Cualquiera que fuese la inteligencia dictando los movimientos de los garmoga, ésta supo determinar un punto de entrada óptimo para garantizar que la respuesta de los cuerpos de defensa del planeta Cias no fuese todo lo inmediata que debía haber sido.
Siguiendo los parámetros de seguridad establecidos tras la situación en Calethea 2, el ZiZ y otros sistemas de observación por satélite pensados para la prevención de la entrada de enjambres garmoga desde el espacio habían derivado la mitad de sus recursos a exploraciones rutinarias de la superficie de cada planeta bajo su supervisión.
El problema era la falta de recursos y optimización derivada de tener que cubrir dos frentes de vigilancia en vez de uno solo en tan poco tiempo desde los cambios introducidos en apenas una semana y media. Algunos mundos y colonias lo implementaban mejor y más rápido que otros.
No era el caso en Cias.
La prioridad estaba siempre sobre las grandes ciudades flotantes y la capital, quedando los intereses de los barrios bajos de la superficie en segundo plano. La presencia de dichas grandes masas urbanas actuando de cobertura de la superficie planetaria también dificultó la detección temprana.
Para cuando los principales sensores de seguridad en el centro de defensa de Cias comenzaron a dar señales de alarma y confirmaron la presencia garmoga en el planeta, el enjambre ya se había comenzado a extender por las áreas urbanas abandonadas de los barrios antiguos. La Zanja y otras zonas similares eran la siguiente parada.
Los sensores se tornaron rojos en el monitor de uno de tantos trabajadores anónimos. Cuando informó a sus superiores, las mismas señales de alarma se habían extendido a otros puestos de monitorización.
La respuesta de la burocracia de Cias, un mundo comercio al servicio de aquellos con suficiente renta para poder permitirse su presencia en las Ciudades Altas, fue tristemente previsible.
En cuanto se constató la presencia de los garmoga se dio la orden para iniciar la evacuación y asegurar la zona... en las Ciudades Altas. Todos los cuerpos de seguridad y defensa planetaria atrincheraron las fortalezas urbanas para garantizar que los ricos y poderosos pudiesen salir del planeta sin tener que preocuparse más de lo debido de que algún dron garmoga ascendiera hasta ellos.
No se había expresado en voz alta, pero era algo tácito que se esperaba dar el mismo trato a cualquier intento de huida por parte de los habitantes de La Zanja hacia los niveles superiores. Para la administración y el gobierno planetario de Cias (el cual era básicamente un títere constituido por los intereses de un puñado de megacorporaciones) el papel del resto de la población era ser carnaza.
Si los habitantes de La Zanja y similares áreas podían escapar por sus propios medios o hallar refugio, allá ellos. Pero no gozarían de la protección ni sistemas de evacuación establecidos.
Sus esperanzas recaían en una pronta llegada de los Riders y los Dhar Komai. El problema era la presencia de los Riders en Aurum en una serie de prácticas de entrenamiento. Los Aster saltarían a la acción en el momento que recibiesen el aviso de lo que ocurría en Cias, pero tardarían al menos una hora en llegar.
Así que la gente de La Zanja estaba sola, a su suerte. Los garmoga se entretendrían consumiéndolos mientras los más afortunados habitantes de los centros urbanos ricos abandonaban el planeta en relativa comodidad.
Al menos tuvieron la consideración de activar las alarmas sonoras.
******
Los mellizos y el doctor aún estaban en la cocina cuando comenzó a sonar. Un lamento prolongado y estridente que parecía ascender desde lo más profundo hasta convertirse en un chillido agudo y continuo, ensordecedor.
La alarma de infestación.
Axas palideció, sintiéndose paralizado de pies a cabeza. En contraste, Dovat se incorporó como impulsada por un resorte. Su rostro no expresaba menos alarma y temor que el de su hermano, sin embargo.
El rostro envejecido de Ivo Nag había adoptado una expresión de seria gravedad que hasta aquel momento nunca habían visto en él. Podría parecer confiado y sereno a pesar de lo que implicaba la situación, pero la forma en que se había levantado todo el plumaje de su cabeza y antebrazos indicaba un creciente nerviosismo.
Pese a ello fue el primero en hablar.
"A la azotea, vamos."
Ivo Nag salió de la cocina, seguido de Dovat. Axas se levantó de la mesa, haciendo ademán de seguirles, "¿No llevamos nada más?"
