miércoles, 15 de diciembre de 2021

055 GENIALIDAD DEMENTE

 

La joven vas andarte, de piel rojiza y cabellos plateados, lucía una sonrisa que no encajaba para nada con las calles por las que se estaba moviendo.

Caminaba con un paso firme y decidido, abrazando a su esbelto y larguirucho torso la bolsa de plástico biodegradable en donde guardaba víveres recién adquiridos.

Venato era un puerto espacial lleno de claroscuros. La estación, construida en el corazón hueco de un asteroide, había sido de siempre un centro para el turismo y el ocio desde que dejó atrás sus orígenes de modesta colonia minera. Hoteles de lujo, parques temáticos, casinos... diversión para toda la familia.

Pero contaba también con áreas menos recomendadas. Áreas con casinos en los que el pago con sangre era tan importante como el pago con créditos, donde imperaban negocios a los que los miembros más "educados" de la sociedad preferían evitar, donde las celebraciones más decadentes y hedonistas podían romper los tabúes establecidos si uno tenía el suficiente estómago, depravación y bolsillo para ello.

En una de esas áreas, en los sectores inferiores de Venato, es por donde caminaba la joven vas andarte. Los neones gastados y parpadeantes de los establecimientos a su alrededor se reflejaban en el asfalto humedecido por la simulación de clima artificial que hasta hace unas horas había dictaminado que el lugar se merecía una llovizna.

Su sonrisa era más luminosa que cualquiera de esos carteles. Era pura. Era inocente.

Y aún así, ninguno de los habitantes de las sombras se atrevió a acercarse a la chica. Todos los que la veían se hacían a un lado, dejando un amplio espacio, permitiendo que se moviese sin impedimentos ni obstáculos, sin ningún encontronazo.

Su sonrisa era pura e inocente, pero los habitantes del vientre putrefacto de la estación sabían reconocer a un depredador peligroso en cuanto lo veían.

Goa Minila era una asesina, después de todo.

El que llevase ropa civil en ese momento en vez de su viejo uniforme no disimulaba del todo su forma de moverse.

Bueno, asesina en prácticas. Nunca había llegado a tener un puesto propio dentro de los Operativos, condenada a saltar de supervisor en supervisor. Nunca había tenido una asignación personal, siempre había sido una asistente en los trabajos de otros.

Goa se paró en seco en medio de la calle. Para un observador casual la expresión de su rostro parecería una curiosa mezcla de perplejidad e irritación.

La vas andarte procedió a sacudir su cabeza de un lado a otro, para finalmente darse una bofetada a sí misma.

Ya no era una Operativa. No señor. Haría bien en recordarlo, y si su cabeza seguía dándole vueltas a ser una Operativa pues tendría que golpearla más fuerte hasta empezar a borrar las memorias.

Tras darle una vuelta a esos pensamientos en su cabeza, Goa Minila bufó y asintió de nuevo con una sonrisa, como si acabase de tener una conversación con un interlocutor invisible.

La joven vas andarte retomó su caminar como si nada. Tras unos diez pasos, comenzó a tararear una vieja canción cuyo nombre no recordaba y cuya letra había reducido a leves murmullos.

Goa Minila ya no era una Operativa. No, ahora era... bueno, no sabría decir muy bien que era ahora.

Tendría que preguntarle al señor Vastra-Oth.

 

******

 

Sus amigos en Venato habían cumplido.

Cuando estaba vivo, su marido nunca le había preguntado sobre su pasado en aquel lugar antes de su entrada en el ejército, de la misma forma que Tobal nunca había hecho demasiadas preguntas a Mantho sobre su pasado como cibercriminal antes de obtener una carrera respetable.

Aunque había dejado aquella vida atrás –y tenía claro que había sido una de las mejores decisiones de su vida– Tobal Vastra-Oth nunca había roto del todo el contacto con viejos conocidos, amigos y antiguos jefes.

En parte por razones sentimentales, pues sabía que a pesar de sus circunstancias muchos de ellos eran gente medianamente decente que no habían tenido mucha suerte u oportunidades, o que simplemente habían decidido que no querían más complicaciones en sus vidas tras acostumbrarse a la rutina de las calles.

