En las calles de la capital de Pealea el frenesí creciente de la evacuación estaba poniendo las cosas difíciles para Meredith Alcaudón y Tobal Vastra-Oth.
El anuncio de la aceleración del enjambre y la subsiguiente reducción del tiempo establecido para una evacuación segura había llevado a los habitantes del planeta a un fervor inusitado, impulsado por el pánico y la desesperación. Lo que habían sido filas más o menos ordenadas y tráfico denso pero seguro había derivado en turbas desesperadas, enfrentamientos para hacerse con el control de transportes, y luchas por el acceso a refugios de capacidad limitada.
Una cacofonía de gritos, disparos y explosiones se había unido a las incesantes sirenas de alarma.
Meredith y Tobal habían conseguido avanzar a través de la masa de ciudadanos que buscaban huir, recurriendo a callejuelas secundarias y en un momento dado a hacer uso improvisado de unas pasarelas de mantenimiento que conectaban algunos sectores en construcción del área más periférica de la ciudad.
"¿Qué pasa si llegamos y Bacta ya no está ahí?", preguntó Tobal al tiempo que descendían por una escalinata hasta situarse de nuevo al nivel del suelo.
"Registramos el lugar todo lo que podamos antes de tener que irnos", respondió Meredith, "Y si no encontramos nada que sirva, tendré que hacer uso de algunos contactos con los que no me hace una jodida gracia la idea de tener que volver a charlar."
Finalmente, tras varios minutos de penoso y lento avance, llegaron a una zona residencial. Casas modulares inundaban el lugar: cubículos homogéneos agrupados en distintos niveles y configuraciones para obtener una variedad de hábitats.
"Es aquí", declaró Meredith.
"Mmm, no es el tipo de área urbana en que uno esperaría encontrar el escondrijo de un asesino a sueldo, pero supongo que por eso mismo funciona", dijo Tobal, "Aunque tiene que estar muy confiado en su propia seguridad para un posicionamiento tan abierto."
"Las residencias están numeradas. Si no me equivoco, lo cual sería raro, la de Bacta debería ser la número siete. Es una casa de un único módulo, pero apostaría la paga de mis dos últimos trabajos a que hay un acceso al subsuelo."
En contraste con el resto de la ciudad, el lugar en el que se encontraban en ese momento no estaba tan inundado de habitantes buscando rutas de huida. Algunas de las familias residentes parecían contar con vehículos aéreos propios con los que darse a la fuga con rapidez hasta llegar a las lanzaderas y naves de salida planetaria.
"Tenemos que darnos prisa", dijo Meredith, "Cuando lleguemos no haremos uso de subterfugios, no hay tiempo. Intentaré neutralizar las defensas que pueda tener instaladas, pero es más que probable que tengamos que avanzar bajo fuego cruzado."
"Mmm, si. Si yo fuera él tendría como mínimo alguna que otra torreta de fuego rápido."
"Además de eso, bueno..."
Meredith calló por un instante y dirigió su vista a los cielos.
Destellos y resplandores rojizos y blancos iluminaban las capas más altas de la atmósfera de Pealea, en explosiones orbitales de tal magnitud que podían percibirse sin problema desde la superficie.
"La cosa ahí arriba se está complicando", dijo.
"¿Cómo lo sabes?", preguntó Tobal, "Aparte del espectáculo de luces que están dando yo apenas puedo ver nada sin usar algún tipo de dispositivo."
"Soy tecnópata, Tobal. Oigo a los fantasmas de las máquinas", explicó Meredith, con voz queda, "Y los garmoga son en parte máquina, y puedo oírlos gritar a pesar de la distancia a la que se encuentran. Están a punto de cruzar la atmósfera y descender sobre el planeta."
"Pensé que los Dhars podrían contenerlos algo más a pesar de la reducción de la franja de acción."
"Vuelve a mirar el cielo, míralo bien. Un resplandor rojo y nada más. Nada de naranja, o azul o ningún otro...", dijo Meredith, "Ahí arriba ahora mismo solo está una de los Riders, sola."
******
La idea era sencilla. Volar con Solarys al encuentro del gigantesco enjambre y hacer arder al mayor número posible de drones garmoga.
