Tras pensarlo unos instantes, Athea optó por una llamada anónima a las autoridades, dando la dirección de la casa e informando de que había escuchado ruidos de pelea. Lo más probable es que otros vecinos ya hubiesen hecho llamadas similares, pero era mejor asegurarse.
Tras dar el aviso se esfumó. Abandonó el lugar con la mayor discreción posible, asegurándose de que nadie la viese.
Por una parte, no quería complicaciones ni lidiar con toda la burocracia, además de que la presencia de una Rider podía convertir todo el asunto en un circo mediático.
Por otra, el cuerpo de policía encontrando a Mantho Oth podía darle un cierre oficial al asunto y quizá aportar algo de certeza sobre lo que le había ocurrido e informar de ello a su familia. Un miserable consuelo en lo que sin duda iba a ser un período de dolor y confusión duradero para el resto de los Oth.
Athea atesoró la rabia que le causaba la injusticia de la situación para algún día poder hacer buen uso de ella.
En cuanto al cuerpo de Pat, la operativa, Athea sabía que los policías no tardarían en determinar la verdadera naturaleza y profesión de la mujer. Cómo murió les supondría un pequeño enigma, pues las flechas de Rider Black no dejaban rastro alguno una vez disueltas y las heridas podrían ser atribuidas a muchas otras armas de proyectiles.
La divertía pensar que, con suerte, algún joven detective del cuerpo se tomaría el caso como un reto e indagaría más allá de lo razonable. Las posibilidades de que las fuerzas de seguridad descubriesen algo eran poco menos que nulas, pero si conseguían armar suficiente jaleo siempre existía la ínfima posibilidad de que quien fuera el responsable real de la situación se pusiese lo suficientemente nervioso para cometer algún desliz.
Y si se daba esa particular sucesión de hechos, Athea Aster esperaba con toda su alma el poder aprovecharlo.
Aunque con su suerte seguramente tendría que estar ocupándose de su trabajo real y lidiar con una infestación garmoga cuando algo así sucediese. Lo que ocurriese primero, su pragmatismo tendría que aceptarlo.
Volvió a la sede de los Corps andando, tomándose su tiempo por las calles de la capital de Occtei. No había mentido cuando dijo que resultaba refrescante que no la reconocieran.
Con su vestimenta mucha gente pasaba a su lado sin fijarse siquiera. Siempre había algunos que daban un segundo vistazo, y estaba claro que otros pocos la reconocían nada más verla.
Pero entre el flujo de movimiento de las masas, el gran número de personas en las calles y la misma velocidad de ella al moverse había conseguido evitar encontronazos con admiradores que llevasen a paradas o aglomeraciones de fans en plena calle.
Había pasado en alguna ocasión, y nunca era agradable. No para ella al menos. Tampoco ayudaba que mucha gente cuando se producían esas situaciones parecía tener más preguntas sobre los otros Riders que sobre ella misma. Por superficial que resultase...
Los pequeños eran una excepción. Si una niña o niño daba visibles señales de haberla reconocido, Athea habitualmente respondía al menos con una sonrisa y un guiño al tiempo que se llevaba un dedo a los labios para indicar silencio. La infantil solemnidad con la que la mayoría asentían en respuesta, comprometiéndose a guardar el secreto de su identidad (aunque sin duda más tarde no podrían resistir contárselo a sus padres) resultaba entrañable.
El paseo le llevó varias horas, y para cuando estaba de vuelta y cruzando el umbral de acceso del Complejo Residencial de los Corps ya había comenzado a atardecer. El cielo mostraba tonos púrpuras y naranjas, salpicado por nubes carmesí.
Sus pasos llevaron a Athea al área de esparcimiento. En aquel momento, la otra única persona en el enorme salón era Alma. La Rider Red estaba sentada con las piernas cruzadas sobre el sofá, sosteniendo un libro en sus manos. En la mesita frente a ella humeaba una taza de té.
Alma levantó la vista al sentir la presencia de su hermana y sonrió, "Athea, hola."
Athea respondió con un vago gesto de saludo al tiempo que observaba la estancia sin terminar de cruzar el umbral de la puerta.
"¿Y los demás?", preguntó.
"Armyos está ocupando de nuevo en los talleres. Avra y Antos han ido a ver a los Dhars. Creo que planean hacer una carrera nocturna con Tempestas y Adavante."
"Mientras no vuelvan a ponerse a volar por entre los rascacielos y el tráfico..."
"No, creo que tras la última vez aprendieron la lección. Espero."
"Nunca se sabe, con esos dos", replicó Athea, "¿Qué tal esta mañana? En lo del comité..."
Alma no pudo evitar un leve mohín de desagrado, "Lo habitual, ya sabes como llevo esas cosas."
