martes, 20 de septiembre de 2022

086 LA TORMENTA: PRÓLOGO


Hace unos ciento cincuenta mil años...

Abrió los ojos con un respingo, tomando aliento de golpe y sintiendo el dolor y la quemazón en sus costillas fracturadas.

No había modo alguno de saber con certeza cuanto tiempo había pasado. Su mente estaba difusa y desorientada. Recordaba el último golpe, el grito y la caída. Recordaba la montaña acercándose de forma vertiginosa mientras descendía envuelto en llamas y nubes de oscuridad cristalina rasgando y cortando, intentando llegar a su piel. Estaba boca abajo en el suelo, y a pesar del casco y la armadura podía sentir la superficie caliente y arenisca bajo su cuerpo.

Intentó levantarse pero no pudo hacer nada más que elevar su torso apoyándose sobre sus brazos. Sus piernas aún no respondían, pero consideró que el hormigueo y el dolor sordo que sentía eran una buena señal de que pronto recuperaría movilidad.

Echó un vistazo  su alrededor. Se encontraba en el interior de un cráter de medio tamaño formado por el impacto de su caída. Parte del calor emanado por el suelo sin duda se debía también a ello. En algunas partes, sobre todo en los bordes, aún había restos humeantes de llamas y volutas de energía disipándose. Troncos de árboles quemados lo rodeaban, carbonizados y convertidos en pilares de vida muerta.

Se giró, reprimiendo un quejido al notar el dolor en su torso. Su armadura parecía estar intacta pero bajo ella su torso seguramente luciría como un único y enorme hematoma. Intentando ignorar el dolor, clavó su vista sobre la montaña contra la que había impactado, casi a un kilómetro de distancia a sus espaldas.

A través del visor levemente oscurecido de su casco pudo ver como parte de la cumbre se había derrumbado, destrozada por el golpe, desplazando enormes cantidades de roca en un corrimiento de tierras que había dejado todo el terreno a su alrededor sepultado.

Notando que la fuerza volvía a sus piernas, se sentó. Tomó aliento antes de por fin poder ponerse de pie, esta vez sin poder evitar un gemido de dolor por el movimiento. No era solo su torso. Todo su cuerpo había aquejado el impacto, lo cual unido a los demás golpes recibidos en batalla y el agotamiento había convertido su sistema nervioso en un mapeado de dolor constante y palpitante que parecía dispararse ante el más mínimo esfuerzo. Una parte de él sabía que estaba tardando en recuperarse más de lo normal, que el poder del Nexo no fluía con el ímpetu habitual, pero aún no estaba preparado para afrontar tal hecho de forma consciente.

Finalmente en pie, si bien ligeramente encorvado por el dolor y sujetando su brazo izquierdo probablemente roto, el Ranger de armadura roja desmaterializó su casco con un destello carmesí, dejando que el aire cálido golpease su rostro ahora al descubierto.

Era un eldara de aspecto joven. Rostro humanoide, de rasgos delicados a la par que afilados y sin nada que pudiese parecerse a cabello o plumaje sobre su cabeza. Su piel de un azul pálido estaba surcaba por finas líneas que descendían en un intricado diseño desde lo más alto de su frente hasta su mentón, pasando por su rostro. Marcas que parecían grabadas en su piel como el trabajo de un artesano. Sus ojos eran de un dorado refulgente sobre una esclera totalmente negra y miraron con preocupación y consternación todo el paisaje a su alrededor.

La idea de haber contribuido a aquella destrucción, aún involuntaria, le causaba una sensación de angustiosa incomodidad.

El Ranger Rojo alzó la vista al cielo. Nubes anaranjadas lo cubrían totalmente, filtrando la luz de su sol de tal forma que todo el ambiente a su alrededor presentaba una tonalidad similar. En lo alto, más allá de las nubes, destellos de luces de distintos colores refulgían y el temblor de las energías desatadas reverberaba como un trueno que se haría sentir en cualquier parte del planeta.

Un refulgir dorado llamó su atención y pudo ver algo descendiendo desde lo alto a gran velocidad. Estaba a kilómetros de distancia pero se movía hacia su dirección a una gran velocidad y en pocos segundos se situó a menos de un centenar de metros de su posición.

Era un vehículo, similar a un transporte monoplaza urbano, pero más blindado y de mayor tamaño. Elementos de su diseño referenciaban a algún tipo de animal felino. El material en el que estaba construido no parecía metal. Su color dorado era de tal intensidad que casi parecía forjado en luz solida, y volutas y chispas de energía recorrían la superficie de la maquinaría siguiendo pulsos que recordaban al latido de algo vivo. Sobre el vehículo se encontraba una figura humanoide y femenina. Su armadura presentaba un diseño prácticamente idéntico a la de él, salvo en su color amarillo.

