El centurión fue una sorpresa para Dovat.
Oh, supo lo que era nada más verlo. Había leído informes y visto grabaciones de infestaciones pasadas y enfrentamientos de los Riders con ese tipo de criaturas en múltiples ocasiones. Lo que la extrañaba era lo temprano de su presencia. Era aún demasiado pronto en el ciclo interno de la infestación para que centuriones garmoga comenzasen a aparecer.
Algo olía a podrido en todo aquello.
El centurión golpeó extendiendo su brazo izquierdo. Los dedos al final de la extremidad se fundieron formando una hoja afilada que se extendió hacia delante con gran rapidez al tiempo que se producía el golpe. De no ser por sus nuevos reflejos, Dovat habría sido atravesada de lleno.
Haciéndose a un lado, la joven atliana agarró el brazo extendido del garmoga y tiró de él al tiempo que propinaba una fuerte patada al torso del ser. El brazo fue arrancado de cuajo y una nueva masa de fluido negruzco y alquitranado la salpicó de lleno. El centurión retrocedió, llevándose la otra mano al muñón desgarrado al tiempo que emitía unos chirridos de dolor.
Sin mediar más palabra, Dovat tomó el brazo arrancado, aún configurado como una suerte de espada improvisada, y golpeó al centurión garmoga en el cuello con él. La fuerza del golpe fue tal que la decapitación resultó instantánea.
En todo ese tiempo, el resto de drones los habían estado rodeando pero manteniendo sus distancias, observando. Dovat pensó con un escalofrío que parecían evaluarla.
Los ojos rojizos y mecánicos incrustados en sus carnes grises nunca le habían recordado tanto a cámaras de grabación como hasta en aquel momento. Como si los garmoga fuesen una mera extensión usada por algo para observar a distancia. No era un pensamiento agradable.
Pero tendría que dejar las divagaciones para el futuro, si es que sobrevivía. En el momento que la cabeza cercenada del centurión tocó el suelo, el enjambre entró en movimiento de nuevo. Cientos de drones se abalanzaron sobre ella.
Dovat saltó hacia lo alto, girando sobre sí misma como una peonza y sacudiéndose de encima a aquellos drones que se habían acercado demasiado. En el aire, un dron de considerable tamaño la embistió. Aquellos monstruos no podían revolotear pero estaba claro que podían saltar a distancias y alturas muy respetables.
El impacto la hizo atravesar un edificio, plataformas de seguridad y un par de chabolas improvisadas sobre los tejados antes de terminar en una de las azoteas. Apenas había comenzado a incorporarse cuando los drones estaban ya de nuevo cayendo sobre ella.
Dovat sintió una punzada de dolor por todo el cuerpo, como un calambre simultáneo en todos sus músculos. Un tenue pitido llegó a sus oídos y vio la luz de la esfera mórfica en su pecho. El resplandor azul era más tenue y los parpadeos rojos se estaban incrementando.
Esto no es bueno, pensó, No
me queda mucho tiempo, y si sigo así...
Otro centurión cayó en la azotea justo frente a ella. Era algo más grande que el anterior y su forma humanoide lucía más deforme. Parte de su gran tamaño se debía a una suerte de enorme bulto en su espalda del cual emergía un tercer brazo mecánico segmentado como si fuese una cola de escorpión, rematado en un apéndice aserrado con el que intentó golpear a Dovat.
Dovat agarró el apéndice y sintió como se clavaba en su carne a pesar de la armadura. Pese a estar muda e incapaz de vocalizar, parecía que aún podía emitir algunos sonidos. Gritó de dolor.
Ignorando la punzada de los cortes en sus manos y la creciente sensación de agarrotamiento que recorría su cuerpo, Dovat tiró con todas sus fuerzas y arrojó al nuevo centurión fuera de la azotea, a los suelos de las calles inferiores. Apenas lo había soltado cuando pudo oír a sus espaldas de nuevo el sonido del resto del enjambre dispuesto a asaltarla una vez más.
Soltó un suspiro frustrado. En aquel momento sintió cierta envidia de los Riders. Aún cuando estaban solos, ellos tenían armas. Ella parecía no poseer ninguna. Y tenían siempre sus espaldas cubiertas al lidiar con drones en gran número, con la ayuda de los Dhars.
Pero yo no tengo un dragón gigante que ejerza control de masas descargando oleadas de plasma ardiente en el enemigo, pensó, Lo único que tengo...
El sonido de disparos de gran calibre inundó el aire. La masa de drones a espaldas de Dovat vio cortado su avance en seco y muchos de ellos terminaron convertidos en masas informes por los impactos de las descargas de energía acertando de lleno. Una cortina de proyectiles se extendió entre Dovat y los drones, escudándola y diezmando a un gran número de los ejemplares más cercanos.
