martes, 8 de marzo de 2022

064 SOMBRA Y TRUENO

 

La confrontación con la quimera Simurna resultó ser un anti-clímax, al menos desde la perspectiva de Athea.

No es que la Rider Black ansiase un enfrentamiento glorioso, o una batalla épica. La verdad es que la resolución de eventos tal y como se había producido era su preferente dentro del esquema de las cosas. La conexión de Athea con su Dhar era la más tenue de todos los Riders. Aunque Sarkha era obediente de forma habitual, en situaciones de combate prolongado el Dhar era propenso a ignorar ordenes directas o actuar por iniciativa propia de forma cada vez más marcada, movido por la frustración combinada con un fuerte sentido de su propia independencia.

Por ello Athea siempre optaba por la opción más rápida y eficiente posible.

Pero en ocasiones como aquella una minúscula parte de ella, ese espíritu de caza que guiaba su pulso al sostener su arco, no podía evitar preguntarse "¿Eso es todo?"

A casi doscientos kilómetros de las posiciones de Rider Blue y Rider Purple y de sus respectivos oponentes, la quimera voladora había entrado en una rutina de vuelos en círculo en torno a la fisura del suelo de la cual había emergido.

Casi como si fuese un perro guardián.

En cierto modo lo era, si las suposiciones de Athea de que aquel punto de emergencia era el acceso más directo al portal que estaban usando los garmoga resultasen ser ciertas.

Tras localizar a Simurna, Athea y Sarkha optaron por acelerar circunvalando el diámetro de todo el planeta, acumulando energía cinética antes de impactar contra la quimera garmoga.

La criatura no vio venir a la Rider Black y su Dhar Komai.

Si vio algo, Simurna solo tuvo tiempo de percibir un fortísimo golpe de aire, un destello de algo negro moviéndose a gran velocidad y una sensación como de un golpe o un tirón antes de sentir el dolor de su cuerpo siendo cortado en dos partes en diagonal, para poco después ser rebanado en aún más fragmentos que caerían al suelo rezumando cieno negro sobre los centenares de drones garmoga que convergían en el área.

Cualquier consciencia o posible sapiencia que aquella abominación pudiese tener debería estar agradecida por una muerte tan rápida.

Sarkha había rodeado su cuerpo con energía de tal forma que, en combinación con su tremenda aceleración y relativo menor tamaño, el Dhar negro se había convertido prácticamente en una cuchilla voladora viviente.

Que Simurna fuese un objetivo volador había facilitado dicho estilo de ataque, pues el lidiar con quimeras de movimiento terrestre siempre implicaba tener que volar con más cercanía a la superficie y eso aparejaba el riesgo de obstáculos inesperados. No era una técnica que Athea y Sarkha usasen a menudo, pero si las circunstancias eran propicias resultaba una de las más efectivas, siempre que la quimera no tuviese algún as en la manga.

Pero dado que ese no parecía ser el caso, el siguiente paso siguiendo las órdenes dispuestas por Alma Aster era purgar el área en torno al punto de emergencia del ser.

Con menor velocidad que antes pero aún así más rápido que cualquier otro Dhar, Sarkha incineró los restos de la quimera antes de inundar docenas de kilómetros a la redonda con un mar de llamas negras. El fuego, cargando con la energía del Nexo, se expandió a través de la superficie acabando con los drones y centuriones garmoga.

Varios enjambres de drones se desprendieron de la masa central, subiendo a las alturas intentando interceptar al Dhar. Así mismo, diversos centuriones garmoga saltaron dispuestos a llevar a cabo la misma acción. Todo ello acciones fútiles, Sarkha era demasiado rápido, tanto en movimiento como en reflejos.

En pocos minutos toda el área exterior había sido purgada de presencia garmoga. Las colinas y cráteres que conformaban el paisaje perdieron su escasa vegetación dejando únicamente un suelo alisado, de un azabache cálido y brillante.

Sin mediar más palabra que un pensamiento entre los dos, satisfechos por el resultado de su labor, Athea y Sarkha se lanzaron de lleno al agujero del que había emergido la quimera. Una bola de llamas les predecía limpiando el camino, como un mar de sombras danzantes más oscuras que las tinieblas del túnel.

 

******

 

No había tormenta, el cielo estaba despejado, pero el aire temblaba con el retumbar del trueno.

Las únicas nubes eran las humaredas de gases tóxicas y substancias químicas volatilizadas del área industrial que la cuarta quimera garmoga, Hooko, había estado arrasando hasta convertir el área en inhabitable.

Incluso el resto de la masa de drones y centuriones garmoga que la acompañaban en su consunción de los recursos y materia del planeta parecían haber optado por dejar un cierto espacio entre ellos y su gigantesca compatriota.

Desplazando lentamente su cuerpo semiesférico sobre una masa de zarcillos o cortos tentáculos serpentinos, Hooko sacudía de forma errática sus largas extremidades, similares en morfología a los brazos de una mantis religiosa.

Sus movimientos parecían totalmente aleatorios, sin calculo o precisión alguna, como si la criatura fuese un recién nacido ejercitando sus brazos.

Su carencia de capacidad consciente al atacar con aquellos apéndices quedaba patente en las ocasiones que las afiliadas hojas como cuchillas de sus extremos rozaban la superficie y se llevaban por delante a un número significativo de los demás garmoga.

Sin duda otro motivo para mantener las distancias.