Athea asintió. Alma nunca había estado cómoda hablando en público. Lo que era una paradoja porque se le daba condenadamente bien.
Supongo que el liderazgo a veces es como interpretar un papel, pensó.
"Te echamos en falta en la hora de la comida", dijo Alma, "Siento no haberme dado cuenta antes, pero Armyos dijo que estos días habías estado... bueno, en uno de tus semi-retiros."
Athea no supo si debía sentirse irritada o aliviada, "Solo me he estado ocupando de... un proyecto privado."
Alma levantó una ceja, "¿Oh? ¿Cómo de privado?"
"Juzgando por la ligereza y leve tono burlesco en tu voz, nada como lo que quiera que esté pasando por tu sucia mente ahora mismo", replicó Athea, "Deja esa clase de pensamientos para Antos, a ti no te pegan."
No se dio cuenta de que su propia voz había sonado más áspera y severa de lo que había querido hasta que vio los casi imperceptibles encogimiento de hombros y brillo dolido en los ojos de su hermana mayor.
"Lo siento. Ha sido... ha sido una mañana muy larga", dijo, al tiempo que se giraba para abandonar la sala y volver a su habitación. La voz de Alma al llamarla la paró.
"Athea."
La Rider Black inclinó ligeramente la cabeza, indicando que escuchaba.
"Mira... no quiero meterme donde no me llaman, es solo que... Bueno, antes solías contarme más cosas."
"Antes fue hace mucho tiempo."
Alma suspiró, "Sea lo que sea ese... proyecto privado tuyo, quiero que sepas que, bueno, si es algo serio, si necesitas ayuda..."
"Alma..."
Las palabras de su hermana comenzaron a sonar más atropelladas, muy lejos de la firme líder que era en combate, "No estoy diciendo que necesites ayuda. Es decir, siempre has sido la más independiente de todos nosotros y no es la primera vez que te metes en algún asunto en solitario, es solo que..."
Athea se volvió para mirar a su hermana, con una sonrisa conciliadora, "Alma, lo sé."
"Solo... solo recuerda que no estás sola ¿vale? Estamos aquí si nos necesitas. Puede que los demás no lo exterioricen tanto como antes, pero es porque han aprendido a respetar tu privacidad."
"Gracias" dijo Athea, "Es... no voy a decir que no es algo serio, pero no puedo contar mucho por el momento. Más adelante, quizá. El tiempo dirá."
Alma asintió en respuesta, aunque aún había algo de preocupación en su rostro. Athea se limitó a dar un último gesto de saludo con la mano y salió de la habitación de esparcimiento.
Al tiempo que dejaba atrás la sala, de camino al ascensor que la llevaría a su habitación, pudo oír gracias a sus sentidos a Alma murmurar algo en voz baja.
"No olvides que no estás sola, por favor."
Athea soltó un bufido, una risa muerta antes de salir de su boca ¿Cómo iba a olvidarlo? Sus hermanas y sus hermanos eran cuatro coloridos focos de luz que iluminaban a todos los que los rodeaban. Era imposible olvidarlos. Ella, en cambio...
Ella solo era una sombra oscura.
******
Dovat despertó, y lo sintió todo.
Por el tacto, supo que vestía únicamente una bata hospitalaria de apertura trasera y que se encontraba sobre una cama y no la camilla de la sala de operaciones. Se incorporó, y lo hizo mucho más rápido de lo esperable, sin ninguna señal de dolor muscular o interno.
Cuando sus ojos se acostumbraron a la intensidad de la luz, pudo ver que estaba en la habitación para invitados que Ivo Nag les había cedido a Axas y a ella. Las luces estaban apagadas, lo que se le hizo extraño pues podía ver con una claridad tal como si la estancia estuviese bien iluminada.
Extendió sus brazos y no pudo apreciar marcas o cicatrices en la piel azulada. Nada en el exterior delataba las interminables horas de intervenciones quirúrgicas.
Se incorporó con cuidado. Con cierto alivio tomó nota de que no parecía sentir náuseas o mareos de ningún tipo, y tras un par de pasos pudo constatar que su sentido del equilibrio funcionaba perfectamente.
La verdad, es que se notaba extrañamente ligera. A cada segundo que pasaba desde que despertó notaba una sensación de energía creciente formándose en su interior. Casi sentía el impulso de echarse a correr, o saltar.
Solo notó un tenue atisbo de dolor en su pecho. Bajando un poco la tela de su bata, Dovat pudo observar la pequeña esfera plateada que emergía de la piel más o menos sobre su esternón. La llave mórfica, injertada ahora en su cuerpo. La piel justo a su alrededor presentaba cierto tono purpúreo más oscuro.
