Alma fue la primera en entrar y casi soltó un bufido de tenso alivio.
El lastimoso quejido era el ruido de una serie de generadores dañados, fallando en su propósito de mantener la temperatura del laboratorio –pues esa era la verdadera naturaleza de la sala oculta– a niveles óptimos. En su fuero interno Alma no pudo evitar expresar algo de incrédula frustración a que aquel fuese el sonido emitido por aquella maquinaria.
Debido a los daños, la sala había caído a temperaturas extremadamente bajas. Suelo y paredes estaban cubiertos de escarcha y condensación. Era una estancia de tamaño menor y aspecto más improvisado del que esperaban, pero el instrumental y computadoras que llenaban sus paredes del suelo al techo justificaban la redirección de energía detectada previamente.
Alma sintió una leve palmada en su hombro. Se volvió hacia Athea, que situada justo tras ella llamó su atención hacia el rincón izquierdo al lado de la puerta.
Sentado en el suelo y apoyado contra la pared, como si hubiese intentando incorporarse agarrándose a ella antes de caer deslizándose, se encontraba la figura de un malbassa, presumiblemente uno de los científicos al cargo de lugar.
Lo primero que llamó la atención de Alma respecto al cadáver fue la falta de color. El cromatismo en los malbassa era variado y abundaban colores vivos como naranjas, rojos, amarillos y ocasionales verdes en su pigmentación. La piel del cuerpo tendido ante las dos hermanas era de un gris apagado.
Si se le podía llamar piel, claro está.
Un vistazo más detallado revelaba una textura rígida, cristalina. Como si todo el cuerpo hubiese sido convertido en una escultura estática de un cristal grisáceo. Protuberancias emergían de él, como pequeñas y afiladas ramas, destrozando el tejido de los ropajes. Los ojos habían desaparecido y los tentáculos que cubrían la boca del malbassa a modo de barba lucían quebradizos.
"Cinco infiernos...", musitó Alma.
"No lo toques", dijo Athea.
La Rider Red se volvió hacia su hermana, "¿Crees que puede ser algo contagioso?"
"No lo sé. Posiblemente... he visto este tipo de cristalización en cadáveres de especies basadas en el silicio, pero los malbassa son de base carbónica como nosotros. Esto no ha sido algo natural."
Alma asintió y se alejó del cuerpo. Sus ojos recorrieron el laboratorio y no tardó en detectar otros dos cadáveres en un estado similar al fondo de la estancia, situados tras los cinco cilindros que se encontraban posicionados verticalmente en una plataforma de observación en el centro.
Eran de un tamaño considerable y a Alma le recordaron a los tanques de regeneración de algunos centros médicos. Estaban llenos de líquido y parecía haber algo flotando en su interior, pero la condensación y congelación dificultaba la visibilidad a través del cristal.
Athea se acercó a ellos y frotó con su mano el más cercano, apartando la escarcha del cristal. Emitió un sonido de alarmada sorpresa al ver el interior del cilindro.
"Alma, son..."
La Rider Red se acercó con prontitud ante la inusual reacción de su hermana, pero la comprendió inmediatamente al ver el interior del tanque de líquido.
En el fluido amniótico y amarillento, emitiendo una tenue fosforescencia verde, descansaba un dron garmoga.
"¿Pero qué demonios?"
"Esto es... los malbassa no trabaron contacto con el resto de la galaxia hasta hace cuatro años", dijo Athea, "No fueron informados de la situación de la guerra contra los garmoga hasta que iniciaron negociaciones con el Concilio. Ni siquiera sabían que los garmoga existían."
"¿Y en menos de dos años ya están experimentando con ellos?", susurró Alma, "¿Cómo demonios se han hecho con ejemplares muertos? Las operaciones de purga..."
"Los Corps sospechan desde hace años que existe un mercado negro de partes garmoga, pero esto podría ser la primera prueba real. Si los malbassa pagaron a alguien para hacerse con drones..."
"Esto va a ser un enorme dolor de cabeza. Cuando terminemos de asegurar el área informa a Tar-Sora para que la OSC se haga cargo y que mande cuanto antes un equipo de los Corps. No podemos dejar que esto se pase de puntillas, pero hay que hacerlo con cuidado."
"Técnicamente los malbassa aún no son miembros afiliados, no han violado ninguno de los tratados contra experimentación garmoga establecidos en los últimos concordatos", explicó la Rider Black.
"Lo que significa que al ser actores externos la experimentación con garmoga podría ser interpretado por algunos sectores de los afiliados del Concilio como un acto de guerra, y dados los ánimos en los últimos meses... Mejor que hilemos fino, Athea", replicó Alma.
"Por preocupante que sea su presencia aquí... no explica lo que ha pasado", observó la Rider Black.
"No, no lo hace en absoluto", dijo Alma, alejándose de los cilindros y comenzando a rodearlos hacia el otro lado del laboratorio.
Por su parte, Athea mantuvo su vista clavada en el dron garmoga. Era extraño ver a uno tan de cerca que no estuviese intentando saltar contra ella. De fondo pudo oír los pasos de su hermana mayor explorando el resto del laboratorio, deteniéndose de nuevo de forma abrupta.
"Athea, creo que he encontrado algo."
