sábado, 1 de julio de 2023

116 UN FINAL

 

Iria Vargas había perdido totalmente la noción del tiempo.

Estaba casi segura de que ya debía ser mediodía, o puede que incluso más tarde. En la lejanía, el centro de la ciudad era visible y todos los refugiados en el apartamento con protecciones mágicas de Alicia Aster habían podido observar el devenir de la batalla.

La aparición de los Riders, cuando comprendieron qué eran aquellos resplandores multicolor en la atmosfera, fue recibida con un júbilo que contrastó fuertemente con el horror y terror constantes que habían atenazado a toda aquella gente. La aparición de la gigantesca esquirla (y dioses, era tan enorme que en apenas unos pasos podría estar junto a ellos) había causado que algunos de los miembros más impresionables se desmayaran o cayesen en un estado de shock.

Iria había mantenido la calma, en su mayor parte. Por su propio bien y por el de la niña gobbore que se había acurrucado a dormir a su lado. La pobre Syba solo había dejado caer lágrimas tras caer en un profundo sueño, un merecido reposo tras el día más horrible de su breve vida.

Max las había dejado. La unidad Janperson había solicitado permiso para asistir en la batalla e Iria no vio razón alguna para impedirlo. Era obvio que no quedaban ya esquirlas por las calles, e incluso sin el androide el edificio de Alicia estaba bien protegido. Podrían apañárselas y estaba claro que los Riders necesitarían toda la ayuda posible.

Lo observó todo. El descenso de la pirámide, su fusión con el ser, la explosión de energía… Iria quería confiar en que todo iría bien. Tenía confianza en los Riders, y en Alicia, y Max, y también en Shin. Y por encima de todo, confiaba en Alma.

Y pese a ello, sintió como si algo frio atenazase su corazón cuando vio el destello carmesí de Solarys y Rider Red elevándose a las alturas, llevando consigo aquello en lo que se había convertido Keket.

 

******

 

Su madre la había llevado al centro de la sala. Allí reposaba un habitáculo lleno de líquido del que parecía emanar el resplandor rojizo.

Una figura pequeña, no mucho más grande que Alma, cubierta de sensores y tubos de alimentación intravenosa flotaba en su interior. Era la fuente de la luz.

 

******

 

“¡¡Alma!! ¿¡Qué cojones te crees que estás haciendo!?”

El grito de Avra Aster pareció resonar a lo largo y ancho del erial en que se había convertido el centro de la megalópolis y capital planetaria de Occtei. La Rider Blue estaba aún sobre la superficie junto a Shin, mientras su Dhar Komai flotaba sobre ambos. La mirada del guerrero eldrea estaba igual de fija en las alturas que la de Avra, observando la draconiana forma de Solarys ascendiendo con la singularidad humanoide de Keket entre sus garras.

Era como si dos pequeñas estrellas, dos masas de luz roja y multicolor estuviesen entrechocando una contra la otra saliendo disparadas hacia las alturas.

A varios centenares de metros sobre ellos, el resto de Riders se encontraron compartiendo el sentimiento expresado por su hermana menor, aunque quizá de forma menos vocal.

“¿Pero en qué está pensando?”, musitó Antos. Había emergido de la silla-módulo en el lomo de Adavante y observaba las acciones de su hermana sacudiendo la cabeza.

Athea estaba intentando contactar con Alma a través del vínculo compartido entre los Dhar Komai, pero solo recibió impresiones de su mente y ninguna respuesta clara. Miedo, desesperación, determinación. Intentó indagar más, intento hacer un amago de subir allá arriba, con ella, y en su mente resonó un firme y rotundo:

NO.

Era la voz de Alma, pero parecía sonar combinada con otra voz. Una voz más… animalística. Athea se percató enseguida de que debía tratarse de Solarys. Su hermana y su Dhar Komai estaban hablando como una sola entidad.

“Creo…”, comenzó Armyos, “Creo que Alma sabe que de todos los Dhars Solarys es la que tiene más posibilidades de mantener un contacto cercano con…”

“¡No me vengas con esas, Armyos!”, dijo Antos, “¡No tendría que hacer esto sola!”

No, no tendría, pensó Athea, Pero lo hará igualmente, no porque sea su trabajo ni por algo tan peregrino como argumentar que este curso de acción es lo correcto. Lo hace porque es nuestra hermana mayor.

“Su negación también ha resonado en vuestras mentes, ¿verdad?”, preguntó la Rider Black.

Sus dos hermanos intercambiaron una mirada antes de asentir.

“Entonces solo podemos confiar en ella y estar aquí para lo que pueda pasar”, dijo Athea.

“Deceleración”, dijo una voz mecánica junto a ellos.

La unidad Janperson MX-A3, Max, seguía junto a ellos. El androide había sido noqueado por un pulso electromagnético unos pocos minutos atrás y había sido recogido por Adavante, el Dhar Komai de Antos. Ya había despertado y se mantenía de nuevo en el aire por sus propios medios, después de que la bestia draconiana lo soltara con delicadeza. Sus sensores estaban fijos en el punto de luz ascendente que eran la Rider Red y su Dhar cargando con Keket.

“¿Max?”, preguntó Antos, “¿A qué te refieres con deceleración?”. Había algo en el tono del androide que preocupó al Rider Purple.

“Es… es casi imperceptible”, dijo Max, “Pero a pesar de que su velocidad de ascenso es suficiente velocidad de escape para abandonar la atmosfera, se está produciendo una deceleración. Solarys vuela más lento cuanto más asciende. Es un porcentaje ínfimo, pero…”

“Mierda, tenemos que contactar con el resto de la flota ahí arriba y que abandonen el sistema”, dijo Armyos.

“Oh, cielos. La masa…”, murmuró Antos, “La singularidad de Keket…”

“Alma y Solarys están arrastrando algo que debe comenzar a pesar casi como un pequeño planeta”, terminó Athea.

Ninguno de ellos se dio cuenta de que Rider Green y su Dhar Komai, Teromos, habían abandonado el lugar.

 

******

 

El mariscal Akam podía oír a través de los canales de comunicación como un ambiente de celebración había comenzado a extenderse por la flota al ver la desintegración de aquella infernal pirámide y de la criatura con la que se había fusionado, llevándose consigo además a aquel enjambre garmoga.

Pero la situación aún no estaba bajo control.

Todos los sensores de la nave, de todas las naves, se convirtieron en una cacofonía de señales de alarma sonoras y visuales. Lecturas de radiación ascendían desde el planeta como si un segundo sol en miniatura se estuviese acercando a ellos.

¿Qué infiernos es eso?, pensó.

“¡Señor!”, exclamó el oficial de comunicaciones, “¡Señal de emergencia desde la superficie enviada por los Riders! ¡Recomiendan que la flota se retire de órbita!”

Akam sintió de nuevo algo amargo subiendo a su garganta. Una vez más, los Riders llevando la voz cantante. Una vez más las fuerzas del Concilio siendo incapaces de demostrar su valía, dependientes de un puñado de individuos.

Por un segundo sintió el impulso de negar la petición. De dar la orden de interceptar al objetivo en ascenso. De hacer algo.

Pero solo duró un segundo y Akam se limitó a dar la orden de retirada a toda la flota, cayendo sobre su asiento, cabizbajo y pensando en si aún sería mariscal al día siguiente tras los desastres de los últimos cuatro días.


******

 

Alma le preguntó a su madre si era un lagarto, como los que había visto en sus digilibros. Parecía un lagarto, pero más grande, y con alas. Su madre rió. Le dijo algo, pero no lo escuchó bien, todo a su alrededor se estaba tornando borroso, pero pudo distinguir una palabra.

Solarys.

 

******

 

Alma sentía frío.

Era calor, realmente, y era Solarys quien lo sentía. Pero el vínculo entre ambas permitía a la Rider Red experimentar todo lo que estaba sufriendo su Dhar Komai. Y el calor era tal que las terminaciones nerviosas de ambas apenas podían asimilarlo. Por ello, una sensación de frio antinatural bañaba su cuerpo.

Solarys mantenía los restos de Keket entre sus zarpas. La Reina de la Corona de Cristal Roto ya estaba muerta pero Alma juraría que aún podía oír su risa, sonando más casi como el quejido quebrado de un fantasma satisfecho. Su cuerpo, otrora cristalino y negro, era ahora una masa de plasma multicolor que fundía las escamas de la draconiana bestia que la sostenía. La singularidad en su interior no crecía en tamaño pero si en potencia y en masa.

Alma podía sentir el peso. Solarys estaba usando casi la misma energía que en un vuelo supralumínico normal las habría puesto cerca de los bordes del sistema solar en pocos minutos, pero apenas estaban abandonando el área orbital de Occtei. El cuerpo de Keket debía ser casi como una pequeña luna o planetoide si toda la tensión en los músculos y extremidades de Solarys indicaban algo.

