El Canto es madre. El Canto es padre. El Canto es todo.
Dichas palabras nunca serían pronunciadas, pero el significado tras ellas marca la existencia y percepción de la realidad de todas y cada una de las Esquirlas de Keket. Tanto aquellas engendradas por ella directamente como aquellas nacidas de los sangrantes pozos de mundos conquistados, y también las más humildes fruto de la asimilación de la carne viviente de otros seres desafortunados que no habían conocido el Canto hasta entonces.
No habían sido pocos entre los enemigos de Keket quienes creían que el Canto era algún tipo de mene colmena, o una suerte de control mental que la Reina de la Corona de Cristal roto ejercía sobre sus criaturas. Pero la realidad no era algo tan crudo y simple como la conclusión de mentes pertenecientes a seres lastrados por las limitaciones de la carne.
El Canto era la voluntad de Keket, su mismo espíritu. Sus Esquirlas son seres individuales, capaces de pensamiento y juicio propios, pero en todos ellos resuena el Canto. Un fragmento de su Reina, un espejo que refleja la esencia de Keket en el interior de todos ellos y los marca como a su pueblo. A su imagen y semejanza, y siempre unidos.
Pues los miembros del Canto jamás estaban solos, unidos en su particular coro en honor a su Majestad. Y a través de él eran conocedores de sus deseos y los deseos y anhelos de todos aquellos que compartían su unión. Y cuantas más Esquirlas confluyesen en un mismo lugar, más poderoso sería el Canto, su influencia y los dones que proveería.
Como en aquel pequeño mundo sin nombre que su Reina había optado tomar como primera guarnición para su nueva campaña de conquista y sagrada retribución. Aquel pedazo de roca de vida sencilla y humilde sería recordado como la cuna de los nuevos guerreros que habrían de traer una nueva mortaja de tinieblas a una galaxia desagradecida, donde las promesas no eran cumplidas.
Por supuesto, antes hubo que limpiar algunos elementos indeseables. La grotesca y artificial estación que orbitaba el planeta y sus tripulantes. Dichos tripulantes fueron asimilados con prontitud, convirtiéndose en voluntariosos trabajadores llenos de alegría al oír el resonar del Canto en sus almas por primera vez. Los retazos de sus antiguas vidas y especies fueron dejados de lado.
Y los amasijos de metal y maquinaria de aquella estación en que trabajaban resultaron ser una bendición encubierta. Una vez los cristales abrazaron su estructura y su función fue determinada, hasta los espiritas de la maquinaría se vieron encandilados por el Canto, pues este no discriminaba la vida de la carne del fantasma del metal, y los siervos de Keket ganaron una portentosa nueva habilidad al aprender a hacer uso de tal nueva adquisición.
El ojo del Iris se vio envuelto en un resplandor carmesí y toda la estación se vio unida con el mundo por un hilo generado por las Esquirlas. En la superficie, la asimilación del planeta se llevó a cabo con prontitud y pronto hubo pozos que vieron el nacimiento de nuevas esquirlas conformadas por la aglomeración de distintas masas de vida inferior.
Sus inteligencias limitadas se vieron enriquecidas por compartir el Canto, y su número creciente fortaleció dicha conexión hasta el punto de que pudieron percibir en sí mismos la capacidad del Iris para observar la lejanía del cosmos.
Sensores creados en su momento para localizar la potencial amenaza de un enjambre garmoga se había unido a los sentidos compartidos de todas las Esquirlas del sistema. Fue de ese modo como consiguieron detectar una fluctuación en el hiperespacio que delataba un grupo de presencias de considerable poder moviéndose en su dirección.
Las defensas fueron preparadas y la antigua lente de vigilancia del Iris se convirtió en un improvisado canalizador de energía, un cañón que disparo una oleada de poder destructivo en el instante exacto en que los intrusos hicieron acto de presencia en el espacio normal.
Y lo esquivaron.
No terminó ahí la irritación para las Esquirlas. Aquellas que se lanzaron al ataque eran aún jóvenes y no consiguieron controlar sus movimientos en la ingravidez orbital. Sus habilidades de teletransporte tampoco marcaron la diferencia pues los enemigos recién llegados y sus bestias parecían capaces de percibir los ataques antes de que ocurriesen.
Y finalmente, antes de que el Iris pudiese lanzar una nueva descarga, uno de aquellos odiosos seres había destruido la estación.
La ira en las Esquirlas de C-606 resonó a través del Canto. Se magnificó cuando los recuerdos apagados y compartidos de su Señora les permitieron identificar a los recién llegados como algo similar a los "rangers", antiguos enemigos que habían intentando frenar a su Reina en su glorioso pasado.
