Alma Aster tenía veintidós años cuando su alma fue ligada al Nexo de Poder en un ritual mágico complementario a todas las modificaciones físicas a las que había sido sometida con anterioridad.
Pero había conocido a Solarys antes.
Alma tenía... ¿unos diez años? ¿once? No lo recordaba con claridad. Sabía que Antos y Avra eran aún muy pequeños, Armyos siempre estaba pegado a ella cuando estaban juntos y Athea aún era una bocazas incorregible por aquel entonces.
Rojo. Eso era lo que más predominaba en su recuerdo del lugar. Luces rojas, un brillo rojo emanando del enrejillado del suelo metálico. Hombres y mujeres de distintas especies pero en su mayoría humanos caminaban de un punto a otro vistiendo batas blancas o monos de trabajo.
No caminaba sola por el complejo. Su madre iba con ella llevándola de la mano. Era alta, muy alta. Tan alta como Alma sería a los veintidós años y continuaría siéndolo siglo y medio después. Pero donde Alma crecería siendo atlética y esbelta, su madre era más fornida. La misma musculatura que heredarán Armyos y Avra.
Alma alzó la vista y sonrió. Sabía que su madre le devolvió la sonrisa. Pero era una sonrisa triste.
Descendieron por una escalinata y atravesaron una zona abierta similar a un hangar. En las plataformas inferiores Alma vio a muchos individuos en torno a lo que años más tarde reconocería como un Dhar Komai. Aquel era de color amarillo y estaba muerto, abierto en canal. Maquinaría y órganos visibles mientras el cuerpo a medio formar era diseccionado para su estudio. Uno de los centenares de malogrados.
Alma acompañó a su madre hasta un ascensor. La voz mecánica dijo algo sobre sub-sótanos, y una serie de números y letras, hasta llegar a algo llamado Incubación. La Alma de 10 años no sabía qué significaba aquello, pero notaba una anticipación creciente al tiempo que sentía el nerviosismo de su madre.
Las puertas se abrieron y la luz roja inundó todo de nuevo, pero ahora estaba viva y Alma casi pudo sentirlo. Su madre y ella avanzaron por una pasarela estrecha hasta llegar a un área circular.
Alma vio a dos personas allí. La primera, un varón humano, saludó a su madre con una sonrisa. Stephen Eld, primer director de los Rider Corps, uno de los padres del proyecto. Alma ya lo había conocido antes, sabía que su madre y su padre trabajaban con él, y que ella y sus hermanos y hermanas también lo harían algún día.
La segunda persona solo hizo un gesto de saludo a su madre antes de dirigir su atención de forma total hacia Alma. La niña no sabía muy bien qué estaba viendo porque de todas las razas alienígenas que había conocido en su corta vida nunca había visto una similar.
Sobre una plataforma metálica que parecía flotar en el aire sin ningún indicio de tecnología antigravitatoria y cubierta con unas marcas o letras luminosas que le recordaron a garabatos y que años más tarde reconocería como runas, Alma pudo ver lo que parecía un enorme pilar de cristal un poco más grande que una persona adulta en altura y anchura.
En el cristal, un rostro humanoide -aunque no humano- la observaba. La niña no sabría decir si era una cabeza flotando en su interior o algún tipo de proyección sobre la superficie irregular de la columna cristalina, que remataba en lo alto en una suerte de halo de energía. El rostro contenido en el cristal parecía emanar una luz blanca que suavizaba el resplandor rojo del ambiente que le rodeaba.
Cualquier miedo que Alma hubiese podido sentir ante la extrañeza de aquel ser se desvaneció ante la sonrisa abierta y sincera que aquel rostro le ofreció.
Amur-Ra. Se llamaba Amur-Ra. Alma siempre lo llamó simplemente Amur.