La joven atliana alzó la vista. Allí estaba, volando sobre ella, su lanzadera. Con un par de cañones que estaba bastante segura que no formaban parte del equipamiento estándar de la nave hace unas semanas, pero eso sería algo que dejar también para una charla más adelante. En aquel momento se limitó a sonreír.
No, Dovat no tenía un dragón enorme guardando sus espaldas.
Tenía a su hermano.
******
Axas nunca había disparado armamento de aquel calibre. Lo encontró alarmantemente sencillo. La idea de que matar pudiese ser tan fácil de aprender, al menos desde el punto de vista técnico, se le antojaba muy incómoda.
Claro está, en lo referente a lidiar con garmoga, dicha incomodidad era poco menos que inexistente, substituida por una fijación clara y precisa de mantener a su hermana a salvo y de paso quizá conseguir un poco de venganza por lo sucedido a sus padres.
Solo un poco.
Sentado a su lado en la cabina de mando Ivo Nag maniobraba la lanzadera con una gracilidad y precisión de movimientos que Axas nunca hubiese esperado de la vieja nave.
Algo que quedaba constatado por los ruidos de metal tensado y el fuselaje y motores llevados al límite. De ser una criatura viviente, la nave estaría emitiendo quejidos por el excesivo esfuerzo.
"Ella puede hacerse cargo de los que se acerquen, pollito", explicó Nag, "Pero necesitas limpiar la zona a su alrededor para que no la abrumen y para que podamos bajar a recogerla."
"Entendido", respondió Axas, y continuó disparando. Además de las rápidas descargas de energía soltó un par de proyectiles físicos que estallaron en llamas de plasma llevándose por delante a un par de centenares de garmoga varias azoteas más allá y en las calles de abajo.
"¡Reserva esos misiles para cuando hagan falta de verdad, maldita sea!", graznó Nag al tiempo que movía a la nave de posición con un brusco tirón, esquivando una embestida de drones voladores, "No sabemos cuándo..."
Dejó de hablar, como perplejo ante algo.
"¿Doctor?", preguntó Axas.
"Pollito, eres más joven que yo y tienes mejor vista... mira al norte y dime que no soy el único que lo ve."
Axas apartó la vista del punto de mira por un instante, y miró en la misma dirección que Nag. Pudo verlo. Entre los escombros de un sector abandonado de La Zanja, donde la infestación parecía medrar en mayor número si la masa de drones era indicativo de ello, un resplandor verde flotante en el aire del cual drones y centuriones emergían de forma constante. Un portal.
Y a su lado, una enorme masa metálica, como un enorme huevo. Vibraba y palpitaba con la vida que se formaba en su interior. De cuando en cuando algún dron tocaba su superficie y era absorbido por la masa, fagocitado.
Una quimera garmoga en gestación.
"Tenemos que recoger a tu hermana. Ya", dijo Nag.
******
Tras un instante suspendida en el aire sin hacer nada, la lanzadera volvió a ponerse en movimiento con una nueva descarga de disparos sobre los drones. Dovat había dando cuenta de otro centurión que había emergido desde niveles inferiores el edificio abriendo un boquete en el suelo de la azotea al pie de ella.
La atliana vio como la nave intentaba descender tras despejar parte del área. La puerta lateral se abrió y Dovat pudo ver a su hermano llamándola, haciendo gestos para que se acercase.
Pese a lo afinado de sus sentidos le costaba oírlo. El ruido de los drones se intensificaba y la sensación de agotamiento parecía comenzar a trascender más allá de su cuerpo. Un leve mareo la hizo trastabillar al tiempo que comenzó a caminar hacia la nave.
En su pecho la luz de la esfera mórfica ya no presentaba un resplandor azul con ocasionales parpadeos rojizos. Si acaso el patrón se había invertido y la luz era ahora de un rojo intenso interrumpido por leves destellos azules que decrecían en intensidad. El simple hecho de dar un paso comenzaba a parecer un esfuerzo.
En ese momento, uno dron saltó hacia la lanzadera. Era uno de los grandes, quizá el más grande que Dovat hubiese visto hasta entonces. Si aquella cosa embestía a la nave esta tendría problemas para mantenerse en el aire.
Ivo Nag tenía buenos reflejos. Vio venir al dron y comenzó a mover la lanzadera. Axas estuvo a punto de perder el equilibrio y caer ante el brusco viraje.
Para Dovat todo estaba sucediendo como a cámara lenta. Pese a la maniobra de Nag, la corta distancia y velocidad de movimiento del dron garantizaban el impacto.
No, pensó.
Era algo inevitable. Podía casi verlo. Aquella cosa chocando, la lanzadera cayendo. Con suerte estallando y dando una muerte rápida a sus ocupantes.