Alma tuvo que reprimir un grito, mordiéndose la lengua, cuando a través del vinculo notó como los músculos de la Dhar se desgarraban internamente y los huesos se cubrían de fisuras. Notó como las escamas en torno a los brazos y pecho de Solarys se carbonizaban. La piel rojiza de la bestia se tornó de un blanco incandescente en las áreas afectadas.

Pero Solarys no cesó, no soltó su carga, ni por un momento emitió un quejido.

Solo un poco más, peque. Solo un poco más… Pronto será suficiente distancia, solo tendrá vacío para absorber. En Occtei solo verán un espectáculo de luces nocturno durante unos días… Solo un poco más.

Alma repetía el mismo mantra una vez y otra, y otra… Solo habían sido unos pocos minutos pero parecían una eternidad y las palabras estaban cesando de tener significado.

Solo un poco más… podremos soltarla y…

La singularidad comenzó a temblar en las manos de Solarys. Emisiones de rayos gamma y otras radiaciones desconocidas atravesaron el cuerpo de la Dhar, calcinando partes de su organismo al instante. La singularidad contenida en los restos del cuerpo de Keket estaba revirtiéndose, comenzando a emitir en lugar de absorber.

Ah, pensó Alma, casi delirando por el dolor, Así que va a ser una explosión después de todo. Es bueno volver a lo tradicional…

Debían alejarse más pues. Más allá de las lunas de Occtei. Más allá de las órbitas de los dos siguientes planetas del sistema. La masa de energía que arrastraban seguía siendo un ancla monstruosa, pero Solarys emitió un rugido mudo en el vacio espacial y un aura rojiza la envolvió.

Un último esfuerzo, un último impulso.

Brilló, más luminosa que nunca. Como una estrella roja. La Dhar Komai voló como un cometa atravesando la oscuridad de la noche. Occtei era ya solo un punto en la lejanía.

Más lejos. Más lejos, peque. Más lejos. Podremos soltarla y volver, pero tenemos que llegar más lejos.

Algo cruzó la mente de Alma. Algo que no venía de ella sino de su Dhar. Una impresión, un pensamiento, un sentimiento, un instinto. Debían llegar más lejos, pero no podrían soltar su carga. Debían asegurarse. No iban a volver. Debían asegurarse, llevarla más lejos, sostenerla hasta el final, lo más lejos posible.

Llevarían aquella bomba hasta el final, no podían volver. Tenían que ir lo más lejos posible y eso significaba seguir volando hasta el mismísimo final.

¿Solarys?

La única respuesta que recibió Alma fue el equivalente psíquico a dos manos cálidas posándose sobre sus hombros, a dos brazos envolviéndola en un abrazo.

La cápsula de la silla-módulo se abrió.

¿Cómo? Yo no he…

Y entonces, por primera vez, palabras. Toscas, guturales, resonando en el fondo de su mente como pronunciadas por una garganta aún aprendiendo a hablar.

IR. MARCHAR.

¿Solarys? ¿Qué…?

EXPLOSIÓN. ALMA MARCHAR. SOLARYS EXPLOSIÓN.

Alma no había abierto la silla-módulo. Fue Solarys. Iba a…

No... ¡Solarys, no!

Alma Aster sintió la concentración de energía que comenzó a envolverla. Intentó luchar contra ello, pero Solarys parecía haber sacado más fuerza de voluntad a pesar de todos los daños que seguía sufriendo. Un aura carmesí envolvió a la Rider Red, pero no era la que ella había usado en combate. Provenía de Solarys. La energía la estaba moviendo, levantando, empujando fuera de su posición dentro del habitáculo de la silla-módulo.

ALMA MARCHAR.

¡Solarys, no! ¡Podemos hacerlo juntas! ¡Solo un poco más, Solarys! ¡Podremos volver juntas!

ALMA. NO. MARCHAR.

Alma Aster sintió como si una fuerza invisible la golpease al mismo tiempo que el aura de energía rojiza aumentaba en intensidad. La Rider Red se encontró de pronto flotando y a punto de salir despedida de la silla-módulo al vacio espacial. Se agarró en el último momento con su mano al borde de la cápsula situada en el lomo de la Dhar.

¡No pienso dejarte, Sol! ¡No voy a dejarte!

ALMA VIVIR.

¡SOLARYS!

TE QUIERO.

Una luz roja estalló frente a los ojos de Alma Aster. Sintió como si la hubiesen golpeado en la cabeza y por un segundo perdió la más mínima noción de donde se encontraba. El aura carmesí la envolvió en torno a todo su cuerpo y la arrojó al vacío del espacio, expulsándola de la silla-módulo, separándola de Solarys.

Y en ese momento, la singularidad se revirtió completamente, y aquel rincón del espacio fue bañado por una explosión de luz blanca.

Y un rápido destello esmeralda.

 

******

 

“¿Alma? ¿¡Alma?!”

Antos Aster repitió la llamada una vez más, intentando usar los sistemas de comunicación en su casco. El vínculo con los Dhar Komai no funcionaba. Solarys no respondía.

Los demás Riders y Dhars, Max, Shin y Alicia, ya fuera de la Glaive, se habían reunido sobre la superficie cristalizada del planeta, exactamente en la localización que otrora había albergado la sede de los Rider Corps en el erial que era ahora gran parte de la capital planetaria de Occtei.

A pesar de la distancia y aún a ser de día, el resplandor de una explosión fue visible en el cielo.

“La inestabilidad”, dijo Max, “Puede que fuese por el movimiento o por el contacto directo con la Dhar Komai, pero es posible que la singularidad sufriese una reversión de su polaridad y…”

“Ahora no es el momento para jerga técnica, Max”, susurró Alicia Aster.

“Pero… pero si al final ha sido una explosión, entonces la señorita Aster…”

“¡Ah ah ah!”, gritó Avra Aster, “¡No nos vengas con esas! ¡Ni se te ocurra! ¡Estará bien!”

La Rider Blue volvió a girarse, ignorando a la unidad Janperson y a su sobrina, cruzándose de brazos, “Alma estará bien”, susurró.

Junto a ella, Shin hizo un amago de posar su mano sobre el hombro de la Rider Blue, pero se detuvo en el último momento. El guerrero eldrea notó como Athea Aster se había tensado, su mirada clavada en las alturas. No fue el único.

“¿Athea?”, preguntó Armyos. El Rider Orange sabía que su sombría hermana tenía quizá los sentidos más agudos de toda la familia.

“Algo se acerca, está…”, comenzó a responder la Rider Black, antes de interrumpirse al ver lo que se aproximaba.

Teromos, el Dhar Komai esmeralda de la Rider Green, descendía desde lo más alto envuelto en una suave aura verde que no parecía tener las mismas propiedades venenosas de las que solía hacer gala habitualmente. Fue aminorando su velocidad a la par que descendía. Sostenía con sus garras a una figura draconiana ligeramente más grande, inmóvil, blanca y negra y humeante, con alas amputadas.

“Oh, dioses”, musitó Athea.

Avra se llevó una mano a la boca, conteniendo un sollozo. Antos observó incrédulo, como si no confiase en sus propios ojos. Armyos tuvo que hacer un esfuerzo para no dejarse caer de rodillas.

Todos sus Dhars comenzando a emitir un lamento, un sonido quedo pero intenso.

Teromos descendió, posando los restos de Solarys con suavidad en el suelo. Fue en ese momento cuando se percataron de que Rider Green estaba en pie sobre el lomo de la Dhar caída, sosteniendo a…

“¡Alma!”, gritó Avra, corriendo hacia ellas, “¡Suéltala, hija de puta! ¡Ni se te ocurra tocarla!”

“¡Avra, espera!”, gritó Armyos, intentando frenar sin éxito a su hermana pequeña. La Rider Blue se abalanzó contra la Rider Green cuando esta descendía a la superficie, dispuesta a golpearla con sus manos desnudas. Lo hizo claramente sin pensar en cómo aquello causaría que su hermana inconsciente cayese al suelo. Por fortuna, la Rider renegada volvió a hacer gala de sus reflejos y detuvo el golpe de Avra, sujetando el puño de la Rider Blue y frenando el avance de esta de golpe.

La Rider Green no parecía furiosa, ni irritada. A metros de distancia y también acercándose, Athea Aster se habría atrevido a afirmar que parecía… apesadumbrada.

“No es el momento, niña”, dijo la Rider renegada, sosteniendo con solo uno de sus brazos la figura inerte de Alma Aster, “Tu hermana está viva. Os va a necesitar.”

La ira pareció esfumarse de Avra cuando posó sus ojos sobre Alma. El casco de la Rider Red había desaparecido. Lo mismo había sucedido con sus cabellos, su larga melena ondulada ahora apenas unos pocos brotes de rizos de pelo sobre su cráneo. Una quemadura cubría parte del lado izquierdo del rostro de Alma, subiendo hasta el cuero cabelludo. Su armadura estaba llena de fisuras y grietas humeantes y su color rojo estaba apagado, casi rozando tonos grisáceos.

