jueves, 20 de abril de 2023

109 EL ÚLTIMO DÍA (V)

 

Keket había olvidado el dolor físico de una forma tan primaria.

Si, había sentido dolor desde su despertar. A través del Canto. La muerte de sus crisoles a manos de los garmoga, la pérdida de sus esquirlas en combate y en destrucción planetaria. Pero había olvidado lo que era sentir dolor en su propia carne cristalina, en su propio ser físico.

Un sonido indigno, como una risa histérica, escapó de sus labios. Se incorporó, apartando los escombros y restos de minerales fundidos a su alrededor por la fuerza del impacto contra la superficie del planeta tras el golpe de la Rider Red.

Keket se llevó la mano a su mejilla y notó la fractura y la palpitación de todas sus terminales sensitivas.

No recordaba la última vez que alguien la había golpeado tan fuerte. Debería sentirse furiosa, pero… una sensación extraña había comenzado a aflorar en ella, algo casi tan olvidado como las sensaciones extremas.

La Reina Crisol se incorporó y su corona ambarina brilló envolviendo su cuerpo en un aura dorada. El dolor se calmó y solo quedó una expectación creciente. Estaba disfrutando de aquel combate, del desafío, de la incertidumbre.

Se había propuesto asimilar a las Riders en cuando la aburrieran, pero parecía que se merecían más tiempo. Y después quizá les concediese una muerte rápida. No contribuirían al Canto, pero sabía que para criaturas tan tozudas el silencio del olvido eterno sería un regalo.

Y Keket era generosa.

Quiero ver que hacéis primero, pensó, Quiero ver hasta cuánto podéis llegar antes de que el agotamiento se os lleve.

Alrededor de ella y del cráter formado en torno a su cuerpo, los millones de esquirlas nacidas de la asimilación de la población de la capital planetaria de Occtei se agitaron al unísono. A través del Canto abrazaron la voluntad de su Reina Madre. No más contención, no más juegos.

Las esquirlas alzaron el vuelo.

 

******

 

“Guanteletes.”

La voz de Athea Aster sonó a medio camino entre la incredulidad y una cierta exasperación afectuosa.

“Bueno, me pareció buena idea para poder abordar al enemigo en combate cuerpo a cuerpo y ofrecen protección extra en caso de contacto directo…”

“¿Cuánto tiempo llevas dándole vueltas a alterar la morfosis de tu arma de esta forma?”, preguntó Athea, “Sé que Antos había teorizado sobre ello hace unos años, pero…”

“Durante el viaje hasta aquí”, respondió Alma, “Con ayuda de Solarys para aligerar la carga psíquica”

“Durante el viaje hasta aquí”, dijo Athea.

“Si.”

“Has conseguido alterar tu arma, un pedazo solidificado de tu alma y conexión con el Nexo, en un par de horas.”

“Cuando lo dices así lo haces sonar más sencillo de lo que fue.”

“Alma, lo que has…”

Las palabras de Athea se cortaron en seco cuando las dos hermanas se movieron por puro instinto juntando espalda contra espalda. Cientos, miles de esquirlas pasaron a su lado, ascendiendo verticalmente, como una lluvia de fragmentos de cristal humanoides a la inversa, llenando los cielos sobre ellas como una nube cambiante.

“Vamos a tener que aplicarnos… nuestros Dhars…”, comenzó Alma.

“Están manteniendo a raya el perímetro de la capital para evitar la propagación exponencial y dar una oportunidad a posibles supervivientes rezagados”, respondió Athea, “Y Sarkha ha…”

“¿Athea?”

“Buenas y malas noticias. Iria está a salvo, junto con varios centenares de civiles en el piso de Alicia.”

Alma no pudo evitar sentir como parte de la tensión que atenazaba su cuerpo se relajaba. Iria estaba a salvo, al menos por el momento. Tendría que asegurarse de que seguía así.

“Y Alicia… Alicia está en las azoteas cercanas de la zona financiera de la periferia, luchando junto a Shin”, dijo Athea, con un tono de incredulidad preocupada en su voz.

“¿Qué está qué?”, preguntó Alma, sin poder ocultar la sorpresa.

“Está usando la bio-armadura Glaive”, dijo Athea, “Oooh, voy a tener una charla muy seria con ella tras todo esto…”

“Je”, rió Alma.