Pero también por puro pragmatismo. Una parte de él siempre había deseado que nunca fuese necesario, pero al mismo tiempo siempre había creído que era conveniente mantener amistades en lugares así porque nunca sabías cuándo te podrían hacer falta.

La vida da muchas vueltas, después de todo. Hace ocho meses su marido aún estaba vivo, por ejemplo. Hace ocho meses no habría tenido que mandar a sus hijos a vivir con sus abuelos mientras él se ponía a buscar respuestas.

Hace ocho meses no había conocido a Meredith Alcaudón.

Hace ocho meses no habría pensado que se encontraría en un garaje reconvertido en loft en un viejo bloque de apartamentos en los barrios bajos de Venato, reuniendo material para hacer operaciones de mantenimiento a la lanzadera que habían robado a un asesino a sueldo profesional.

Asesino a sueldo profesional que en ese momento se encontraba retenido en la celda improvisada en que habían convertido un viejo container de materiales.

Legarias Bacta no había soltado palabra alguna. Tampoco es que le hubiesen intentado sonsacar mucho. Meredith tenía su cabeza en otros asuntos, y después de todo ya tenían un rastro hacia Esbos gracias a Goa Minila...

La puerta que daba al exterior se abrió, deslizándose con un chirriar metálico.

"¡Ya estoy de vuelta!"

¿Cómo era aquella expresión que usaban los humanos? Ah, sí, 'hablando del rey de Roma...'

Goa Minila cerró la puerta tras de sí, se descalzó dejando sus botas al pie de la entrada y prosiguió descalza al interior, hacia la esquina del garaje donde estaba situada una pequeña zona de cocina.

"¡He hecho la compra. Señor Vastra-Oth! ¡Lo indispensable, lo esencial! ¡Manduca pal cuerpo!"

Tobal suspiró, dejando las piezas con las que había estado ocupado sobre la mesa de trabajo y comenzó a usar un viejo trapo para limpiarse los restos de aceite de las manos. El ex-soldado angamot posó su único ojo ciclópeo, segmentando como el de un insecto y de un vibrante color azul, sobre la muchacha.

Desde que se habían asentado hace seis meses y medio en Venato, Goa había pasado de prisionera parcial a asistente, y parecía que últimamente había desarrollado una vocación como chica de los recados. Siempre que era necesario obtener algo –ya fuese comida, ropas u equipamiento– la joven vas andarte se presentaba voluntaria.

De ser más cínico, Tobal Vastra-Oth se habría preguntado si la muchacha no habría estado trazando rutas de escape, preparando algún tipo de triquiñuela o sabotaje,  pero siempre se había considerado un buen juez de carácter y había dictaminado que Goa Minila era de fiar... siempre que se la mantuviera alejada de armas u objetos afilados.

Estaba convencido de que parte de ello se debía también a que la joven –y dioses, con catorce años era solo una cría– estaba intentando replicar algún tipo de vida normal que nunca había tenido.

"He comprado esas cositas que tanto le gustan en salsa", parloteaba la muchacha al tiempo que vaciaba la bolsa que había traído consigo, "Y esas bebidas que le gustan a la señora Alcaudón, incluida la que contiene ese alcaloide del grupo de las xantinas que sigo creyendo debería consumir en menor cantidad. Puede que sea una sustancia psicoactiva relativamente suave, pero bebe demasiada..."

"A Meredith le gusta la cafeína, Goa. Prácticamente casi toda la especie humana es adicta. Es o eso o la teobromina", bromeó Tobal.

"Aún así... alcaloides. Puagh", dijo Goa, "Metabolismos de otra galaxia, desde luego."

Había terminado de vaciar la bolsa y guardar los productos en la despensa, dejando solo una lata de bebida energética con cafeína que Goa agarró como si estuviese sosteniendo un tubo de ensayo lleno de substancias peligrosas.

"Creo que se la voy a dar ahora, ¿Ha parado a descansar algo?"

Tobal sacudió la cabeza.

