Aquel día sería rubricado a fuego en la historia galáctica, Tar-Sora estaba segura de ello.
La agente del OSC se permitió otro suspiro de alivio cuando llegó el comunicado con la confirmación de la presencia de la flota en órbita y el descenso de los destacamentos de purga y resistencia.
El número de drones garmoga había sido reducido a niveles manejables, o al menos eso indicaban las lecturas del ZiZ local, y con el portal cerrado los Riders se habían retirado con prontitud. Tar-Sora creyó detectar un cierto sentimiento de urgencia en su marcha, pero no podría asegurarlo.
El escudo de la pirámide senatorial había resistido, y los miembros presentes del Senado habían sido evacuados.
Pero el golpe había sido dado. Toda el área de embajadas en torno a los Jardines de Concordia y la Pirámide había sido arrasada por los garmoga primero y por el daño colateral posterior durante el combate de los Riders con aquella cosa dorada.
Aún no habían finalizado los primeros recuentos, pero la cifra de muertos era notable. Pese a la contención geográfica en un área muy concreta, la densidad de población de Camlos Tor en comparativa con mundos coloniales o de los bordes exteriores se había traducido en ingentes bajas.
Y muchas habían sido de miembros pertenecientes a las embajadas de sistemas asociados y miembros menores del Concilio. El desequilibrio diplomático que desembocaría de todo aquello aún se habría de notar en años venideros.
"¿Señora?"
Tar-Sora se volvió y sus reptilianos ojos se posaron en la joven técnica ithunamoi, una de los pocos que se había quedado a cubrir la monitorización de la situación local cediendo su turno de evacuación a otros. En opinión de Tar-Sora la muchacha y otros como ella se merecían más reconocimiento.
La técnica le ofreció un pequeño dispositivo. Una tarjeta de datos.
"Es la compilación de metraje que nos pidió. Todo lo que nuestras cámaras consiguieron captar de ese garmoga dorado."
"Gracias... mis superiores en la OSC van a tener unas jornadas muy interesantes estudiando esto."
Interesantes, si.
Recordó una historia que le había contado un compañero humano cuando aún estaba en los centros de entrenamiento, recién alistada. Por lo visto una de las antiguas culturas de su mundo nativo advertía sobre vivir en tiempos interesantes. Algún tipo de consejo o de maldición que desear a tus enemigos.
Cambios, incertidumbres y hechos sin precedentes. El miedo a no saber nunca que depararía el mañana. Tar-Sora podía apreciar aquella observación.
Y si bien podía argumentarse que esa había sido la tónica de la galaxia en el último siglo y medio, parecía que en los últimos meses la misma rutina de la guerra estaba siendo alterada otra vez.
Era algo afortunado que su especie, los barteisoom, no necesitasen dormir mucho más de tres horas diarias. Aquellos pensamientos podrían quitarle el sueño a cualquiera.
Con un último jadeo sibilante, Tar-Sora guardó la tarjeta de datos en un compartimento de su uniforme y abandonó la Sala de Seguridad, rumbo a lo que quedase en pie de los hangares exteriores.
******
A pesar del casco, Alma sintió el calor de las chispas emitidas por el entrechocar de su espada contra la de Rider Green, golpeando su visor antes de disolverse en el aire.
Con cierta alarma se percató de que había perdido la noción del tiempo. No estaba segura de cuanto llevaban así. El sol había comenzado a ponerse en Pealea y el cielo se había tornado de un tono sanguinolento, parejo al magma volcánico que no había cesado de surgir alrededor de las dos guerreras.
Lo que había sido un terreno pedregoso, llano y seco había ido mutando en las últimas horas en una improvisada laguna de roca fundida, islotes flotantes y plataformas y pilares de roca inestables empujados hacia la superficie por la presión que crecía desde el subsuelo.
En el cielo sobre ellas, y también sin dar cuartel, proseguía el combate entre sus Dhars.
Alma podía sentir el agotamiento de Solarys. La Dhar Komai nunca había estado tan cansada, nunca había hecho frente a un enemigo con su misma o superior resistencia. No sola al menos.