“¿Qué?”

“Cuando hablas así suenas igual que mamá.”

Durante toda la conversación no bajaron la guardia pese a lo que pudiera parecer. Pero ninguna de las esquirlas ascendentes llevó a cabo el primer movimiento. Las criaturas parecían estar a la espera. Al unísono, las dos Riders decidieron que ya habían esperado bastante.

Dos destellos de luz acompañados por una onda expansiva fruto de la energía emitida y la barrera del sonido siendo quebrada fueron el preludio que vio a Rider Red y Rider Black ascendiendo contra las criaturas.

Flechas de oscuridad volaron en todas direcciones acertando de llenos a cientos de esquirlas antes de que los seres pudiesen reaccionar. Pero las abominaciones cristalinas aprendían rápido de la experiencia de sus compatriotas caídos y pronto Athea se vio en vuelta en un mortal ballet de disparos y esquivas.

Alma por su parte se lanzó con arrojo poniendo en buen uso la nueva configuración de Calibor. La espada reconvertida en un par de guanteletes brilló en sus brazos con el fulgor de la luz de una estrella roja, emitiendo descargas explosivas de color a cada golpe.

La Rider Red comenzó a golpear con creciente velocidad, saltando de oponente en oponente y evitando los ataques e intentos de agarre de la masa de criaturas de cristal. Cada segundo llevaba consigo decenas de puñetazos propinados, y el ritmo y velocidad seguía en crescendo. Alma Aster era un haz rojo saltando de un punto a otro, en ocasiones simplemente golpeando el aire con tal fuerza que ello bastaba para que la masa de gas desplazada se calentara abrasando a sus enemigos.

Pero a pesar de la habilidad de ambas, el número de los enemigos se contaba ya entre los millones. Necesitaban a sus Dhar Komai. Necesitaban a alguien o algo que pudiese ejercer algún tipo de control de masas…

Y fue en ese momento cuando descargas de energía y proyectiles acelerados comenzaron a caer desde el cielo al tiempo que un chasquido de estática en el interior de sus cascos anunció el establecimiento de un canal de comunicaciones a las dos Riders.

“Rider Red, Rider Black, saludos”, dijo una voz familiar.

“¡Director Ziras!”, exclamó Alma, “Me alegra saber que está a salvo, señor.”

“Me obligaron a salir en cuanto empezó todo este desastre. Protocolo de seguridad número nosecuantos… ¡Bah”, bufó el director de los Rider Corps, “Supongo que lo del capitán quedándose hasta que el barco se hunda ya solo pueden hacerlo en la flota. Hablando de lo cual…”

Docenas… centenares de naves aparecieron en las capas superiores de la atmósfera sobre la ciudad. Disparando salva tras salva de ataques contra la masa voladora de esquirlas y la pirámide de Keket.

“Estoy aquí arriba con los cuerpos auxiliares de los Corps”, continuó el director, “Y parte de la flota del Concilio se nos está uniendo desde Avarra…”

“¿Tiene alguna noticia sobre la situación allí?”, preguntó Athea al tiempo que disparaba simultáneamente una veintena de flechas con un movimiento circular.

“Me temo que no. Todas las comunicaciones entre sistemas son un caos… ¡Oh, infiernos!”

La comunicación se cortó cuando el grueso de la flotilla recién llegada se vio obligada a moverse para evitar la colisión con la pirámide. El constructo piramidal se elevó desde su posición sobre la ciudad hasta las capas superiores de la atmósfera a una velocidad vertiginosa. Miles de kilómetros recorridos en cuestión de segundos. El desplazamiento de una masa tan grande causó un efecto de embudo en la superficie que vio el derrumbe de casi todos los rascacielos que aún quedaban en pie en el centro de la megalópolis, siendo sus restos absorbidos hacia las alturas.

Las dos Riders y las esquirlas también se vieron afectadas, arrojadas hacia lo alto en contra de su voluntad. Solo su habilidad de destello las salvó de colisionar directamente con una masa de sus enemigas. Alma y Athea se materializaron de nuevo sobre una de las pocas ruinosas estructuras aún en pie…

Un rugido animal llenó los cielos cuando Solarys y Sarkha hicieron acto de presencia, obedeciendo al lazo psíquico de las dos guerreras. Los Dhar Komai ascendieron a lo alto, dispuestos a dar cuenta del constructo piramidal.

