algún tipo de granada, pensó Meredith.

La fuerza del impacto fue considerable. El escudo de Tobal aguantó unos segundos antes de resquebrajarse como un cristal. Los dos cayeron al suelo.

Meredith se incorporó lentamente, aturdida pero ilesa. Pudo ver a Tobal en el suelo junto a ella. El angamot no parecía tener heridas pero estaba inconsciente, seguramente por la retroalimentación de energía o el agotamiento mágico.

Con el humo y el polvo disipándose, la atención de Meredith fue atraída por un ruido metálico y el sonar de un andar pesado y mecánico.

Desde el otro extremo del hangar, Legarias Bacta hizo acto de presencia. 

Lo que vestía podría ser vagamente descrito como una armadura de combate mecanizada, pero era más un exoesqueleto o tanque humanoide, un traje-mecha estándar de las fuerzas de infantería pesadas del Concilio, aunque modificado y personalizado.

"Señorita Alcaudón, tengo entendido que me estaban buscando..."

 

******

 

Se está burlando de mí, y juraría que lo está disfrutando, se dijo Alma.

El combate no iba bien. Una vez más la Rider Green parecía contenta en limitarse a esquivar todos y cada uno de los ataques de Rider Red. No importaba que maniobras usase, ni que movimientos. Ni siquiera descargas de energía o expansión del rango de alcance de su espada... la jinete verde daba buena cuenta de todos ellos con movimientos rápidos y precisos con los que evitaba el más mínimo contacto.

En todo el tiempo que llevaban enzarzadas en combate, la Rider Green no había sufrido ni un rasguño.

Los únicos contactos físicos se habían producido entre los Dhars. 

Solarys aún no podía volar bien y el Dhar verde se aprovechaba de ello, pero la Dhar roja había utilizado su ventaja física en las ocasiones en que pudo ponerse a corta distancia, haciendo buen uso de su mayor corpulencia.

En cuanto a las Riders, lo peor de todo es que en ocasiones Rider Green hacía comentarios.

El tono burlón seguía presente, pero atenuado por lo que parecían sinceras opiniones sobre cómo tal o cual movimiento o maniobra de ataque podría ser mejorada, como cierta postura no era efectiva del todo, etc.

Era enervante, y Alma sospechaba que ese era el objetivo real de su oponente.

Que Alma tuviese la suficiente experiencia y buen juicio para poder apreciar que algunos de los consejos tenían sentido y eran genuinamente buenos lo hacía peor.

Entonces sucedió algo.

La Rider Green se detuvo por un instante, girando su cabeza como si mirase a la distancia. Como si su atención de repente estuviese en algo muy lejano.

Alma aprovechó la distracción. La hoja de Calibor atravesó el aire en dirección a la garganta de la Rider esmeralda.

Rider Green se hizo a un lado con un movimiento rápido y de gran ligereza hacia la derecha. Sin poder detener su impulso, la espada pasó justo por encima de su hombro izquierdo. El avance de Alma se detuvo en seco por dos razones. Una de ellas, porque ella mismo frenó para intentar reposicionarse. 

Cosa que no pudo hacer a causa de la segunda razón. La tenaza que ahora ejercía la mano izquierda de Rider Green sobre su muñeca, retorciéndola. Esto aflojó el agarre de Alma sobre su espada, y Calibor se deslizó de entre sus dedos, desmaterializándose en una nube de partículas rojas antes de tocar el suelo.

Rider Green se volvió de nuevo para mirarla, y cuando habló esta vez el tono burlón había desaparecido de su voz.

"Me temo que ha pasado la hora del entretenimiento, pequeña."

Sin mediar más palabra, Rider Green golpeó a Alma en su vientre. Una nube de energía y chispas de colores llenó el punto de impacto.

Ante los ojos de individuos normales habría parecido un único golpe con extraños efectos de pirotecnia. 

En cambio, el puño de Rider Green estaba envuelto en una fina capa de energía del mismo color que su armadura, y el puñetazo propinado en realidad había sido una rápida sucesión de fuertes golpes, casi imperceptibles en una fracción de segundo.

La nube de energía y chispas cromáticas eran el resultado de la descarga de poder de dichos golpes y de los daños sufridos por la armadura de Rider Red. El poder había sido algo tan concentrado y preciso que no hubo una descarga expansiva de energía afectando al entorno alrededor de las dos mujeres.

Rider Green soltó la muñeca de Alma, y esta cayó al suelo de rodillas, sin aliento y sintiendo arcadas. Nunca nada la había golpeado así en su vida. Ni siquiera en los entrenamientos con sus hermanas y hermanos.

Su armadura roja humeaba en el punto de impacto y presentaba visibles grietas. Brillaban con un resplandor incandescente.

Rider Green le dio la espalda y se alejó unos pasos. Casi como dejando espacio y dando tiempo a Alma para reponerse.

"Levántate, Rider Red", dijo, "Ahora comienza la verdadera lección."

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