Pero ni siquiera la más dura de las quimeras garmoga que pudiese recordar se igualaba al poder del que hacía gala Teromos.
Al parecer ese era el nombre de la bestia. Durante el combate Rider Green había continuando en ocasiones sus amagos de conversación, comentando en uno de ellos la situación de sus Dhars. Parecía orgullosa de su monstruo.
¿Y por qué no iba a estarlo?, se dijo Alma, ¿No lo estoy yo también de Solarys muchas veces? Si su lazo con su Dhar Komai es como el nuestro, tiene todo el sentido.
Teromos era claramente más viejo que Solarys. Era algo que Alma había apreciado poco a poco a través de su lazo con la Dhar roja. No hacía sino plantear más preguntas que añadir a la pila de enigmas que su mera presencia y la de Rider Green en clara alianza con los garmoga había desencadenado.
Pero siempre que intentaba llevar cualquier atisbo de diálogo durante el combate a esa dirección, la Rider esmeralda volvía a silenciarse.
Callada como una tumba hasta el próximo comentario enervante camuflado como consejo extrañamente acertado.
¿Y no era eso también extraño? ¿Qué clase de oponente imparte sabiduría y consejo sincero a otra?
Una que está totalmente segura de sus capacidades. Una que sabe que puede derrotarte en un parpadeo si se lo propone. Una que está jugando contigo.
A pesar de tener dicho pensamiento y epifanía siempre presente, Alma Aster no flaqueó. Era Rider Red, y no iba a rendirse.
Aún cuando su armadura se disolviese, con su lazo con el Nexo ahogado e incapaz de proporcionar más energía sin quemar su metabolismo.
Aún cuando no pudiese materializar más su espada y tuviese que golpear con sus puños hasta desgarrar la carne de sus nudillos.
Aún cuando hasta el último de sus huesos estuviese quebrado y solo su espíritu mantuviese en pie su cuerpo roto.
Aún entonces, seguiría luchando.
Por ello, aparcó toda duda. Apartó todo temor. Sin dejarla de lado, relegó a Solarys a un rincón frío y lógico de su mente, depositando en su Dhar la fe de que ella misma podría cuidarse sola contra su rival.
Todos sus sentidos se centraron en su espada y en su oponente. Tenía que intentar algo nuevo.
Rider Red golpeó, sujetando la empuñadura de Calibor con una sola mano. Un tajo descendente de arco largo, predecible. Rider Green pudo apreciar que Alma estaba telegrafiando el movimiento, quizá una suerte de amago, pero decidió de todas formas mantener su guardia alta e interceptar la espada carmesí con su hoja esmeralda.
En cuando ambos filos chocaron, Alma soltó la empuñadura de Calibor tras transmitir una porción de energía al arma.
La espada de Rider Red se desmaterializó, pero lo hizo con un destello de luz roja de gran intensidad. Rider Green se desequilibró por el estallido de luz justo ante sus narices y por la carencia de resistencia contra su propia arma, inclinándose ligeramente hacia adelante.
Alma por su parte se había agachado, colando su puño derecho bajo la guardia de Rider Green y golpeando a esta en el vientre.
Alma Aster concentró toda su fuerza, toda la que pudo, en ese puño. Partes de su armadura se disolvieron o atenuaron al tiempo que su brazo derecho se iluminaba con un resplandor rojo intenso.
Alma golpeó. A nuestros ojos parecería un único impacto, pero tomando ejemplo de los ataques previos de Rider Green, Alma propinó al menos medio centenar de golpes en un segundo en el mismo punto.
Chispas cromáticas y humo saltaron por el impacto, pero Alma no concentró su energía con la misma eficiencia quirúrgica de la que había hecho gala su rival, y una onda expansiva por el aire desplazado por dichos impactos acompañado de un sonido atronador arrojó a Rider Green a metros de distancia.
Habría llegado mucho más lejos si no hubiese chocado contra varios de los pilares rocosos elevados por la actividad volcánica.