Solarys fue la primera de las bestias en llegar. Su cuerpo draconiano brilló con energía pura que rezumaba de entre sus escamas como si magma ardiente estuviese siendo vertido por su organismo. La Dhar más grande se arrojó de lleno contra una de las caras de la pirámide de cristal negro, dispuesta a atravesarla…

… para casi perder el conocimiento al golpear de lleno con todo su cuerpo contra el constructo piramidal sin conseguid causar ninguna fractura. En la superficie, Alma aquejó el dolor de su Dhar con un grito reprimido y una convulsión corporal que casi la hizo perder el equilibrio.

Athea saltó a su lado, sosteniendo a su hermana mayor por el brazo, ayudándola a mantenerse en pie.

“No entiendo…”, musitó Alma, “Con esa carga de poder Solarys podría haber reventado el núcleo metálico de un planeta, pero…”

“La explicación es sencilla”, dijo una voz a espaldas de ambas. Se volvieron solo para que dos manos de cristal oscuro como la noche se posasen sobre la faz de sus cascos, agarrándolas.

Keket empujó, hacia abajo. Sujetando las cabezas de las dos Riders y golpeando el suelo con ellas, arrastrándolas durante un centenar de metros dejando un surco en la superficie consumida antes de volver a arrojar a las dos guerras por los aires contra un muro de brillante metal que aún se sostenía en pie.

“¿Cualquier otra pirámide? Un facsímil, una réplica… pero esta… esta es mi sarcófago”, dijo Keket, caminando lentamente hacia donde las dos aturdidas Riders habían caído, “Es una extensión de mi, tanto como esas armas vuestras lo son de vosotros. Es mi alma encarnada. Vuestras lagartijas voladoras ni podrán arañarla…”

En lo alto la pirámide había comenzado una repetición de lo que su réplica había hecho en Avarra. Nuevos pilares de cristal portando esquirlas puras fueron arrojados contra la flota, para la destrucción de las naves y asimilación de sus tripulantes. De su cúspide, un rayo de energía roja sanguinolenta comenzó a cortar naves con obscena facilidad. Los dos Dhar Komai volaban a su alrededor, lanzando ataque tras ataque, pero no parecían ni siquiera conseguir desequilibrar o desviar a la monstruosa construcción.

Athea fue la primera en levantarse y apuntó a Keket. La Reina se movió en un fragmento de un parpadeó y golpeó con la palma de su mano a la Rider Black en el abdomen. La armadura negra de la Rider se quebró con visibles fisuras en su superficie al tiempo que Athea era una vez más arrojada a metros de distancia por el fortísimo golpe.

Alma, llegando tarde para impedir el ataque sobre su hermana, intentó sin embargo volver a pillar por sorpresa a la Reina  Crisol, pero Keket estaba preparada esta vez.

Una mano de cristal negro fina y delicada detuvo de lleno el golpe cargado de energía carmesí de los guanteletes de Rider Red.

“Mi pirámide dará buena cuenta de esa flota”, dijo Keket, “Y de vuestras mascotas. Y pronto mis esquirlas tomarán el resto de este mundo.”

La mano de Keket agarró el puño de Alma y tiró, atrayendo a la Rider hacia sí misma. Keket prosiguió golpeando el casco de la Rider Red con su propia frente, con un fortísimo cabezazo que lanzó a Alma al suelo, hundiéndola en la superficie rocosa.

Alma intentó incorporarse de nuevo… con creciente alarma cuando vio la corona ambarina de Keket brillar con un resplandor dorado. Aun aura del mismo color envolvió a la Reina y poco a poco comenzó a dar forma a una suerte de lanza en su mano derecha.

“No voy a matarte aún”, dijo, con una sonrisa satisfecha en su perfecto y antinatural rostro humanoide, “Quiero ver cuánto aguantas.”

Keket golpeó. La lanza descendió en un arco directo contra Alma, dejando un rastro de luz dorada tras sí, casi como metal fundido.

Alma redirigió toda la energía que pudo a sus brazos, levantándolos para escudarse al tiempo que conseguía ponerse de rodillas en el último momento.