"¡Aton-Ka!", llamó, saludando con la mano antes de saltar del vehículo que había comenzado a desmaterializarse, dejándose caer las últimas decenas de metros sin problema y corriendo hacia él tras tocar tierra.

El Ranger Rojo, Aton-Ka, observó como el casco de su compañera también se disolvía durante su breve carrera hasta llegar junto a él. Al descubierto quedó un rostro felino de pelaje anaranjado amarillento, ojos verdes y melena leonina, marcado por la preocupación. Aparte de eso, la Ranger Amarilla parecía no haber sufrido ni un tercio de los daños que él había experimentado.

"Khanur", respondió el Ranger Rojo, con una inclinación de cabeza, "¿Los demás...?"

Khanur alzó su cabeza un instante. En las alturas los destellos de color, las explosiones y las descargas de energía proseguían, llenando el aire con un retumbar asonante.

"La están entreteniendo, intentando que pierda el rastro", dijo, "Parece que puede sentir el fragmento, pero de forma muy vaga. Pero Tomm-E insiste en que ello ha mermado su poder."

Aton-Ka rió quedamente, "Menos mal. No estaría aquí hablando contigo si me hubiese golpeado con todas sus fuerzas."

"No tendrías que haberme escudado", replicó ella con tono de preocupado reproche.

Él respondió con una sonrisa cansada, "Prometimos cubrirnos las espaldas los unos a los otros, Khanur", dijo, antes de que su expresión se tornase seria de nuevo, "El cielo..."

Se había hecho el silencio. Sobre las nubes anaranjadas habían cesado los destellos de color y el sonido de la batalla.

"¿Crees que la han...?", comenzó a preguntar Khanur, con un deje de esperanza en su voz, pero se interrumpió al ver como Aton-Ka sacudía en negativa su cabeza con el ceño fruncido, sin apartar la mirada de lo alto.

"Entonces Kim y Chantilla han...", susurró la Ranger Amarilla con congoja.

Un nuevo retumbar comenzó a llenar el aire, una vibración constante y en crescendo unida a una sensación opresiva que los habría puesto de rodillas con dificultad para respirar si fuesen individuos normales de sus respectivas especies y no Rangers. En las nubes, una sombra negra comenzó a formarse, una marea de tinieblas que comenzó a expandirse, oscureciendo el cielo como una masa aceitosa, sumiendo la tierra bajo ella en una penumbra que parecía absorber el color de todo a su alrededor.

Pronto la única luz eran las tenues auras de energía de los dos Rangers y el único color el de sus armaduras. Con un breve destello sus cascos se materializaron de nuevo en torno a sus cabezas.

"Creo que es obvio que somos los únicos que quedan de nuestro escuadrón, Khanur", dijo Aton-Ka apesadumbrado.

"Tenía esperanzas de que Tomm-E hubiese discurrido algún truco de última hora", replico la guerrera felina, "Espero que haya podido esconder bien esa condenada cosa, porque la bruja viene a por nosotros."

Efectivamente, una columna de oscuridad solida comenzó a caer desde el cielo, como un chorro de líquido derramándose hasta impactar a unas docenas de metros frente a ellos, en un punto elevado en el exterior del cráter. La oscuridad y las sombras comenzaron a desvanecerse, y una figura emergió, incorporándose alta y regia. Cada uno de los dos Rangers la percibió de forma ligeramente distinta. Para Aton-Ka se asemejaba a los eldara. Khanur vio un reflejo tenebroso de su propia especie. En ambos casos se trataba de una escultura viviente de cristal humanoide más negra que la noche, absorbiendo la luz a su alrededor, con ojos de un rojo incandescente avivados por una furia apenas contenidas.

Keket, la Reina Crisol, observó a los dos Rangers frente a ella con un rictus de rabia en su rostro inhumanamente hermoso. Pequeñas marcas y cortes de color salpicaban y distorsionaban la perfección de su forma. El daño más visible recaía sobre su frente, donde su corona de cristal ambarino, un repositorio de gran parte de su poder, había sido quebrada.

Chispas de algo parecido a la luz, pero fría y muerta, brotaban de la fractura. Un líquido dorado se derramaba desde la misma, cayendo por el rostro de la Reina.

Keket señaló dicho daño, y cuando habló su voz resonó como si una legión de almas hablase a través de ella.

"Decidme", ordenó, "Decidme donde está lo que vuestros compatriotas han arrancado de mi corona y quizá os conceda una muerte rápida y sin dolor."

Los dos Rangers miraron a la Reina. A continuación se miraron el uno al otro.