Su madre y Stephen Eld habían continuado charlando y ahora su madre la había llevado al centro de la sala. Allí reposaba un habitáculo lleno de líquido del que parecía emanar el resplandor rojizo. Una figura pequeña, no mucho más grande que Alma, cubierta de sensores y tubos de alimentación intravenosa flotaba en su interior. Era la fuente de la luz.
Alma le preguntó a su madre si era un lagarto, como los que había visto en sus digilibros. Parecía un lagarto, pero más grande, y con alas. Su madre rió. Le dijo algo, pero no lo escuchó bien, todo a su alrededor se estaba tornando borroso, pero pudo distinguir una palabra.
Solarys.
Alma tocó el cristal y casi pudo sentir el calor de la criatura. Solarys. Iba a ser su compañera. Lo sabía. Era tan pequeña, flotando allí sola, que Alma se prometió a si misma que la cuidaría para siempre. Recuerda que se lo dijo a los demás, recuerda a su madre y al señor Eld riendo. El hombre del rostro flotante no ríe, pero asiente con aprobación. Amur-Ra parece satisfecho.
Alma se gira de nuevo al cristal y todo a su alrededor cambia y se distorsiona.
El resto de figuras se habían desvanecido y la luz roja parecía apagarse. La pequeña Solarys, inconsciente en su receptáculo, se desvaneció ante sus ojos y una alarmada Alma se encontró de repente flotando en la negrura sin un suelo bajo sus pies. Junto a ella estaba únicamente su madre, tomándola de nuevo de la mano, como un ancla.
La miró y no pudo ver su rostro. No recordaba el rostro de su madre, era un vacío en el que sólo distinguía el verde de sus ojos, los mismos ojos que tenía ella y que veía cada día al mirarse en un espejo.
Un verde brillante, cada vez más luminoso e intenso. Cegador.
El rostro de su madre ya no estaba, ni tampoco su cuerpo, solo el verde de sus ojos, un resplandor quemador y enfermizo. Circular y enorme frente a Alma. Flotando no como un sol sino como una herida en el aire. Una puerta a las pesadillas de su futuro.
Una mano insectoide metálica y carnosa, retorcida en cableado y ligamentos, emerge del verde, y toma a la pequeña Alma Aster del hombro. La agarra como una tenaza y Alma Aster grita.
Y despierta.
******
Alma Aster saltó hacia adelante como impulsada por un resorte con un grito ahogado. Antos agachado junto a ella, suelta su hombro alarmado.
"¡Joder, Alma!"
La Rider Red se tomó unos segundos para centrarse y recobrar el aliento. Está sentada sobre el suelo rocoso de Calethea 2. Notó que su armadura se había desvanecido dejando únicamente a la vista su uniforme termal de tejido rojo. Se dejó caer hacia atrás y sintió su espalda reposar contra la calidez de Solarys. Girando su cabeza, pudo ver que estaba junto a la cabeza de la Dhar, también tumbada y durmiendo plácidamente. El calor que emite es reconfortante y ayuda a Alma a aliviar la desagradable sensación de fría sudoración que empapa su cuerpo.
Antos, aún agachado junto a ella, con su armadura activa pero su rostro al descubierto, le ofrece un termo con agua. Alma lo toma y consume todo el líquido de un trago. Le devuelve el termo a Antos.
"Gracias."
"De nada... necesitabas reposar pero decidí intentar despertarte cuando parecía que estabas sufriendo una pesadilla."
"No era una pesadilla. Bueno, no al principio", replicó Alma. Miró a su alrededor. El cielo despejado pero oscureciendo. El horizonte parecía limpio y abierto.
"¿Cual es la situación?", preguntó.
"Controlada", respondió Antos, "Cerraste el portal. Os noqueó a las dos, Solarys y tu, pero básicamente os llevasteis por delante a todos los garmoga de las cercanías así que nunca llegasteis a estar en peligro en ese sentido. Por lo demás... con eso cerrado no fue difícil ocuparse del resto y de rezagados. Nos fuimos turnando en la purga para que al menos uno de nosotros estuviese siempre junto a vosotras. Al final la flota también intervino con algunos bombardeos controlados."
