El resplandor verde del portal garmoga iluminaba el centro de la caverna subterránea donde se encontraba, con sombras y reflejos bailando en las paredes de roca y otorgando al lugar un aura de fantasmagoría enfermiza.
Athea había tardado en encontrarlo más de lo que le hubiese gustado admitir, pero la red de cuevas y galerías subterráneas en Alirion había demostrado ser enfermizamente laberíntica. La astuta inteligencia de los garmoga los había servido bien estableciendo aquel recóndito lugar del planeta como su punto de entrada, ocultos a ojos de todo el mundo.
Contando con el menor tamaño de todos los Dhars, Sarkha podía maniobrar razonablemente bien en los túneles más amplios, pero incluso el dragón de escamas de obsidiana debía volar más lento de lo acostumbrado y concentrarse en sus maniobras si quería evitar choques contra las paredes de las cavernas y sus afiladas formaciones rocosas.
Su mente y la de Athea habían estado en un estado constante de coordinación, algo que resultaba agotador para ambos. De todos los Dhars, Sarkha era el que contaba con un lazo psíquico más débil con su Rider.
El Dhar Komai era, a pesar de su menor tamaño, el más temperamental de todos los de su estirpe. O quizá lo era debido a ello. Avra había hecho una broma sobre complejos y tamaños una vez.
Lo cierto es que al final del día, mientras los otros Dhars no solían tener problemas al tratar con cuidadores u otros miembros del personal de los Corps al margen de sus Riders, Sarkha prácticamente solo toleraba a Athea y quizá a sus hermanas y hermanos, pero a nadie más. Sin excepción.
Y si bien el Dhar Komai y la Rider Black trabajaban bien juntos, si era cierto que un uso prolongado y complejo del lazo psíquico entre ambos requería algo más de esfuerzo consciente del que necesitaban los demás Riders con sus respectivos Dhars.
Pese a ello y las mayores dificultades de maniobra, Athea creía que estaban llevando a cabo una labor aceptable en las galerías subterráneas. Aunque varias de las ramificaciones de túneles eran demasiado pequeñas y podrían permitir que se escabullesen por ellas algunos drones garmoga, las llamas de Sarkha habían sido una solución.
Para los drones garmoga en los túneles el ataque debió ser como presenciar una marea de sombras llameantes arrasándolo todo a su paso. El Dhar había rodeado su cuerpo de energía y emitido ondas de la misma repetidamente durante su avance por los subterráneos junto con descargas constantes de su aliento de fuego. Los túneles se llenaron de llamas negras que recorrieron las galerías hasta llegar a los huecos más diminutos y aislados, incinerando a todo dron o centurión garmoga a su paso.
La Rider Black y su Dhar incluso habían dado cuenta de otras tres quimeras garmoga en proceso de formación. Cúmulos de masa bio-orgánica palpitantes, uno de ellos del tamaño de un edificio y prácticamente lista para eclosionar. Las llamas negras las bañaron con más intensidad que a cualquier otra criatura, reduciéndolas a átomos.
Athea y Sarkha solo habían interrumpido el flujo de llamas y plasma cuando percibieron la energía del portal de los garmoga.
Athea sintió todo el vello de su cuerpo erizarse. Hasta aquel momento los únicos que habían estado realmente cerca de una de aquellas cosas habían sido Alma y Antos, y ninguno de los dos había hablado demasiado del asunto más allá de la urgencia de cerrar el portal.
En cierto modo era algo hermoso, si se usase únicamente la vista para percibirlo. Un disco de luz bidimensional esmeralda flotando en el aire en posición vertical, ofreciendo una engañosa sensación de profundidad en la vorágine en movimiento su centro.
Pero para los sentidos de la Rider unidos al poder del Nexo, el portal se sentía como una llaga, una herida rezumantes de la que brotaban parásitos dispuestos a drenar la vida de todo lo que les rodeaba. La cueva en donde se encontraba transmitía una sensación como la de un lugar muerto. Incluso en una localización como aquella debería haber existido un pequeño ecosistema, retazos de vida saliendo adelante, pero ahora solo quedaba roca desnuda y árida.
Con una última orden mental, Athea emergió de la silla-módulo y saltó del lomo de su Dhar. Sarkha procedió de nuevo a emitir un flujo de llamas negras rodeando el área alrededor del portal pero con cuidado de que no entrasen en contacto directo con la masa de luz verde. Una reacción no buscada entre ambas energías podría ser catastrófica.
Por su parte, Athea materializó su arco Saggitas y comenzó a girar sobre sí misma en su caída. Cientos de flechas de energía oscura volaron a lo largo y ancho de toda la caverna dando cuenta de los drones y centuriones que habían evitado el asalto de Sarkha. Aún quedaban varias docenas de ellos en pie, pero si era rápida no tendrían tiempo de frenarla.