Cinco millones y medio de drones según la estimación del ZiZ, pensó
Alma Aster al establecer contacto psíquico con Solarys, ¿Estás lista para ello, chica?
La Dhar rugió. En el espacio no emitió sonido, pero Alma pudo sentir la vibración de la Dhar-Komai en el interior de su silla-módulo y un sentimiento de afirmación y confianza inundó todo su ser. La presencia de la mente de Solarys abrazada a su psique era a la vez tranquilizadora y un acicate para dar lo mejor de sí al enfrentar al enemigo.
Muy bien. A por todas y sin dar cuartel.
La Dhar Komai comenzó a resplandecer. Energía rojiza parecía escapar en forma de volutas de colorida luz de entre sus escamas. Sus ojos brillaron con un rojo carmesí como el de soles gigantes y Solarys voló dejando un rastro de energía escarlata a su espalda. Su velocidad de partida fue tal que los sensores de las naves de la flota que aún permanecían en torno a Pealea detectaron el rastro energético como si se hubiese producido una gigantesca explosión.
Avanzando a una velocidad inconcebible para una criatura de su tamaño, Solarys no tardó en estar frente a la gigantesca masa negra y plateada de drones garmoga que atravesaba el vacío del espacio rumbo al planeta. Alma pudo verlos a través de sus ojos gracias al lazo mental y espiritual que las unía.
Siguiendo las instrucciones de su Rider, Solarys comenzó a barrer a la masa garmoga con un haz de energía continuo, emitido a través de su boca.
El plasma estaba concentrado de tal forma que emitía más calor que algunas estrellas, y al entrar en contacto con la masa garmoga causó grandes explosiones de energía que se llevaron por delante al menos a un millón de los cinco millones de drones que conformaban la masa del enjambre en un solo ataque.
¡Hagamos un segundo barrido antes de que se dispersen, peque!
La Dhar Komai repitió la misma maniobra, está vez intentado situarse en otro ángulo aprovechando la mayor movilidad que ofrecía el espacio exterior.
A pesar de lo vistoso de su ataque, era obvio que esta segunda intentona iba a dar peores resultados: el enjambre se disgregaba y los garmoga se dividían en grupos, enjambres secundarios de menor tamaño y mayor capacidad de maniobra.
De haber estado sus hermanas y hermanos con ella, Alma estaba segura de que habrían podido dar buena cuenta de ellos con un ataque coordinado, pero estando sola tenía que priorizar y centrarse en las concentraciones de enemigos más grandes. A la fuerza, pequeños grupos de garmoga pasarían el cerco. Si la flota tampoco conseguía frenarlos a todos unos pocos llegarían a la superficie y comenzaría el proceso de infestación.
Consumiendo recursos hasta acumular una cantidad de energía determinada, un dron garmoga era capaz de dividirse en cuatro copias idénticas de la misma masa, en una forma de reproducción asexual. El proceso podía ser sumamente rápido y en pocos minutos un único garmoga podía dar paso a millares. En una única hora peligrarían áreas de gran extensión del planeta, y en unas pocas horas un mundo entero podría verse comprometido. Cuanto más consumían más rápido crecía su número.
Un particular grupo de drones, quizá unas cuantas decenas de millares, pareció envalentonarse y se lanzó de forma directa contra Solarys, buscando envolver a la Dhar de la misma forma que un grupo enfurecido de abejas o avispas lo habría hecho con una persona.
La Dhar Komai giró sobre sí misma, desprendiendo a aquellos que habían intentando adherirse a sus escamas y alas al tiempo que comenzó a emitir un aura de energía rojiza por todo su cuerpo que incineró a centenares de las pequeñas bestias.
Alma se disponía a dirigir a Solarys de nuevo contra alguna de las concentraciones más grandes cuando un chasquido de estática en su casco señaló una comunicación entrante desde la flota.
"¡Rider Red!"
"¡Capitán Calkias!", saludó Alma, "¿Aún está aquí?"
"Acabamos de recibir la orden de retirada y redirección de la flota a Camlos Tor, pero pensé en dejar una salva de despedida antes de irnos", dijo el capitán, "Le sugiero un cambio de posición, ya van de camino."