"No, ni una pausa desde que te fuiste. Iba a darle una hora más y si no terminaba por hoy yo mismo le daría al botón..."

"Pues entonces iré a darle su alcaloide, seguro que le hace falta", replicó la joven.

Goa caminó hacia el fondo del loft, a un área separada por paneles móviles que la convertían en una estancia separada del resto. Deslizando uno de ellos, se abrió paso y sus ojos compuestos de forma almendrada se cerraron momentáneamente hasta que se pudo acostumbrar al resplandor.

Pantallas, docenas de pantallas y monitores colgando de la pared o usando las grandes cajas de servidores y ordenadores como soporte. Toda la estancia estaba sumida por un zumbido quedo de electricidad estática.

Los monitores, todos y cada uno de ellos, mostraban líneas y líneas de código. Letras, números y símbolos que Goa no reconocía, caían como una cascada virtual, algunos de ellos quedándose fijos, formando palabras sueltas. La luminosidad que emitían tenía un tenue tono azulado que hizo pensar a la joven vas andarte en un frío gélido a pesar del calor que emitían todas aquellas máquinas.

Cables caían desde los monitores y las computadoras, algunas tan grandes como una persona. Caían como serpientes y se deslizaban por el suelo hasta el centro de la estancia.

Allí se encontraba la figura sentada de Meredith Alcaudón, repitiendo la rutina en la que se había sumido los últimos meses.

Los cables ascendían hasta el rudimentario casco neural que la tecnópata había improvisado con materiales de segunda. Meredith había cortado su cabello pelirrojo para optimizar su uso. Se había rapado casi al cero, pero ahora su cabeza estaba adornada de nuevo por un cabello corto y rizado.

En aquel instante en vez de su habitual traje y abrigo vestía unos viejos pantalones flexibles y una camiseta de tirantes gastada. Meredith era de baja estatura y cuerpo ancho, con algo de sobrepeso que se veía compensado por la desarrollada musculatura en sus hombros y brazos. Era algo que siempre había llamado la atención de Goa, la mujer era como una antítesis de los altos, delgados y esbeltos vas andarte, mucho más que otros humanos que había conocido.

El rostro pecoso de la tecnópata estaba inexpresivo, perlado en sudor y con sus ojos en blanco al estar su mente inmersa en un estado de comunión total con los fantasmas de las máquinas.

El código encontrado por Mantho Oth, el código recuperado del fugitivo Tiarras Pratcha, había resultado ser considerablemente más complicado. Si el responsable de aquel código no era un tecnomago, Meredith estaba convencida de que entonces era algún tipo de loco brillante, pues el nivel de encriptación, trampas y cantidades de código basura rellenando huecos para despistar cualquier intento de descifrado llegaba a unos niveles de genialidad que bordeaban la demencia.

Solo había visto esa atención enfermiza al detalle en sus propios trabajos. Eso no lo hacía más fácil, más bien lo contrario. La familiaridad y experiencia, útiles como eran, también podían hacer medrar una peligrosa y arrogante autoconfianza. Y no podía permitirse eso, por ello volvía una y otra vez sobre sus pasos, asegurándose de que todo marchaba como debía.

Goa Minila la observó, preocupada. Sacudió su mano delante del rostro de la mujer y no recibió respuesta.

Cuando llegaron a Venato, Meredith dictaminó que no proseguirían su persecución de los Operativos hasta que supiese qué era exactamente la información por la que había muerto Mantho Oth y, lo más interesante, porque éste había dejado instrucciones de que una vez descifrada Meredith debía ponerse en contacto con Athea Aster, Rider Black.

Goa dio unas palmaditas sobre el hombro de Meredith, pero una vez más la mujer no reaccionó. Con un suspiro, la joven vas andarte dejó la lata de bebida  junto a ella y abandonó la estancia.

Era una suerte que aquellos ordenadores guardasen los avances en el proceso de descifrado en intervalos de cada dos minutos, porque parecía que el señor Vastra-Oth iba a tener que cortar de nuevo la corriente si querían que Meredith Alcaudón cenase algo esa noche.  

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