Antes de tocar el suelo, la energía del Nexo ya había fluido a lo largo de su cuerpo. Una esfera de luz grisácea tomó forma en la palma de su mano, concentrándose hasta tener una apariencia casi sólida. Athea sintió su peso sobre su mano, como si aquella concentración de energía tuviese una masa incalculable. El mero hecho de mantener una forma precisa y fija, evitando que se disipase, suponía un esfuerzo titánico.
En los últimos metros de descenso, todos los músculos de su cuerpo estaban en tensión, su brazo sufría calambres y bajo su casco el sudor perlaba su frente. Si debía mantener la concentración sobre aquella cosa un minuto más, la integridad de su propia armadura se vería comprometida.
En el momento en que los pies de la Rider Black tocaron la fría roca de la caverna, Athea lanzó su cuerpo hacía adelante y arrojó la bola de energía con todas sus fuerzas. La masa de poder concentrado voló sin que su trayectoria fuese interrumpida, demasiado rápida para los drones garmoga más cercanos, incluidos aquellos que aún emergían del portal, e impactó de lleno contra el corazón de aquella grieta en la realidad.
Por unos instantes la bola de luz gris y negra, girando sobre sí misma, pareció quedar suspendida frente al portal. Athea temió lo peor, pensando que quizá Antos se hubiese equivocado al elaborar aquella técnica...
Pero entonces la esfera luminosa fue absorbida por la espiral de energía esmeralda. Athea relajó su concentración y liberó la tensión que atenazaba su cuerpo.
A años luz de distancia, en un mundo apartado de la galaxia consumido hace tiempo por los garmoga, la esfera de energía emergió a través del portal, ante la sorpresa de los miles de centuriones y drones garmoga presentes que se disponían a cruzarlo. Alejada de la Rider Black y sin la concentración de aquella para mantenerla estable, la esfera detonó.
La explosión de energía taumatúrgica colapsó el portal garmoga en una segunda detonación. De forma similar a cuando Alma Aster y Solarys golpearon el portal de Calethea 2 hace poco más de medio año, la energía liberada se expandió en un domo de luz negra destructiva visible desde el espacio.
Mucho más grande e inestable que el ataque concentrado de la Rider Red, la energía en aquel mundo garmoga se llevó por delante un tercio de la superficie planetaria, incinerando a todas las abominaciones a su paso. Drones, centuriones y quimeras ardieron consumidos.
Pero la fuerza de la detonación es tal, y de una escala tan gargantuesca, que el eje de rotación del planeta se ve afectado, así como su órbita alrededor de su sol. El proceso resultante se prolongaría durante eones, pero aquel mundo terminaría escapando de su órbita debido al impacto sufrido en un remoto futuro.
En contraste, al otro lado de la galaxia, en las cuevas de Alirion, el portal garmoga parpadeó por un instante antes de desvanecerse sin causar daño alguno. Como si se hubiese apagado un mero farol sin más consecuencias que la caverna sumiéndose en una oscuridad total sin ninguna otra luz más que el tenue brillo blanquecino del aura que envolvía a la negra armadura de Athea Aster y a su Dhar Komai.
Como si un interruptor hubiese sido pulsado, Sarkha inundó el lugar de nuevo con una oleada de llamas y plasma, esta vez sin contenerse y sin preocupación alguna de causar una posible reacción adversa. Al igual que en el otro planeta y al igual que en las demás cavernas de Alirion, los drones y centuriones garmoga murieron con sus cuerpos consumidos por llamas de sombras más calientes que un sol.
Varios centuriones intentaron saltar sobre Sarkha. Otros intentaron lo mismo contra Athea. Desesperados y convirtiendo sus cuerpos en masas palpitantes de cuchillas afiladas y cableado espinoso, se arrojaron en un último asalto suicida contra la Rider Black.
Athea Aster no se inmutó. No se dignó a mover un músculo. No fue necesario.
El fuego de Sarkha cayó sobre ellos reduciéndolos a menos que cenizas. Uno de los centuriones había conseguido situarse casi hasta estar al lado de la guerrera, con la punta de su brazo derecho convertido en una lanza orgánica a unos pocos milímetros del cuello de la Rider Black antes de disolverse.
El fuego de Sarkha había bañado e inundado toda la caverna, y Athea Aster estaba en el centro. Las llamas y plasma envolvieron su cuerpo pero no sufrió ningún daño. La Rider se relajó, el fuego negro lamiendo su armadura y fundiéndose con ella como si fuesen una única entidad.
Si alguien pudiese verla en aquel momento, en la oscuridad profunda e impenetrable de aquella cueva, Athea Aster les habría parecido un demonio de sombras en movimiento.
La Rider Black se permitió una sonrisa cuando expandió su lazo psíquico para contactar con sus hermanas y hermanos e informarlos de la situación.
Misión cumplida.
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