"Lo puesto", dijo Nag, "Es una incursión garmoga, pollito ¿nunca habéis estado en alguna?"
"No, no realmente", respondió Dovat, "Pero hemos estudiado los protocolos."
"A la mierda los protocolos", bufó Nag, abriendo la ventana que daba a la parte posterior del apartamento y a las escalinatas y plataformas de emergencia, "No hay dos planetas con los mismos protocolos, y puedo asegurarte que los de aquí son una mierda. Subamos a la azotea."
La actividad y frenesí eran evidentes. No eran los únicos que habían salido a las plataformas.
Dovat pudo ver a muchos de los habitantes del mismo bloque de pisos y de otros adyacentes abandonando sus hogares. Individuos solitarios, grupos pequeños, familias... algunos corrían como ellos, únicamente con lo que llevasen encima en aquel momento. Otros parecían intentar llevar consigo pequeños equipajes o pertenencias, ya fuesen algo improvisado o algo preparado de antes en previsión de afrontar una situación así.
Unos cuantos ascendían a las azoteas de los edificios, pero una gran mayoría descendía a las calles.
Ivo Nag pareció irritarse ante aquello. Se agarró a la barandilla e inclinó su cuerpo, comenzando a gritar a quien pudiese oírlo, "¡Subid a las azoteas, jodidos imbéciles!"
Unas plataformas más abajo, un vecino respondió, "Pero Doctor, los refugios..."
"¡Los refugios son trampas! Para lo único que servirán es para que los garmoga os encuentren bien almacenaditos como comida en conserva", exclamó Nag, "¡Subid a las azoteas y desde ellas intentad avanzar hacia la zona del puerto, las lanzaderas son la única posibilidad real que tenemos!"
"¿No vuelan los garmoga?", preguntó Axas mientras ascendían.
"Los drones, si", respondió Nag, "Pero mientras tengan acceso fácil a la superficie prefieren arrollarla como un tsunami con dientes antes de ponerse a revolotear por ahí. También depende del número de ellos que esté concentrado en una zona. De todas formas, siempre tendremos más posibilidades en lo alto que si nos quedamos a ras de suelo."
"Tiene que haber cuerpos de seguridad, algún destacamento...", dijo Dovat.
Ivo Nag señaló con un dedo huesudo a la base metálica de la Ciudad Alta.
"Cualquier seguridad digna de ese nombre en este planeta está ahora ahí arriba ayudando a un montón de cerdos inflados de dinero a salir de rositas. Seguramente han atrincherado los accesos para que nadie de aquí abajo pueda subir."
"Pero... la gente...", musitó Axas.
"La gente les importa una mierda, y tienen el pretexto de que es seguridad para frenar a los garmoga. No, la única ayuda que vamos a recibir en La Zanja y otros sitios como éste solo llegará si aparece algún destacamento del Concilio en órbita o cuando lleguen los Riders."
Dovat tuvo que reprimir una pequeña oleada de resentimiento ante la mención de los Riders, y morderse la lengua antes de decir nada. Continuaron ascendiendo por las escalinatas hasta la parte superior. Se encontraban ya a pocas decenas de metros de la azotea.
"¿Cuál es el plan cuando lleguemos arriba?", preguntó.
"Todos estos edificios están o muy pegados unos a otros o unidos por pasarelas o barrios de chabolas semiflotantes", explicó Nag, "Desde aquí podemos ir avanzando de bloque en bloque en dirección sur hasta el espaciopuerto y vuestra lanzadera en la terminal 12."
Los mellizos se quedaron perplejos por un instante.
"¿Cómo demonios sabe dónde hemos dejado nuestra lanzadera?", preguntó Axas.
Ivo Nag graznó un amago de risa, "He hecho mis deberes cuando no mirabais, pollito", respondió, "No os iba a dejar quedaros conmigo sin informarme bien, ¿no?"
Dovat iba a decir algo cuando lo oyó.
La alarma continuaba su lamento estridente, pero aquel sonido parecía venir de lo profundo. Reverberaba, y pudo notarlo en sus huesos. Un temblor de tierra, un zumbido constante acompañado por otra cacofonía de sonidos que tardó un instante en darse cuenta de que se trataban de gritos.
Los tres interrumpieron su ascenso por un instante y observaron el horror.