Avra no dijo palabra alguna cuando la Rider Green soltó su puño y posó a Alma Aster con delicadeza en el suelo, junto a Solarys.

Los demás llegaron en ese momento. Cualquier intención que hubiese de obtener respuestas de parte de la Rider Green se esfumaron cuando la renegada saltó con un destello de luz al lomo de Teromos y el Dhar Komai verde emprendió el vuelo, dejando atrás a todos los presentes.

Avra se había arrodillado, sosteniendo la cabeza de Alma sobre su regazo. Los demás Riders y Alicia Aster la rodearon. Max y Shin, por su parte, mantuvieron una distancia respetuosa.

“¿Está…?”, comenzó Antos.

“Está viva”, respondió Avra, “Pero algo va mal, no sé qué…”

La interrumpió un gruñido suave pero profundo, un temblor que recorrió suavemente el suelo bajo sus pies. Los Riders y Alicia se volvieron hacia la caída Solarys. La Dhar Komai, a quien creían muerta se había movido levemente y los observaba con un ojo que aún conservaba su color escarlata.

Y entonces, con un grito ahogado como intentando tomar aire, Alma Aster despertó, incorporándose de golpe como impulsada por un resorte.

“¡Joder!”, gritó Avra, cayendo al suelo.

“¡Alma!”, exclamó Athea, ayudando a levantarse a la Rider Red. Pero Alma los ignoró una vez estuvo en pie, andando a trompicones, casi dando vueltas sobre sí misma completamente desorientada, hasta que su mirada se posó sobre Solarys.

“…arys…”, pronunció, con voz ronca y afónica, “No…”

Las escamas carmesí de la Dhar eran ahora un mapa de quemaduras, escamas ennegrecidas o fundidas en tejido blanco cicatricial. El aura carmesí que solía envolverla se había esfumado completamente, siendo lo único rojo que quedaba el ojo inyectado en sangre ardiente que observaba lloroso a su Rider.

Alma avanzó con torpeza hasta situarse frente a la cabeza de Solarys, devolviéndole la mirada. Los demás se limitaron a observar, sin saber muy bien qué hacer. El lamento del resto de los Dhar Komai se intensificó.

Alicia Aster reprimió un escalofrío al tiempo que se acercó a su madre. Alicia no tenía un lazo directo con las bestias, pero aquello parecía un canto fúnebre.

“Solarys”, repitió Alma, acariciando las escamas de la Dhar. Sus dedos dejaron un surco sobre la piel de ésta, que se deshizo como si fuesen cenizas apiladas. Alma reprimió un sollozo.

“Tonta. Lagartija tonta, Sol”, dijo, “¿Por qué, peque? ¿Por qué?”

Su única respuesta fue un quejido grave de la dañada garganta de la Dhar Komai y una última mirada antes de que su ojo se cerrase, perdiendo su brillo escarlata por última vez. El cuerpo de Solarys comenzó a brillar hasta ser casi una masa de luz blanquecina que comenzó a fragmentarse y disolverse en partículas, ascendiendo en el aire para esfumarse.

Al mismo tiempo, la armadura de la Rider Red comenzó a volverse más tenue. No se desmaterializó como cuando los Riders lo hacían de forma voluntaria o por agotamiento de energías. La armadura perdió densidad, ganando transparencia hasta que finalmente se limitó a desaparecer, dejando a Alma Aster solo con las ropas que usaba bajo ella.

Alma lloró. Extendió sus manos, intentando tocar a Solarys de nuevo, pero solo atravesó luz intangible, y pronto no hubo nada más cuando finalmente la bestia draconiana se disolvió por completo. Donde unos instantes antes había reposado el cuerpo de la mayor de los Dhars, ahora solo quedaba vacío.

Alma Aster cayó al suelo, golpeándolo con sus rodillas. Sintió los pasos apresurados de su familia. Sintió el peso de sus cuerpos cuando la abrazaron. Oyó sus llamadas, sus lágrimas y su dolor. Sintió el calor de sus propias lágrimas sobre sus mejillas. 

Sintió todo eso, pero no sintió nada.

Su Dhar Komai, su Solarys, había muerto. Y la conexión de Alma Aster con el Nexo había sido cercenada como resultado.

Rider Red había cesado de existir.

 

******

 

La pequeña Alma tocó el cristal y casi pudo sentir el calor de la criatura.

Solarys.

Iba a ser su compañera. Lo sabía.

Era tan pequeña, flotando allí sola, que Alma se prometió a sí misma que la cuidaría para siempre.


domingo, 18 de junio de 2023

115 EL ÚLTIMO DÍA XI

 

Am Kek cesó de existir, y Keket sintió su angustia a través del Canto. Su pirámide, el contenedor de todas y cada una de sus esquirlas en un único ente murió y sólo dejó tras de sí el Silencio.

La Reina gritó.

Salvar a Am Kek era ya imposible. De forma instintiva, su cuerpo potenciado por su restaurada corona intentó redirigir toda la energía de la singularidad en sí misma. El aura dorada envolvió un cuerpo en el que ahora residía una mente quebrada. De un modo u otro Keket también había desaparecido dejando atrás a una criatura desesperada y sola. La autoproclamada diosa había caído presa de su propia ceguera, no supo ver un peligro real creyendo que sus actuales enemigos seguirían los mismos patrones del pasado.

Pero era obvio que los Riders jugaban con otro set de reglas, sobre todo si no tenían miramientos en hacer uso de aliados como la maquina responsable de la implosión generada por la reacción taumatúrgica de su dispositivo nuclear y las energías primordiales del constructo piramidal fusionado con sus retoños.

Keket siguió gritando, aún cuando todo el cuerpo de Am Kek se disolvió en torno a ella, aún cuando la energía generada por la reacción que poseía su cuerpo comenzó a calentar el aire a su alrededor de tal forma que pronto se vio envuelta por una burbuja de plasma.

Su cuerpo, otrora de cristal negro se había convertido en una marea de colores dorados, naranjas y rojizos cambiantes. Cientos de diferentes tipos de radiación nacían y morían en su interior, nuevos elementos eran creados y destruidos en cuestión de segundos en el mismo corazón de Keket.

Un resquicio de su consciencia tomó nota de ello. Un rastro de personalidad intentando restablecer algo de control. Intentando sobrevivir.

El aire pareció plegarse en torno a ella al tiempo que sus gritos cesaron. Partículas y fragmentos aún en estado de semi-solidez de los restos del cuerpo de Am Kek comenzaron a caer al suelo mientras Keket se mantuvo a flote, brillando como una estrella recién nacida.

Su cuerpo se había asentado en una extraña fosforescencia azul y plateada que la hacía asemejarse a sus Crisoles, los pobladores naturales de su mundo de origen masacrados por los garmoga. Su corona dorada había ennegrecido hasta asemejarse al antiguo cristal de su cuerpo y había crecido fundiéndose a su cabeza como si fuesen tres afilados cuerpos asomando desde su frente y desde sus sienes. Sus ojos brillaban con una luz blanquecina, lechosa, como cubiertos por una capa de niebla. Sus manos eran la otra única parte que conservaba la antigua negrura acristalada de su cuerpo original, pero lucían agrietadas y con sus dedos convertidos en afiladas cuchillas. A decir verdad, todo su cuerpo estaba en un estado constante de reconfiguración, con minúsculas grietas abriéndose y cerrándose continuamente, exhalando pequeños restos de fosforescente radiación y energía apenas contenida.

Era también tres veces más grande que su estatura normal. Nada al lado del titán montañoso de kilómetros de envergadura que había sido Am Kek, pero una figura humanoide de unos seis metros de altura seguía siendo algo poco común en la galaxia.

¿Y los Riders y sus aliados? Hasta aquel preciso momento solo pudieron mirar...

“Las lecturas de energía son… esto es imposible. Quizá si sea una diosa después de todo”, dijo Max. La voz mecánica de la unidad Janperson tembló al hablar, como conteniendo genuino nerviosismo ante lo que sus sensores estaban presenciando.

“¿Qué es lo que estamos viendo exactamente?”, preguntó Alma Aster. La Rider Red había emergido de la cápsula de su silla-módulo y se encontraba de pie sobre la cabeza de Solarys.

“La implosión, la singularidad… la ha absorbido y contenido dentro de su cuerpo. Pero no es una contención perfecta… Veo dos posibles escenarios en nuestro futuro.”

“¿Los cuales vendrían a ser?”, preguntó Armyos. Al igual que su hermana, su silla-módulo estaba abierta, pero permanecía sentado en su interior, sobre el lomo de su Dhar Komai, Volvaugr.

“La primera posibilidad es una estabilización plena. Keket consigue asimilar toda esa vorágine de energía mágica y radiación cósmica dentro de sí, consiguiendo un poder ilimitado”, comenzó Max.

“No me jodas, eso no es bueno”, interrumpió Avra, “¡Al final lanzarle el pepino atómico va a jorobarnos más de lo que estábamos!”

“Avra…”, intentó intervenir Athea, pero Max continuó hablando como si la Rider Blue nunca la hubiese interrumpido.

