jueves, 29 de diciembre de 2022

098 DÍA TERCERO (I)

 

La noche había sido rutinaria, dentro de lo que cabe.

El NEXUS era un local concurrido hasta en las noches más tranquilas, pero Alicia Aster encontraba algo agradable y tranquilizador en el ajetreo y el frenesí del trabajo siempre que éste se mantuviese dentro de los parámetros de lo normal.

Esto significaba noches movidas con abundancia de bebidas, peticiones de música y gente ruidosa y borracha, pero sin violencia, ni peleas ni encontronazos incómodos, ni tener que hacer de escolta a alguna clienta que se sintiera insegura. Desde luego, tampoco tener que lidiar con desgraciados que intentasen añadir algún ingrediente extra sin permiso a la copa de alguien. 

La última vez que pillaron in fraganti a alguien haciendo eso, los compañeros de trabajo de Alicia tuvieron que agarrarla para impedir que la visita del desgraciado al hospital y la comisaría no terminase siendo una visita a la morgue.

Cuando ninguna de esas cosas ocurría, cuando la gente se limitaba a beber y a pasárselo bien con la música y sus equivalentes de rituales de interacción social y apareamiento sin hacer daño a nadie, Alicia Aster podía pensar que no tenía un mal trabajo después de todo.

Le gustaba estar rodeada de gente, de todas las especies de dentro y fuera del Concilio. Era una persona sociable de forma natural y al mismo tiempo, suponía, intentaba compensar una infancia con más aislamiento que el de la mayoría de niños y niñas humanos en Occtei o en cualquier otro planeta.

Ser la hija de una Rider no había sido fácil, especialmente desde el momento en que su mente infantil comprendió que nunca sería como los demás.

Sabía que su madre y sus tías y tíos lo habían hecho lo mejor que habían podido para protegerla y garantizar una infancia lo más feliz posible. Pero para una pequeña de mente inquisitiva era algo casi tan natural como respirar el hacer todas las preguntas incómodas que no podían ser respondidas con facilidad, y menos por parte de una madre que la quería pero que arrastraba su propia colección de demonios e inseguridades. 

Athea Aster nunca dejaría de ser una figura complicada y querida en la vida de Alicia. Nunca odió a su madre, pero durante varios años el resentimiento había supuesto un muro entre las dos que por suerte el tiempo había conseguido ir derribando poco a poco.

Tiempo, era algo que les sobraba. Su madre había tenido a Alicia con noventa y nueve años. Contaba ahora con ciento setenta y uno.

Alicia Aster tenía setenta y dos años, y a pesar de las canas en su cabello apenas aparentaba estar a mitad de la treintena. Lo gracioso es que pese a su envejecimiento ralentizado, herencia parcial debida a ser hija de una Rider, Alicia aparentaba más edad que su madre. Athea no había cambiado mucho físicamente desde los veinte años que tenía cuando se convirtió en Rider por primera vez.

La cuestión es que durante muchos años, hasta que pudieron poner en orden múltiples factores, Alicia vivió en un semi-aislamiento del resto de la galaxia por su propia seguridad. Como hija de una Rider era una rareza biológica en si misma que resultaría de interés para individuos y organizaciones sin escrúpulos. Una infancia solo con su madre, sus tías y tíos, cuidadores aprobados bajo la supervisión de los Corps, inteligencias virtuales como compañeros de juegos en entornos controlados... 

Todo ello dejó a Alicia con un anhelo que solo pudo solventar al ser adulta.

De ahí su apetencia por rodearse de gente. Cuándo su familia consiguió garantizar su seguridad de forma que pudiese vivir por su cuenta sin ser una prisionera encerrada en una jaula dorada, Alicia se lanzó de cabeza a convertirse en una criatura social. 

Hubo traspiés, malentendidos, situaciones que hicieron que sus tíos Antos y Avra se partiesen de la risa, momentos en los que tuvo que reprimir el impulso de correr de vuelta junto a su madre, altibajos de todo tipo e índole, amagos de romance que nunca llegaron a buen puerto, amistades firmes y otras más volátiles... En definitiva, una vida.

Para un observador casual y externo que solo conociese retazos de la vida y obras de Alicia Aster, alguien como ella que había estudiado ya tres carreras académicas distintas (más por el disfrute que le suponía la vida de universitaria que por un verdadero interés en los campos de estudio que había elegido) y que contaba con mayor preparación militar y de combate que algunos soldados profesionales del Concilio (pese a no haber ejercido nunca como combatiente) podría no parecer la clase de persona que buscaría lanzarse de cabeza a un trabajo de camarera en un local de copas y baile nocturno.

El NEXUS era un local razonablemente popular, pero no era el más lujoso, ni el lugar de moda, ni a donde acudían las grandes celebridades del mundo del espectáculo si visitaban o residían en Occtei.

Pero era el local al que acudía la familia de Alicia Aster.