Alma decidió no dar cuartel y saltó tras su enemiga. Tumbada entre escombros de roca y magma fundido, Rider Green pudo ver a la Rider Red descender sobre ella, dispuesta a repetir su ataque de nuevo.
La Rider renegada hizo gala de reflejos superiores una vez más, girando en el suelo y esquivando no solo el nuevo brutal golpe de Alma sino usando la nueva onda de poder derivada del mismo como impulso para incorporarse con más rapidez.
Extendió su espada y esta brilló tornándose de nuevo en su cetro. Un rayo de luz verde salió del mismo y golpeó de lleno a Alma en el casco. Fragmentos del mismo y de su visor volaron antes de disolverse en la nada al tiempo que la Rider Red caía al suelo.
Alma escupió un gargajo de sangre y se levantó. La mitad de su casco había desaparecido, así que se arrancó los restos que quedaban, dejando su rostro al descubierto.
Tenía sangre en la comisura de sus labios y en la nariz. No había moratones, pero en su sien izquierda una marca similar a una quemadura había cortado parte de su largo cabello.
De su armadura conservaba el torso, si bien aún dañado, el brazo izquierdo, la pierna izquierda en su totalidad, y parte de la pierna derecha. En su brazo derecho su armadura se había disuelto casi completamente y su uniforme térmico, que solía vestir bajo la misma, había sido desgarrado, dejando al aire la tensa musculatura de su brazo desnudo, envuelto en un tenue resplandor rojizo.
"Mírate", dijo Rider Green, "Estás agotada. Sometida a tus propias limitaciones. Encadenada por los prejuicios autoimpuestos."
"Oh, cállate."
Rider Green sacudió sus hombros en una risa silenciosa.
De repente, un estruendo llegó desde las alturas, y un rugido lastimero hizo que a Alma se le encogiese el corazón.
Solarys caía, envuelta en llamas verdes. La Dhar pasó sobre sus cabezas, casi rozándolas, antes de estrellarse contra el suelo cubierto de magma al pie del volcán.
"¡Solarys!", gritó Alma. En el suelo, la aturdida Dhar Komai intentaba incorporarse.
Desde una posición más elevada, Teromos descendía preparando una nueva carga de energía para rematar a su oponente carmesí.
"Parece que llegamos al final de la lección", dijo Rider Green, "Lo siento mucho, Alma Aster."
Alma intentó moverse, saltar, hacer algo. Cualquier cosa. Llegar junto a Solarys o interceptar al Dhar verde, pero en cuanto dio un paso el codo de Rider Green se hundió en su estómago lanzándola a varios metros y haciéndola caer de rodillas.
Teromos abrió su boca. Un resplandor verde enfermizo de pura energía salía de la misma, dispuesta a materializarse como una descarga de poder explosivo...
...que se disipó ante el brutal impacto de un rayo de plasma negro golpeando al Dhar verde de lleno en su cabeza, como una sombra vengadora.
Lo siguió una bola de plasma púrpura, que estalló dañando sus alas.
Una oleada de llamas azules bañó su cuerpo haciéndolo rugir de dolor y rabia.
Dicho rugido se cortó en seco cuando un relámpago de electricidad naranja atinó a golpearlo en la garganta.
Teromos comenzó a caer, como Solarys antes que él. En el suelo Rider Green retrocedió un paso y reprimió un quejido, con su postura inclinada levemente como si ella misma hubiese recibido los golpes.
En contraste, Alma Aster se incorporó. Se olvidó del dolor, del cansancio y del miedo. Una sonrisa comenzó a formarse en su rostro.
A su espalda, se produjeron cuatro destellos de colorida luz y detonaciones de energía acompañados por un sonido atronador. La onda de impacto emitida por dichas descargas de poder forzó a Rider Green a clavar su cetro en el suelo y sujetarse a él como un ancla.
Pero Alma se mantuvo erguida, sin mover un músculo al tiempo que sus recién llegados hermanos y hermanas se situaban junto a ella. Sus armaduras iluminaron el lugar, cada uno con la intensidad de una supernova.
Sobre ellos, los cielos se llenaron con los rugidos de los Dhars.
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