No fueron los únicos, lo mismo hicieron muchos de los vecinos que los rodeaban. Las expresiones en todos sus rostros eran una mezcla irregular de asombro genuino y terror abyecto. Algunos cayeron en ataques de pánico, otros se dejaron caer como si hubiesen perdido la voluntad de seguir adelante.
Desde el norte, en la calle ancha donde se situaba el bazar, vieron avanzar una ola de metal y carne. Los drones garmoga caían sobre La Zanja como una alfombra viviente, consumiendo todo a su paso. Corroían la superficie del suelo y de las fachadas de los edificios, y daban cuenta de cualquier persona o animal que caía ante ellos.
Una manada de gente corría calle abajo intentando alejarse de la infestación, pero no eran lo suficientemente rápidos. Una vez los garmoga los alcanzaban no duraban demasiado. Era quizá la única piedad que recibían, una muerte relativamente rápida, desmembrados y consumidos.
Dovat reprimió las náuseas ante aquella visión. Su vista (mucho más nítida y capaz de ver a más distancia que nunca, algo que maldijo en aquel momento) se centró en una mujer humana a la que un dron garmoga se había adherido a la cara. El dron la dejó llevándose consigo el pellejo y dejando a la mujer con su rostro desollado y sin párpados gritando antes de que otros tantos drones se abalanzasen sobre ella silenciándola para siempre.
Era solo una de tantas otras estampas similares, produciéndose en escasos segundos una tras otra en la carnicería en que se estaba convirtiendo Cias.
"No tenemos mucho tiempo", susurró Nag, "Subamos. Ya."
Continuaron el ascenso y estaban ya en la última escalinata antes de llegar a la azotea cuando Dovat escuchó unos gritos de pánico que destacaron sobre todo los demás. Una voz que conocía. Miró hacia abajo.
En los niveles inferiores de la escalinata habían girado las tornas. Gente que había estado hasta aquel momento intentando descender para dirigirse a los refugios subterráneos ahora buscaba volver a lo alto. Las masas se apelotonaban intentando ascender para evitar el cada vez más cercano enjambre garmoga, entorpeciéndose unos a otros, arrojándose accidentalmente al suelo al subir a empujones en un pánico ciego.
Dovat la reconoció. La misma niña atliana a la que había ayudado hace unos días. Se llamaba Resva.
Un varón atliano, supuso que su padre, la sujetaba en brazos intentando alzarla hacia una plataforma superior donde una mujer con la que Resva compartían abundantes rasgos intentaba tomarla en brazos, inclinándose peligrosamente sobre la barandilla de la plataforma.
El metal cedió y la mujer y otros pocos cayeron. El padre de Resva intentó agarrar a su esposa con un brazo mientras sostenía a su hija con otro, pero solo consiguió que ambos fuesen también arrastrados por la caída. El resto de la plataforma inferior comenzó a desprenderse de la fachada, quedando en un equilibrio precario.
Resva y sus padres estaban relativamente ilesos, solo algo magullados por la caída. Pero ahora estaban en la superficie, en la calle, y la oleada garmoga se acercaba.
No había signo alguno de personal de seguridad, o de ninguna milicia, nadie que pudiese plantar cara aunque fuese unos instantes. Los Riders no habían llegado aún y solo los dioses saben cuándo sería eso.
El resto de gente corría, intentando ascender de nuevo, o probando suerte en los callejones, buscando rincones donde esconderse. La mayoría se limitaban a correr calle abajo, esperando que los garmoga se tomasen su tiempo con los que venían detrás, prolongando lo inevitable.
Resva y su madre intentaban ayudar a su padre a incorporarse. El padre parecía haber tenido algo de peor suerte en la caída, visiblemente aturdido y con un corte sangrante en la frente. La mujer atliana podía ver ya a los garmoga y Dovat percibió como el brillo abandonaba sus ojos. Pura resignación. Abrazó a su hija, un último intento de escudarla ante lo que iba a ocurrir.
Nadie iba a ayudarlos.
Igual que nadie ayudó a nuestros padres, pensó Dovat.
En aquel momento, no fue consciente de ello. No escuchó realmente los gritos alarmados de su hermano y del doctor Nag.
Solo tenía aquel pensamiento resonando en su cabeza y la imagen de aquella familia en la calle a punto de afrontar la muerte.
Dovat saltó. Cayó desde la plataforma más alta, docenas de pisos de altura, casi un centenar de metros.
En su esternón, una esfera dormida despertó.
Y se hizo la luz, acompañada por el retumbar del trueno.
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