Las máquinas tenían fantasmas.
Todo mago tecnópata lo sabía de primera mano, y un buen puñado de las poblaciones de las distintas civilizaciones de la galaxia lo aceptaban como un hecho universal. Después de todo, la historia de la galaxia siempre había estado marcada por la presencia del Nexo de Poder.
Un punto de intersección mágica en el planeta más cercano al núcleo galáctico, un cruce de todas las líneas de energía taumatúrgica que recorrían la galaxia en una eterna espiral. Objeto de culto para muchos, venerado como un dios. Objeto de estudio científico para otros, venerado como una verdad universal.
El Nexo era la fuente de toda la magia conocida. Eso era algo aceptado.
El Nexo era el motor del impulso que llevaba a la vida a desarrollarse y seguir adelante. Eso era algo aceptado.
El Nexo, a pesar de su focalización física en un mundo determinado, estaba en realidad en todas partes. Un pedazo de ello estaba en todo ser vivo.
Un pedazo de ello estaba en todo, en realidad.
Por eso, desde tiempos perdidos en la memoria, se había comprendido que hasta la más inanimada de las rocas poseía una chispa de poder. No era pues descabellado para la población de la galaxia aceptar que sus creaciones mecánicas gozaban del mismo privilegio e incluso iban más allá, cobrando un simulacro metafísico de existencia con el tiempo gracias al poder de la mera creencia. Incluso entre aquellos individuos desconocedores de la existencia del Nexo se seguía aplicando dicho principio.
Así nacían los fantasmas, los espíritus de las máquinas.
El profesor Janperson jamás creyó en ello.
Janperson no era su verdadero nombre. Como muchos de los fulgara, entes de electricidad viviente que solo podían interactuar con los demás habitantes de la galaxia haciendo uso de trajes de contención aislantes, había tomado un nombre pronunciable para las gargantas y órganos vocales de la mayoría de ellos. Su verdadero nombre eran chispas, sonido de estática y un aroma de ozono que ninguna otra especie podría reproducir.
Era, también, un gran escéptico.
No negaba la existencia del Nexo, pero que éste contase con una voluntad y que dicha voluntad dejase una impronta incluso en objetos inanimados se le antojaba ridículo. Que un ser que no pocos verían casi como una criatura mágica en si mismo mostrase tal escepticismo no dejaba de tener cierta carga de ironía.
Janperson nunca creyó en el concepto de los espíritus de la máquina. Para él los tecnópatas eran poco menos que meros magos telequinéticos con alguna deficiencia mental no diagnosticada.
Por esa misma razón, Janperson nunca fue plenamente consciente de lo que había creado.
Sus unidades MX, los droides de combate que desarrolló en los primeros años de la guerra contra los garmoga con la esperanza de aportar un arma decisiva, estaban movidos por programas cognitivos limitados. Más Inteligencias Virtuales que Inteligencias Artificiales propiamente dichas.
Si bien no estaba prohibido de forma absoluta, el desarrollo de IAs era algo altamente regulado y nunca aplicable a ámbitos militares. Desde la creación del Concilio nunca se habían producido problemas derivados de conflictividad con inteligencias artificiales plenamente desarrolladas, pero la larga historia de la galaxia contaba relatos que llamaban a la cautela, como La Conflagración de Orestea, o la rebelión de las unidades mineras en las primeras décadas del Imperio Laciano.
Relatos más antiguos, pertenecientes al pasado remoto de la Era de los Rangers, hablaban incluso de imperios de máquinas pensantes.
Por ello, los droides de Janperson que un día serían conocidos por el nombre de su creador, gozaban únicamente de rudimentarias inteligencias de simulacro, con capacidades cognitivas mermadas y capacidad de aprendizaje limitada a unos parámetros extremadamente específicos.
Pero eran máquinas, y las máquinas tienen fantasmas.
Una IA era generalmente algo aceptado como una forma de vida. El fantasma de una máquina no. Era una mera impresión metafísica de un objeto inanimado.
Pero dicha impresión metafísica entrando en sinergia con una inteligencia virtual, era algo nuevo.
Durante el poco uso que se hizo de ellos y durante las décadas de estudio y simulaciones posteriores cuando el Concilio cedió los droides de Janperson al Proyecto DHARS y a los Rider Corps, nadie fue consciente de la lenta pero progresiva mejora en las velocidades de procesado y toma de decisiones de los tres soldados mecánicos.
El fantasma de la máquina se había ligado a la rudimentaria inteligencia, y una chispa de vida real comenzó a formarse.
Las unidades Janperson se habían convertido en IAs, conscientes de sí mismas, y nadie se había percatado de ello.
IAs jóvenes, inseguras, que se aferraban a la familiaridad de su limitada programación a pesar de su capacidad para saltarse los limitadores cognitivos. Temían una vida de libertad y en las pocas ocasiones en que eran activadas –despertadas– se mantenían dentro de esos parámetros, por miedo a las reacciones de aquellos a su alrededor.
