“¿¡DÓNDE ESTÁ!?”
El grito furibundo de Ogun-Mori al entrar en el laboratorio con la delicadeza de un animal de granja grande en una cacharrería habría sobresaltado a cualquier individuo, pero el doctor fulgara a cargo del departamento de desarrollo ni se inmutó. Ni siquiera apartó su mirada del monitor que vomitaba resultados de todo tipo que pocos podrían entender.
Ni se dignó a mover la cabeza, siendo la única señal de que su atención estaba en el recién llegado un aroma de ozono impregnando el aire a su alrededor. El resto de técnicos y asistentes, visiblemente más alarmados por la repentina entrada del CEO, se hicieron a un lado cuando esté avanzó hasta el fulgara como un proyectil dirigido, con una mirada de furia en su rostro insectoide.
“¿Dónde está Shin, doctor?”
El doctor se reclinó hacia atrás y suspiró. El fulgara era un ser de energía vistiendo un traje de contención. No precisaba de oxigeno. No precisaba suspirar. Pero lo hizo igualmente para mantener un mínimo las convenciones sociales en su interacción con otros. Y por puro hastío.
“Salvando tus relaciones públicas”, replicó el científico.
“Dejé muy claro…”, comenzó Mori, atragantándose en sus propias palabras, “La decisión de la comisión fue clara. Shin solo intervendrá en misiones contra los garmoga. La situación actual no nos concierne.”
“Puede”, replicó el científico, “Pero al resto de la galaxia le concierne bastante.”
Mori clavó su mirada en el fulgara, “Usted dijo…”
“Que Shin es un prototipo diseñado para ser efectivo contra un enemigo conocido y examinado a fondo. Que no sabemos nada de este nuevo oponente y que sería necio enviar a nuestra inversión más valiosa a algo que podría torcerse de múltiples formas por una cuestión de beneficios a corto plazo”, una risa quejumbrosa resonó a través del traje de contención como una descarga de electricidad estática, “Recuerdo muy bien las palabras que dije en la reunión, señor Mori. Me aprendí bien el guión.”
El fulgara se levantó, incorporándose plenamente sobre el CEO que de repente parecía mucho más pequeño a su lado. El traje de contención recortaba una figura intimidante incluso en el bien iluminado laboratorio.
“Y puede que estuviese de acuerdo con el principio base de no arriesgar mi obra. Eso fue antes de darme cuenta de que mi obra estaba creciendo por sí misma, expresando impulsos y un desarrollo de habilidades más acelerado de lo previsto”, explicó, “Así que cuando decidió marcharse por su cuenta, le di un pase de autorización para ello.”
La ira en el rostro del CEO eldrea había dado paso a una perplejidad incrédula.
“Pero… ¿por qué hubo de hacer algo así?”
“Como he dicho, para salvar a sus relaciones públicas”, dijo el fulgara. Con un gesto de la mano extendió la pantalla del holovisor mostrando distintos documentos, notas de prensa, análisis, graficas, etc. “Han cultivado la imagen de Shin como un nuevo héroe. La única verdadera alternativa a los Riders. ¿Qué cree que hará la galaxia cuando lo vea sentado en el banquillo sin hacer nada mientras los Riders están ahí afuera arriesgando de nuevo sus vidas contra una amenaza desconocida?”
“El departamento de marketing…”, comenzó Ogun-Mori antes de ser interrumpido de nuevo.
“El departamento de marketing está lleno de enanos mentales sin capacidad crítica que besan continuamente el suelo que usted pisa. Nunca le dirían que no a una de sus decisiones, solo intentarían venderla. Sin importar lo contraproducente que resultase.”
Con otro gesto de su mano, el científico fulgara apagó el holovisor, finalmente cruzándose de brazos ante Mori, “Yo, en cambio, no tengo problema alguno en señalar su idiotez.”
“Esto… ¡Esto es inadmisible!”, exclamó Mori, “Exijo que lo traiga de vuelta ¡Active el seguro de control!”
El doctor se inclinó hacia el CEO y susurró una única respuesta, “No.”