Alma frunció el ceño, "¿Atómicas?"
Antos negó con una sonrisa, "Termo-plasma. Hemos purgado la infestación planetaria sin causar daños medioambientales irreversibles. Una victoria de manual, intrépida líder, a pesar de lo raro de las circunstancias. Lo más impactante al final ha sido lo tuyo cambiando el paisaje de todo un subcontinente, así que enhorabuena."
"La ZiZ sigue haciendo barridos de análisis pero no se han detectado signos garmoga en las últimas cuatro horas" , intervino Athea, descendiendo desde su Dhar a unos pocos metros de donde se encontraban. En lo alto Armyos y Avra volaban en círculos, "Los demás hemos estado haciendo patrullas, pero todo parece estar bien. Hemos ganado, Alma."
La Rider Red se levantó, con más esfuerzo del que esperaba y con algo de ayuda de Antos. Cada uno de sus miembros parecía pesar una tonelada, y sus movimientos se sentían torpes y lentos, "¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?"
"Unas siete horas", dijo Athea, "Las lecturas indican que estás bien, pero agotada."
"Solarys despertó antes que tu, pero al ver que aún dormías decidió echarse una siestecita", añadió Antos palmeando suavemente a la gigantesca Dhar Komai.
Alma sonrió, "Bueno, diría que se lo ha ganado."
"Lo habéis ganado las dos", dijo Athea, "El Director Ziras ha llamado respecto a preparar un informe completo y para tratar lo de ese portal. Hay mucha gente nerviosa."
"Y con razón", dijo Alma, "Ese portal... lo que implica y lo que puede suponer es preocupante."
"Mucho. Armyos ya ha dado recomendaciones para que se implementen rastreos regulares de las superficies planetarias y no solo de las órbitas en los sistemas de defensa", explicó Athea.
"Pero al menos el director nos ha dado dos ciclos completos de descanso para cuando volvamos a casa antes de volver a lanzarnos de cabeza con todo ese asunto", dijo Antos.
"Así que si no hay otra emergencia tenemos dos días de vacaciones", dijo Alma, "Bueno, tras el día de hoy supongo que hace falta un fin de semana."
Alma Aster cerró los ojos, tomó aire y se concentró. Con un destello rojo y en menos de un segundo, su armadura la envolvió de nuevo. A su lado, una recién despierta Solarys levantó su enorme cabeza observando a los Riders.
"¿Cómo te sientes?", preguntó su hermano.
Alma levantó los brazos, apretó los puños y dio tres golpes rápidos al aire, "Mejor. Me sentiré mejor tras dormir en una cama, pero... sí, mejor."
Solarys gruñó, indignada. Alma rió en respuesta.
"Solarys, te quiero, pero tus escamas no son comparables a un buen colchón."
******
Cias era uno de esos mundos que a primera vista parecía civilizado, con sus brillantes ciudades y sus torres de cristal reflejando la luz verde y azul de sus soles gemelos. Pero Ivo Nag, cirujano del mercado negro, sabía muy bien los gusanos y escoria podrida que aquel mundo escondía bajo su dorada máscara.
Cias era un Mundo Comercio hasta sus últimas consecuencias. Todo era viable de ser objeto de consumo. Absolutamente todo. Eso incluía vidas.
Por eso Nag prefería vivir en los niveles inferiores conocidos como La Zanja.
El viejo phalkata tenía suficiente riqueza tras años de trabajo para asegurarse un apartamento de lujo en los niveles superiores de la ciudad. Puede que incluso una finca en las regiones verdes. Pero Nag apreciaba la honestidad del estercolero viviente que era La Zanja y obtenía cierto disfrute perverso al ver de primera mano las reacciones de algunos de los clientes más ricos y remilgados al verse forzados a descender a aquel particular foso urbano para solicitar sus servicios.