Alma pudo verlas a través de Solarys. Una oleada de cápsulas atómicas listas para detonar cruzando el espacio en dirección de interceptación, dirigidas justo al área en donde se encontraba el mayor número de garmoga.
Con una maniobra rápida, la Dhar Komai se dejó caer en la profundidad del espacio dejando a los drones tras de sí. Alma pudo ver las detonaciones de las cápsulas y como enormes bolas de luz blanca incineraron otro gran número de los invasores. Pero aún quedaba un número considerable.
"No sé si valdrá de mucho", dijo Calkias, "Pero debería darle un respiro para dar otros cuantos barridos contra esos malnacidos. Tras eso debería plantearse un descenso a la superficie. Hemos lidiado con algunas avanzadillas y grupos pequeños, pero hemos perdido algunas naves monoplaza y no podemos confirmar o desmentir aún que alguno de esos engendros no haya pasado el cerco."
"Intentaré rematar a las concentraciones más grandes que quedan antes del descenso", dijo Alma, "Muchas gracias capitán. Ahora será mejor que vaya cuanto antes a Camlos Tor, seguro que mis hermanas y hermanos se alegrarán de contar con su ayuda."
"Será un plac... un momento."
Calkias no dijo nada más por unos segundos y un escalofrío recorrió a Alma desde la cabeza hasta la punta de los pies. Solarys lo sintió y se retorció incómoda.
El mal presentimiento que llevaba notando toda la jornada se manifestó de nuevo con más fuerza, justo cuando el capitán Calkias restableció la comunicación.
"Acaba de llegarnos un dato de uno de los sensores de tiro avanzado de uno de nuestros destructores, no entendemos cómo ni siquiera el ZiZ parece haberlo registrado aún, pero..."
"¿Qué es capitán?"
"Es una masa... es algo grande", dijo Calkias, "Parece estar rodeado por drones lo que le da un aspecto superficial parecido al de una concentración menor del enjambre, pero hay algo de mayor masa oculto tras los garmoga, su posición es... oh dioses... Rider Red..."
"Lo veo, capitán."
A simple vista parecía otro enjambre de drones, como otros tantos que se habían disgregado del enjambre principal, aunque era uno densamente concentrado con sus drones revoloteando hasta entrechocar unos con otros, casi fundiéndose en una masa homogénea.
Y avanzaban directos a Alma y Solarys, a gran velocidad.
Había algo más allí, oculto a la vista tras los drones, pero podía casi percibirse su presencia. Alma se preguntó qué podría ser, y lo único que le vino a la mente es que los garmoga habían conseguido de algún modo llevar a cabo el proceso para engendrar una quimera en pleno espacio, sin tener que recurrir a una acumulación de recursos de la superficie planetaria.
¿Es eso, monstruos?, se dijo, ¿Otra sorpresa desagradable que añadir a la lista de sorpresas
desagradables que parecéis empeñados en proporcionar últimamente?
Solarys emitió un rugido silencioso en el espacio, impulsada por la frustración de Alma. La Dhar Komai comenzó a cargar un disparo de energía dispuesto a ser lanzado desde su boca.
Los garmoga se separaron. El efecto fue casi teatral, como si se abriese un telón, dejando ver a la criatura que se ocultaba en el corazón del denso enjambre.
La resolución de Alma se detuvo en seco, frenando el ataque de una ahora paralizada Solarys.
La misma sensación atenazante, ese mal presentimiento que había estado acompañándola todo el día, se manifestó de nuevo. Lo hizo con furia, Alma sintió como si su mismo ser estuviese siendo estrangulado por la incredulidad.
Y el miedo. El mismo miedo frío que sintió cuando vio el primera portal garmoga en Calethea. Pero multiplicado, con una intensidad muy por encima de ningún otro temor que había sentido en su vida.
Los garmoga se dispersaron, y la criatura que ocultaban salió a la luz. Extendió sus alas, de gran envergadura, prácticamente tan grandes como las de Solarys. El resplandor de una energía enfermiza iluminó su cuerpo de verdes escamas, haciéndolo brillar como una esmeralda en la oscuridad.
El Dhar Komai verde que acompañaba a los garmoga abrió la boca a modo de rugido desafiante, y a pesar del silencio del espacio Alma juró que podía oírlo.
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