“Por fortuna para nosotros las posibilidades de eso son infinitesimales”, dijo Max.

“Ah, menos mal”, suspiró Avra.

“Es más probable que pierda totalmente el control, causando una desestabilización de la singularidad y un efecto cascada que derivaría en una nueva implosión consumiendo un setenta y cinco por ciento de la masa del planeta.”

“¡ESO ES PEOR, ME CAGO EN TUS MUERTOS!”

“¡AVRA!”

“MX-A3… lo siento, Max… ¿Alguna sugerencia?”, preguntó Antos.

“¿Aparte de una evacuación planetaria total?”

“Si, aparte de eso”, insistió el Rider Purple. Todo el hemisferio en el que estaban había seguido un proceso de evacuación, pero la mayoría de la población seguía en la otra cara del planeta a la espera de una resolución. El proceso de evacuación planetaria podría proseguir sin problemas, pero era imposible determinar si tendrían tiempo para salvaguardar a todo el mundo.

“Mmm, la contención es inadmisible, así que solo podríamos…”

“En caso de duda, arrojadla al espacio”, intervino Rider Green.

Todos se volvieron a mirar a la Rider renegada, que había seguido el ejemplo de Alma y se encontraba sentada sobre la cabeza de su Dhar Komai, Teromos. La Rider Green se limitó a encogerse de hombros ante el escudriñamiento de los demás.

“¿Qué? Solo digo que ahí afuera una implosión no causará el mismo daño material si solo tiene para absorber el vacío y restos de energía oscura. Si queréis estar seguros del todo movedla al espacio fuera del sistema solar…”

“Eso… eso podría funcionar´. Teóricamente”, dijo Antos, “El problema es cómo hacerlo… puede que un simple contacto físico con Keket pueda ser un detonante que la desestabilice.”

“Así que golpearla o intentar noquearla no sería buena idea”, dijo Avra.

“No podemos saberlo seguro”, dijo Antos, “Quizá si…”

“Pues alguien debería decírselo a Shin”, continuó Avra.

“¿Qué?”

Efectivamente, el supersoldado eldrea había hecho acto de presencia de nuevo en el campo de batalla, atravesando el aire en posición horizontal con su pierna extendida dispuesto a propinar una patada directa al cráneo de Keket. Fue cuestión de segundos. Aunque los Riders y sus Dhars reaccionaron al instante, la distancia era tal que no pudieron impedir el primer golpe. El pie de Shin golpeó de lleno a Keket.

La Reina Crisol acusó el golpe, su cabeza y cuello sacudidos por un latigazo al tiempo que el aire y plasma recalentado alrededor de ella se desplazaron con la fuerza del impacto. Pero aparte de eso, Keket no pareció sufrir ningún daño aparente ni se movió un centímetro de su posición. Es más, la Reina Crisol pareció actuar casi como si no hubiese sentido a Shin, ignorando al guerrero eldrea quien ahora caía libremente de nuevo hacia la carbonizada superficie  bajo ellos dispuesto a saltar de nuevo hacia su enemiga.

Cosa que habría hecho de no ser interceptado por Avra Aster.

Durante su vuelo, la Rider Blue hizo que su serpentino Dhar Komai, Tempestas, comenzase a girar sobre sí mismo. En el momento oportuno y aprovechando la energía generada por la fuerza centrífuga, Avra abrió la capsula de su silla-módulo y se desprendió de su Dhar al frenar éste en seco lanzando a la Rider como un misil humanoide bañado por un resplandor azul que embistió de forma directa contra Shin en un brutal placaje que los arrojó a ambos al suelo.

“¡SHIN!”

“¿Avra Aster? ¿Qué…?” intentó preguntar el guerrero eldrea, desorientado y confuso por lo que parecía un asalto por parte de alguien a quien consideraba una aliada.

“¡No podemos golpearla! ¡Los cerebritos dicen que podría salirse todo de madre si la atacamos de forma directa!”

Sobre ellos, el resto de Dhars y la unidad Janperson rodearon a Keket, volando en torno suyo y manteniendo una distancia prudencial.

“¡Max!”, exclamó Alma, “¿Qué dicen tus sensores?”

“No parece haber ningún cambio significativo”, explicó la unidad Janperson, “El golpe de Shin no ha debido causar ningún desequilibrio serio. Aunque las lecturas de energía vuelven a salirse de las escalas…”

“La temperatura en torno a ella sigue creciendo”, dijo Athea, “Puede que no se haya producido ninguna desestabilización de toda la energía que contiene, pero la está manipulando de algún modo.”

“¿Estás segura?”, preguntó Armyos, “No parece estar consciente. Recibió esa patada directa a la cabeza y ni se ha inmutado.”

“Estar consciente y estar activo son dos cosas distintas”, dijo Antos, “Creo que está en alguna especie de trance, está concentrada, como si…”

SI”, dijo Keket.

La voz de la Reina Crisol resonó como proyectada por mil gargantas, con una intensidad tal que los Dhars acusaron el impacto sónico.

ASESINOS”, dijo, “OS HE ESCUCHADO. OS AGRADEZCO EL MOSTRARME EL CAMINO.

“¿De qué demonios está hablando?”, susurró Avra, observando la escena desde el suelo con Shin a su lado.

La Reina Crisol comenzó a moverse. Cada movimiento era lento y calculado, acompañado por un sonido similar al de cristales haciéndose añicos o huesos quebrándose. Nuevas grietas exudando energía se formaron a lo largo y ancho de su torso y cuello al girar sobre sí misma para seguir con su vista a sus enemigos. La forma en que sus ojos se entrecerraron denotaba tanto ira como dolor. No había forma alguna de asegurarlo, pero Alma tuvo la impresión de que en aquel estado el más mínimo movimiento era una agonía para Keket.

SOLO ME QUEDA LA VENGANZA. RECONSTRUIR MI IMPERIO, RECREAR A MIS RETOÑOS… TODO ESO SE HA PERDIDO. PERO SI NO PUEDO HACER ARDER TODA LA GALAXIA, AL MENOS ME ASEGURARÉ DE QUE SEA VUESTRO MUNDO QUIEN PAGUE.

Los sensores de Max se volvieron locos. El vuelo de la unidad Janperson se volvió errático.

“¡Tenemos que moverla! ¡Toda su energía interna…!”

No hablo más. Un pulso electromagnético emergió de Keket como una burbuja en expansión. Los Dhars y sus Riders sintieron una leve desorientación, pero Max quedó noqueado a efectos prácticos. La unidad Janperson habría caído a plomo contra el suelo de no haber sido recogida por Adavante, el Dhar Komai de Antos.

GRACIAS RIDERS”, continuó Keket, “SI SOBREVIVÍS, SABED QUE MI OSCURIDAD ERA UN VACÍO DE PAZ. LA QUE ÉL TRAERÁ SERÁ UNA NOCHE ETERNA OCULTANDO LAS FAUCES QUE OS DEVORARÁN.

“¿De qué está hablando…?”, musitó Armyos.

Por su parte, Athea pudo ver como la Rider Green se tensaba por un minúsculo momento al oír las palabras de Keket.

Pero no hubo tiempo para más palabras o cuestiones. Keket extendió sus brazos y todos se prepararon para un inminente ataque. Los dedos convertidos en garras de la Reina Crisol brillaron a la luz del sol naciente en el pecho de ella.

Y fue ahí donde las dirigió, al dirigir sus propias manos hacia su torso, atravesándose a sí misma con sus garras y emitiendo su garganta un gemido de dolor, que de forma retorcida sonó casi placentero. Las grietas se multiplicaron sobre el cuerpo de Keket y emisiones de energía en forma de haces de luz multicolor comenzaron a emerger de su cuerpo al tiempo que un remolino parecía formarse en su vientre, distorsionando su torso y el aire en torno a él…

La singularidad en su interior había arrancado de nuevo y la implosión que consumiría tres cuartas partes del planeta era inminente.

El rostro de Keket estaba paralizado en una sonrisa. Era imposible para los demás saberlo, pero a efectos prácticos la Reina Crisol ya estaba muerta. Ajena a todo lo que la rodeaba. Por ello, no notó ni hizo ningún movimiento por zafarse de las enormes zarpas draconianas de escamas rojas envueltas en un aura carmesí que agarraron su cuerpo como si fuese una muñeca de trapo.

Y así, Alma Aster, Rider Red, y su Dhar Komai Solarys, volaron hacia las alturas más allá de la atmósfera, al vacío del espacio. Arrastrando consigo el cadáver de la otrora Reina de la Corona de Cristal Roto.

 

viernes, 9 de junio de 2023

114 EL ÚLTIMO DÍA (X)

 

Alicia encontró a Shin a un kilómetro y medio del centro del conflicto, incrustado en un enorme pilar de cemento, último resto en pie de los cimientos de una de las megatorres de la ciudad.