Algunos de los meapilas no se habían atrevido a venir sin prácticamente un ejército privado. Otros recurrían a risibles y patéticos intentos de incógnito.
Aquel día estaba siendo calmado. Solo un cliente por la mañana, un mala vida de las bandas para una extracción de proyectil. El que aquellos desgraciados aún usasen armamento balístico antiguo resultaría casi encantador si no fuese tan aburrido. Hacía mucho tiempo que no afrontaba un reto. Suturas para las ratas de la Zanja, cosmética para los ricachones.
A Ivo Nag le gustaba ver a los cuerpos ajenos como rompecabezas, pero últimamente no se encontraba ninguno interesante. Nada que fuese un desafío para sus talentos como artista del moldeado de carne. Tenía una larga lista de espera de millonarios mimados para los próximos meses pero casi todos parecían patéticas variaciones de alteraciones físicas para reafirmar sus inseguridades sexuales.
En ese momento la providencia llamó a su puerta. Literalmente.
El zumbido del timbre fue respondido por el chirriar del comunicador de la puerta de entrada a su consulta e Ivo Nag pudo oír una voz masculina, joven e insegura.
"¿Doctor Ivo Nag?"
"El inigualable y único, muchacho, ¿en qué puedo ayudarte?"
"Necesitamos... bueno, sabemos que es usted un experto en implantes de refuerzo, alteraciones subcutáneas, aceleradores de sistema nervioso y terapia genética..."
"¿Tienes cita previa?"
"Er... no"
"Polluelo, si estuvieses aquí para un apaño rápido no tendría problemas en abrirte pero lo que creo que me estás pidiendo, ese tipo de modificaciones profundas, demanda tiempo y recursos. Te apuntaré una fecha, negociaremos un precio y tú me pasarás un adelanto a mi cuenta y nos veremos en... Mmm, ¿quizá seis meses?"
"Pero, no podemos..."
"Lo siento, tengo una lista de espera para estas cosas chico", respondió Nag, disponiéndose a bloquear el comunicador.
Antes de que lo hiciese, una segunda voz, femenina y más firme, respondió.
"Somos estudiantes de Tiarras Pratcha."
El dedo de Nag se quedó paralizado en el aire a unos centímetros del botón que habría bloqueado la comunicación (y dado una descarga eléctrica no letal a los visitantes para disuadirlos). Las ya escasas plumas del viejo phalkata se erizaron y presionó el botón que abría las puertas.
Entraron. Eran jóvenes, atlianos. Ella de piel azulada y ojos ámbar. Él de piel verde y ojos rojos. A pesar de las diferencias cromáticas, los rasgos en sus rostros denotaban un parentesco muy cercano.
Ivo Nag se recostó sobre su silla al tiempo que los invitó a sentarse con un gesto frente a su escritorio de consulta.
"Así que... estudiantes del viejo Tiarras."
La joven atliana asintió. Nag pudo ver al instante que ella era la más asertiva de los dos, al menos en aquellas circunstancias. El varón parecía incómodo y daba muestras de malestar físico que parecían indicar...
"¿Problemas en el costillar?", preguntó Nag, "Puedo echar un vistazo, pero eso no cuadra mucho con los que pedíais hace unos instantes."
"Si bien agradecería que tratase a mi hermano", dijo la mujer, " Me temo que nuestra petición es para algo más serio."
"¿Oh?"
"Soy Dovat. Este es mi hermano Axas. Tiarras Pratcha está muerto", dijo ella, "Y usted estaba en su lista de contactos como uno de los pocos que puede ayudarnos a terminar su obra."
El "lo quiera o no" no fue pronunciado pero Ivo Nag supo reconocerlo en su tono de voz, y aunque estaba seguro de que él era más peligroso que aquella polluela, no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su espalda.
No era miedo. Era la anticipación de un nuevo rompecabezas. Casi comenzó a salivar.
Parecía que este iba a ser de los interesantes.
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