Marsha Baros era una de esas escasas personas que estaba genuinamente satisfecha con su vida, al cien por cien.
La joven humana era la menor de cuatro hermanos, con una infancia estable y si acaso puede que algo sobreprotegida, Marsha nunca había viajado fuera de Occtei ¿Por qué iba a hacerlo? En una galaxia llena de incertidumbres, Occtei era uno de los mundos más seguros. Era la sede de los Rider Corps. Ni siquiera los garmoga se habrían atrevido a atacarlo, algo que ni siquiera el mundo capital de la galaxia Camlos Tor podía proclamar.
Occtei era sin duda el mundo más seguro de la galaxia. Marsha estaba segura de ello, ¿acaso no trabajaba en los Rider Corps?
Oh, de acuerdo, puede que se estuviese vanagloriando. Después de todo ella solo era una de las múltiples empleadas del departamento de Atención al Público.
Sabía que para algunas personas dicho trabajo podría parecer poco menos que ser un conserje glorificado, pero dado que Marsha no tenía nada en contra de los conserjes y respetaba su labor le parecía una comparación positiva.
Ella y sus compañeros de departamento eran en realidad la segunda gran cara pública de los Rider Corps después de los mismos Riders ¿Acaso no era eso importante? ¿A quién veía primero cualquier ciudadano que entrase en las áreas públicas de la sede de los Corps? Pues a Marsha y a sus compañeros, por supuesto.
¿Necesitabas hacer alguna consulta? Ahí estarían. ¿Buscabas solo curiosear en la zona de visitas? Te atenderían gustosos. ¿Traías a una clase en viaje escolar para enseñarles donde trabajan los mayores héroes de la galaxia? Por supuesto que Marsha y sus colegas habían visto a los Riders ¡Hasta habían hablado con ellos!
A los críos les encantaban las anécdotas. Ni siquiera tenía que adornarlas demasiado.
Así que... mundo seguro lejos de las depredaciones de la galaxia, trabajo estable cercano a los mayores héroes del universo, y ninguna ambición particularmente inasequible convertía a Marsha Baros en una de las personas más satisfechas con lo que le había tocado en la vida que se podría encontrar.
Eso no impedía, que como cualquier persona, tuviese días de absoluto tedio.
Aquella tarde estaba siendo especialmente quieta. Los Riders estaban en una misión, la mayoría de tropas auxiliares se habían ido con ellos para ayudar en las evacuaciones, y los cerebritos estaban encerrados en sus respectivos departamentos, monitorizando la situación y haciendo lo que quiera que hiciesen los científicos con los datos obtenidos de la batalla... la verdad es que siempre que había alguna incursión garmoga parecía haber menos vida en las zonas más sociales de los Corps.
En aquellos momentos el gran vestíbulo de entrada estaba desierto y Marsha, detrás del mostrador de recepción, era la única presente. De todo su trabajo los turnos en recepción eran los de más hastío si no había visitas o actividades y aquel día estaba siendo árido al respecto.
Ningún visitante, ningún grupo de estudiantes, ni siquiera ningún becario despistado de la universidad. La zona de visitas y el pequeño museo estaban también vacíos, y muchos de los compañeros de Marsha se habían tomado unas horas libres aprovechando la baja actividad.
Pero ella tenía que hacerse cargo de su turno, en la soledad de aquel enorme y acristalado vestíbulo, con la luz clara del sol marcando la silueta de la persona que acababa de entrar por la puerta princip...
Oh.
Marsha Baros se desperezó al instante, desconectó el holovisor portátil en su muñeca en el que había estado mirando distraídamente vídeos de animales domésticos y se plantó firme tras el mostrador de recepción con una sonrisa ensayada pero convincente en su rostro y no del todo insincera, dispuesta a atender al visitante.
Bueno, la visitante. Una bastante inusual, o al menos pensó Marsha. Era una atliana, joven, de piel azulada y ojos de un brillante ámbar. Eso no era lo inusual.
Después de todo los atlianos eran quizá la especie de toda la galaxia más cercana a la humanidad y más propensa a compartir asentamientos con ellos en gran número. Habían sido su primer contacto, y eran morfológicamente casi como mirarse a un espejo.
Pero la cuestión es que... bueno los atlianos eran esbeltos y en general de aspecto más delicado que los humanos. Y rara vez mucho más altos, eran pocos los atlianos que pudiesen superar un metro ochenta de altura.
Así que ver a una atliana que claramente debía medir unos dos metros –o más– y con una musculatura considerablemente desarrollada que hacía parecer pequeños a algunos de los guardias de seguridad era algo fuera de lo común.
La visitante también vestía de forma... bueno, Marsha no quería usar el término "sospechosa" y era una firme creyente que no debía juzgarse a alguien por sus ropas. Pero un viejo pantalón de pana gastado y lleno de costuras y una simple camiseta de tirantes llena de manchas de aceite de motor y lo que parecían quemaduras no era la etiqueta que acostumbraban a tener los visitantes a la sede de los Corps.
De todas formas, Marsha mantuvo su sonrisa. Profesionalidad ante todo. Cuando la visitante se acercó al mostrador, la voz de la humana sonó firme y clara.
"Buenas tardes y bienvenida a la sede de los Rider Corps. Se encuentra usted en el área de visitantes y acceso público. Si dispone a informarme de los motivos de su visita procederemos a conseguirle el pase apropiado."
La atliana la miró, con una expresión que Marsha no pudo descifrar, "Quisiera visitar los archivos", dijo.