El supersoldado eldrea parecía haber quedado inconsciente por el impacto. Una tenue aura verde cubría su cuerpo y os daños superficiales en su exoesqueleto parecían estar regenerándose con cierta lentitud.

Alicia Aster saltó hasta su posición y, haciendo uso de las cuchillas de la bio-armadura Glaive, consiguió separar al guerrero de su prisión con suma delicadeza, procurando evitar causar más heridas al tiempo que lo tomaba en brazos y se dejaba caer al suelo. La bio-armadura amortiguó el impacto.

Alicia depositó a Shin en el suelo, tras constatar que no quedasen esquirlas rezagadas ni que hubiese ningún otro riesgo en el entorno. Se percató de que estaba en algún punto de lo que debió ser el sector sur de la megalópolis. Al mirar en esa dirección podía ver la periferia aún intacta. El bloque de apartamentos donde se encontraba su casa, a estas horas llena de refugiados seguía allí, en pie, invisible a todo mal.

Quizá debería llevarle allí para que se recuperé, pensó, Y bien saben los espíritus que yo también necesito un descanso…

Un sonido agudo cortó en seco el hilo de sus pensamientos. Sus ojos se posaron en una figura voladora que parecía provenir desde la periferia. Alicia reconoció al instante a Max, la unidad Janperson MX-A3 que había venido con la doctora Iria Vargas. El androide de combate volaba en dirección al centro del conflicto. En la lejanía, la gigantesca figura de Am Kek fusionada con la pirámide era aún monstruosamente enorme pese a la pérdida de masa sufrida. Los destellos de los constantes ataques de los Dhars y los Riders llenaban el cielo de coloridos resplandores, pero apenas parecían surtir efecto en aquella abominación.

Cerca, explosiones verdes, rojas y doradas marcaban las posiciones en las que su tía Alma, la Rider Green renegada y Keket estaban enzarzadas en su propio combate.

Alicia sabía que su madre, sus tías y sus tíos tenían poder de sobra para terminar con aquel ser. El problema era lidiar con aquel ser y garantizar que Occtei pudiese seguir siendo un planeta habitable tras hacerlo. Ya habían perdido la capital planetaria, el único motivo por el que el hemisferio no había sido tomado por las esquirlas fue por la llegada de Alma y Athea Aster. Todo el conflicto se había centrado en aquel punto singular del planeta para fortuna de los habitantes del resto de las otras capitales continentales.

Con todo aquello dando vueltas a su cabeza y su mirada posada sobre el androide, Alicia no pudo evitar preguntarse que se proponía la IA. Dudaba mucho que hubiese dejado sola a Iria y al resto de refugiados. Debía tener alguna razón de…

Y entonces un recuerdo, un dato trivial conocido por charlas con su familia al hablar de cosas que quizá no deberían con un civil, pasó por su mente con la delicadeza de una bola de demolición.

La unidad MX-A3 era la única Janperson con armamento nuclear incorporado.

Los ojos de Alicia Aster se abrieron como platos.

“Oh, joder… ¡Joder!”, gritó.

 

******

 

Las carcajadas de Keket resonaron sobre el campo de batalla ante la imagen de su pirámide fusionándose con Am Kek. Se hicieron más agudas cuando la criatura comenzó a resistir con más aguante los ataques de los Dhar Komai. Era tal su histérica euforia que podría ponerse en duda si llegó a notar las ocasiones en las que Rider Red y Rider Green consiguieron golpearla de forma directa.

La Reina Oscura no acusó los golpes. Se limitó a seguir riendo.

Alma estaba empezando a hartarse cuando un chasquido de estática marcó el inicio de una señal de radio a través del sistema de comunicaciones implementado en los cascos de los Riders.

“Riders, soy Max. A mi señal necesito que despejéis la zona con prontitud”, dijo una voz con cierta resonancia metálica.

“Er… ¿Quién es Max?”, preguntó Avra.

“Unidad Janperson MX-A3. Max es mi nueva designación, sugerida por Alicia Aster en el evento de mi revelación como Inteligencia Artificial sapiente.”

“…vaaaaale”, repitió Avra.

“Espera, ¿cómo ha tomado consciencia de…?”, comenzó Antos antes de ser interrumpido por Armyos.

“¿Qué más da? Los sentidos de Volvaugr la están detectando, y si es de verdad la MX-A3…”, dijo Armyos.

“Todos mis sistemas están activos”, reitero el androide.

“Eso significa que vamos a jugarlo todo a una”, respondió Athea, “¿Riesgos?”

“El riesgo residual será mínimo comparado con el de los armamentos más antiguos dada la naturaleza altamente biodegradable del isótopo, pero la descarga de energía requerirá cierta distancia de seguridad.”

“Haced lo que dice, despejad la zona”, intervino Alma, “Nosotras mantendremos ocupada a Keket para que no interfiera.”

Los Dhar Komai trazaron un último círculo en torno al gargantuesco Am Kek antes de comenzar a alejarse. Tempestas, el Dhar de Avra, dio una vuelta sobre si mismo y lanzó una descarga de energía azul como un relámpago gigantesco contra el hombro del ser. Am Kek trastabilló hacia atrás, causando un nuevo seísmo localizado. Su torso se inclinó levemente, dejando a la vista la apertura circular emitiendo un resplandor rojo en su pecho.

Que atento había sido al dejar una diana tan clara. Eso es lo que Max habría pensado si no fuese porque todo el poder computacional de su mente electrónica estaba centrado en el lanzamiento del dispositivo nuclear anclado a su espalda y en optimizar la ruta directa que habría de seguir.

Lo concretó todo en milésimas de segundo y, tras pararse en seco en el aire al tiempo que se inclinaba hacia adelante, el misil salió disparado continuando su camino. Pese a su pequeño tamaño, no era menos potente que la mayoría de bombas nucleares de las antiguas guerras, el fruto del avance tecnológica optimizando sus herramientas más terribles.

Pese a no ser tan dañinas para los ecosistemas como sus primeras predecesoras, las armas nucleares seguían siendo un tema espinoso, un último recurso. Las atómicas reaccionaban de forma extrema con las energías taumatúrgicas del Nexo que impregnaban la galaxia y eran comunes los casos en que ello había derivado en singularidades o aperturas dimensionales extrañas.

Entre los humanos existía un viejo dicho de que la ciencia, al avanzar a cierto nivel, era indistinguible de la magia. Muchos tecnomagos, hechiceros y sabios de la galaxia asentirían ante dicha afirmación, considerándola poco menos que una verdad universal. La fisión del átomo, la ruptura de uno de los tejidos de la realidad para obtener una reacción de energía destructiva, era un acto primario. A nivel mágico, era algo que requeriría un poder absurdo para llevarse a cabo por medios tradicionales. La ciencia simplemente se había saltado los pasos intermedios: una compresión atómica seguida de una inyección de neutrones no necesitaba de rituales.

Por eso, por muy poderoso que fueses en el poder del Nexo, nunca deberías subestimar un poder que era el equivalente de reescribir un fragmento de la realidad a base de bofetadas.

El misil penetró en el hueco del pecho de Am Kek. Sensiblemente menos blindado que su acristalada, casi rocosa superficie, el artilugio continuó adelante a pesar de las energías que lo rodeaban y amenazaban con consumirlo. Siguió hasta impactar de nuevo contra superficie sólida.

Y allí, en el interior del gigante y cerca de un corazón inexistente, detonó.

La fisión atómica y la energía emitida reaccionaron con el poder que sustentaba a Am Kek. El gigante se quedó muy quieto un instante… antes de comenzar a hincharse, como una enorme bola de cristal fundido. Un resplandor rojizo desde su interior comenzó a dejarse ver a través de la oscuridad del ser.

Keket comenzó a gritar, llevándose las manos al vientre y arañando como si estuviese intentando arrancar pedazos de sí misma.

“¡Monstruos! ¡Monstruos!”, exclamó. Su corona brilló con un resplandor dorado y la Reina Crisol se lanzó  directa hacia su criatura, dejando atrás a las dos Riders con las que había estado combatiendo hasta ese momento.

“¿Qué va a…?”, comenzó a preguntar Alma, aún unida a Solarys por la armadura luminiscente que habían conjurado.

“No nos importa”, replicó la Rider Green, subida a lomos de su Dhar Komai, Teromos, “Alejémonos, porque eso”, dijo, señalando a la burbuja incandescente del tamaño de una pequeña montaña, “puede terminar de dos maneras, y ninguna es buena si estamos cerca.”

Desde la lejanía, el resto de Riders y Max observaban los resultados del ataque.

“¿Funcionará?”, preguntó Athea.

“Las lecturas de energía de la esquirla fusionada con la pirámide de Keket son poco concluyentes”, dijo el androide, “Calculo que existe un 90.9975% de probabilidades de reacción taumatúrgica que deriva en…”

Am Kek brilló con un destello carmesí y la burbuja que había formado se deshinchó a tal velocidad que el aire alrededor llenó el espacio libre formado de forma huracanada y emitiendo un sonido como el del trueno. La criatura comenzó a encogerse sobre sí misma, como si un vacío la estuviese consumiendo desde dentro.