No.
Fue por puro instinto. O quizá no. La sensación de una presencia que había sentido en el trasfondo de su mente se acentuó de nuevo. Como si alguien estuviese sobre su hombro, susurrando a su oído. Dándole instrucciones.
Dovat supo que debía hacer.
Alzó sus brazos, con los puños cerrados. Los entrecruzó ante sí, en forma de X, como si se escudase. Pero en su mente brilló algo muy distinto de un escudo.
NO.
De sus brazos en cruz surgió un haz de energía luminosa de color blanco con ligero tinte azul, acertando de lleno al dron garmoga, volatilizando a la criatura en el aire antes de que impactara contra la lanzadera.
Por un instante se hizo el más absoluto silencio. Todo el enjambre garmoga pareció quedarse paralizado ante lo que acababa de ocurrir. Dovat cayó de rodillas.
El enjambre se puso en movimiento de nuevo, furioso. El chirrido de los garmoga inundó el aire y en su posición Dovat no pudo oír la advertencia de Axas cuando la lanzadera se vio obligada de nuevo a apartarse por el gran número de las criaturas.
Algo la golpeó, y Dovat salió arrojada por los aires. Sintió una punzada de dolor en el pecho mientras caía, pero estaba bastante segura de que en esta ocasión no tenía nada que ver con la esfera mórfica. Solo unas mundanas y predecibles costillas rotas.
Chocó contra el suelo tras atravesar otro edificio de lleno, emitiendo un quejido de dolor. Lo primero que notó, cuando su cabeza dejó de dar vueltas, fue el resplandor verde. Era una luz enfermiza, había algo antinatural en ella que sugería enfermedad y muerte.
Dovat enfocó su vista y vio que estaba en algún tipo de plaza. Una enorme masa de drones la rodeaba pero manteniendo la distancia. A varias decenas de metros a su izquierda, una gigantesca y palpitante masa metálica vibraba.
Una quimera, pensó, Dioses...
Un chirrido metálico, extrañamente articulado, llamó su atención haciéndola mirar al frente.
Un portal, responsable del resplandor de luz verde, flotaba en el aire. Hasta hace unos instantes había estado escupiendo drones y centuriones garmoga, pero en aquel momento dicha actividad parecía haber cesado. Tres centuriones se situaban frente a la formación de energía, sus oscuras siluetas recortadas por la luz, observando a Dovat. La situación se le antojó extrañamente formal.
¿Van a ejecutarme?, pensó.
El centurión central, visiblemente mayor que sus compañeros, emitió otro par de sonidos metálicos al tiempo que la señalaba para acto seguido hacer un gesto hacia el portal. Los otros dos asintieron y comenzaron a avanzar hacia ella.
No, no van a ejecutarme. Quieren llevarme con ellos de vuelta a través
de esa cosa.
El pensamiento la hizo temblar de terror e intentó levantarse, pero apenas pudo incorporarse. Con alarma, se percató de que la armadura sobre sus piernas y brazos comenzaba a parpadear, a transparentarse, dejando entrever la piel bajo ella.
La esfera mórfica brillaba casi en su totalidad en rojo, emitiendo una serie de pitidos que taladraban su cerebro.
Los dos centuriones se acercaron, dispuestos a prenderla, cuando estallaron de golpe recibiendo impactos desde el aire, como tantos otros drones alrededor. El enjambre se alzó, en un caos constante, bajo la lluvia de energía escupida por los cañones de la lanzadera.
Por segunda vez, Axas e Ivo Nag habían acudido en su ayuda. En la cabina de mando el viejo phalkata se aferraba a los controles de pilotaje al tiempo que Axas disparaba los cañones en todas direcciones como si estuviese poseído, creando una cortina de muerte alrededor de su hermana, manteniendo a los drones y centuriones alejados de ella.
"¡Los misiles pollito!". Gritó Nag, "¡Suéltalos todos y convierte esa plaza en un jodido desierto de tierra quemada!"
Dovat vio como una oleada de proyectiles salía de la lanzadera y caía a plomo hacia el suelo. Con un último esfuerzo y un grito mezcla de dolor y de furia, Dovat saltó de nuevo, elevándose por el aire hasta chocar contra la fachada más cercana. Desde esa posición, comenzó a trepar hundiendo manos y pies en el cemento y metal, ascendiendo a la carrera hasta la azotea al tiempo que el suelo de la plaza bajo ella se convertía en un mar de llamas de plasma.
El portal comenzó a vibrar, emitiendo descargas de energía, relámpagos verdes que comenzaron a impactar contra todo lo que había a su alrededor. La descarga de plasma y energía cinética de las explosiones lo estaba desestabilizando.
Si esa cosa estalla... puede llevarse medio continente consigo...
