lunes, 9 de agosto de 2021

038 GOLGA

 

Avra Aster tenía muchas malas costumbres.

Era poco paciente. Disfrutaba las embestidas verbales con Antos quizá un poquito demasiado. El concepto de respeto a las figuras de autoridad para ella era más algo similar a una sugerencia que una norma a seguir. Tendía a hacer un uso excesivo de lenguaje poco apropiado. Consideraba que los procedimientos y protocolos eran un aburrimiento... También era propensa a ataques de ira, reacciones de alta agresividad y comportamiento antisocial que en muchas ocasiones bordeaba en lo destructivo, y que solo su hermana mayor Alma parecía poder mantener en vereda.

Su asistencia para revisiones psicológicas había sido poco menos que anecdótica. No le gustaba nada la idea de que hurgasen en su cabeza. Además, ella tenía todo muy claro. Era una niña soldado, llevaba siendo una "niña soldado" un siglo y medio. Y si eso no fuese suficiente, intenta no ser un hervidero de problemas emocionales siendo una mujer de ciento sesenta y seis años atrapada en un cuerpo de quince durante todo ese tiempo.

No, a Avra Aster no le hacía falta un puñetero psicólogo para saber todo eso. Lo único que quería era cortar cosas.

Algo que se le daba muy bien. Avra tenía muchas malas costumbres, pero nunca en combate.

A pesar de su exuberancia, la bravuconería y el aparente abandono con que se entregaba a la lucha, Avra Aster siempre estaba centrada en combate. Siempre se tomaba en serio toda situación en la que debía hacer frente a un enemigo. Fuesen los garmoga, algún pirata de medio pelo o mercenarios con ínfulas de ganar fama a nivel galáctico cargándose "a la Rider más débil".

Esa gente no tendía a vivir mucho tras aprender la lección.

Por eso, pese al nerviosismo por la rotura de su visor, el miedo que intentaba ahogar en su pecho y el mero factor de antinaturalidad y el millar de preguntas que aquel centurión garmoga dorado y parlanchín representaba, Avra se limitó a tomar con fuerza su espadón sin mediar más palabra y saltar al ataque.

Golpeó con un tajo horizontal varios metros antes de alcanzar la posición de su enemigo, extendiendo el filo de la hoja como había hecho anteriormente contra los drones, con intención de rebanar el pescuezo del garmoga.

El centurión dorado esquivó el golpe, echándose hacia atrás. Su torso se dobló de forma grotesca casi en un ángulo recto y el filo de la hoja pasó sobre él sin rozarlo. A los pocos segundos, para cuando comenzó a incorporarse de nuevo, Avra ya estaba sobre él y propinó un rodillazo sobre su rostro. La fuerza del impacto liberó una burbuja de aire comprimido en torno a ellos y agrietó el suelo bajo sus pies al tiempo que el centurión garmoga salió lanzado por el aire en dirección a uno de los edificios al otro lado de la calle, como había ocurrido anteriormente a Avra.

Pero al contrario que ella, el garmoga dorado no se estrelló contra la fachada atravesándola. El ser se contorsionó en al aire, girando sobre sí mismo y golpeó el edificio con sus piernas flexionadas, impulsándose de nuevo hacia adelante dejando tras de sí una pared arruinada.

Viendo al centurión volar de nuevo hacia ella, Avra se dispuso a recibirlo con un buen tajo de Durande, su espadón. Pero el ser demostró de nuevo una maniobrabilidad aérea inusitada y se frenó en seco, posando su mano sobre la hoja en movimiento del arma de la Rider Blue para con un último salto situarse justo tras la Rider y golpearla con el codo en la nuca.

Avra trastabilló, cayendo hacia delante. Recuperó el equilibrio justo a tiempo para darse la vuelta en el próximo segundo y bloquear un nuevo puñetazo del centurión. Llamaba la atención el hecho de que por el momento el ser no parecía hacer uso de las maniobras típicas. Nada de objetos punzantes o cortantes surgiendo de sus brazos. Solo golpeaba.

Tampoco había vuelto a hablar desde que había dicho sus primeras palabras. Parecía que había decidido que sus puños hablasen por él.

El centurión dorado comenzó a golpear repetidamente. La fuerza y velocidad de los golpes era tal que rompían el aire con un sonido atronador y martilleante. Avra le seguía el ritmo, usando su espadón, codos o palmas para frenar o desviar los golpes. Pero incluso para sus reflejos el constante flujo de puñetazos comenzaba a ser demasiado difícil de seguir.

Con alarma, se percató de que Durande comenzaba a mostrar grietas en su superficie azul cristalina.

El garmoga no tenía boca, pero Avra habría jurado que el cabrón estaba sonriendo.

Y entonces todo se vio bañado por un mar de fuego azul.

En el aire, sobre ellos, Tempestas inundó la zona con su aliento flamígero. El Dhar Komai había acudido en auxilio de su Rider, sintiendo la irregularidad de las emociones de esta. Avra sintió las llamas azules bañando su armadura de forma casi reconfortante, no sufriendo ningún daño por ellas.

Otros drones y centuriones garmoga en el área no recibieron tan bien el fuego del Dhar, siendo calcinados al instante, algunos explotando por el aumento súbito de temperatura.

Y en cuanto al centurión garmoga dorado...

De entre el mar de llamas azules en que se había tornado el suelo de la calle donde luchaban, el ser emergió de un salto, en dirección al Dhar. Puede que no fuese tanto la velocidad como la mera sorpresa lo que ralentizó la capacidad de reacción de Tempestas, pero al final ello se tradujo en el garmoga dorado golpeando al Dhar de lleno en su cabeza. Y a pesar de su diferencia de tamaño, el Dhar Komai aquejó el golpe, más fuerte que ninguna otra cosa que hubiese sentido, y cayó al suelo, interrumpido su flujo de llamas.

A través de su lazo, Avra pudo sentir a Tempestas caer en la inconsciencia. Una parte de ella, ese miedo que había mantenido ahogado desde su encontronazo con este nuevo oponente, le gritaba que aquello era un indicio claro de que el garmoga dorado se había estado conteniendo, de que debía mantener las distancias, pedir refuerzos, pensar las cosas con claridad...

Pero otra parte de ella solo podía centrarse en la imagen de Tempestas cayendo inerte, el dolor e incomprensión que sintió al ser golpeado. Esa parte de ella gritó. Con rabia.

"¡¡TEMPEEEESTAAAAAS!!"

Con en el cuerpo aún cubierto por el fuego azul de su Dhar, Avra se lanzó contra el garmoga dorado. Su velocidad fue tal que las llamas, asfalto, y restos de enemigos tras ella se vieron desplazados por la onda expansiva de energía que la Rider emitió al moverse.

Un resplandor azul iluminó a Durande, reparándose sus grietas y reforzando el filo de su hoja.

Y Avra embistió al enemigo, dispuesta a ensartar al centurión con su espadón en un único ataque. Pero éste, que se había girado ya para recibirla de frente, tenía otros planes.

En menos de un parpadeo, el centurión se hizo a un lado, alzando su brazo derecho. La hoja de Durande pasó junto a él, rozando ligeramente su torso y dejando un fino corte superficial en la superficie dorada de su piel.

Avra vio todo el movimiento como si ocurriese a cámara lenta. Vio el brazo derecho dorado descender y el centurión tomar con su mano las de ella, reteniendo la empuñadura de la espada. Avra sintió el tirón y vio el otro puño del centurión descender directo contra su rostro. El primer golpe la desorientó y notó como Durande se desmaterializaba en sus manos.

No vio venir el siguiente golpe, pero fue mucho más fuerte que el anterior a juzgar por la sacudida en la dirección opuesta que dio su cabeza, casi como un latigazo.