Las mandíbulas insectoides similares a las de un saltamontes del eldrea se abrieron y cerraron incrédulas.
“¿Quién se cree que…? ¡Esta desp…!”
“Despídame y no tendrá a nadie capaz de mantener y replicar su producto. Mi obra, mi genio. Toda esta gente”, dijo el científico señalando al resto del personal que observaban la confrontación con interés, “son sólo extensiones extra de mi trabajo. Sin mí no tiene a nadie para replicar el proceso.”
El científico bufó, “Y la verdad, debería haberlo visto venir. Incluso en mi informe de proyecciones apunté a una situación como esta como un posible desarrollo del experimento. No puede crear un héroe y esperar que no haga heroicidades ¿Mmm?”
“Así que es todo por su absurdo sentido del altruismo, ¿no?”
“El de él. Shin es el altruista. Puede que lo hayamos reconstruido hasta el punto de que apenas parece un eldrea y que no conserve recuerdos claros de su vida anterior, pero el individuo que se presentó como voluntario para el proyecto lo hizo bajo el pretexto de que sería un héroe, y esa rasgo de voluntad nunca se ha podido borrar del todo. La mera existencia de esa obsesión altruista fue lo que lo mantuvo vivo y cuerdo en las últimas fases del proceso.”
“¿Y usted?”
“¿Yo? Yo soy un científico. Quiero ver de lo que puede ser capaz mi obra. Me preocupa el riesgo, pero las posibilidades, el potencial… es abrumador.”
“Loco. He contratado a un loco”, musitó Mori llevándose una mano a la cabeza. La excitación de la ira lo había abandonado, dejando a su cuerpo agotado. Uno de los asistentes le acercó una silla sobre la que se dejó caer.
“Al menos dígame dónde está… Necesitamos… Podemos usar esto, quizá un comunicado oficial…”
“No tengo ni idea de donde puede estar ahora mismo”, respondió el doctor, “Shin tomó su vehículo monoplaza supralumínico, pero ha desconectado su transpondedor. No hay manera de localizarle de forma concreta, así que no sabremos si ha acudido a Avarra o a Occtei hasta que llegué a su destino.”
“Espero que haya sido a Occtei”, musitó Ogun-Mori, “Avarra significaría una futura pesadilla burocrática por toda la presencia de la flota del Concilio.”
******
Alicia Aster disparó de nuevo, casi sin mirar a sus objetivos pero acertando igualmente a pesar del peso del rifle experimental y de estar sosteniendo el arma con una sola mano. Necesitaba la otra para sostener a la pequeña gobbore que se abrazaba a su torso como si fuese un salvavidas.
Los proyectiles acelerados no parecían causar daños serios a los seres cristalinos, pero la acumulación de impactos directos parecía aturdirlos lo suficiente para poder ganar unos segundos.
Alicia había tomado a la pequeña en brazos y echó a correr. Era más rápida que ningún otro ser humano normal en toda la galaxia, pero era consciente de que si lo deseaban esos seres no tendrían problemas en moverse a velocidades muy superiores.
Pero los sentidos de aquellos seres no parecían ser más excepcionales de lo habitual en la mayoría de especies. Si conseguía mantener a aquella pareja aturdida con ráfagas de disparos continuas al área del cráneo y el torso quizá pudiese ganar unos preciosos segundos que la permitirían escabullirse a algún escondrijo o callejón junto con su nueva acompañante.
Vamos, vamos, vamos.
El pensamiento martilleaba en su cabeza al tiempo que doblaba una esquina. Pudo ver un acceso a un callejón. Las dos esquirlas tras ella y la niña aún aquejando los impactos no parecían haberse percatado del cambio de dirección. Alicia entró al callejón y pudo vislumbrar una serie de viejos contenedores para residuos sólidos. Se escondió entre dos, abrazando a la pequeña al tiempo que chequeaba el nivelador de temperatura de su arma. El hueco era estrecho y angosto, pero permitía la suficiente movilidad si debía escabullirse de nuevo, manteniéndose en cuclillas con su espalda apoyada sobre uno de los contenedores. Centró toda su atención en el sonido en el extremo del callejón, intentando percibir los pasos de las esquirlas. Si las seguían, debería alzarse y correr de nuevo.