De repente, pasaron muchas cosas.

Hubo una explosión de poder y un ruido metálico, y Alma se vio de repente lanzada unos metros atrás. Pero no fue por el ataque de Keket.

El destello de energía había sido esmeralda, y cuando la luz se disipó Alma pudo ver como el rostro de la Reina Crisol había perdido su aura de satisfacción, substituida por la más absoluta incredulidad al ver que su lanza había sido frenada por otra lanza… o quizá mejor dicho, una suerte de largo cetro.

Sostenido por una Rider de armadura verde terroríficamente familiar. Alma no pudo evitar sentir un nudo en el estómago al verla.

Rider Green, la Rider renegada. Su voz sonó alta y clara cuando habló a Alma sin volverse ni apartar su mirada de la Reina Crisol.

“En pie Rider Red”, dijo, “Segunda lección.”

En el cielo, al rugido de los Dhars se unió el chirrido metálico y el zumbido que marcaba la entrada escena de un enjambre garmoga.

 

martes, 11 de abril de 2023

108 EL ÚLTIMO DÍA (IV)

 

Era imposible contarlos a todos, pero Iria Vargas estaba segura de que había más de cien personas refugiadas en el apartamento de Alicia.

La unidad Janperson MX-A3 (“Por favor, llámame Max”) las había transportado a la pequeña Syba y a ella sin más complicaciones tras dejar atrás a la Aster.

Dioses, espíritus y ancestros, espero que siga viva, espero que la Glaive no la devore, pensó.

Todo el edificio contaba con las protecciones taumatúrgicas de proyección, pero era obvio que Alicia había optado por convertir su propia casa en el principal refugio, al ser el principal foco de las protecciones mágicas de todo el lugar y el único sitio con algo de comida y agua. Las pocas horas en que había estado ayudando a desplazar a supervivientes y a rescatarlos del avance de las esquirlas habían sido considerablemente fructíferas.

El lugar estaba lleno a rebosar de gente de todas clases, acomodados en el suelo en mantas o en los sofás o en cualquier rincón donde pudieran. Individuos solos, grupos e incluso familias. Miembros de casi todas las especies del espacio del Concilio hacinados en espera de noticias y temiendo por el futuro.

Cuando Iria llegó la bombardearon con preguntas, preguntas para las que tenía pocas o ninguna respuesta. Con el tiempo reinó la calma de nuevo, pero había una tensión y miedo crecientes por la ausencia de Alicia y también  a sabiendas de que aquel era un refugio temporal y no una solución definitiva. Que a pesar de las buenas intenciones de la dueña del lugar quizá solo hubiesen retrasado lo inevitable.

La presencia de Max supuso un pequeño alivio para muchos de los refugiados. Un androide de combate plenamente operativo era al menos una línea de defensa visible.

Iria optó por seguir el ejemplo de los demás y se acurrucó sentada en el suelo al pie de uno de los ventanales que estaban orientados hacia la ciudad. Podía ver la grotesca pirámide y las columnas de humo y fuego. Edificios en la lejanía cubiertos por masas de cristal negro viviente, convertidas en retorcidas torres que brillaban al sol. Syba, la cachorra gobbore rescatada por Alicia, se sentó junto a ella. La pequeña no tenía a nadie y se aferraba a Iria como a un salvavidas. La joven doctora atliana no se lo impidió y la niña no tardó en acomodarse en su regazo, temblando aún de miedo.

“Sshhh, shhh”, susurró Iria, acariciando la cabeza de la joven gobbore, “Tranquila, este lugar es seguro, estamos a salvo.”

“¿Los monstruos no pueden entrar aquí?”, preguntó Syba. Su voz sonó clara a pesar del ligero temblor en sus palabras.

“Nadie malo puede entrar aquí, este lugar es invisible para quien tenga malas intenciones”, le contó Iria, “Hay un hechizo muy fuerte en torno a este edificio ¿sabes? Para proteger a Alicia, pero ahora también nos protege a todos nosotros.”

“¿La señorita Aster es hechicera o tecnomaga?”, preguntó Syba. La curiosidad parecía haberse impuesto sobre los nervios y el miedo, al menos por el momento.

“No, no… Alicia no hizo el hechizo. Lo hizo su familia. Son gente muy poderosa y les preocupaba que alguien pudiese hacerle daño.”