"Oh, con un pase de visitante tendrá acceso al museo y área de visitas, que cuenta con una biblioteca y archivo de prensa que..."
La atliana, Dovat, levantó la mano interrumpiendo a Marsha, "No, lo siento, me refiero a los archivos de trabajo. La documentación interna, la base de datos de los Corps y sus laboratorios, registros de misiones, esas cosas..."
Marsha mantuvo la sonrisa, aunque empezaba a suponer un esfuerzo, "Oh... lo siento, me temo que ese contenido no está abierto al público y..."
Dovat se inclinó ligeramente hacia delante "Mira, no quiero crearte problemas y quisiera hacer esto por las buenas en la mayor medida de lo posible, así que con que me digas más o menos la localización interna dentro del complejo me basta."
La sonrisa en el rostro de Marsha se había convertido en un rictus, una máscara para ocultar su miedo. A pesar de que su voz era calmada y para nada agresiva, incluso apologética, cuando la atliana se había inclinado hacia ella la joven humana no pudo evitar sentir una extraña presión en el aire, como si la presencia de la mujer delante suya fuese gigantesca.
Ella es un pie y yo soy la hormiga, fue el primer pensamiento que cruzó su mente.
Pero pese a ello Marsha no dejó de sonreír, manteniendo su mirada firme en la visitante al tiempo que deslizaba su mano por la parte inferior del mostrador...
"Lo siento, me temo que... me temo que eso no es posible... me veo impelida a solicitar que se retire de..."
Dovat suspiró.
"Acabas de pulsar una alarma silenciosa, ¿verdad?"
Marsha no asintió, ni dijo nada, se limitó a mirar a la atliana con una sonrisa paralizada y ojos muy abiertos. Dovat se llevó la mano a la cabeza y se frotó su cabello "Maldita sea..."
Con un movimiento rápido, la atliana agarró a Marsha por los hombros y la levantó con delicada firmeza, evitando hacerle daño al tiempo que la sacaba de detrás del mostrador y la ponía temblorosa a su lado. Un sonido asustado, agudo y breve como el chillido de un roedor, fue lo único que escapó de la garganta de la muchacha.
"Lo siento de veras, será mejor que...", comenzó a decir Dovat, para verse interrumpida por la entrada a través de las puertas laterales de la parte posterior del vestíbulo de dos grupos de tres individuos. Tres guardas de seguridad por la derecha y tres por la izquierda, rodeándola en cuestión de segundos. Todos humanos.
Eran personal de seguridad estándar, armados únicamente con varas de descargas eléctricas no letales, y sin blindaje o armadura más allá de sus chalecos. Pese a ello parecían estar en forma y bien entrenados. Uno de ellos se adelantó un paso, sosteniendo su arma en alto.
"Aléjese de ella, retroceda cinco pasos y ponga sus manos tras la cabeza."
Dovat se alejó de Marsha, quién aprovecho para escabullirse. Una de las guardas la dirigió hacia la puerta de salida al exterior.
Dovat había levantado sus manos, pero señaló con la derecha hacia el mostrador, "Mira amigo, solo quiero revisar una cosilla en el ordenador..."
"¡Manos tras la cabeza y de rodillas!"
Dovat obedeció, arrodillándose lentamente, sin apartar su mirada por un momento del guarda de seguridad que se acercaba a ella con cautela.
******
Como todo centro público que se precie, la sede de los Rider Corps contaba con múltiples dispositivos de seguridad y monitorización. Desde el momento de su entrada Dovat había sido captada por múltiples cámaras. La central de vigilancia y seguridad contaba con una visión total de los hechos que se estaban desarrollando en el área de entrada al complejo.
"Alarma silenciosa en el vestíbulo."
"¿Situación?"
"La sospechosa solicitó un acceso no autorizado y la recepcionista pareció percibir algún tipo de amenaza implícita, de ahí que hiciese sonar la alarma. Seis miembros de la seguridad civil se han presentado y están procediendo a reducir a la intrusa."
El jefe de seguridad asintió, tomando un sorbo de su café sin apartar la vista de los monitores. Al fijarse en la mujer arrodillada no pudo evitar fruncir su ceño.
"¿Tenemos un plano claro de su rostro?"
"La cámara de la entrada la captó sin problemas, señor."
"Haz un barrido de rasgos en el listado de sospechosos y fugitivos. Tengo un mal presentimiento..."
En uno de los monitores, el rostro de Dovat captado por las cámaras comenzó a ser analizado rasgo por rasgo –ojos, nariz, boca...– al tiempo que a su lado cientos de rostros de un listado eran comparados a velocidad de vértigo por la computadora. Finalmente, la máquina detectó una coincidencia.
"Dovat, sin apellido, atliana, expediente 09031985", comenzó a leer el técnico de seguridad, "Tutor legal... oh cielos, señor, el marcador de prioridad es un código alfa, es..."
"Avisa al Mando y solicita la presencia de las tropas auxiliares que aún estén disponibles en la base", ordenó el jefe con creciente nerviosismo al tiempo que se llevaba la mano al comunicador de su muñeca, "Debemos informar a los guardas de la situación y de que procedan con la máxima cautela..."
Apenas abrió sus labios y comenzó su advertencia por radio a los guardas del vestíbulo, el jefe de seguridad pudo ver a través de los monitores como la situación se descontrolaba en una fracción de segundo.
Con creciente palidez en su rostro, dio la orden de que se activasen las alarmas y protocolos de sellado de todo el complejo para poder aprehender a la intrusa.
Manteniendo su vista fija en las cámaras, no pudo evitar preguntarse quién estaba atrapado con quién.
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