El mundo tenía muchos nombres y ninguno.
El nombre que le daban sus habitantes, en su lenguaje significaba "hogar" o "nido". Luego estaba el nombre por el que fue conocido en un pasado remoto de la galaxia, ya olvidado. Y el nombre que tenía ahora, un código alfanumérico en las cartas de navegación más completas y de las que no todo el mundo gozaba su uso.
Ella lo había llamado "Trono".
El pequeño planeta había cambiado mucho, sobre todo en los últimos días en comparación con los últimos miles de años, pero para ella los cambios habían sido aún más profundos, remontándose a Eras de un pasado tan remoto que sus habitantes claramente habían olvidado.
Aún estarían vivos de haber recordado quienes eran.
La criatura caminaba por la playa. La negra arena bajo sus pies era cálida y el cielo resplandecía con tonos anaranjados que el mar plateado reflejaba en forma de destellos cegadores.
Su verdadera esencia, su forma, estaba determinada por la percepción. Miembros de cualquier otra especie la verían como un ser similar a ellos mismos, pero antinatural. Donde una gran mayoría de especies tenían piel, carne y huesos, ella era un constructo de puro cristal y ébano.
La superficie de su cuerpo desnudo era lisa y oscura como el universo profundo, absorbiendo gran parte de la luz a su alrededor. Su rostro femenino parecía una escultura tallada, pero era expresivo y dos ojos rojos refulgían en él como brasas de carbón incandescente.
En contraste con la sombra acristalada que era su cuerpo, descansaba sobre su frente una suerte de tiara o corona de un material dorado y transparente, similar al ámbar. No era tanto una prenda como una parte de su mismo ser. Lucía una visible grieta y una de sus tres puntas, la de la derecha, estaba quebrada.
La criatura se detuvo, observando el horizonte, donde el mar de plata y el cielo anaranjado parecían fundirse en un muro de llamas.
Kilómetros a sus espaldas, el paisaje había cambiado de forma drástica.
Donde otrora había una porción significativa de jungla y una aldea habitada se encontraba ahora un profundo cráter. Flotando sobre él, una estructura negra y metálica de forma piramidal y gigantescas proporciones, emitiendo un resplandor rojizo a través de la fina abertura horizontal cerca de su cúspide, como un ojo entrecerrado pero vigilante.
Su nave. Su tumba. El lugar de reposo eterno donde había accedido cumplir su condena hace cientos de milenios cuando su ambición causó la destrucción de todo lo que había construido.
¿Cuánto tiempo había pasado realmente? La percepción del exterior desde su prisión era algo vago e inconstante.
Estaba segura de que había tenido que ser un tiempo significativo, incluso para una criatura de su naturaleza. Era fácil creer que para algunos seres de gran longevidad un largo período de tiempo no sería distinto a un instante para aquellos de más breve mortalidad, pero ella había sentido el paso de cada minuto en su semiinconsciencia.
Hasta que la sangre derramada la despertó.
Tuvo que reprimir una nueva explosión de ira. La contuvo a duras penas, amenazando con dejarse dominar totalmente por ella, pero hacer algo así no la ayudaría en la toma de decisiones, aunque en cierto modo ya tenía muy claro que hacer.
Había sido la gran concesión de su derrota, aquello que la había llevado a capitular y no incidir en el conflicto que se hubiese saldado con una victoria pírrica. La salvaguarda de su pueblo.
Sus crisoles, sus hijos. Era su diosa y su madre y quería más su bienestar que el dominio sobre desagradecidos sacos de carne blanda en estrellas remotas. Cuando sus enemigos dejaron muy claro que el precio de su victoria se saldaría con el fin de su gente... solo entonces ella aceptó los grilletes.
Su imperio cesó, y su pueblo fue condenado al aislamiento en aquel mundo. Su civilización y tecnología destruidas. Su grandeza borrada y olvidada por el cosmos, condenados a la regresión a una existencia anterior a sus más antiguas civilizaciones.
Pero vivos, y a salvo. Podía vivir con eso.
Y entonces, sintió la sangre de uno de sus crisoles siendo derramada sobre tu tumba.
Sabía que su pueblo era como otros en muchos aspectos, no estaba tan ciega. Sabía que había conflicto y muertes violentas y la sangre de su gente había sido derramada por ellos mismos incontables veces en los últimos milenios.
Pero esta vez el agresor era algo del exterior.
Peor incluso.
Tardó dos semanas en purgar su mundo de la presencia de los garmoga. Drones y centuriones por doquier sufrieron a sus manos cada vez en mayor número a la par que su poder salía de su letargo.
No podía consumir su carne, una aberración biomecánica que incluso a ella se le antojo repugnante. La Asimilación no funcionaba en aquellos seres y la cristalización era solo parcial. Pero pudo tocar sus rudimentarias mentes y lo que vio en ellas la habría hecho sentir un escalofrío de impotente terror.
Para cuando terminó, todo el hemisferio sur del planeta era un erial, en parte por las acciones devoradoras de los engendros invasores y en parte por las emisiones de cristal creadas por ella misma en la batalla. Los ecosistemas en la parte norte del planeta apenas se sostenían, y para cuando el último de aquellos parásitos abandonó su mundo volando hacia las estrellas, el número de supervivientes de sus crisoles eran apenas un puñado desperdigado.