La Rider Black rodeó la plataforma central y vio como uno de los cilindros al otro lado estaba quebrado. Un dron garmoga de tamaño pequeño estaba inerte en el suelo, con el amarillento fluido del tanque derramado y congelado por el frío. Alma se encontraba de rodillas inclinada sobre él, examinándolo.
Sin mentar más palabras, la Rider Red señaló con sus dedos a un punto en el cuerpo del ser y acto seguido a otro en la pared.
El torso del garmoga presentaba orificios, como si unas manos desnudas hubiesen penetrado en la carne y desgarrado el tejido de la piel de la pequeña abominación biomecánica. De las heridas brotaban esquirlas de cristal gris, que parecían crecer de dentro a afuera.
Y en la pared, no menos alarmante, un agujero, sus bordes aparentaban fundidos y todo su contorno aparecía rodeado por el mismo material cristalino en que se habían convertido los malbassa fallecidos y que aparecía en los restos del dron garmoga. La corriente del aíre y el susurro del sonido indicaba que aquél acceso improvisado debía prolongarse hasta un punto que llevaba al exterior de la montaña.
"Algo ha salido o ha entrado por aquí... espero que lo primero", dijo Alma.
Athea supo en qué estaba pensando su hermana. Si aquello era un punto de entrada, lo que quiera que fuese responsable aún podía estar en el interior de las instalaciones.
Fue en ese instante cuando oyeron el ruido de cristal quebradizo y un arañazo en el metal congelado de las paredes.
******
Bien, que hermosa estampa, pensó Antos.
Los Rider Purple, Orange y Blue habían llegado al área del comedor y lo que habían encontrado confirmaba las peores predicciones al tiempo que suscitaba múltiples preguntas.
Los cuerpos, tanto los del personal rehén como los separatistas, estaban repartidos por toda el área. Algunos caídos en el suelo, otros aún en pie, o inclinados sobre las mesas, petrificados en las últimas posturas que tuvieron en vida, agarrando sus propias extremidades o aferrándose a sus armas o a cualquier objeto que hubiesen podido agarrar.
Hasta el último de ellos, convertido en estatuas de un grisáceo y cristalino material que no solo parecía haber cubierto sus cuerpos sino mutado todo el organismo hasta el interior. Así lo denotaba uno de los cadáveres, partido en dos y dejando visible el interior de un torso convertido en una masa maciza del extraño mineral.
Y ni una miserable gota de sangre.
"¿Qué coño ha pasado aquí?", susurró Avra. Había materializado su espadón Durande nada más entrar y ahora lo usaba para toquetear con cautela los cuerpos evitando un contacto directo, "Esto no lo han podido hacer los separatistas. No a ellos mismos, ¿no?".
"Puede que algún tipo de arma química", comenzó Armyos, "Pero dudo que la usasen ellos y no encaja con lo que leo del resto de la escena."
"¿Qué quieres decir?", preguntó la Rider Blue.
"Las paredes, Avra", intervino Antos materializando su lanza, "Hay marcas de disparos por todas las paredes, suelo y techos. Estaban intentando abatir a algo o alguien."
"O fueron disparos muy desorganizados o intentaban cargarse a alguien que brincaba de miedo", observó Avra, "Y viendo esas mesas..."
Efectivamente, algunas de las mesas del salón comedor estaban hundidas sobre sí mismas, como si algo de gran peso hubiese caído sobre ellas abollando el metal con el que habían sido construidas.
Mientras Antos y Avra observaban la estancia, Armyos se acercó a dos de los cuerpos. Uno era, por los restos de su ropa, uno de los científicos malbassa. El otro, uno de los separatistas. Por la posición y postura, el terrorista había muerto escudando a su rehén del peligro.
Sus ojos atinaron a ver una incisión en el pecho, un orificio similar al que habría dejando un arma blanca. Las protuberancias y esquirlas de cristal parecían medrar allí de forma más virulenta.
Un punto de impacto es lo más probable, pensó Armyos, De ahí se extendió al resto del cuerpo
cristalizando el organismo seguramente comenzando con los órganos internos antes de rematar con la epidermis.
Escuchó un ligero chirrido, como cristal quebrándose, y por el rabillo del ojo Armyos pudo jurar que la cabeza del cadáver se había girado levemente para mirarle.
El Rider Orange se quedó totalmente inmóvil. El sonido de la voz de su hermana y hermano se difuminó en un murmullo y todos sus sentidos se centraron en lo que tenía delante.
De nuevo, el vidrioso crujido, y esta vez acompañado por un movimiento rápido y claro de un brazo gris cristalino rematado en una mano de dedos afilados intentando tomar el rostro cubierto de Armyos. Éste pudo retroceder a tiempo gracias a sus reflejos, materializando su martillo en el acto con un trueno de energía naranja.
Avra y Antos volvieron su atención hacia él al percatarse de su reacción. Cualquier comentario jocoso o burla que hubiese podido salir de sus labios enmudeció cuando todos los cuerpos cristalizados que los rodeaban empezaron a moverse de forma espasmódica y a incorporarse.
Las reacciones de los Riders más jóvenes no habrían podido ser más opuestas.
"Oh, mierda", susurró Antos.
"¡Hostias, genial!", exclamó Avra.
Las únicas respuestas que recibieron fueron un suspiro paciente de Armyos y los gritos antinaturales de los seres que ahora se abalanzaban contra ellos.
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