jueves, 23 de junio de 2022

I08 INTERLUDIO: AMUR-RA

 

La memoria era un bien preciado para Amur-Ra.

Lo era aún más cuando uno había vivido tanto como él. Pues la memoria es finita, e incluso la más portentosa de las mentes comenzará a experimentar lagunas de olvido. Era algo especialmente importante a tener en cuenta cuando uno era más viejo que la mayoría de civilizaciones actuales de la galaxia.

Y aún con todo eso, Amur-Ra era relativamente joven. El más joven de los eldara.

Era un pensamiento que siempre retornaba a su mente de forma recurrente en cada ocasión que sus obligaciones y en ocasiones su ánimo lo llevaban a retornar a su mundo natal, Elderia.

La joya de zafiro de su sistema solar, cercana a los sectores internos del cuadrante Alef, y uno de los mundos más seguros del universo conocido. Y refugio de una gran mentira.

La Ascensión, el ritual que llevó a todos los miembros de las Cinco Mayores, las especies más poderosas y dominantes de la galaxia en su era, a abandonar sus cuerpos materiales y unir sus almas y espíritus al mismo Nexo. Según la tradición, la historia que toda la galaxia conoce, solo los eldara dejaron atrás de forma voluntaria a varios miembros de su especie como salvaguarda de la seguridad galáctica. Ocultos a ojos de todos los demás y con solo uno de ellos ejerciendo de embajador y lazo con los nuevos poderes galácticos, el Concilio en los últimos siglos.

La realidad es muy distinta. Amur-Ra es el último de los eldara aún corpóreo. O semicorpóreo, más apropiadamente dicho.

Y todo por una visión. Fragmentada, incompleta y casi indescifrable, pero una visión enviada por el mismo Nexo, algo que nunca dudó. Fue aquello lo que lo llevó finalmente a negarse a sí mismo la Ascensión. El Consejo de Ancianos accedió a ello, y también lo hicieron los líderes de las otras razas de las Cinco Mayores. Amur-Ra contó con el apoyo de los últimos Rangers en su decisión después de todo, y si bien las guerras ya habían terminado, las palabras de los viejos héroes aún tenían un peso estimable.

Así, los eldara ascendieron, dejando atrás una galaxia en manos de pueblos más jóvenes, y a uno de los suyos como un último guardián solitario y vigilante, atendiendo a los signos del porvenir.

En realidad no fue el único, al principio. Unos pocos más se habían echado atrás y decidido continuar sus vidas, habitando un mundo casi fantasma. Sabía que habían existido casos similares con otros miembros aislados de las Cinco Mayores, pero desconocía sus destinos.

Los miembros de su pueblo que se quedaron con él solo lo acompañaron unos pocos siglos, antes de dejarse sucumbir a la muerte natural, simplemente recorriendo un camino más largo al corazón de la existencia.

Habían pasado diez milenios aproximadamente, si sus cuentas no fallaban.

Para Amur-Ra los años pasaron muy rápido aquellos primeros siglos, aprendiendo a salvaguardar su cuerpo físico de las depredaciones del tiempo y proyectando su mente y alma en un receptáculo taumatúrgico, el pilar del cristal que el resto de la galaxia veía como su cuerpo de cara al público y que había llevado a no pocos a asumir que tal era la verdadera apariencia de todos los eldara.

Atesoraba las memorias, literalmente. Esa era la razón de sus visitas esporádicas a su mundo natal bajo los pretextos de reunirse con los ya inexistentes miembros restantes de su pueblo o pedir consejo o guía para sus labores.

Amur-Ra viajaba a Elderia para almacenar sus memorias en relicarios psíquicos que poder consultar en cualquier momento, para asegurarse de que nunca ninguna laguna surgida en su mente no pudiese ser suplida con el conocimiento salvaguardado.

Su última conversación con Alma Aster lo había impelido a ello. La presencia de Keket en la galaxia indicaba una incipiente aceleración de los acontecimientos. Recordó las nubes y sombras en su vieja visión y se planteo de nuevo si realmente estaban vinculadas a los garmoga o a la vieja Reina de la Corona de Cristal Roto.

Tales eran sus pensamientos cuando su nave, una esfera plateada que parecía forjada en metal líquido, tomó tierra en el último puerto espacial de Elderia, cercano a la residencia automatizada donde reposaban los archivos de memoria de Amur-Ra y su cuerpo natural, aletargado en el abrazo de las máquinas y hechizos que le mantenían vivo.

Supo inmediatamente que algo no iba bien en cuanto salió de la nave. No había nadie más presente, ninguna cosa, ruido o luz fuera de lugar. Todo estaba como debía estar, y aún así el viejo eldara pudo sentir una presión cayendo sobre él, la misma sensación que uno experimentaría en la nuca al saberse observado por un depredador.

Se detuvo en la pasarela que unía la zona de atraque de la nave con los accesos a la ciudadela. Amur-Ra cerró sus ojos y se concentró, dejando que su percepción trascendiera las barreras físicas y que resonase con las líneas de poder del Nexo que estaban entrelazadas con toda la materia de la galaxia.

Pudo sentirla, esta vez con claridad. Una presencia esperando en el corazón de su ciudadela, en la misma cámara que...

Está junto a mi cuerpo, pensó. No pudo evitar la puñalada de terror que sintió.

Se encaminó a su destino, sin acelerar su paso, sopesando que curso de acción tomar. Pero nada claro acudía a su mente más allá de la creciente presencia a cuyo encuentro acudía. Era consciente, de forma lógica, que físicamente ella estaba tan limitada por la materia como cualquier otro ser, pero sentía como si estuviese en todas partes en el interior de la ciudadela.

Finalmente, llegó ante la puerta de la cámara santuario. Ésta se abrió con un siseo y una oleada de vapor frío abandonó la estancia como une neblina serpenteante. Amur-Ra entró, y lo primero que vio fue el sarcófago sellado y semitransparente cubierto de runas, cables y escudos de energía en cuyo interior descansaba su cuerpo humanoide de piel púrpura.

Y sentada al pie del mismo, con una pose extrañamente casual, no muy distinta de la de cualquier persona que estuviese esperando a una amistad para una cita o reunión, se encontraba Keket.

La Reina Crisol. La Reina de la Corona de Cristal Roto. 

Ante los ojos de Amur-Ra su aspecto era seguramente similar al que percibirían los humanos. Una figura femenina, hermosa, como una escultura de cristal negro que parecía absorber la luz a su alrededor. La negrura del mismo vacío, un pedazo de no-existencia dado forma. Las únicas marcas de color, el incandescente rojo de sus ojos y la ambarina transparencia de su corona quebrada en su frente.

Se levantó cuando lo vio llegar, con una sonrisa afilada.

"Saludos. Confieso que hay algo retorcido y entrañable en que aún quede alguno de los vuestros", dijo. Su voz era melodiosa, hermosa. Pero había una corriente de algo bajo la cadencia de sus palabras que habría hecho sangrar los órganos auditivos de muchas especies y gritar de pavor otras tantas, "Creo que ya me conoces, si me fío de la expresión de tu rostro... ¿Y tu nombre es?"

"Soy Amur-Ra, señora."

"Amur-Ra, Amur-Ra... temo que no me resulta familiar", replico ella al tiempo que comenzó a acercarse a él, "Asumo que nunca coincidimos en el campo de batalla."

"Nací mucho después de vuestra derrota, señora. Os conozco únicamente por las historias de mi madre y los registros de mi gente."

Keket bufó, llevándose una de sus manos a su mentón al tiempo que inclinaba la cabeza, "Mmm, derrota. Si, supongo que es una forma válida de llamarlo", concedió, "Es cierto que después de todo la Historia la escriben los que han quedado vivos para contarla, ¿no es así?"