“¿Quién es su familia?” preguntó la niña. Iria sonrió… el apellido Aster era en cierto modo una máscara más. A pesar de su notoriedad, o quizá por ello, había sido adoptado como sobrenombre por muchas familias, incluidas muchas no humanas. Era una de las mejores protecciones para Alicia porque nadie asumía de entrada que fuese pariente directa de los Riders.

“Su familia…”, comenzó Iria, callándose inmediatamente cuando toda la habitación se tiñó de rojo. Un resplandor de luz carmesí propagado por la columna de energía roja que se había levantado en los cielos junto a la gigantesca pirámide.

Sonidos de asombro y algunos vítores llenaron la estancia cuando la gente se dio cuenta del significado de aquello. La misma Iria no pudo evitar contener una sonrisa al tiempo que una leve sensación de alivio anidó en su corazón sumido en preocupaciones. En sus brazos, Syba observaba la luz con el atento asombro que solo se tenía en la infancia.

“Su familia”, continuó, “Son quienes han hecho eso también.”

Syba se volvió para mirarla, como queriendo confirmar la revelación que acababa de descubrir. Iria se limitó a asentir.

“Todo irá bien ahora que han llegado. Ya lo verás.”

 

******

 

Alma Aster supo instintivamente que las cosas no iban bien.

Usando su energía para mantenerse a flote en el aire y con su espada Calibor aún humeando en su mano, la Rider Red fijó su mirada en el pilar de luz generado por su ataque. La energía comenzaba a disiparse y pronto podría constatar si había conseguido causar algún daño a su oponente.

Solo causar daño, no se hacía ilusiones de que Keket fuese a caer con aquello.

En el otro extremo de la descarga de energía, de pie sobre la superficie de la negra pirámide y casi mimetizándose con ella, Athea Aster aguardaba también con su arco en mano y un proyectil preparado para recibir a la Reina Crisol en cuanto fuese visible de nuevo.

Y entonces, lo que quedaba del pilar de energía estalló, como si una burbuja de aire invisible se hubiese formado y expandido de golpe en su interior.

Alma pudo alzar las manos para escudarse de los residuos energéticos de su propio ataque. Pese a la momentánea pérdida de visibilidad, percibió el movimiento ante ella cuando un brazo de cristal negro atravesó las volutas de energía rojiza en proceso de disiparse y Keket se plantó junto a ella.

Hubo una extraña elegancia en los movimientos de la Reina Crisol. Eso no quitó que su primer ataque fuese un puñetazo directo al torso de Alma.

El golpe resonó como un trueno y disipó el aire alrededor de las dos combatientes como si hubiesen quebrado la barrera del sonido. Alma no pudo evitar inclinarse hacia adelante, totalmente sin aliento por el impacto en su diafragma y sintió una de sus costillas quebrarse. La Rider Red no pudo prepararse para el siguiente golpe, que siguió de forma casi instantánea al primero.

Esta vez Keket le propinó un fuerte gancho de derecha que atinó de lleno la mandíbula de la guerrera roja.

El golpe fue incluso más fuerte que el anterior. Alma sintió el impacto en su mandíbula y un sabor metálico en su boca que delataba la presencia de sangre. A pesar de su casco, sintió el golpe como si fuese contra su propia piel, junto con una sensación de afilada frialdad. El visor negro que cubría sus ojos se resquebrajó, y fue por puro milagro que ningún fragmento decidiese terminar clavado en sus globos oculares.

Pero lo peor fue sentir como la fuerza del impacto se imponía sobre su propio control energético. Alma, simplemente, no pudo mantenerse en posición y asimilar la fuerza del impacto. El golpe la arrojó por los aires y Rider Red voló en descenso horizontal como una bala, atravesando al menos tres rascacielos hasta finalmente quedar incrustada en la fachada de un cuarto.

De los tres edificios atravesados dos no pudieron sobrellevar el daño estructural y sus cúspides comenzaron a derrumbarse en una cacofonía de estruendo, cascotes, metal fundido y humo.

Si Keket planeaba decir algo o vanagloriarse, no le dio tiempo. Con reflejos sobrenaturales la Reina Crisol se desplazó a velocidades vertiginosas de un lado a otro para esquivar la oleada de flechas de energía oscura disparadas por Athea Aster.