“…implosión”, terminó Max, “Una singularidad de corta existencia mientras se mantenga la fisión y consuma al contenedor.”

“Uh… ¿Seguro que terminará ahí y no la hemos jodido?”, preguntó Avra, inusualmente aprensiva.

“No”, replicó la unidad Janperson. Hubo una pausa de unos segundos antes de que añadiese, “Espero.”

“Ah, genial, cojonudo, de p…”

“Tranquila Avra”, dijo una nueva voz. Alma Aster y la Rider Green se habían acercado a su posición.

El resto de Riders se pusieron en guardia ante la presencia cercana de la renegada. Reverberaciones y gruñidos en tono bajo pero constante surgieron de las gargantas de todos los Dhars. En respuesta, Teromos, el Dhar Komai de la Rider Green se limitó a bufar, como si la situación fuese un divertimento para él.

Su jinete no dijo nada, pero Alma estaba casi segura de que la Rider Green debía estar sonriendo bajo su casco.

Sí, eso no le sentaba bien.

“Para haber llamado hermanos a los garmoga no pareces muy dolida de que ese enjambre que ha venido contigo haya sido aniquilado también”, dijo Alma.

Aunque lo disimuló en una fracción de segundo, Alma pudo percibir un rastro de tensión en la Rider Green y su Dhar. Antes de que ésta pudiese dar alguna respuesta, un sonido desgarrador atravesó el aire.

Keket estaba gritando.

“¿Pero qué…?”, comenzó Antos antes de tener que cerrar los ojos. Todos tuvieron la misma reacción, con sus Dhars dándose la vuelta violentamente en el aire cuando un enorme resplandor dorado envolvió al Am Kek a medio consumir.

El grito de Keket se intensificó. Ya casi ni siquiera podría describirse como un grito. Era un bramido, un rugir preternatural.

“Dioses”, musitó Armyos, intentando echar un vistazo, “Está… ¿Está absorbiendo la energía de la fisión?”

“No”, respondió Max. En la voz de la unidad Janperson los demás pudieron reconocer un matiz de nerviosismo y miedo.

“Está absorbiendo la singularidad.”

miércoles, 31 de mayo de 2023

113 EL ÚLTIMO DÍA (IX)

 

No había demasiado tiempo para palabras, saludos o preguntas. No cuando una diosa más antigua que la civilización galáctica actual estaba intentando destrozarte a golpes y zarpazos.

En los preciosos segundos de paz que proporcionó la entrada en escena de los Riders restantes, Alma les transmitió mentalmente a través de sus lazos psíquicos con los Dhars todos los eventos relevantes de habían sucedido en las últimas horas, al menos desde su perspectiva. En tierra, con Alicia a su lado y un recuperado Sarkha, Athea hizo lo mismo, rellenando los huecos.

Huelga decir que un detalle en concreto fue especialmente chocante para los recién llegados Avra, Antos y Armyos.

“¿¡Que los garmoga qué?!”

La exclamación de Avra resonó simultáneamente en los lazos psíquicos y los canales de comunicación física entre los Riders, causando un incómodo efecto de eco.

“¡Ouch! Ese volumen, hermanita…”, dijo Antos.

“Podríamos pasar horas especulando sobre sus motivaciones, pero la Rider Green parece haberlos azuzado contra las esquirlas primero y contra ese gigante después”, explicó Armyos, “¿Cómo procedemos, Athea?”

Con Alma centrada en combatir de forma directa a Keket el mando había recaído sobre Athea, siendo la segunda mayor de la familia. Sobre la superficie, la Rider Black se encontraba subiendo de nuevo al lomo de su Dhar Komai, ayudando a la criatura a redirigir energía para regenerar la silla-módulo.

“Alma y la Rider Green se harán cargo de Keket. Nuestra prioridad es el gigante. Es a todos los efectos prácticos una esquirla y su objetivo es una asimilación directa del planeta accediendo al núcleo.”

“Cojonudo, así que centramos todo el fuego pesado en ese bicho del tamaño de una montaña”, dijo Avra. Casi podía oírse la anticipación en su voz.

“El problema real es Keket, pero para lidiar con ella tendríamos que ocuparnos de su sarcófago”, dijo Athea.

“¿La pirámide?”, preguntó Antos, “¿No podemos volarla como la otra que había en…”

“No”, replicó la Rider Black, “Aquella era un… facsímil, por decirlo de algún modo. Esta es un constructo unido a Keket. Hay un lazo que la une con el gigante y con la pirámide, esa especie de Canto que ha mencionado en ocasiones.”

“Como nuestros lazos psíquicos a través de los Dhars”, añadió Armyos, “Si conseguimos neutralizar la pirámide…”

“Dañará a Keket, lo suficiente para romper su concentración. Y eso podría contribuir a hacer más fácil terminar con la esquirla gigante”, continuó Athea, “Pero de momento tenemos que asegurarnos de que esa cosa no vuelva a hundir sus manos en la tierra…”

“Parece que Shin se está encargando de eso”, indicó Alicia. La hija de Rider Black seguía haciendo uso de la bio-armadura Glaive, pero parecía que por fin estaba llegando a sus límites. Athea observó con preocupación como una delgada capa de sudor estaba comenzando a perlar la frente de su hija y el rostro de la misma parecía estar comenzando a mostrar signos de no haber dormido un largo período de tiempo.

Y respecto a sus palabras… eran ciertas. Desde su primer asalto, el guerrero eldrea no había cesado de asestar golpe tras golpe contra el inmenso enemigo. Por desgracia, Shin carecía de capacidad de vuelo, así que tras cada salto para acometer contra Am Kek el supersoldado se veía obligado a básicamente descender en caída libre, lo cual lo dejaba vulnerable.

Am Kek era lento, pero paradójicamente rápido para una criatura de su tamaño. Ya fuese un movimiento calculado o por pura fortuna, en un momento dado el costado de su gigantesca mano alcanzó de lleno a Shin, arrojando al guerrero eldrea a miles de metros de distancia lejos del principal foco del conflicto.

“Maldita sea”, murmuró Athea, “Voy a subir con los demás. Alicia, ve a recoger a Shin y mantened las distancias. Y ve pensando en quitarte esa cosa, está empezando a quemar tus reservas…”

“Pero… podría ayudar…”

“Cariño”, comenzó Athea, “Aún con esa armadura ¿Te ves capaz de hacer algo contra esa cosa?”, preguntó, al tiempo que señalaba a la esquirla gigante. Am Kek había comenzado a arrodillarse de nuevo.

“No. Creo que no…”, musitó Alicia.

“Ve a recoger a Shin. Revisad la periferia y los puntos intermedios de la zona devastada. Es una posibilidad muy remota, pero si quedase algún civil superviviente en un área aislada o un bunker subterráneo…”

“Si queda alguien los sacaremos, mamá”, respondió Alicia, “Ve a hacer pedazos a ese monstruo.”

Athea asintió, lanzando una última sonrisa a su hija antes de que su casco se materializase de nuevo. La silla-módulo de Sarkha no se había regenerado por completo, pero dado que no iban a salir al espacio por el momento tendría que apañárselas.

El Dhar Komai de escamas de ébano y su jinete alzaron el vuelo en un vertiginoso despegue vertical. Para cuando se situó en posición, los demás ya había empezado sus ataques.

Avra fue la primera, riendo al hacer que su Dhar Tempestas comenzase a girar alrededor de Am Kek. Pronto, una auténtica tormenta de nubes y tornados se generó alrededor de la esquirla gigante. Los movimientos del ser se tornaron más lentos, más indecisos… era obvio que la tormenta había conseguido desorientarlo un poco pero no lo suficiente para frenarlo del todo. Sus manos se hundieron de nuevo en la superficie del planeta y sus dedos se tornaron raíces hundiéndose cada vez más hondo.

Armyos y Antos atacaron simultáneamente. Un gigantesco relámpago de energía anaranjada alcanzó de lleno a Am Kek en su costado izquierdo al tiempo que su costado derecho era bañado por una catarata de llamas de plasma de color púrpura, quemando su superficie. Pero el ser sólo cayó hacia adelante, aún aferrándose al planeta.

“¡Joder, no conseguimos hacerle daño de verdad!”, dijo Avra, “Y ataque más potentes que ese podrían mandar a la mierda medio hemisferio planetario…”

Athea se percató inmediatamente de cuál era el problema.

“Tenemos que ser quirúrgicos”, musitó, “¡Armyos, Antos, Avra! ¡Olvidaos de la cabeza y el torso! ¡Atacad las extremidades!”

Sincronizados como si fuesen casi una sola mente, los cuatro Riders se repartieron sus nuevos objetivos. Antos y Avra se centraron en el brazo derecho mientras que Armyos y Athea darían cuenta del izquierdo.

“¡Antos! ¡Voy a centrarme en el hombro! ¡Tu ve a por el codo!”, exclamó la Rider Blue.

