“¡Tenemos que poner punto final a esto, ya!”
La voz de Alma Aster resonó tanto en el campo de batalla, a través del aire y de los dispositivos de comunicación en los cascos de sus hermanas y hermanos.
Llevaban ya horas enzarzados en combate con la Guardia Real de Keket. Las esquirlas multicolor estaban demostrando ser rivales formidables. Cuando los Riders comenzaron a cambiar sus estrategias intercambiando oponentes o atacando en tándem, las esquirlas comenzaron a adaptarse e incluso a imitar a sus enemigos con una efectividad terrorífica.
No ayudaba que el flujo del combate les mantenía de forma constante a la defensiva, evitando que sus enemigos llevasen a cabo un contacto directo. Pero si bien las esquirlas no habían conseguido propinar ningún golpe de lleno, el agotamiento y el desgaste comenzaba a hacer mella en los Riders. Si no conseguían dar un giro decisivo a la batalla, la situación se tornaría más crítica de lo que ya era.
“Si Keket realmente se dirige a Occtei, las defensas planetarias y las fuerzas de los Corps no podrán hacer mucho para frenarla”, observó Armyos al tiempo que conseguía propinar un fuerte golpe de martillo sobre la esquirla azul, ”Tenemos que terminar aquí pronto para poder acudir.”
“Alma”, intervino Athea, “Tengo una idea.”
“Te escucho”, replicó la Rider Red esquivando otra acometida de la esquirla de su mismo color.
“Es un riesgo, pero creo que debemos asegurar la situación y que luego al menos tu y yo acudamos a Occtei mientras los demás rematan la purga de esquirlas del planeta.”
“¡Purga que aún no hemos podido comenzar!”, gritó Avra mientras Antos y ella hacían retroceder a otras dos esquirlas de la Guardia Real.
“Ahí está la parte arriesgada”, continuó Athea, sin cesar de disparar proyectiles a todo oponente, “Debemos neutralizar primero la pirámide para poder dar un respiro a la flota, aunque tengamos que dejar a estas monstruosidades en la superficie a su libre albedrío un tiempo.”
“Y una vez liquidado el constructo podemos centrarnos en la Guardia Real», dedujo Alma.
“Si. Con los Dhars.”
Si no salía bien, si cometían el más mínimo error... dejarían a dos mundos y al resto de la galaxia a su suerte.
Pero no tenían muchas alternativas ¿verdad?
******
Los cinco Riders estallaron en destellos de luz, dejando atrás a cinco esquirlas desconcertadas. Las criaturas se miraron entre si, agrupándose y cubriendo sus espaldas temiendo algún tipo de ataque sorpresa. Los Riders ya habían usado su teleportación en combate antes y podían ser impredecibles.
Pero no ocurrió nada. Lo único que rodeó a la Guardia Real fue el silencio inmediato, los ecos de los gritos y la destrucción en los núcleos urbanos cercanos aún no derruidos del todo y el tronar de las naves en los cielos.
Una de las esquirlas, la de color rosa, comenzó a emitir un sonido estertóreo y disonante. Una risa, o al menos lo más aproximado a una risa que aquellos seres podían emitir.
Su única respuesta fue un golpe en la nuca por parte de la esquirla de color negro. Cuando la rosa, visiblemente irritada, se volvió hacia ella, la segunda se limitó a señalar a las demás con un gesto de la cabeza.
Las otras esquirlas observaban los cielos, donde en la lejanía de las capas más altas de la atmósfera podían apreciarse de repente unas familiares y coloridas explosiones de energía.
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Fue algo casi instantáneo. Los cinco se materializaron en el espacio, prácticamente sobre los lomos de sus Dhar Komai. En cuanto las draconianas bestias sintieron la presencia inmediata de sus jinetes, cesaron en su sucesión de ataques contra la estructura piramidal y mantuvieron sus distancias al tiempo que los Riders se acomodaban de nuevo en sus sillas-módulo.
“Atención, al habla Rider Red. Flota Conciliar, respondan. Repito, al habla Rider R...”
“La oímos, Rider Red”, respondió una voz masculina y cansada, “Al habla el Almirante Mossoar, creía que estaban ocupándose de la situación en superficie.”
“Hemos recibido información de un posible segundo frente de ataque en Occtei.”
“¡Maldita sea! Tenemos a casi toda la flota aquí, y esa monstruosidad no cede, no podemos prescindir de...”
“De eso es de lo que nos vamos a ocupar ahora mismo Almirante”, interrumpió Alma, “Necesito que se coordine con los demás miembros del almirantazgo y la capitanía. Conformen un perímetro amplio en torno al hemisferio y déjennos espacio. Esto va a ser... expeditivo.”
“Entendido Rider Red. Buena suerte.”
Lo que siguió fue un movimiento en masa de todas las lanzaderas, destructores y fragatas dispersos en el área de combate inmediata. Si la inteligencia que movía a aquella pirámide, fuese lo que fuese, se percató de los cambios que se estaban produciendo a su alrededor, no dio señal alguna de ello.
“Esto no debería ser tan duro como lo del sistema C-606”, dijo Antos, “Pero esa cosa lleva casi una hora aguantando fuego constante de nuestros Dhars.”
“Creo que la clave es la ranura cerca de la cúspide”, indicó Athea, “Es demasiado similar al ojo de la estación Iris transformada. Su ataque es prácticamente una réplica exacta.”
“¿Crees que podrías repetir una jugada como la que hiciste allí con Sarkha?”, preguntó Alma.
“¿Atravesarlo de un extremo a otro? No estoy segura. El ojo del Iris era un objetivo limpio, con esto no lo tengo tan claro, no hay forma de discernir la configuración del interior de esa cosa...”