Hasta que finalmente la Reina tomó una de las flechas con sus propias manos, apretándola y haciendo que se disipase en una nube de humo negro y esquirlas candentes.

“He notado que ese armamento que invocáis tiene cierta naturaleza propia del cristal”, dijo Keket, “¿Debería sentirme halagada?”

“No sabíamos quien eras hasta hace unos meses”, respondió Athea, sin dejar de disparar. Su voz no traicionó la preocupación que la inundaba por su hija y su hermana.

Keket tomó otra de las flechas, “Sé que las alabé antes… energía oscura solidificada. Es algo notable”, dijo, “Sabes, en el pasado me enfrenté con muchos Rangers, y muchos portaban armaduras negras, pero no eran para nada como la tuya.”

“Ahórrate el discurso”, dijo Athea, moviéndose a una velocidad que la haría casi invisible al ojo humano y disparando desde distintas posiciones casi simultáneamente como si replicas o espejismos de ella hubiesen quedado atrás.

Y una vez más Keket o bien esquivó los proyectiles o bien los repelió al verse cubierta por aquel escudo de energía dorada que emanaba de su corona reconstruida.

“¡Es que eres muy interesante, niña! Las Cinco Luces del Universo os llaman… pero tu armadura… Es como si tú vistieses un pedazo del mismo vacio, la misma oscuridad primigenia de la que mi estirpe proviene.”

Athea disparó una única flecha a lo alto. Al curvar e iniciar una trayectoria de descenso hacia Keket, el proyectil se multiplicó convirtiéndose en una lluvia de un centenar. El resultado final fue el mismo.

“¿No te causa resquemor alguno? Se supone que esas armaduras son reflejo de vuestras almas ¿Qué dice eso de ti? ¿Qué te dice que tus hermanos y hermanas abracen la luz mientras tú te sumes en las sombras?”

“Repito, ahórrate el discurso”, replicó Athea, “¿Crees que no lo han intentado otros antes? Soy la Rider que da miedo, la hermana callada y siniestra, la que mantiene sus distancias, la que nunca estuvo cómoda saludando a las masas... si, podrías decir que vivo en las sombras proyectadas por mi familia.”

Athea comenzó a generar una nueva flecha en su arco. La energía chisporroteaba y algo parecido a un desgarrón hecho de la misma noche comenzó a flotar entre sus manos y el arma. Keket la observó en silencio, con una sonrisa de divertimento.

“Pero en realidad no vivo en las sombras. Yo soy la sombra. Soy la oscuridad que los envuelve para que sus luces puedan brillar más y más cegadoras que nunca.”

“Oh, ¿en serio?”

“Si… tan cegador como el destello que estás a punto de recibir.”

“Si te refieres a tu flecha, no importa cuánta energía oscura cargues en ella. Voy a…”

“No estoy hablando de mi flecha.”

“¿Qu…?”

Keket no pudo terminar la pregunta, por breve que fuese. Un puño envuelto en una armadura roja y bañado en energía escarlata la alcanzó de lleno en la mejilla y esta vez fue la Reina Crisol quien salió arrojada de forma directa contra la superficie del planeta, formando un pequeño cráter al impactar, llevándose por delante incluso a varias de sus esquirlas que cubrían la superficie del centro de la capital planetaria como una monstruosa alfombra..

“Segunda ronda, Keket”, dijo la Rider Red, retomando el aliento e ignorando el ardor en su costillar.

Alma Aster se encontraba ahora donde unos segundos antes había estado su oponente. Su puño brillaba aún con energía contenida, como si un aura de cristal rojo intangible lo envolviese.

“¿Y ese truco?”, preguntó Athea.

“Calibor, mi espada”, explicó Alma, “Requiere esfuerzo, pero nuestras armas son parte de nosotras y podemos intentar manifestarlas de otra forma… así que…”

Alma alzó sus puños y los entrechocó. La energía centelleó en torno al aura cristalina carmesí que los envolvía.

“He reconvertido a Calibor en un par de guanteletes”, dijo Alma. A través de su visor quebrado, sus ojos verdes centellearon con poder contenido, “Y he decidido darle un poco de su propia medicina a esa bruja. No me gustó la primera dosis.”