“¡En ello!”

“Intentaremos lo mismo en nuestro lado Armyos”, dijo Athea, “Yo me haré cargo del codo”

“¡Entendido!”

Los Dhar Komai volaron alrededor de Am Kek, insectos en comparación dada la tremenda diferencia de tamaño. Pero eran insectos capaces de destruir planetas y Am Kek apenas era una colina particularmente alta. Los Dhars exhalaron sus alientos de energía, cargados al máximo hasta el punto de que las llamas eran más un bisturí de plasma solido cortando todo a su paso, cercenando la superficie de la piel del gigante y llegando a lo más hondo de su cristalino organismo.

Am Kek sintió el dolor, y a un kilómetro de distancia Keket gritó de nuevo al sentir su agonía a través del Canto al tiempo que repelía un nuevo ataque conjunto de Alma y Rider Green.

“¡No! ¡NO!”, gritó, con una desesperación inusitada. Para su desgracia, su intento de intentar acudir en auxilio de su criatura fue frenado en seco por un lanzazo de Rider Green seguido de un golpe de la cola de Solarys que arrojó a la reina a la superficie, formando un nuevo cráter en su impacto.

Algo parecido a una mezcla grotesca entre un aullido y el sonido de cristal quebrándose resonó desde Am Kek.

Su brazo derecho explotó a la altura del codo. El antebrazo cayó, disolviéndose al ser consumido por la energía del ataque de los Dhars, al igual que la mano aún hundida en la tierra. En su lado izquierdo, fue el hombro lo que estalló en millones de fragmentos cuando Armyos invocó un fortísimo relámpago combinado con el aliento de su Dhar. El brazo entero cayó al suelo, inerte. Su color cristalino negro se tornó gris y dio la impresión de comenzar a consumirse, a disolverse.

“¡JA! ¡Ha funcionado!”, exclamó Antos.

Am Kek se incorporó. La esquirla gigante parecía desorientada, dando vueltas sobre sí misma con pasos que retumbaban y causaban temblores en el suelo. Pronto, para consternación de todos, nuevas extremidades comenzaron a formarse en los puntos donde habían sido cercenadas.

“¡Oh, venga ya! ¡No me jodas!”, exclamó una indignada Avra, “¡Esto no se va a terminar nunca!”

“No, fijados bien…”, indicó Antos.

Am Kek estaba regenerando sus brazos, si. Pero, aunque de forma casi imperceptible para el ojo humano pero no para los sentidos de los Riders y los Dhars, la esquirla gigante había decrecido de tamaño.

“Se regenera consumiendo su propia masa”, dijo Athea, “Si seguimos así llegará un punto en que será mucho más pequeño y no podrá seguir con el proceso…”

“¡EVACUAD POSICIONES!”, interrumpió de repente la alarmada voz de Armyos. Los demás se movieron al instante nada más oír la advertencia, y se percataron inmediatamente de la gigantesca sombra que había caído sobre ellos.

“¿Eso es…?”, comenzó un pasmado Antos.

“Lo es”, respondió Athea, su voz marcada de nuevo por la severidad.

La pirámide de Keket, su sarcófago, se había dejado caer desde las capas más altas de la atmósfera a una velocidad que un objeto de su masa sólo podría alcanzar en el vacío del espacio para al final frenar en seco justo sobre Am Kek. La esquirla se inclinó hacia adelante y con un movimiento lento y delicado, la pirámide se posó sobre su espalda. Tentáculos de cristal negro emergieron del constructo y se hundieron en el cuerpo y torso de Am Kek. La masa de ambos comenzó a fundirse y el cuerpo de Am Kek recuperó algo de la envergadura perdida al tiempo que en su pecho se formaba una apertura circular con un resplandor rojizo similar al que hasta ese momento se había encontrado sobre la cúspide de la pirámide.

Athea maldijo en voz baja. Lidiar con Am Kek llevaría tiempo pero era algo viable, como acababan de demostrar. Pero si la esquirla se había fusionado con la pirámide y había tomado las propiedades de indestructibilidad de las que el sarcófago había hecho gala…

En la distancia, pese a estar enzarzada en su propio combate con las Riders Red y Green, Keket se permitió una risa de desquiciado júbilo. 

 

lunes, 22 de mayo de 2023

112 EL ÚLTIMO DÍA (VIII)

 

Los garmoga fueron los primeros en despertar de su aparente letargo. Manteniendo las distancias durante toda la metamorfosis de las esquirlas, las abominaciones biomecánicas parecieron entrar en un nuevo frenesí cuando el gigantesco ser tomó su forma final.

El enjambre cayó sobre la esquirla gigante cubriendo casi toda la superficie del ser, sobre todo en torno a la cabeza y la parte superior del torso. Por unos instantes la negrura de su cuerpo acristalado se convirtió en una cobertura viviente de masa gris cambiante y mutable al tiempo que los garmoga intentaban devorarlo.

Pero lo que se estaba produciendo era justo el efecto contrario.

Miles de agujas emergieron del cuerpo de la esquirla. Como si todo su ser se hubiese convertido en un arbusto espinoso antropomórfico. Los garmoga fueron empalados, absorbidos y consumidos entre chirridos metálicos. Por cada una de las bestias que conseguía arrancar un pedazo del cuerpo de la gigantesca monstruosidad, un centenar más eran absorbidos sin miramientos.

Al margen de esa reacción, casi automática, la esquirla gigante no dio señal alguna de percibir la presencia de los garmoga.

El ser comenzó a arrodillarse, con una engañosa lentitud. Cuatro kilómetros de altura en movimiento pudieron sentirse en las vibraciones del aire a su alrededor y en el temblor que recorrió el suelo cuando sus rodillas chocaron contra la superficie.

Extendió sus manos y clavó sus dedos en la tierra agrietada y quemada de lo que había sido el centro de la diezmada ciudad. Sus dedos se hundieron, y cientos de ramificaciones cristalinas nacieron de los mismos, clavándose también en el suelo. Era como si sus manos se hubiesen transformado en un grotesco sistema de raíces.

“Esperaba que los garmoga pudiesen ganar tiempo pero parece que no podrá ser… ¡Tenemos que frenarlo!”, exclamó Rider Green.

La Rider renegada volaba a toda velocidad en pie sobre el lomo de su Dhar Komai, Teromos. El enorme dragón verde parecía como siempre estar envuelto en una nube de gas tóxico de color escarlata.

A su lado volaban Alma Aster, Rider Red, y su Dhar Komai Solarys. Ambas unidas, casi fusionadas por el constructo de energía que las envolvía. Una armadura de luz solida conjurada a partir del mismo poder del Nexo que permitía a Alma normalmente materializar su arma, Calibor.

“¿Qué es lo que está haciendo exactamente?”, preguntó.

“Un proceso acelerado de la misma asimilación que habrían terminado realizando las esquirlas en una infestación normal”, explicó la Rider Green, “Esos dedos y esas púas están medrando como raíces y taladrando hacia el núcleo del planeta. Si lo alcanza llevará a cabo una reacción energética inmediata y Occtei y todo lo que hay sobre su superficie se convertirá en una extensión de ese ser y por lo tanto de la misma Keket.”

“Entonces debemos…”, comenzó a decir Alma, viéndose interrumpida súbitamente cuando Keket se materializó frente a las dos, golpeando con su lanza y generando un arco de energía dorada que golpeó de lleno a las dos bestias draconianas, desviándolas de su ruta y haciéndolas caer.

“¡Maldita sea!”, exclamó Alma.

Rider Green por su parte saltó desde el lomo de Teromos y se arrojó contra la Reina Crisol. El aspecto de Keket seguía alterado tras su invocación de la esquirla gigante. Su aspecto cristalino había dado paso a algo que parecía una sombra viviente, un desgarro de oscuridad antinatural caminando entre la materia de lo tangible.

El ataque de la espada de zafiro de la Rider renegada fue detenido con una mano desnuda.

“No dañareis a mi Am Kek”, dijo.

“Hum, así que esa cosa tiene un nombre”, replicó Rider Green.

“Os frenaré. A ti y a la guerrera roja.”

“¿Y qué hay de la sombra que está de nuestro lado?”

“¿Qué?”

De repente, un agudo silbido llenó el aire. Desde las alturas, casi desde el borde de la atmósfera, una diminuta forma oscura descendía a toda velocidad directa hacia la gigantesca figura de Am Kek.

Sarkha no era el más grande los Dhar Komai. Pero era el más veloz. Y con la energía acumulada por su aceleración, su ataque podía ser uno de los más devastadores y precisos, como los proyectiles de su jinete Athea Aster.

El Dhar descendió directo hacia la cabeza de  Am Kek para frenar de golpe a solo unas docenas de metros de su objetivo al tiempo que una bola de luz oscura escapaba de sus fauces e impactaba contra el cráneo del gigante.