Aún con todo, se sentían confiadas y sabedoras de su superioridad. Aquel mundo era suyo, hasta el último rincón estaba imbuido de la esencia cristalina de su Reina. Si los enemigos pretendían hacerles frente, no tardarían en convertirse en nuevos reclutas en cuanto tocasen la superficie.
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"Estoy en lo correcto al asumir que no vamos a poner el pie en ese planeta, ¿verdad?", preguntó Armyos.
"Ni de coña", replicó Antos.
"No", respondió Athea casi al mismo tiempo.
"Nope, ni borracha", remató Avra.
"Ya conocemos el riesgo de un contacto directo con las Esquirlas. Y por lo que ha descrito Athea, toda la superficie del planeta parece compartir las mismas propiedades", explicó Alma.
"Es una suerte que no te detectasen cuando hiciste el reconocimiento", dijo Antos dirigiendo su atención a su hermana de negra armadura.
"Creo que Sarkha voló más rápido de lo que podían percibir sus sentidos", respondió la Rider Black, "Y también estaban distraídos con vosotros aquí arriba."
"¿Cual es el plan entonces, Alma?", preguntó Avra, con un deje de impaciente anhelo en su voz.
"Si toda la superficie del planeta es básicamente una enorme costra de cristal negro... primero intentaremos arrancar la mayor cantidad posible ¿Antos?"
"Mmm, vuelo rasante con los Dhars y descargando energía en flujo constante. Dos de notros en el hemisferio norte, dos en el hemisferio sur y un tercero lidiando con el ecuador. Básicamente envolvemos a todo el planeta en llamas", explicó el Rider Purple.
"Si eso no basta... procederemos a la voladura", añadió Alma, "Puntos equidistantes y fuego al máximo de poder. Un factor de penetración absoluto."
"Eso siempre ha sonado tan mal fuera de contexto..."
"¡Antos!"
"¿Qué? Es la verdad", replicó el Rider Purple.
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Aún con la pérdida del Iris, los restos de su esencia en el Canto eran tales que las Esquirlas en la superficie pudieron ver el inicio del ataque. Muchas intentaron levantar defensas, alzando el vuelo desde la superficie. Millones de figuras cristalinas se elevaron dispuestas a recibir a los incautos atacantes que...
Luz. Fuego. Destrucción.
Las voluntades y voces de miles... no, de millones de Esquirlas se apagaron. El enemigo no descendió hasta la superficie pero hizo caer sobre ella un infierno de llamas y poder desatado más caliente que el corazón de un sol.
Los Dhar Komai, siguiendo las indicaciones de sus Riders basadas en la estrategia planteada por Antos, convirtieron la superficie de C-606 en un mar de llamas multicolor.
El fuego azul y purpura bañó el hemisferio sur del planeta después de que Tempestas y Adavante diese cientos de vueltas alrededor a vertiginosas velocidades. En el norte, las llamas carmesí y los fuegos y relámpagos anaranjados de Solarys y Volvaugr bañaron la superficie de cristal negro convirtiéndola en una imagen muy cercana al infierno de múltiples religiones.
Un cinturón de llamas negras como las sombras rodeó el ecuador del planeta. La oscuridad de aquel fuego ofreció un miserable consuelo reconfortante a las Esquirlas consumidas por ella. Sus muertes al menos serían en la comodidad de la tiniebla y no en la odiosa luz. Pero en sus últimos momentos percibieron la luz en el corazón de aquella sombra, y las llamas de Sarkha fueron tan ardientes como las de cualquier otro Dhar.
Todo el proceso llevó varios minutos. Puede que casi una hora. La superficie era un océano de llamas, cristales fundidos, construcciones piramidales a medio emerger de la superficie que ya nunca cruzarían las estrellas y restos de sus hermanas y hermanos Esquirla fragmentados por doquier.
Pero aún quedaban supervivientes. Existían pozos, huecos y recovecos bajo la superficie donde varios miles encontraron refugio y amparo ante el fuego ardiente de lo que sin duda eran demonios llegados de las estrellas.
Aquellos "rangers" no actuaban como los necios guerreros de las memorias compartidas por su Reina.
La lamentación de los supervivientes en el Canto se convirtió en una oleada de furiosa revancha. Las más capaces de las Esquirlas ya planeaban. Dejarían que aquellos monstruos de las estrellas, borrachos de poder, se confiasen y les creyesen exterminadas. Cuando el enemigo se retirase restaurarían lo perdido, y llegado el momento devolverían el golpe.
No eran conscientes de que su final ya había llegado.
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A miles de kilómetros de altura, Alma Aster hizo frenar a Solarys. La gigantesca Dhar se mantuvo inmóvil en el aire con facilidad, gracias más a la emisión de poder de su cuerpo que a cualquier movimiento de sus alas. Alma se permitió salir de su silla-módulo un momento y saltó hasta situarse justo encima de la cabeza de la gigantesca Dhar Komai.