Pero no pudo oír nada, ningún paso. Solo los sollozos contenidos de la pequeña abrazada a su pecho.
Alicia tragó saliva. Acarició suavemente la cabeza de la pequeña, “Eh, eh… Ssshhhh, tranquila…”, susurró. Un pequeño rostro lupino de pelaje dorado, corto hocico y brillantes y llorosos ojos verdes se alzó para mirarla. Alicia intentó tranquilizar a la niña con una sonrisa, aunque no pareció funcionar.
“¿Cómo te llamas?”, preguntó.
“Syba”, respondió la cachorra gobbore, con un susurro tembloroso.
“Syba”, repitió Alicia, “Es un nombre muy bonito.”
“Significa ‘alma’. Me lo dijo mi mamá…”
“Alma ¿eh? Yo conozco a una persona que se llama así”, respondió Alicia. Su rostro se tornó serio aunque intentó evitar fruncir el ceño o reflejar miedo, “¿Tu mamá…?”
Un eco de angustia cruzó el rostro de la pequeña, que volvió a abrazarse a Alicia entre sollozos. Alicia Aster abrazó con más fuerza a la niña como si intentase escudarla del mundo, intentando tranquilizarla…
Y en ese momento, algo pesado cayó sobre el contenedor metálico a su espalda. Y una voz quebradiza, como uñas sobre pizarra, rompió el silencio.
“No LlOres pEquEÑa, tE reUniRÁs cOn tu maDre eN la GlOriA deL CanTo”, dijo la esquirla que había saltado sobre la estructura de metal y que ahora las observaba desde lo alto. La niña comenzó a gritar al tiempo que Alicia se movió, sintiendo como algo cortaba el aire a milímetros de donde había estado situada unas décimas de segundo antes.
Lo que las salvó de ser ensartadas fue la combinación de la rapidez de reflejos de Alicia Aster y el hecho de que la criatura la había subestimado de forma obvia. La esquirla no había esperado que un ser humano fuese capaz de moverse tan rápido.
Pero la esquirla era más rápida, y solo necesitaría un roce. Alicia sabía esto aún cuando alzó su rifle de nuevo, consciente de que en esta ocasión no tendría tiempo de disparar. La esquirla desapareció en un parpadeo, moviéndose a más velocidad de la que podía seguir el ojo humano, incluso uno potenciado como el de Alicia.
Y apareció a sus espaldas. Alicia pudo sentir el desplazamiento del aire detrás de sí e intentó girarse. Pero era tarde. Cerró los ojos abrazando a la cachorra y pudo oír el ruido afilado de un corte. Pero el dolor temido no llegó.
Solo el ruido seco de algo cayendo en el suelo y unos jadeos nerviosos.
Alicia se giró, abriendo los ojos como platos ante la escena que tenía delante. La esquirla estaba en el suelo, seccionada en dos partes desde el hombro hasta la zona de la ingle. Su cristal negro se había tornado de un gris oscuro y presentaba un aspecto quebradizo. En su rostro humanoide de facciones antinaturalmente simétricas había algo parecido a la sorpresa.
Los jadeos provenían de la figura recién llegada de pie entre ella y la esquirla, cubierta por una armadura de un gris similar al de los garmoga y que intentaba recuperar el aliento al tiempo que retraía una larga y afilada hoja que se extendía desde su antebrazo blindado.
“Joder. La he cortado. No puedo creer que… ¡Ay, dioses!”, musitó.
A pesar de la distorsión de la extraña armadura, Alicia reconoció la voz, “¿Doctora Vargas?”
Iria Vargas, cubierta por la armadura Glaive y primera no-Rider en dar muerte a una esquirla, se volvió hacia la humana y a la niña a la que ésta había intentando escudar, quien observaba a la doctora con un asombro que desplazó al miedo y al trauma por unos instantes de su mente infantil.
“Eh, hola”, dijo Iria, “Menos mal que he llegado a tiempo, sobrina honorífica.”
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