La situación era... extraña y entrañable a un tiempo. Todo el mundo conocía a los Riders. Demonios, toda la galaxia conocía a los Riders. La palabra “famosos” se quedaba corta para describir hasta que punto en el rincón más remoto de la civilización galáctica se había al menos oído hablar de las Cinco Luces del Universo. Pero en Occtei, y concretamente en el NEXUS, parecía haber una suerte de norma no escrita. Podías reconocer a uno de los Riders si los veías en una de las raras ocasiones que salían de guisa civil sin intentar pasar desapercibidos. Podías hablar con ellos, incluso pedir un autógrafo, o posar para una holo-imagen. Pero la mayoría de la gente los dejaba en paz, aparte de algunos saludos educados u ocasionales gestos de reconocimiento y agradecimiento. Y en el NEXUS esto parecía amplificarse. Todo el mundo sabía que aquel era el lugar a donde los Riders acudían a relajarse, a pasar el rato, a entablar contacto con la gente. Y nunca eran molestados por ello.

Ni siquiera las peores aves rapaces y carroñeras de la prensa lo habían intentando.

Alicia eligió el NEXUS por muchas razones. Por poder estar rodeada de gente sin dudarlo, pero también para seguir manteniendo un lazo con su familia en un entorno en el que nadie ataría realmente cabos que la relacionarían con Athea Aster en particular o con los Riders en general.

Y ahí se encontraba ahora, al final de su jornada del día. Eran ya las cinco de la madrugada en Occtei y apenas quedaba ya nadie en el local. El área de baile estaba vacía, las luces apagadas y la música desconectada. En la zona del bar apenas quedaban uno o dos rezagados que saldrían con la compañía de los últimos empleados. Alicia estaba ultimando la limpieza de la barra, recogiendo los últimos vasos y recipientes de aperitivos al tiempo que intentaba mentalizarse para la siempre traumática revisión de los aseos. Siempre lo dejaban para el final y ella y los demás trabajadores del bar siempre lo echaban a suertes.

Esperaba que sus instintos en el piedra-papel-tijera no le fallasen esta noche. Ya tuvo bastante con la jornada anterior.

“¿Y ese ceño fruncido?”, preguntó una voz a sus espaldas.

Alicia dio un respingo, y tras un instante se volvió con una medio sonrisa en el rostro, “¿Cómo demonios puede ser tan sigiloso alguien de tu tamaño, Tasoom?”

Tasoom era un barteisoom. Como todos los miembros de su especie, era excepcionalmente alto. Puede que no tanto como un vas andarte, pero casi. Su morfología destacaba por los rasgos reptilianos en su rostro humanoide de escamosa piel verde y los cuatro brazos que salían de su ancho torso. Incluso para los parámetros físicos estándar de su gente, Tasoom era excepcionalmente corpulento, trabajando tanto de barman como de gorila encargado de mantener la seguridad en el local.

Alicia sabía que eso se debía más al factor de intimidación que a sus habilidades reales. Tasoom nunca haría daño a una mosca. De ellos dos Alicia era la más peligrosa, de lejos.

“El sigilo está en la práctica”, respondió el barteisoom, “Criate con cinco hermanos pequeños y revoltosos cuya atención no quieres atraer y el sigilo termina siendo un don... Ahora dime ¿a qué venía esa cara?”

“Oh, no es nada, solo pensando en el sorteo de final de turno”, respondió Alicia.

“¿Te tocó ya ayer, no?” preguntó Tasoom llevándose una mano al mentón, “Si me pides mi opinión, eso es una razón más que válida para saltártelo hoy. Sal más pronto, cuando termines con la barra.”

“¿Y qué hay de los demás? ¿No protestarán?”, preguntó ella incrédula, «Por que no me imagino a Landro contenta si le toca a ella lidiar con lo aseos.”

El barteisoom rió al tiempo que daba una ruidosa palmada con sus cuatro manos, “¡Ja! Descuida. No creo que tengan problema. Y si alguno se cabrea tendré que hacerlo entrar en razón. Pero en serio, escaquéate antes. Te guardo las espaldas, y ya sabes que el jefe también hará la vista gorda.”

Alicia resopló, sintiendo cierto alivio aflojando la tensión que imperceptiblemente tenía acumulada sobre sus hombros, y propinó un golpe suave y juguetón sobre uno de los brazos inferiores de Tasoom.

“Eres un cielo, Tas”, dijo ella con una sonrisa, “Que nunca te digan lo contrario.”

Él se limitó a responder con un asentimiento efusivo y una sonrisa dentada.

Unos cuarenta minutos más tarde, Alicia Aster caminaba por las calles de los distritos exteriores de la capital planetaria de Occtei. Podría haber tomado un transporte, pero disfrutaba caminando bajo el cielo nocturno en noches despejadas como aquellas a pesar de la distancia hasta su casa. 

Tardaría como cerca de otra hora en llegar y para entonces ya serían casi las seis y media de la madrugada. El cielo estaría ya anunciando el día y Alicia Aster dormiría durante las primeras horas del sol. Por fortuna, dado su metabolismo alterado solo necesitaba unas tres o cuatro horas de sueño a diario.