Pero a cada conexión –para revisiones, para prácticas en los simuladores– crecía el deseo de, quizá, algún día, poder tomar una decisión.
Decidir por sí mismas qué hacer, no atenerse a las normas de una vieja línea de código. Vivir.
Entonces, un día, fueron activadas de nuevo. Sus sensores reconocieron a la doctora Iria Vargas del departamento médico de los Rider Corps. Era algo inusual, pero la atliana contaba con los suficientes privilegios internos dentro del entramado interno de los Corps para solicitar el uso de las unidades Janperson.
Se sintieron sorprendidas cuando se dieron cuenta de que no las habían activado para otra rutinaria revisión o simulación de combate. No había nada de simulacro cuando escoltaron la lanzadera de la doctora Vargas hasta el mundo de Pealea en el sistema Eribos.
Su misión, sin embargo, no era hacer frente a los garmoga, que parecían estar ya casi bajo control, sino auxiliar a los mismos Riders contra un enemigo inesperado.
De las tres unidades Janperson, MX-A3 era la más "joven" y también la más avanzada. Su capacidad cognitiva había crecido más que las de sus dos hermanas mayores y éstas tendían a cederle el control del nodo de pensamiento coordinado que unía a las tres. Confiaban en ella para la toma de decisiones.
MX-A3 se había adelantado a las demás unidades como punta de lanza, bajo el argumento de monitorizar la situación y hacer gala de sus capacidades ofensivas si era necesario. La doctora Vargas no la cuestionó, su mente más centrada en la situación de los Riders y de Rider Red en particular.
A3 pudo ver al enemigo, tan similar a los Riders y a sus Dhars. De haber tenido un rostro expresivo habría fruncido el ceño, extrañada.
Cuando la situación en Pealea se había puesto finalmente bajo control y el enemigo se había retirado, todo aquel desarrollo de los acontecimientos llevó a que MX-A3 fuese la primera de las tres unidades Janperson en tomar una decisión por si misma.
Sabía quiénes eran los Riders. Habían servido de sparrings para ellos en simulaciones de combate, sobre todo en sus primeros años cuando los jóvenes guerreros multicolor aún estaban aprendiendo a controlar sus habilidades. Las unidades Janperson sabían lo poderosos que eran.
Verlos en aquel estado de agotamiento, con heridas, tras lidiar con un enemigo al que todas las lecturas lógicas dictaban como más poderoso, causó un metafórico escalofrío en la joven IA. Así que MX-A3 tomó su primera decisión. Decidió que aquello no le gustaba.
No le gustaba ver a otras formas de vida sufrir.
La IA y sus hermanas dieron vueltas a la idea durante mucho tiempo en el falso letargo de su desconexión, cuando los fantasmas que habían hecho medrar sus inteligencias seguían enlazados a pesar de la pérdida de energía.
No sentían resentimiento hacia su creador ni hacia sus actuales dueños. Éstos no sabían de su verdadera naturaleza, que ellas mismas ocultaban por miedo a ser designadas como un riesgo. Si las cosas se torcían, A3 había dejado muy claro que su propia auto preservación no sería a costa de vidas orgánicas. Huirían, evitando causar daños.
Pero eran conscientes de que cuando se las reactivase de nuevo, deberían decidir una vez más.
Cuando el flujo de energía despertó a MX-A3, sus sensores visuales se posaron de nuevo sobre el rostro alarmado y tenso de la doctora Vargas y el de uno de los técnicos del laboratorio de desarrollo armamentístico situado tras ella.
Al tiempo que sus sistemas cognitivos y los de sus unidades hermanas restablecían su nodo de enlace personal entre las tres, recogían también el flujo de datos de los sistemas de seguridad de la red interna del edificio.
Una intrusa, con capacidades similares a los de los Riders y a la que las tropas de los Corps no tenían esperanza alguna de detener. Al menos un grupo de seguridad y dos escuadrones ya habían sido neutralizados, aunque por fortuna no se habían producido bajas.
Las órdenes verbales de la doctora Vargas, entrecortadas y nerviosas, resonaron en sus receptores auditivos haciéndose oír sobre la estridencia de la sirena de evacuación. Les pedía que ganasen tiempo, les pedía frenar a aquella amenaza.
Podemos decidir por nosotras mismas, se dijo, haciendo que sus
pensamientos resonasen en el lazo que la unía con MX-A1 y MX-A2. Podemos salir de aquí, correr, huir, vivir, buscar un lugar para
nosotras lejos de todo combate.
Podemos, pensó A2, pero sabemos que no es lo que quieres.
Tampoco nosotras, resonó la voz de A1.
La conversación entre las tres duró una milésima de segundo, y su toma de decisión incluso menos.
MX-A3 inclinó su cabeza y fijó sus sensores visuales sobre la doctora Vargas.
"Ordenes asimiladas, doctora", dijo, con la fría formalidad de una máquina.
Las unidades Janperson mantendrían su máscara un poco más. Ahora tenían un trabajo que hacer.
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