Un ruido a un par de habitaciones de distancia, voces apagadas y cubertería, llamó su atención. Dovat salió al pasillo y avanzó lentamente y en silencio hasta llegar a la cocina del apartamento de Ivo Nag. El phalkata y su hermano Axas estaban sentados a la mesa, desayunando. El viejo doctor fue el primero en percatarse de su presencia y la recibió con una amplia sonrisa.
"Vaya, vaya, ¡buenos días polluela!", saludó.
Axas se giró y abrió los ojos como platos al verla, levantándose de golpe, "¡Dovat! ¡Aún no deberías estar en pie!". El joven atliano prácticamente corrió los pocos metros que lo separaban de su melliza hasta situarse junto a ella. Era obvio que estaba reprimiendo el deseo de darla un abrazo por miedo a hacerle daño.
Dovat sonrió, "Estoy bien, Axas, es solo que... Estoy bien."
Ivo Nag se había acercado también, y sin mediar más palabra puso el foco de una pequeña linterna con forma de lápiz sobre los ojos de Dovat, "Respuesta pupilar normal. Es obvio que tus cuerdas vocales funcionan, aunque tu voz suena algo afónica, y parece que también nos escuchas sin mucho problema, aunque quiero hacerte más pruebas", dijo el viejo doctor, "¿Notas dolores musculares? ¿Tensión?"
"No, la verdad... solo un poco en el pecho, el injerto."
"Si, lo suponía. El último examen indicaba una inflamación leve del tejido, pero no ha habido rechazo", explicó Nag, "Evita rascarte y se curará en unos días ¿Nada más? ¿Ninguna tirantez en brazos o piernas?"
"Ya he dicho que no ¿por qué insiste con eso? ¿Algo ha ido mal?"
"Dovat..." comenzó Axas, pero Nag lo interrumpió.
"Polluela, debes estar aún algo desorientada si todavía no te has dado cuenta de que has ganado una cabeza y medio de altura, con el resto de tu cuerpo ajustado de forma equilibrada a sus nuevas proporciones."
La sorpresa inundó el rostro de Dovat. No se había dado cuenta al entrar en la cocina, pero ahora que los tenía justo a su lado... Era cierto, Axas parecía sensiblemente más... pequeño. No había otra forma de describirlo. Su mellizo y ella siempre habían tenido exactamente la misma altura y complexión, pero ese ya no era el caso.
Dovat volvió a examinarse, esta vez focalizando su vista en su cuerpo con más atención que cuando despertó. No se centró en buscar marcas o heridas sino en simplemente observar lo que tenía delante.
No solo era más alta, la envergadura de su masa muscular también había aumentado de forma sensiblemente visible. No es que fuese el físico exageradamente musculoso de una culturista, pero no era tampoco la joven de aspecto esbelto y delicado de antes. Era algo más cercano a lo que se esperaría en una atleta o una soldado.
"¿Cómo...?"
"La llave mórfica", respondió Axas, "Cuando tu organismo asimiló el injerto comenzó a inundarte de energía pasiva e interactuó con las alteraciones previas a tu masa muscular y esqueleto, causando este desarrollo."
"Te vimos crecer en cuestión de horas, polluela", dijo Ivo Nag, "Oh, el sonido de tus huesos al expandirse. Siempre atesoraré ese recuerdo, fue maravilloso."
"Esto es... sabía que habría cambios, pero no pensé en algo así."
"Dile adiós a toda tu ropa favorita", rió Axas, intentando aligerar la situación.
"Ja, ja, muy gracioso", replicó Dovat.
"¿Alguna necesidad fisiológica? Tu metabolismo es una bestia muy distinta ahora mismo y seguramente vayas a tener que lidiar con algunos desequilibrios hormonales durante un tiempo ¿Hambre? ¿Sed?", preguntó Nag.
"No tengo hambre, pero sí que bebería algo de agua..."
Ivo Nag asintió y tomó un vaso metálico, lo llenó de agua y lo posó en la mesa justo delante de Dovat en vez de dárselo directamente a ella, como si quisiese evitar el contacto. Ante el gesto extrañado de la joven, el phalkata se limitó a señalar el vaso con la cabeza "Bueno ¿a qué esperas, polluela?"
Dovat miró a Axas, quién se limitó a encogerse de hombros, y procedió a tomar el vaso, salpicando de agua la mesa cuando su mano estrujó el vaso metálico como si estuviese hecho de mero papel.
Dovat tragó saliva, súbitamente nerviosa.
"Oh..."
Ivo Nag graznó una risa que sonó desagradable y jovial a partes iguales, al tiempo que aplaudía sonoramente.
"¡Aaah, tenía esperanzas de ver algo así! Nos esperan un par de semanas muy interesantes, querida paciente. Primero, antes de cualquier otra cosa, tenemos que enseñarte cómo moverte por el mundo sin destrozar todo lo que tocas sin querer."
Y a quién tocas, pero esa parte no hizo falta decirla en voz alta.
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