Armyos compartía dicha postura, así que de forma muy juiciosa optó por mantener una posición de vuelto alto con Volvaugr.

De todos los Dhar Komai, Volvaugr era el de aspecto más artificial. Escamas doradas fundidas con piezas de metal hundidas en su carne brillaban con un tono anaranjado derivado de las emisiones de energía que recubrían su cuadrúpedo cuerpo de unos veinte metros de envergadura. Pero si por algo destacaba Volvaugr sobre los demás Dhars era por sus alas mecánicas retráctiles en su lomo, chisporroteando de forma constante con el mismo poder del Nexo apenas contenido.

Un poder que el Dhar, siguiendo las indicaciones mentales de Armyos Aster, estaba a punto de desatar. 

La energía comenzó a acumularse y descargas y arcos de electricidad comenzaron a formarse entre las alas metálicas de la draconiana bestia al tiempo que su garganta se iluminaba. Un sonido creciente, un zumbido retumbante, se hacía cada vez más intenso.

Muy bien muchacho, pensó el Rider Orange, ¡Ahora! ¡Sin contenerte!

En el aire, Volvaugr se inclinó hacia abajó y abrió su boca. No soltó una descarga de llamas de energía o plasma candente, sino un relámpago naranja que se expandió en tamaño y magnitud cuanto más se acercaba a la superficie. Dicha expansión y descarga de energía rasgó el aire de forma abrupta generando un sonido atronador que resonó en varios kilómetros a la redonda.

El ataque alcanzó de lleno a Hooko y la quimera garmoga emitió un chirrido agonizante.

Armyos dio gracias de que la silla-módulo actuase como aislante de cara al exterior, o aquel sonido sin duda habría hecho sangrar sus oídos aún llevando su casco de Rider.

El humo producido por la descarga comenzó a disiparse, al igual que parte de la neblina tóxica. Hooko seguía en pie, sacudiendo sus brazos de forma espasmódica. Pero el daño recibido era obvio, la piel de la quimera estaba surcada por líneas rojas de aspecto incandescente, como pequeños ríos de magma ramificándose a lo largo y ancho de su grotesca piel, y en el punto de impacto directo parecía que parte de su cuerpo semiesférico se hubiese fundido.

La quimera garmoga seguía con vida, pero para Armyos resultaba obvio que otro ataque debería ser suficiente para poner fin a su mísera existencia.

Y en ese preciso instante, Hooko contraatacó.

La quimera extendió uno de sus brazos y golpeó, pero esta vez la cuchilla en su extremó emitió una onda de luz que ascendió a los cielos en rumbo directo a la posición del Rider Orange y su Dhar.

Volvaugr esquivó el ataque por los pelos para acto seguido tener que hacer otra maniobra brusca para evitar una segunda descarga de energía cortante. En la superficie Hooko continuaba emitiendo aquellas hojas de luz, una tras otra, golpeando al aire casi como si la criatura sufriese un ataque de histeria.

Armyos abrió la silla-módulo, saliendo al exterior en la parte posterior de su Dhar, entre las dos alas.

Asciende y continúa llamando su atención, Volvaugr, pensó Armyos, Voy a probar algo más mano a mano.

El Dhar rugió con un sonido artificial a modo de respuesta afirmativa y continuó volando, esquivando los constantes ataques de la quimera. A pesar de ser quizá el más lento de los Dhar Komai, Volvaugr estaba haciendo gala de una velocidad y reflejos que llenaron de orgullo a su Rider.

Armyos, por su parte, se dejó caer al vacío para acto seguido desvanecerse en un destello de luz. 

El Rider Orange reapareció frente a la quimera, varios metros por debajo de su línea de visión y muy cerca del suelo, con su martillo en mano. Era exactamente el mismo tipo de maniobra que Avra intentó sin éxito contra Kedolas, pero en este caso Armyos no tuvo que preocuparse de centuriones garmoga cercanos interrumpiéndole.

Con un grito, Armyos enarboló el arma Mjolnija y el suelo se abrió bajo la quimera Hooko. Un rayo de energía surgió desde el suelo, alcanzando a la criatura en su vientre y elevándola al tiempo que la atravesaba, cortando en seco sus ataques.

De forma simultánea desde las alturas, Volvaugr repitió su ataque. Ambos rayos de poder puro se encontraron en un punto de intersección al  que la quimera garmoga se había visto propulsada por la energía ascendente del ataque de Armyos.

El trueno resonó de nuevo y Hooko estalló en pedazos al tiempo que cientos de rayos menores cayeron sobre el suelo como una tormenta eléctrica, diezmando a gran parte de los drones y centuriones garmoga presentes en el área.

En el suelo carbonizado, Armyos estaba en pie con su martillo al hombro, observando.

Con un gesto de asentimiento y aprobación hacia su Dhar que la draconiana criatura sintió en su psique como una cariñosa muestra de afecto, el Rider Orange tomó de nuevo su arma y comenzó a hacerla girar sobre si misma.

Un resplandor de electricidad naranja se reflejó en su armadura al tiempo que comenzó a avanzar con paso firme hacia lo que quedaba de la horda de abominaciones que pretendían infestar aquel mundo.

Bajo su casco, los labios de Armyos se juntaron para silbar una canción, con la satisfacción de un trabajo bien hecho. Volvaugr descendió, descargando su ira sobre los garmoga.

El cielo seguía despejado, pero la tormenta caminaba martillo en mano.

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