Quizá, en algún momento del futuro,
miraría atrás y se llevaría las manos a la cabeza ante su propia ceguera. Pero
en aquel momento lo que quedaba de su ego no se lo permitió.
El mariscal Akam había observado el
progreso de la operación con un creciente sentimiento de frustración aflorando
en sus entrañas.
Cuando la armada llegó a Avarra, las
proyecciones de los analistas habían sido optimistas. El enemigo presentaba un
patrón más convencional y menos propenso al caos que el de los garmoga. Eso determinaría
una metodología más predecible y tradicional por su parte a la que la fuerza
superior de la flota podría hacer frente sin problemas.
Pero al final del día, la única superioridad
real de las flotas del Concilio había sido puramente numérica.
Inicialmente, el único objetivo a
batir había sido la construcción piramidal que había entrado en la atmósfera
del planeta y que parecía corresponderse con las descripciones aportadas por la
Balthago a pesar de algunas discrepancias en tamaño.
A pesar de la preocupación que ese
dato suscitó en algunos de los miembros del almirantazgo, el mariscal indicó
con total claridad que no se revisaría el plan de acción. La evacuación siguió
su proceso y la armada inició su asalto sobre la pirámide de cristal y metal
negro.
Las primeras oleadas de ataques no
parecían hacer mella en la construcción alienígena. Los sensores no detectaban
lecturas extraordinarias ni nada que indicase la posible presencia de escudos. Así
que toda aquella resistencia se debía a las capacidades intrínsecas de cualquiera que fuese el material que se había usado en su construcción.
La insistencia de la flota se
intensificó, usando el armamento de mayor potencia aparte de las atómicas. Los verdaderos
problemas comenzaron cuando el constructo piramidal inició sus contraataques.
La estructura apenas se movía, lo que
dio pie al supuesto de la mayor maniobrabilidad y rapidez de las fragatas jugaría
a favor del Concilio. En retrospectiva y viendo la facilidad con que lidiaba
con la fuerza de fuego enemiga, podría decirse que la carencia de movilidad de
la pirámide era más bien fruto de la más total y absoluta indiferencia.
Entonces, la descarga de energía
carmesí surgida de la cúspide de aquella monstruosidad reveló su potencial. Es cierto
que el ataque era predecible hasta cierto punto. Los picos de energía recogidos
por los sistemas de análisis se disparaban y la mera observación visual
permitía contemplar el refulgir rojizo en la pirámide.
No era un ataque rápido, pero sí de
gran amplitud y gran distancia. Y la laureada maniobrabilidad de la flota, al
menos dentro de la atmosfera, se había visto comprometida por tener que
atenerse a la gravedad planetaria y a la aglomeración de naves en un espacio
limitado.
Naves que no fueron alcanzadas de
forma directa por el ataque cayeron o sufrieron daños al ser impactadas por
aquellas que habían sufrido una descarga de aquel poder.
La otra gran problemática era en
tierra.
Antes incluso de atravesar las capas
superiores de la atmósfera, la pirámide había arrojado una serie de pilares
cristalinos al planeta, portando cada uno de ellos a uno o dos de los seres
reconocidos como "esquirlas" a partir de los informes de los Rider Corps y Amur-Ra.
Tropas preparadas con almas de plasma
deberían haber sido suficientes. Ese era el razonamiento general. La situación
en la Balthago había sido crítica debido a la inexperiencia con el enemigo y el
uso del armamento de potencia limitada para su uso a bordo de una fragata.
Esa era una limitación que las tropas
de asalto del Concilio no debían temer. Y aún con esas, parece ser que habían
subestimado de nuevo a las esquirlas.
Si bien los seres aquejaban daños y
algunos de ellos habían sido abatidos en las primeras escaramuzas, su resistencia al daño físico era mayor de lo previsto,
y su capacidad de asimilación era casi instantánea. Por no saber mantener
distancias prudenciales, muchos de los primeros batallones de soldados se convirtieron en
parte de una nueva masa de esquirlas.
Aquellas esquirlas que habían sido designadas
como de segunda generación, de un cristal grisáceo, eran más vulnerables al
daño que las originales a ataques convencionales, pero infectaban a nuevas
víctimas con pasmosa rapidez y comenzaba a ser difícil el mantener su avance a
raya.
Mantener las distancias y asegurar los
sectores afectados uno a uno se convirtió en la norma. Lo que se había esperado
que fuese una limpieza rápida de un enemigo de número limitado estaba derivando
en una batalla de desgaste sin vencedor claro.
Entonces sucedió algo. Habían llegado
lecturas y alertas de avistamientos de una segunda construcción piramidal en
órbita. Pasadas unas horas, comenzaron a llegar los primeros informes de las
acciones simultáneas de los Riders en el primer mundo atacado.
Por lo visto, habían recurrido a una
purga planetaria total. Akam quiso verlo como una muestra de incompetencia,
pero no pudo elaborar ninguna crítica o comentario parecido cuando la situación
en Avarra dio un nuevo giro.
La pirámide flotando en el interior
del planeta comenzó a desplazarse, alejándose de la capital planetaria en
dirección sur. Simultáneamente, las esquirlas comenzaron a desplazarse
siguiendo el mismo rumbo. Las mayores agrupaciones de ellas comenzaron un
proceso de auto-asimilación, dando pie a entidades de morfología de mayor tamaño.