"No sabría decirlo, señora", replicó Amur-Ra. Intentó retroceder lentamente, pero ella avanzó de nuevo hacia él con sorprendente velocidad, situándose justo enfrente de su rostro con una sonrisa juguetona y cruel en el suyo propio.

"¡Ah! ¡Pero si lo sabes, Amur-Ra! Después de todo, estoy aquí por una razón ¿Acaso no lo sabes?", preguntó al tiempo que su expresión se tornaba en una mueca de furiosa fealdad, "Conoces el Pacto, ¿cierto?"

"Tras... tras la Guerra de la Calamidad se determinó que era mejor ofreceros clemencia. Que forzar más el conflicto llevaría a consecuencias desastrosas. Vuestro imperio ya había sido neutralizado y se determinó que vuestro aprisionamiento era la mejor alternativa, sobre todo para poder permitir a los Rangers centrarse en..."

"Bien, bien, no sigas. Está claro que sabes parlotear tus lecciones de historia", interrumpió ella, dándole de nuevo la espalda al tiempo que agitaba exasperada sus brazos, "¡El Pacto, Amur-Ra! ¿Lo conoces o no?"

"Accedisteis a vuestro aprisionamiento si se garantizaba la seguridad de vuestro pueblo. La Comandancia de los Rangers se comprometió a ello."

Por unos instantes reinó el silencio entre los dos. Amur-Ra pudo ver como Keket, aún de espaldas a él, cruzaba sus brazos abrazándose a sí misma como si intentase combatir el frío.

"Me fié de ellos ¿sabes?", comenzó de nuevo la Reina Crisol, "Convertí mi trono en una tumba y dormí sabedora de que mi pueblo, mis hijos, estaban a salvo. Aún en mi sueño los sentía en el mundo sobre mí. Ya no eran un imperio, ni lo recordaban. Pero eran felices, en su mayoría. Los sentía nacer, vivir y morir. Crecer y declinar. Estuvieron a punto de alcanzar las estrellas de nuevo y una guerra absurda lo echó todo por tierra hasta que quedaron reducidos de nuevo a tribus, una sombra triste y mermada de sus antiguas glorias... pero estaban vivos."

Un sollozo apenas contenido hizo estremecerse a la Reina. Amur-Ra se sorprendió a si mismo notando que, de haber podido, habría puesto una mano sobre su hombro para consolarla. Pero cualquier simpatía que hubiese podido sentir se diluyó de nuevo abrumada por el miedo cuando Keket se giró para mirarlo.

Sus ojos rojos refulgían con una ira venenosa y cruel. Una presión de instinto asesino y furia inundó el aire.

"Estaban vivos... y entonces llegó una plaga de las estrellas, y no había ningún Ranger para frenarla. Y ahora mis niños han muerto y su sangre derramada me ha despertado", dijo Keket.

Una sensación indescriptible recorrió el alma de Amur-Ra. En su sarcófago, su cuerpo aletargado se estremeció.

"Los garmoga", musitó...

"Los garmoga, interesantes monstruosidades", repitió Keket con deje burlón, "Ah, la galaxia... He estado tocando cositas por aquí y por allá, curioseando con mis nuevas Esquirlas. Todo ha cambiado y al tiempo todo sigue siendo la misma escoria. Y pagan aquellos que no pueden defenderse... los míos."

"Vuestro pueblo... los registros de vuestro mundo y su localización exacta fueron borrados, incluso de los archivos de mi gente", explicó Amur-Ra, "Nunca pensé que... Lo siento, Keket-aika."

Ella lo miró, esta vez con una expresión indescifrable y en silencio por unos instantes antes de hablar de nuevo mientras comenzaba a caminar a su alrededor, como un depredador en torno a una presa.

"Estás siendo sincero", susurró, "En verdad."

"¿Debo considerar que los garmoga son vuestros enemigos, señora?", preguntó Amur-Ra.