“Pues lo freímos desde fuera”, dijo Avra, “Como con el planeta. Concentramos todo el fuego ahí hasta que reviente.”
“Nuestros Dhars volverán a quedar exhaustos...”, observó Armyos.
Alma no dijo nada. Debían neutralizar aquella cosa cuanto antes y asegurar la posición en Avarra, pero cuanto más tardasen peor sería para Occtei.
“Podemos tres”, dijo Antos.
“¿Qué?”, preguntó Alma, saliendo de su ensimismamiento momentáneo.
“Mira a Athea y dime que no está tan ansiosa de salir corriendo hacia allá como tú”, replicó el Rider Purple, “Tú tienes allí a Iría, y ella y todos tenemos a Alicia.”
“No podemos dejaros hacer esto sol...”, comenzó a decir Athea, pero se calló en cuanto el vacío del espacio fue iluminado por el destello del aura anaranjada de Volvaugr y Armyos amplificándose al máximo.
“Hermanas mayores”, dijo el Rider Orange, “Nos las podemos apañar. Ahora id a salvar a nuestra casa.”
“¡Joder, si!” exclamó Avra, Rider Blue, al tiempo que su Dhar Tempestas también se veía envuelto por una vaporosa aura de poder azulado y relámpagos de color celeste bailando a su alrededor.
“Lo dicho, tres podemos ocuparnos de esa cosa. No es como si fuese del tamaño de un planeta”, añadió Antos. Su Dhar, Adavante, había comenzado a generar también un aura de poder púrpura que parecía rezumar a través de sus escamas como algo sólido.
Si hubiesen estado de pie una junto a la otra, Alma y Athea se habrían mirado e intercambiando una conversación silenciosa a través de sus ojos. Sus uniones psíquicas con los Dhar Komai y por extensión la una con la otra, prácticamente permitió que se produjese dicho fenómeno a pesar de estar en la práctica separadas por kilómetros de distancia en el espacio orbital en torno a un planeta.
“Muy bien”, musitó Alma, “Lo dejamos en vuestras manos.”
“No os contengáis”, replicó Athea, “Pero antes de irnos Alma y yo vamos a dejaros parte de los deberes hechos.”
Y tras haber pronunciado esas palabras, los Dhar Komai negro y carmesí, Sarkha y Solarys, se dejaron caer hacia el planeta a una velocidad vertiginosa, siendo envueltos en llamas al atravesar la atmósfera rumbo al cráter que otrora había sido el centro de la capital planetaria.
“Espera... ¿Van a...?”, preguntó Antos.
“Cruza los dedos para que les salga bien y así solo tengamos que preocuparnos de la pirámide”, dijo Armyos, “¡Preparaos!”
******
En la superficie, las cinco esquirlas multicolor que componían la Guardia Real no se habían movido.
Sin darse cuenta realmente de ello, Keket había cometido un error en su creación. Obcecada en que fuesen el instrumento de destrucción de los Riders había causado que las mentes conversas de aquellos cinco seres estuviese limitada a parámetros muy concretos. Eran incapaces de decidir por sí mismos a pesar de estar unidos al Canto y poder acceder a toda la masa de conocimiento compartido de sus congéneres.
Por eso, cuando los Riders se esfumaron no los siguieron a pesar de que técnicamente deberían ser capaces de teletransportación como las esquirlas comunes. Fue también por esa falta de iniciativa propia sojuzgada a la idea de que solo existían para hacer frente a los Riders lo que los llevó a permanecer en su posición, a la espera, sin llevar a cabo ninguna acción contra el mundo a conquistar que los rodeaba.
No es que no fuesen incapaces de ello, pero sin una orden directa de Keket...
Por eso, las cinco esquirlas resultaron ser una envidiable y anti-climática diana.
Percibieron el poder y adoptaron posiciones de combate, esperando que los Riders fuesen a materializarse de nuevo para continuar su duelo.
Percibieron el poder pero no se percataron a tiempo de la bola de llamas y plasma de color negro rodeada por un aura blanquecina que descendió desde los cielos contra ellos a una velocidad tal que el aire se distorsionaba a su paso.
La bola que estalló justo encima de ellos envolviéndolos en un mar de fuego oscuro, una sombra devoradora que consumió sus cristalinas fuerzas.
Sobrevivieron. Dañados, pero sobrevivieron a pesar de la brutalidad del ataque recibido. De ser ese el único ataque quizá habrían encontrado tiempo para regenerarse, para absorber recursos, para contraatacar...
... pero la bola de plasma oscuro de Sarkha y Athea fue inmediatamente seguida por un océano de llamas carmesí que llenó todo el cráter que unas horas antes había sido una ciudad. Un erial cristalizado de varios miles de kilómetros cuadrados era ahora un lago de plasma rojo candente cuyo resplandor debía resultar visible sobre el espacio.
El calor generado haría estallar en llamas a cualquier cosa orgánica que se acercase a una distancia de menos de cien metros.
Alma y Solarys no cejaron hasta que pudieron percibir, usando todos sus sentidos, la muerte una a una de las esquirlas de la Guardia Real en aquel infierno. Una de ellas, apropiadamente la de color rojo, consiguió durar lo suficiente para emerger del plasma con un salto e intentar una última acometida contra la Rider Red.
Una flecha de energía oscura, cortesía de Athea, frenó en seco a la criatura al atravesar de lleno su cráneo. El ser cayó de nuevo a las llamas, deshaciéndose en pedazos de cristal rojizo.
Como lágrimas de rubí.
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