Corrieron a velocidades de las que no habían hecho gala hasta entonces,
ignorando a las tropas que intentaban frenarlas, no respondiendo a sus ataques
y sin intentar asimilar a ningún otro oponente.
En tan solo unos treinta minutos,
habían dejado la megalópolis casi desierta de su presencia.
La megalópolis cesó de existir en ese
momento.
Algo emergió desde la segunda pirámide
en órbita y se arrojó de forma directa a la superficie del planeta, como un
pequeño asteroide.
Lo poco que habían conseguido sacar en
claro de las lecturas de energía y las pocas grabaciones semi-funcionales, es
que una figura posiblemente humanoide había descendido sobre la ciudad, frenando en el último
momento, a unos cien metros de altura antes de tocar el suelo y desatando una
descarga de energía de una potencia similar a la del armamento atómico de gama
media.
Las tropas en superficie que estaban
asegurando la zona y no había seguido al enemigo fueron aniquiladas. Los civiles
aún en proceso de evacuación y otros rezagados, lo mismo. Era imposible
determinar si había supervivientes en los múltiples refugios o si éstos también
habían sido eliminados.
Las cifras exactas se desconocían,
pero cuando el sol salió en el hemisferio norte de Avarra dando comienzo al
segundo día, las estimaciones más conservadoras hablaban de al menos diez
millones de víctimas.
La segunda pirámide entró en la atmósfera, flanqueando a la flota e iniciando su propio asalto. La primera
seguía su avance hacia el hemisferio sur, arrojando aquellas vainas o pilares
de cristal a grandes distancias, asegurando que las esquirlas llegasen al
último rincón del planeta.
El mariscal Akam se vio forzado a
dividir la flota, a redirigir de nuevo a las tropas y hacer un llamamiento de
refuerzos para las fuerzas en tierra. Se iniciaron los procesos de evacuación
en los demás puntos del planeta que hasta ese momento se habían mantenido a la
espera.
Akam se dejó caer sobre su silla,
llevándose su escamosa mano azulada a su pisciforme rostro.
Estaba en su puesto de mando en Camlos
Tor, a años luz de distancia, pero casi podía sentir la sequedad del aire de
Avarra al ver las imágenes en los holo-visores. Sintió un escalofrío al pensar en qué clase de calor debieron sentir los habitantes de la ciudad antes de ser volatilizados...
“¿Señor?”, musitó una voz con suavidad
a su derecha.
Akam alzó la vista y pudo ver al mismo
técnico de comunicaciones vas andarte que sólo unas horas antes lo había puesto
en contacto con el Director de los Rider Corps. El joven estaba pálido y lucía
ojeroso, con una expresión de consternación en su rostro.
“Un llamamiento señor. De la
Cancillería y el Senado. El Concilio Primarca ha convocado una reunión y
demandan su presencia.”
Akam frunció el ceño. Era cierto que
las cosas se habían salido de las proyecciones y que la pérdida de vidas era
abominable, pero aún era pronto para que estuviesen buscando un chivo
expiatorio.
Y desde luego, no tenía intención de
ser él.
“Acudiré cuando el presente teatro de
operaciones esté completo”, respondió.
“Pero señor, el mismo Canciller…”
“Si el Canciller tiene algo que decir,
que lo haga en persona”, replicó el mariscal, “Que recuerde que él mismo y el
Concilio Primarca autorizaron todo el proceso declarando un estado de
emergencia en el sector de Avarra. Si necesitan respuestas las proporcionaré a
su debido tiempo, pero lo haré bajo el amparo legal del Corpo Judicatus.”
“¿Debo… uh… debo transmitir eso como
su respuesta formal, señor?”
Akam asintió, indicando con un gesto
al muchacho que se retirase. Sus ojos saltones se posaron de nuevo en la oleada
de datos y retransmisiones de Avarra.
No parecía haber cambios
significativos en la situación, aparte de que se había detectado movimiento y
un flujo de energía anormal en el cráter que había sido la ciudad capital del
planeta hace sólo unas horas.
Akam decidió que quizá fuese
recomendable contactar de nuevo con los Rider Corps y determinar un curso de
acción con una presencia más activa de los Dhars y de sus jinetes.
A pesar de la puñalada que ello
suponía para su orgullo y su creencia en el poder de la flota.
******
En la pequeña luna acuática de IX-0900
se encontraba una ciudad construida sobre un atolón artificial.
En aquel atolón, en un rincón apartado
de la urbe flotante, se encontraba una vieja casa con un almacén adyacente,
donde en aquel momento residían cuatro personas.
De esas cuatro personas, uno era un
prisionero, un individuo desagradable y de repugnante moralidad. En su soledad,
cuando no estaba a la vista de sus captores, su mirada estaba centrada en una runa
espiral dibujada con su propia sangre.
Ya había perdido la cuenta de los días
desde que la dibujó. La sangre se había tornado de un marrón oscuro que seguía
aferrado al lado interior de la portezuela de su celda.
Legarias Bacta notó un cosquilleo, y
ante sus ojos la pequeña runa brilló con intensidad por unos segundos antes de
disiparse. Una sonrisa de dientes afilados se formó en su lupino hocico.
Una hora después de aquello, su improvisada celda tembló con el
estruendo de la explosión detonada a unas pocas habitaciones de distancia.
Cuando oyó el sonido de cascotes
cayendo, fuego de cobertura y el ladrido de órdenes, Legarias Bacta comenzó a reír.
La puerta de su celda se abrió.
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