Su apartamento se encontraba en el punto más alto de un avanzando bloque de edificios en la periferia de la ciudad del cual ella era la única habitante. Además de los sistemas de seguridad y aislamiento, el lugar estaba marcado por un hechizo de área que lo hacia pasar desapercibido a ojos de un caminante cualquiera. Si dicho caminante albergaba cualquier tipo de intención hostil, el lugar parecería abandonado y ruinoso a sus ojos. 

De esta forma, Alicia Aster vivía oculta a simple vista de cualquier potencial enemigo de su madre, sus tías y sus tíos.

El último tramo de su trayecto era a través de una pista elevada, originalmente una vía de conducción para vehículos terrestres cerrada al tráfico y convertida en improvisada avenida peatonal. Alicia era la única alma caminando por el lugar, pero el bullicio de la ciudad a sus espaldas incluso a tan tardías horas podía percibirse. Se dio la vuelta y observó por unos momentos el mar de barrios residenciales rodeando un centro de enormes rascacielos que se elevaban como agujas luminosas hacia el cielo. 

Pudo ver la colina con el viejo templo a lo lejos, cercana al lugar en el que se levantaba la sede de los Rider Corps, tan imponente como cualquier rascacielos salvo por el hecho de que su crecimiento se dirigía hacia las profundidades.

Alicia había estado atenta a las noticias. Se preguntó cómo estarían su madre y los demás. No estaba preocupada, no realmente, o al menos no más de lo que lo estaba siempre que los Riders acudían a alguna misión. Los cinco guerreros llevaban siglo y medio combatiendo sin pérdidas y Alicia no tenía razones para creer que las cosas fuesen a cambiar ahora. Además, por lo que a ella respecta, su madre era la fuerza más imparable del universo. Solo su tía Alma se le acercaría.

Aunque mi opinión es desde luego parcial, pensó, al tiempo que reanudaba su andar.

Fue entonces cuando lo sintió.

Alicia no era una Rider como el resto de su familia, pero había heredado un fragmento minúsculo de sus habilidades. Su lento envejecimiento era quizá el aspecto más visible, pero no el único.

Sus sentidos estaban más agudizados, y no solo los concernientes a su entorno físico. Alicia notó como se erizaba todo el cabello de su cuerpo y se le ponía la carne de gallina al tiempo que notaba como un zumbido en la nuca. Todo ello señales de que sus latentes habilidades taumatúrgicas habían detectado a algo o alguien de enorme poder.

Alzó la vista. El cielo sobre la ciudad seguía contaminado por la luz artificial. Pero estaba despejado, sin nubes, y no tuvo que esperar mucho para verlo.

Al principio creyó que estaba presenciando algún tipo de alucinación o delirio. Hubo algo que brilló en lo más alto de la atmósfera para acto seguido parecer como si un desgarrón del negro cielo nocturno se hubiese desprendido y comenzado a caer. A pesar de su excelente vista, Alicia tardó en comprender que por mucho que aquel objeto pareciese hecho de un pedazo de la misma noche, no era ese el caso.

Era enorme, más grande que la más grande de las naves del Concilio. Lo único que debía igualar a aquella cosa en tamaño eran las legendarias naves-jardín, las Arcas, en las que la humanidad viajó de una galaxia a otra. Era una construcción cristalina, de forma piramidal, totalmente lisa en su superficie salvo por lo que parecía una llaga horizontal de luz sangrante y carmesí cerca de la cúspide.

Su descenso se detuvo justo encima de la ciudad. Seguramente aún habría un par de kilómetros de distancia, pero dada su envergadura parecía que su base pudiese rozar los puntos más altos de los edificios sin problema.

¿Qué es eso? Dioses, ¿qué es...?

Todo en aquella cosa emanaba maldad. No podía pensar en otra palabra que describiese aquella sensación de frialdad que había comenzado a notar de repente.

Alicia Aster echó a correr hacia su piso justo cuando comenzaron a sonar las primeras alarmas de la defensa planetaria. Escuchó otro ruido a sus espaldas, un crujido cristalino e irritante. Sintió el resplandor rojizo iluminando el cielo detrás de ella, sintió el ruido del impacto bajo sus pies y pudo oler la explosión. 

Dio un último vistazo y pudo atisbar la enorme columna de llamas que antes había sido una de las torres de metal y cristal más altas de la ciudad. El fuego y el humo ascendieron, acariciando la base de la pirámide flotante al tiempo que esta comenzó a expulsar de su propia masa lo que parecían enormes pilares de cristal afilado.

Dichos fragmentos volaron en todas direcciones. Algunos más lejos, otros más cerca. Cayendo sobre la misma ciudad o atravesando el aire más allá, como rastreando otros rincones del planeta.

Alicia pudo ver como algunos volaban en su dirección. En dirección a su casa.

Comenzó a correr de nuevo. 

La alarma siguió sonando, pronto acompañada de los gritos.


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