Todo enmudeció. Tras un ruido similar al del cristal quebrándose no pudo oír ningún otro sonido más allá de una especie de pitido estridente en el fondo de su oído. Era una sensación extraña.

Notó algo raro en el rostro y tardó unas milésimas de segundo en darse cuenta de que era dolor. No, no solo dolor. También aire sobre su piel. A través de una vista borrosa y desenfocada vio fragmentos azules volatilizándose en esquirlas y partículas flotantes. Reconoció que eran pedazos de su casco, quebrado, deshaciéndose. El aire que sentía se debía a que su rostro estaba ahora al descubierto.

Algo más, algo caliente y metálico en su boca. Sangre, eso debía ser. Hacía mucho tiempo que no sangraba.

Avra Aster cayó, arrojada de nuevo a varios metros de distancia por el fuerte golpe del garmoga dorado. Tras tocar el suelo siguió girando como un fardo arrojado cuesta abajo hasta golpear de nuevo un muro al pie del escudo de la Pirámide Senatorial.

Boca abajo, la Rider Blue intentó levantarse del suelo apoyándose sobre sus codos. Tosió escupiendo un esputo sanguinolento. El pitido en sus oídos se desvanecía y pudo oír los pesados pasos del centurión dorado acercándose a ella. El monstruo caminaba sin prisa, casi con la calma de alguien que se limita a llevar a cabo una actividad por placer.

Avra intentó incorporarse, pero mover las piernas le estaba costando más de lo que esperaba y una sensación de náusea y mareo había comenzado a asentarse en su cabeza. Si incluso con la rápida capacidad de recuperación de los Riders se sentía así, no quería ni pensar que habría hecho ese golpe a una persona normal.

Pero no podía darle vueltas a eso. Tenía que ponerse en pie, invocar de nuevo a Durande y reformar su casco... Giró la cabeza y pese a que su vista seguía borrosa y oscilante pudo ver que el centurión dorado estaba cada vez más cerca.

En ese instante, el torso y extremidades del ser fueron atravesados por una docena de flechas negras. Fueron lanzadas a tal velocidad que parecieron materializarse de la nada en su cuerpo. Al tiempo, un chisporroteante rayo de energía anaranjada lo golpeó de lleno. No llegó a tumbarlo pero le hizo retroceder una docena de metros, poniéndolo de rodillas.

El centurión garmoga alzó la mirada. En las cornisas de uno de los edificios que hacía esquina con aquella calle y la del ala este de la Pirámide, la lente de su rostro sin rasgos pudo ver en las sombras a la figura de Athea Aster, Rider Black, lista para disparar de nuevo con todo su cuerpo en tensión.

Un nuevo destello anaranjado y el rugir del trueno atrajo su atención una vez más al nivel a ras de suelo. Frente a una Avra Aster que había conseguido sentarse en el suelo, la figura de Rider Orange se encontraba de pie con el oscuro visor de su casco fijado en el centurión garmoga. El aire a su alrededor parecía sobrecargado de ozono y electricidad estática. Drones garmoga que revoloteaba el área cayeron al suelo fulminados por descargas eléctricas espontáneas.

Armyos Aster avanzó un paso. En sus manos, su martillo chisporroteaba con energía apenas contenida.

"Ni se te ocurra volver a ponerle la mano encima a mi hermana."

El centurión dorado se incorporó. Con una flexión simultánea de toda la musculatura de su cuerpo quebró las flechas de energía, expulsándolas de su torso, brazos y piernas al tiempo que comenzaron a disolverse.

"Riders", dijo, e inclinó levemente la cabeza. Habría podido parecer una suerte de saludo formal, pero los tres Aster supieron reconocer la intencionalidad de mofa en el acto.

"Soy Golga", prosiguió, "Y por el  momento, os encuentro decepcionantes."

No hay comentarios:

Publicar un comentario