De nuevo, la sensación en su cabeza. Una idea surgida de la nada. No sabía cómo, pero estaba segura de que funcionaría. La energía era energía, después de todo. La clave del mismo Nexo. Nada se crea, nada se destruye, todo se transforma.
Un sonido ensordecedor inundó el aire. Bañado por el plasma, el cascarón de la crisálida garmoga se había abierto y la recién nacida quimera había emergido. Como muchas de las quimeras del pasado, su aspecto era único, como una mezcolanza de criaturas. El cuerpo del gigantesco ser, de unos sesenta metros de altura, parecía insectoide aunque ligeramente antropomorfizado. La cabeza en cambio presentaba rasgos reptilianos, con una mandíbula inferior segmentada, y una suerte de melena o collar de pelaje en torno al cuello.
Mientras presenciaba el grotesco nacimiento, Dovat pudo oír a la lanzadera descendiendo a unos pocos metros detrás de ella y a Axas llamándola de nuevo desde la puerta de carga. La joven atliana se incorporó y se volvió hacia su hermano.
"¡Dovat! ¡Maldita sea, tenemos que irnos!", gritó Axas al tiempo que gesticulaba indicándola que se acercase.
Dovat sonrió a su hermano, aún sabiendo que él no podía ver aquella sonrisa. Negó con la cabeza.
"¿Dovat?", musitó Axas.
Se giró de nuevo y echó a correr hacia el borde de la azotea.
"¡Dovat, no!"
Sus piernas le pesaban. Y también sus brazos. Toneladas.
La luz roja en su pecho brillaba con intensidad y una sensación de ardor comenzó a extenderse por todo su cuerpo desde los pulmones. Su armadura se transparentaba y parpadeaba en distintos segmentos, como si estuviese a punto de desintegrarse totalmente.
Dovat saltó, arrojándose de lleno hacia el portal de los garmoga.
Sabía que lo que iba a hacer la mataría con total seguridad, pero era también la única forma que se le ocurría de cerrarlo que no implicase mayor destrucción.
El portal era energía. La esfera mórfica era energía del Nexo, cada vez más inestable. Se anularían mutuamente, redirigiendo la energía del portal. En vez de ella cruzándolo, el portal sería absorbido por su cuerpo como una batería hambrienta. Una batería que no sobreviviría a dicha carga.
Pero al menos habré cortado el acceso de los garmoga. Al menos eso
ganará más tiempo y dará más oportunidades a los Riders de salvar este mundo
sin que se pierdan más vidas. Esto no es lo que quería, pero puedo vivir con
ello lo poco que me queda.
Sonrió mientras caía, pidiendo disculpas a Axas. Pensando en que pronto vería a sus padres y al tío Tiarras. Su cuerpo chocó contra el portal.
Ocurrieron muchas cosas en muy poco tiempo, en ese preciso instante.
Posiblemente el fragmento de tiempo más decisivo en la historia reciente de la galaxia desde que cinco jóvenes vieron sus almas ligadas al poder que emanaba de todas las cosas vivas.
Dovat pudo sentirlo. Esa misma presencia que había estado agarrada a su subconsciente desde que despertó tras la operación.
Un sentimiento de... aprobación.
Dovat sintió el poder abrazando su alma.
En ese preciso instante, a años luz de distancia, en un mundo controlado por los garmoga, un portal se disipó en silencio dejando solo tras de sí una voluta de humo verde ante la perplejidad de la horda de monstruos a su alrededor.
En Cias, en el punto en que Dovat chocó contra el portal, ahora se alzaba un pilar de luz azul deslumbrante. Un ruido como el de mil truenos resonó a lo largo y ancho del planeta.
Axas observaba desde la puerta de la lanzadera, con ojos llorosos y expresión de puro asombro.
En la superficie, los garmoga huían despavoridos de la luz. La gigantesca quimera recién nacida retrocedió varios pasos, sintiendo miedo por primera vez en su breve existencia.
La luz se disipó, y en su lugar ahora había una figura humanoide.
Dovat. Su roja y plateada armadura completa de nuevo, limpia y sin ningún tipo de desgaste. La esfera mórfica en su pecho brillando con un potente resplandor blanco. Por unos instantes la joven no se movió, como si ni ella misma estuviese segura de qué había ocurrido.
La quimera garmoga rugió, desafiante, ante la presencia de aquel nuevo intruso.
Dovat se giró hacia la bestia. Con pasos que retumbaron contra el suelo tomó posición de combate, mirando a la quimera cara a cara sin ninguna dificultad.
Gracias a la envergadura de su ahora gigantesco cuerpo, de estatura similar a la del monstruo.
Desde la cabina de mando de la lanzadera que sobrevolaba la escena le llegó la risa eufórica y casi histérica de Ivo Nag.
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