La pequeña chispa de esperanza que portaba aquella cuestión fue extinguida en cuanto una rabia intensa se materializó en el rostro de la Reina, "Si, son mis enemigos. Y lo es toda la galaxia. ¿Por qué perdonar a aquellos que no pudieron prometer lo cumplido?"

"Las gentes de la galaxia son inocentes, señora. Los Rangers se disolvieron y..."

"¡ESO NO ES EXCUSA!", gritó, "¡Debían haber transmitido su legado! ¡Debían haber garantizado la salvaguarda de mi mundo, pero lo dejaron a su suerte y sujeto a los apetitos de nuevas abominaciones mientras el resto de la galaxia vive feliz como ganado ignorante de camino al matadero! ¿¡Y por qué se disolvieron para empezar, maldita sea!?"

"Tras la última guerra... su presencia ya no era necesaria. La galaxia y sus gentes debían seguir sus propios caminos, buscar la luz del Nexo por sí mismos. Una fuerza militar con ese poder invitaba al control y a la tiranía y todos renunciaron a su poder de forma voluntaria", explicó el eldara.

"¿Su presencia ya no era necesaria?", preguntó Keket. Había algo en su voz, en la forma en qué hizo la pregunta, que hizo estremecerse a Amur-Ra.

"En la última guerra pan-galáctica, él fue... Ellos consiguieron derrotarlo."

"Milenios. Han pasado milenios y aún no os atrevéis a decir su nombre", musitó Keket al tiempo que se situaba de nuevo ante Amur-Ra, "Los garmoga. Cuando los exterminé, toqué sus mentes, para escuchar su Canto, para aprender. Son criaturas muy curiosas. Creadas, no nacidas. Como un cruce de insectos hambrientos y niños pequeños que no pueden parar de pedir más, y más y más... pero eso no es lo interesante."

La Reina de la Corona de Cristal Roto miró fijamente a Amur-Ra, y había algo casi parecido a la lástima en sus ojos incandescentes, "Si los Rangers consiguieron derrotarlo, dime entonces Amur-Ra ¿Cómo es que he podido notar restos de su presencia en las mentes de los garmoga?"

"Eso... eso no es posible", replicó el eldara, pero supo inmediatamente que acababa de encontrar una nueva pieza del rompecabezas de su vieja visión. La verdadera oscuridad.

"Créeme o no me creas, me da igual", dijo Keket, acariciando con suavidad el cristal que contenía a Amur-Ra. Éste se estremeció y en el sarcófago cercano su cuerpo físico se convulsionó por un instante ante el contacto. "Voy a terminar con los garmoga, y con él. Y lo haré quemando a toda esta galaxia y a todas sus gentes para asegurarme, Amur-Ra. Pero a ti... a ti no te voy a matar. Todavía no, porque has sido sincero y eso puedo honrarlo."

Vivirás hasta el final, morirás cuando no quede nadie más que tú sobre las cenizas. Las palabras no fueron pronunciadas en voz alta, pero Amur-Ra pudo sentirlas con plena claridad.

Finalmente Keket se alejó de él. La Reina pasó a su lado y comenzó a caminar hacia la salida, con un andar lento pero seguro, sabedora de que él no podría hacerle nada en aquel momento y vivir para contarlo. Pero aún siendo consciente de ello, Amur-Ra sintió un impulso, la necesidad de dejar claro que la galaxia no iba a aceptar aquella situación.

"¡Keket-aika!", llamó.

La Reina detuvo su paso. Una ligera inclinación en su cabeza indicaba que estaba escuchando. Amur-Ra habló de nuevo.

"Los Riders te detendrán."

Keket giró su cabeza, posando de nuevo su mirada ante él, "Hicieron falta centenares de escuadrones de Rangers para derrotarme. Miles de vuestros coloridos guerreros con sus vehículos, naves y bestias, Amur-Ra", dijo.

La Reina sonrió, enseñando sus dientes, perlas cristalinas y afiladas.

"¿Que podrán hacer seis niños que apenas son una sombra de lo que eran sus predecesores y sus lagartijas voladoras?"

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