La explosión no fue gigantesca pero si extremadamente poderosa. Lo suficiente para hacer que la enorme cabeza de Am Kek se sacudiese como si hubiese recibido un golpe directo. Fragmentos de cristal volaron dejando una profunda marca en el cráneo de la criatura al tiempo que esta se inclinaba ligeramente a la derecha. Pero no cayó, sus dedos siguieron agarrados a la tierra como anclas, hundiéndose más en la superficie del planeta que comenzaba a dar señales de cristalización a su alrededor.

Sarkha dio una vuelta en círculo en torno al gigante, acelerando de nuevo.

“Vamos a intentarlo otra vez, muchacho”, dijo Athea.

Keket presenció la escena conteniendo un grito de rabia. Arrojó a Rider Green y sin prestarle más atención la Reina Crisol voló hacia su criatura, interceptando al Dhar Komai de color negro. Keket golpeó con sus palmas y una onda de energía dorada explotó a su alrededor como una burbuja incandescente.

Sarkha fue alcanzado de lleno y comenzó a caer girando sobre sí mismo.

La fuerza centrífuga fue tal que en el interior de su silla-módulo, Athea golpeó la cobertura de la cápsula de contención hasta quebrarla. La Rider salió físicamente despedida de su Dhar, cayendo desorientada a gran altura y a una velocidad vertiginosa. Athea Aster habría golpeado de lleno el cuerpo de Am Kek, donde sin duda la aguardaba el mismo destino que los drones garmoga aún siendo consumidos. Por fortuna ese no fue el caso…

Algo chocó con fuerza contra ella y Athea sintió unos brazos abrazando su rostro. No pudo ver quien la sostenía pero quien quiera que fuese había volado o saltado con la suficiente velocidad y fuerza para interceptarla y desviarla. La Rider Black y la persona que la había salvado cayeron sobre el suelo, a centenares de metros del gigante, golpeando la superficie quemada y dañada aún cubierta por las ruinas y cimientos expuestos del centro de la ciudad.

Solo unos instantes tras el impacto Athea pudo recuperar la suficiente capacidad cognitiva para reconocer a quien la estaba sujetando aún. Una figura femenina, ligeramente más alta que ella, cubierta por los rasgos inconfundibles de la bio-armadura Glaive.

“Ouch… hola, mamá.”

Su hija, Alicia Aster.

“¡Alicia”, exclamó Athea. Su casco se disolvió en volutas de humo negro dejando su rostro al descubierto al tiempo que se incorporaba y tomaba a Alicia entre sus brazos. La Aster más joven devolvió el abrazo al tiempo que la armadura Glaive también se retraía parcialmente en torno a su cabeza y hombros.

“Creo que prefiero seguir siendo camarera, mamá”, dijo, “Esto de pelear contra monstruos es muy estresante.”

Athea se separó, sin dejar de sujetar a su hija por los hombros, mirándola fijamente, buscando la más mínima señal de daño, “¿Estás bien? ¿Te han herido?”, su voz normalmente calmada y estoica estaba comenzando a cobrar un matiz nervioso, “¿Qué te llevó a usar la Glaive? Esa cosa podría consumirte, es…”

“¡Mamá!”, interrumpió Alicia, “Estoy bien… estoy aguantando la Glaive mejor de lo que pensaba. No notó de momento que haya intentando consumir mi energía vital.”

“Aún así, entrar de este modo en combate…”

“No he entrado en combate, solo he saltado a coger a mi madre”, Alicia volvió su mirada hacia la monstruosa figura del tamaño de una montaña aún arrodillada en el suelo, “Además, no soy yo quien se va a poner a golpear a ese monstruo.”

Un grito retumbó en el área, como exclamado por mil voces.

“¡KAM-EN!”

Algo se movió bajo Am Kek, algo saltó directo hacia la criatura.

“¡¡KICK!!”

Kam-en, Shin, saltó desde la superficie como un cohete insectoide y golpeó con una fortísima patada vertical. Una vez más el gigante recibió un impacto sobre su cabeza, esta vez en su mandíbula inferior cortesía de la patada del supersoldado eldrea. El cuello de Am Kek restalló como un látigo cayendo todo su cuerpo hacia atrás. Esta vez sus manos si se vieron separadas de la superficie, dejando tras de sí zarcillos de cristal negros resquebrajándose al tiempo que su dueño comenzaba a caer aturdido…

“¡Tenemos que alejarnos, el impacto de algo de esa envergadura va a ser…!”, gritó Athea.

De forma súbita, formaciones cristalinas como púas y columnas emergieron de repente de la espalda de Am Kek, impactando contra el suelo tras él y manteniendo su torso en alto impidiendo que se derrumbase por completo.

Frente a la bestia, Shin descendía en caída libre, incapaz de volar por sus propios medios, pensando en cómo desplazarse lo más pronto posible a la retaguardia del enemigo y destruir aquellos pilares antes de que el gigante se incorporase de nuevo y continuase su labor.

Desgraciadamente, Keket no estaba de acuerdo con ese plan.

La Reina Crisol embistió en el aire contra el guerrero insectoide, sujetándolo por el cuello. El guerrero forcejeó intentando soltarse, pero la presa de Keket era demasiado fuerte.

“Así que tu eres la curiosa aberración inmune a la asimilación de mis esquirlas”, dijo la Reina, “Algo notable, pero estoy segura de que si aprieto un poco más podría reventar tu cabeza igual que si se tratase de un sucio grano lleno de…”

No terminó la amenaza. Una enorme figura draconiana carmesí embistió contra ella causando que soltara a Shin. El guerrero eldrea cayó al suelo al tiempo que recuperaba el aliento, girando sobre sí mismo para tomar tierra en una posición que le permitirse saltar de nuevo a las alturas lo más prontamente posible. Al tiempo que caía vio como la figura del Dhar Komai Solarys, envuelta en una suerte de armadura de luz que rodeaba toda su figura, arrojaba zarpazo tras zarpazo a Keket.

En un momento dado, la Reina Crisol consiguió detener uno de los golpeas agarrando la enorme garra de la bestia por unos instantes, como si aguardase algo, pero nada sucedió antes de ser golpeada de nuevo.

“Parece que Shin ya no es el único inmune a tu toque de la muerte, Keket”, dijo Alma Aster. La voz de la Rider Red resonó desde el interior de la silla-módulo de Solarys casi como si hablase a través de la propia dragona como si las dos fuesen un único ser, “Ahora podemos golpearte sin reservas.”

De haber tenido fluidos en su cuerpo, la Reina Crisol, habría escupido con desprecio, “¿Crees que así consigues algo? Mi poder sigue creciendo minuto a minuto. Mientras mi pirámide, mi sarcófago, corone los cielos de este mundo ningún daño que me causes será duradero. Y pronto mi Am Kek consumirá esta bola de barro y heces que llamas hogar.”

“Que patética mezquindad”, dijo Alma, “Esto es lo que eres realmente ¿no? Más allá de cualquier pretensión legítima que tu gente haya podido sufrir, al final del día eres una malcriada que toma lo que quiere y no puede asimilar que otros le planten cara.”

“¡Todo aquello que quiebra la armonía de la oscuridad del eterno vacio me pertenece por derecho de conquista!”, gritó Keket, “Vosotros, miserables corpúsculos de luz no podéis disputarlo, ni tampoco tu Amur-Ra ni su gente, ni vuestros predecesores los Rangers!”

Am Kek comenzaba a incorporarse de nuevo. En las alturas, el ojo sanguinolento de la pirámide de Keket brillaba con más intensidad que nunca arrojando ataque tras ataque a la flota. Y la Reina Crisol estaba envuelta de nuevo en un aura dorada nacida de su corona que contrastaba con la oscuridad que formaba su cuerpo.

“¡Soy soy la verdadera Tiniebla! ¡La última hija de las Calamidades!”, exclamó, “¡Yo y solo yo! ¡Ni el Anti-Dios y sus sequitos! ¡Ni el Imperio Máquina! ¡YO! ¡Yo soy la verdadera oscuridad!”

El aura dorada se disipó y una suerte de calma antinatural pareció caer sobre la Reina. Keket lanzó una mirada hacia Am Kek, pero Alma se percató de que no miraba al gigante sino a los restos del enjambre garmoga que continuaban intentando devorarlo fútilmente, “Solo yo. No él. Nunca él…”

Y entonces, el cielo estalló. Desde la oscuridad del espacio, por encima de la pirámide de Keket, tres gigantescos destellos de luz naranja, azul y púrpura colorearon las alturas. El ozono sobrecargó el aire y un relámpago naranja gigantesco con la envergadura que uno podría esperar del brazo de una deidad de tiempos antiguos embistió contra la pirámide sarcófago de Keket.

La Reina Crisol gritó, como si la electricidad recorriese su mismo cuerpo.

En el interior de su silla-módulo, Alma Aster oyó a través del lazo que unía a Riders y Dhars una voz inconfundible.

“¡Sentimos la tardanza!”, exclamó Avra Aster, Rider Blue, “¡Es que tuvimos que limpiar todo un planeta antes de venir a este!”