Khanur asintió, ofreciendo bajo su casco una sonrisa triste que Aton-Ka no pudo ver. Éste respondió con un gesto de asentimiento antes de volver a centrar su atención sobre la Reina Crisol.

Y procedió a adoptar posición de combate. Khanur hizo lo mismo a su lado.

Los Rangers Rojo y Amarillo estallaron en un aura de poder que por un instante disipó la atmósfera de sombras que había caído a su alrededor. La única reacción de Keket fue una mueca desagradable en sus labios.

"¿Rojo?", dijo Khanur, casi como en un suspiro.

"Amarilla", respondió Aton-Ka, conteniendo el temblor en su voz.

"¿Por siempre?"

"Por siempre."

Estaban solos, tenían miedo y carecían de esperanza. Y aún pese a eso, los dos se abalanzaron contra la oscuridad viviente que los esperaba. Sin dar cuartel y sin retroceder. Como tantos Rangers que los habían precedido. Como tantos otros que lo harían en siglos venideros.

 

******

 

El presente...

Keket despertó, con un ligero sobresalto y una desagradable sensación de miedo que jamás se le ocurriría admitir y que ignoraría en cuanto su mente estuviese más despejada.

Un ser como ella no debería estar sujeta a las cadenas del cansancio, pero era cierto que desde que había salido de su letargo su poder aún no se había recuperado del todo, forzándola a breves periodos de reposo en el corazón de su Trono, dejando que sus Esquirlas siguiesen sus instrucciones a través del Canto que las unían a ella.

Y siempre se despertaba con esa inquietud, un temor de que hubiesen pasado de nuevo milenios y todo se hubiese perdido de nuevo como cuando la sangre de los suyos fue derramada sobre su pirámide. Por fortuna no era el caso.

La Reina de la Corona de Cristal Roto se incorporó y se elevó en el aire, abandonando el corazón de su trono convertido en tumba, atravesando el interior cambiante de la gran construcción. Todo se movía y reconfiguraba, dejándola paso y formando nuevos conductos para su desplazamiento hasta llegar a la cúspide y salir al exterior, al frío vacío del espacio que para ella suponía un bálsamo.

A pesar de la desagradable presencia de las estrellas, la oscuridad del cosmos le resultaba reconfortante.

Una oscuridad helada, hueca y pura, como en los vagos recuerdos que conservaba de los días antiguos de su niñez. Cuando las futuras estrellas apenas eran nubes de gas disperso y deidades que ya eran viejas jugaban con un universo recién nacido y sin formar.

Observando la negrura infinita, la asaltó un recuerdo muy vivo. Dos guerreros muriendo a sus manos ¿Acaso había soñado con el pasado? Era algo inusual en ella, el siquiera dignarse en recordar aunque fuese de modo subconsciente a aquellos insectos. La breve punzada de dolor en su frente le dio la respuesta al tiempo que llevaba su mano con delicadeza al fragmento quebrado de su corona, acariciándolo con cuidado.

Por eso los recordaba, los últimos del primer grupo de Rangers que habían podido herirla. Tras aquello fue cuando su campaña se comenzó a torcer, una realidad amarga que la había llevado a la capitulación.

Pero esta vez no será así, se dijo.

Keket se permitió una sonrisa afilada. Aquel dolor era buena señal. El viejo poder reconocía al viejo poder y ello quería decir que en algún mundo cercano reposaba el fragmento de su corona quebrada. Debía ser cauta, como había explicado a sus solicitas Esquirlas. Comenzarían poco a poco, siguiendo el modelo de toma de mundos de aquellos grotescos parásitos garmoga que se habían atrevido a invadir el suyo. No temía a las débiles tropas que la galaxia de esta época pudiese arrojar contra ella, pero su instinto le aconsejaba paciencia. Y dicho instinto siempre la había servido bien.

Pero sería un poco más ambiciosa. Sus Esquirlas ya tenían un mundo casi asegurado. Otros dos se antojaban un buen botín inicial para asentar una base que le permitiese reconstruir a su antiguo ejército y poder lanzar una puñalada directa al corazón de la galaxia.

Y cuando encontrase el fragmento de su corona ya no sería necesaria la cautela. Cuando por fin estuviese completa de nuevo ya nada podrá hacerle frente.

Los Riders te detendrán, le había dicho Amur-Ra.

Keket rió. Un puñado de chiquillos, apenas nada comparados con los Rangers de antaño ¿Qué podrían hacer? Sacudiendo su cabeza con un deje incrédulo al tiempo que se apagaba su risa, Keket borró a los Riders de su pensamiento. Enterró también en lo más profundo de su mente la memoria de los guerreros de antaño que se habían atrevido a herirla.

Su corona quebrada palpitó de nuevo con dolor.

 


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