Se sentó, dando unas suaves palmaditas sobre la escamosa piel de la draconiana criatura, que respondió con un sonido retumbante que podría haber sido un gigantesco ronroneo.
Alma observó el planeta bajo ella. Hasta donde alcanzaba su vista solo se veía el fuego rojo cubriéndolo todo. En la lejanía del horizonte podía vislumbrar en una dirección los anaranjados relámpagos del Dhar Komai de su hermano Armyos. En la otra, la sombra del ecuador envuelto en llamas negras obra de Athea y Sarkha.
El aire se había vaciado de nubes y el cielo reflejaba el infierno en el que se había convertido C-606. La atmósfera se había calentado a niveles propios de mundos con órbitas casi adyacentes a su sol. Si Alma fuese un ser humano normal, aquella temperatura habría bastado para cocinar sus órganos internos.
Sentada sobre la cabeza de su Dhar, la Rider Red suspiró tras retraer sus sentidos de nuevo, sabiendo que ya no había marcha atrás. Dio una última caricia a Solarys, musitando un quedo "Buen trabajo, peque" antes de entrar de nuevo en la silla-módulo en el lomo de la draconiana bestia.
Alzando el vuelo hacia el exterior de la atmósfera del planeta, Alma estableció de nuevo contacto con los demás.
"Riders", comenzó, "Se mantiene presencia de Esquirlas bajo la superficie en diversos puntos del planeta."
"Yo también las he detectado", añadió Athea.
Las dos hermanas pudieron sentir la confirmación de los demás. Todos habían sentido los rastros de vida que aún sobrevivían ocultos en el mundo que acababan de calcinar. Dentro de su silla-módulo, Alma cerró los ojos y tomó una bocanada de aire antes de volver a hablar.
"Muy bien. Ya sabéis lo que hay que hacer."
La respuesta de sus hermanos y hermanas no fue verbalizada, pero Alma los sintió asentir a través del lazo que los unía.
Un lazo psíquico quizá no muy distinto del Canto de las Esquirlas, pero esa era una ironía de la que nunca serían conscientes.
Los cinco Dhar Komai se elevaron, situándose en puntos equidistantes de la órbita de C-606 y a una mayor distancia de donde ahora flotaban los restos del Iris. Solarys, Volvaugr, Sarkha, Adavante y Tempestas se orientaron de cara al planeta e hicieron un gesto como si tomasen aliento pese a estar en el vacío del espacio.
Para un observador externo, los torsos de las criaturas parecerían iluminarse. Destellos de poder comenzarían a escapar de entre sus escapas y sus ojos brillarían como focos.
Finalmente, los Dhars exhalaron, desencadenando su ataque. Un flujo de llamas emergió de las bocas de cada una de las draconianas bestias. Plasma rojizo por parte de Solarys, llamas anaranjadas y relámpagos con Volvaugr, una aceitosa corriente de sombras surgió de las fauces de Sarkha, llamas púrpuras con un brillo rosado de Adavante, y volutas humeantes de incandescente energía azul emitidas por Tempestas.
Al lado del planeta, las corrientes de llamas que caían sobre él parecían finos hilos de color, pero al entrar en contacto con la superficie se habían expandido hasta ser pilares flamígeros, tornados de llamas y plasma de cientos de kilómetros que golpearon la superficie aún ardiente de C-606.
Los Dhars no se detuvieron. El flujo de sus ataques continuó, y ganó en intensidad. Pero en vez de acrecentarse su tamaño, las corrientes de llamas comenzaron a afinarse, a convertirse en emisiones de energía concentrada finas como cuchillas y más calientes que un millar de soles.
Aquellos haces de luz solida, ardiente y multicolor, cortaron a través del fuego, a través del cristal, y comenzaron a hundirse en la superficie del planeta y más allá. Hondo, cada vez más hondo, fundiendo todo a su paso. Sedimentos, minerales, metal, roca... su avance fue imparable hasta alcanzar el núcleo del planeta.
El poder de cinco agujas de luz cósmicas golpeó de lleno la masa de magma con un corazón de metal sólido envuelto en energías electromagnéticas. Todo el núcleo se desestabilizo, como un enorme reactor entrando en estado crítico antes de...
Los Dhar Komai cesaron su ataque, y retrocedieron hasta una distancia segura con velocidades que rozaron la de la luz, evitando la onda de poder que precedió a la explosión de C-606.
El mundo se resquebrajó como una cáscara de huevo y se vio consumido por la esfera de energía pura en que se hacía convertido su núcleo sobrecargado, antes de que éste estallase con un destello de luz que por unos segundos iluminó todo el sistema solar con más claridad que la de su propia estrella.
Y de todas y cada una de las Esquirlas que habían tomado aquel planeta, no quedó ni el más miserable y humilde átomo.
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