Podía sentirlos, pues eran parte de sí misma, y ahora que estaba despierta ellos podían percibir su presencia y oír su Canto resonar en sus almas. Había tomado a la más fuerte y la había convertido en una Esquirla. La primera de una nueva estirpe.
De algún modo, la galaxia había cambiado. Sus enemigos habían garantizado la salvaguarda de su mundo para contenerla, pero la presencia de aquellos monstruos devorando a su pueblo cuando despertó era indicativo de que los viejos poderes ya no existían o estaban mermados.
El pacto se había roto. Y de un modo u otro, la galaxia tendría que pagar las consecuencias.
Un brillo de luz blanquecina y un sonido como el de vidrio quebrándose la hicieron volverse. Unos pocos metros tras ella, la arena negra de la playa había comenzado a girar movida por una fuerza invisible y el aire se fracturó. Una daga de cristal negro emergió de la nada y se tornó en una masa retorcida de fragmentos que poco a poco tomaron una forma humanoide.
La Esquirla terminó de materializarse para acto seguido arrodillarse ante su Reina.
"SeñORa", saludó, agachando su cabeza.
La Reina caminó hacia ella, recorriendo los pocos metros que las separaban con una lentitud deliberada. Su nueva Esquirla había vuelto pronto, antes de lo previsto. Podía sentir en el Canto una inquietud creciente.
"Dime, mi niña", dijo. Su voz sonó serena, musical. De escucharla, un ser de carne blanda habría sentido también el impulso de postrarse a sus pies.
"lA gAlaxia. Es cAOs, mi sEñorA", dijo la Esquirla, "CarNes BLanDAS y dÉbileS. pRoMESa Rota."
"Asumo que no hay rastro de la Coalición de los Cinco, ni del Imperium."
"nO, seÑora. hAy un nueVo oRDen. ConCIlio. tAMbién enconTRAmos RasTRo de Los enGenDroS GARmoGa", continuó, "aSedian TODA la gaLaxIa y lOs nuevos PoDeres son inDecisos. VuEStra sOspeCHa se ConFIRMA."
La Reina frunció el ceño y sus ojos rojos refulgieron, emitiendo un chisporroteo de energía. La Esquirla pareció encogerse de miedo
La Reina cerró los ojos y suspiró. No, debía controlar su ira, guardarla para aquellos merecedores de recibirla. Se acercó más a la Esquirla y se agachó, tomando el rostro de su cristalina subordinada entre sus manos, acariciando una de sus mejillas con suavidad. La Esquirla inclinó instintivamente su cabeza, reforzando el contacto.
"No es contigo con quien estoy furiosa, mi pequeña", explicó, "Es obvio que muchas promesas y viejos juramentos han caído en saco roto o se han visto sumidos en las nieblas del olvido."
"hAy Más, mi seÑora."
"¿Oh? Cuéntame."
La Esquirla pareció dudar por un momento.
"Es mEjoR QUe lo vEáis", susurró, "pUes Su preSencia en El mOsaiCo nO es coMo naDa qUe yo pUeDa cOmprEnder."
La Reina respondió con un gesto interesado. Con curiosidad, movió sus manos desde las mejillas de la Esquirla hasta sus sienes. Con un movimiento suave, hundió sus dedos sin ningún esfuerzo en el cráneo cristalino de su subordinada como si éste estuviese hecho de liquido.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la Esquirla, pero ésta no dio señal alguna de sentir dolor. Sintió como el Canto que unía su alma con la de su Reina se convertía en un crescendo coral y estruendoso cuando la mente de la segunda contactó con la suya. Un titán demandando la atención de un insecto.
Una vorágine de imágenes se conformó y la Reina pudo ver el mosaico como lo veía su subordinada y las marcas de sus recuerdos. La luna, la montaña, los malbassa, el laboratorio, y...
Cinco llagas de luz quebrando la realidad a su paso.
No, pensó.
Soles ardientes de poder puro caminando bajo las formas contenidas de la carne blanda.
No, por favor.
Los colores eran distintos, el púrpura en lugar del rosa y el naranja en lugar del amarillo, y parecían estar ausentes el blanco y el verde.
Pero el rojo estaba en el centro, como siempre. Como una herida palpitante.
Sintió un viejo dolor en su frente.
No, no, no.
Keket, la Reina Crisol, la Reina de la Corona de Cristal Roto, gritó.
Se separó de su Esquirla de golpe, emitiendo un aullido de rabia. La Esquirla cayó al suelo, ilesa pero desorientada y aterrada ante la oleada de emociones y rabia que emanaban de su Señora.
Finalmente la Reina se calmó. Contuvo de nuevo un odio tan venenoso que incluso una parte de ella se habría asustado si su mente pudiese pensar con más claridad.
¿Seres como ellos seguían caminando por la galaxia y aún así su gente había muerto a manos de aquellos garmoga?
Intolerable.
Escupió su nombre, al menos el que ella conocía, como una maldición.
Se llevó una mano a su corona de cristal roto. Sí, sin duda se habían quebrantado las viejas promesas.
La galaxia tendría que arder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario