martes, 22 de junio de 2021

027 MODIFICACIÓN

 

Puede que esta no haya sido la mejor idea que hubiese podido tener, pensó Dovat.

Tras saltar desde la azotea, dejando atrás al doctor Nag y a su hermano y salvado a la familia de Resva y ganado tiempo para tantos otros que aún ascendían hacia lo alto del  edificio, Dovat había vuelto sin dudarlo junto a los garmoga. 

Estaba dispuesta a dar combate sin cuartel a los monstruos para asegurarse de que el mayor número posible de supervivientes tuviese una oportunidad de ponerse a salvo y abandonar el planeta o hallar un refugio temporal.

Puede que estuviese algo borracha de poder. Su carencia de indecisión en volver de lleno al corazón de la marabunta de bestias que arrasaba las calles de La Zanja parecía corroborarlo. Pero aún con eso no se había hechos ilusiones de que ella sola podría frenar toda una infestación garmoga a nivel planetario.

A decir verdad, el simple hecho de contener la oleada de monstruos en un único punto comenzaba a ser una labor francamente difícil, incluso con sus nuevos poderes.

No se terminan nunca, se dijo.

Tras el salto, Dovat descendió tras la primera línea de avance de la oleada de la calle principal. Su impacto en el suelo llegó acompañado de otra descarga de energía que esparció a los garmoga a su alrededor. Los más afortunados siguieron de una pieza. El resto, desmembrados en partes, fueron rápidamente canibalizados por sus congéneres.

Tras eso, todo había sido una sucesión de golpes, patadas y movimiento continuo de un punto a otro, pues quedarse quieta era una invitación a una condena de muerte.

La mayoría de drones garmoga no eran demasiado grandes y caían con facilidad, pero su número era considerable. Y por supuesto, no todos eran tan manejables.

Algunos de los drones garmoga eran sensiblemente más grandes, casi como vehículos de tamaño medio o naves monoplaza. Criaturas de formas retorcidas de carne grisácea y metal espinoso, de extremidades variables y con unos seis a ocho metros de envergadura.

Dichos ejemplares parecían incapaces de revolotear como sus congéneres más pequeños pero se desplazaban por el suelo en distancias cortas a una velocidad y agilidad muy superiores a las que debería tener una criatura de su tamaño.

El primero de ellos que vio embistió a Dovat en el costado lanzándola contra la fachada de uno de los edificios y haciéndola atravesar la pared como si fuese de papel. Si algo así le hubiese ocurrido hace unas semanas, Dovat sería en aquel momento una mancha vagamente humanoide entre los escombros y no la figura roja y plateada que se alzó de nuevo, furiosa y dispuesta a devolver el golpe.

Desplazándose en un parpadeo, Dovat se situó justo frente al garmoga que la había empujado y golpeó con todas sus fuerzas con un derechazo. El impacto dio de lleno en la cabeza del ser y la arrancó de cuajo, dejando a la vista una masa de carne ennegrecida y esparciendo un fluido alquitranado que parecía ser su sangre.

Por el rabillo del ojo Dovat vio a otro garmoga de tamaño similar acercándose por su izquierda. Un ruido de pasos apresurados le indicó que uno similar se aproximaba por la derecha.

Esa era otra cuestión que la estaba preocupando. La flanqueaban, tendían emboscadas... Es cierto que en el frenesí devorador que parecía mover a la horda de la infestación resultaba algo difícil de notar, pero aquellos seres eran claramente capaces de pensar y planear, al menos hasta cierto punto.

Aún así, había algo mecánico y simple en ello. Dovat no tenía claro si se trataba de una capacidad propia pero limitada de los garmoga o de si estaban siendo dirigidos o coordinados de algún modo por algún factor externo.

Las dos posibilidades eran, cada una a su manera, preocupantes.

Dovat saltó en línea vertical, sacudiendo a algunos drones de los más pequeños que revoloteaban cerca. Los dos drones de gran tamaño que corrían hacia ella embistieron el uno con el otro y parecieron enzarzarse momentáneamente en un enfrentamiento malhumorado.

La atliana volvió a descender, cayendo sobre ambos como una maza. En la caída Dovat notó un cambio en su masa corporal, como si de repente fuese mucho más pesada pero sin que su tamaño se alterase.

El impacto dio de lleno en el garmoga de la derecha. Básicamente haciendo explotar la mitad de su cuerpo en pedazos. 

Apenas tocado el suelo Dovat se abalanzó sobre el otro dron y agarró las pinzas en torno a su boca, tirando de ellas y arrancándolas de cuajo para acto seguido clavarlas en la carne de la criatura como si se tratase de una pareja de puñales improvisados.

El golpe fue profundo, alcanzando los pútridos órganos internos del garmoga, dejándolo moribundo.

El ser cayó hacia delante y Dovat lo  sujetó, girando sobre sí misma y empleando el impulso para usar el gran cuerpo de la bestia a modo de gigantesca maza contra la oleada de drones que intentaba descender sobre su posición.

Tras media docena de vueltas en círculo ganando espacio libre a su alrededor golpeando a todo dron que intentase ir directo contra ella, Dovat soltó al que sujetaba y el ser voló por los aires hasta estrellarse y terminar espachurrado contra uno de los gigantescos pilares metálicos que se alzaban entre los edificio de La Zanja para sostener la Ciudad Alta.

No pudo quedarse a observar su obra. Dovat tuvo que moverse de nuevo cuando otra nube de drones descendió sobre el área en que se encontraba.

Su armadura plateada y roja ya no brillaba. La sangre negruzca y restos de carne aplastada de las bestias la salpicaba. Y de forma lenta pero constante, la joven atliana comenzaba a notar cada vez más la presión y tirantez en sus músculos al moverse.

Los garmoga no dejaban de venir, pero ella se estaba cansando.

En su pecho la esfera mórfica brillaba con un resplandor azul, pero parpadeos de una luz rojiza intermitente estaban comenzando a ganar frecuencia.

Se le acababa el tiempo.

 

******

 

Axas e Ivo Nag habían alcanzado el espaciopuerto tras sortear el laberinto de azoteas y puentes improvisados, llevando consigo a la familia que Dovat había rescatado y escoltando a modo de guías improvisados a muchos otros residentes de La Zanja que, como ellos, buscaban ponerse a salvo.

Habían perdido a algunas personas por el camino. Drones garmoga solitarios, alejados de la horda principal, revoloteaban de un lado a otro como si fueran exploradores, y de vez en cuando se arrojaban sobre algún pobre diablo desprevenido.

Un barteisoom que había estado caminando justo delante de ellos por un rato fue uno de los desafortunados. El dron pareció salir de la nada y empalarlo de lleno en el torso, empujando a su víctima y elevándola al aire.

Allí se enzarzó con otro dron y desde las azoteas pudieron ver cómo las criaturas partían en dos al desgraciado. Axas ignoró la sensación de malestar en su estómago y las náuseas, y apuró el paso.

El último tramo había sido el más difícil. El espacio puerto estaba situado en una zona elevada pero apartada de los edificios. Eso significaba que debían descender y caminar a ras de suelo.

La concentración de drones allí parecía ser escasa, y otros grupos de refugiados parecían estar ya cruzando sin demasiado problemas, repeliendo a drones solitarios con armamento convencional. Aún con eso, la situación no era ideal, y otras tantas vidas se perdieron.

Ivo Nag había sacado una pequeña arma a saber de dónde. Parecía una pistola normal, pero cuando de camino a las lanzaderas un par de drones se les acercaron, el doctor dio buena cuenta de ellos. El arma disparó lo que parecían pulsos de energía rojos que hicieron explotar a los drones, como si una burbuja de calor los hiciera reventar desde el interior.

"Microondas concentradas", dijo el viejo phalkata, como única explicación antes de continuar su camino al espacio puerto.

Una suerte de milicia improvisada se había situado alrededor del lugar. Habitantes de La Zanja de todo orden y concierto. Ciudadanos privados y los que hasta hace unas horas habían sido criminales, traficantes o asesinos. Actuando en conjunto con toda arma que habían podido reunir para salvaguardar la posición de aquel punto de evacuación.

A pesar de la marea de personas y de que algunas lanzaderas, pequeños cargueros y naves monoplaza comenzaban a tomar vuelto pese a estar evidentemente sobrecargadas, parecía que la lanzadera personal de Axas y Dovat seguía en su sitio y no había sido apropiada por nadie.

Resva, la niña atliana, y su familia aún estaban con ellos.

"¿Vendrán con nosotros?", preguntó Nag.

"¡Pues claro que vendrán con nosotros! ¡No podemos...!", comenzó a protestar Axas antes de interrumpirse. Por supuesto, Nag y él tendrían que volar a por Dovat. Ir de lleno al corazón de la infestación para recogerla.

No sería justo arrastrar a aquella familia a un riesgo innecesario.

Nag sacudió la cabeza, dirigiéndose a los padres de Resva, "Aún quedan lanzaderas que pueden llevarles. Lo que mi joven amigo parece haber recordado súbitamente dado su silencio actual es que antes de irnos vamos a tener que volar al centro de donde revolotean esas monstruosidades. La decisión es suya."

Los padres de Resva se miraron por un momento, antes de que la madre respondiese al doctor, "Creo... creo que tomaremos otra de las lanzaderas, si no le importa, doctor."

Nag asintió y ofreció su pistola, "A mi ya no me hace falta, y aunque salgáis de esta roca no está de más que tengáis un seguro", dijo.

La madre tomó el arma, con un gesto agradecido.

Resva, que hasta ese momento había permanecido callada abrazada a la cintura de su madre, se separó de ella y se acercó a Axas.

"¿Tu hermana, con la armadura, es una Rider?"

"No, Dovat es... no, no es una Rider."

Resva asintió, con la seriedad que solo una niña pequeña podía conjurar al afirmar lo que en su corazón sentía como una verdad irrefutable, "Cuando la veas, dile que creo que es más guay que los Riders. Ya me ha salvado dos veces y los Riders ninguna."

Axas sonrió levemente, "Se lo diré."

No hubo más palabras ni más despedidas que unos pocos gestos. No había más tiempo. Axas accedió a la lanzadera seguido de Ivo Nag. Estaba terminando de ajustar los cierres de seguridad cuando la voz del viejo phalkata llegó desde la cabina de mando a la que se había dirigido nada más entrar, adelantándose al joven.

"¡Voy a poner en marcha este pájaro, pollito! ¡Ven a sentarte a mi lado!"

Axas entró en la cabina para ver a Ivo Nag en el asiento de piloto, poniendo todos los sistemas en marcha.

"Puedo pilotar yo, doctor."

"¿Tienes experiencia de vuelo en zonas de guerra?"

"Eh... no."

"Pues yo sí, así que ponte en el asiento de copiloto e inicia el módulo para el control de los cañones de fuego rápido. Tendrás que disparar tú mientras yo maniobro."

Axas ya se había sentado y comenzado a abrochar el cinto de seguridad cuando su estresado cerebro reparó en lo que acababa de decir Nag.

"¿Cañones de fuego r...? Doctor, esta lanzadera no tiene armamento."

"Ahora sí que lo tiene. Un buen par de cañones."

"¿Qué?"

"Los he instalado yo mismo."

Un instante de silencio, antes de...

"¿¡Qué!?", exclamó Axas, "¿Cómo ha...? No, olvide el cómo... ¿¡Cuándo!? ¡Hemos estado todo este tiempo centrados en la operación de mi hermana sin poder hacer nada más!"

"Por las noches. Duermo poco y la mecánica me relaja."

"Pero, pero, pero...", Axas se llevó las manos a la cabeza, "Espere... el requerimiento de energía... ¿cómo va a poner esto en el aire ahora?"

Ivo Nag pulsó los últimos botones y la terminal de pilotaje frente a él se iluminó en verde. Un ruido ronco y ruidoso comenzó a resonar por toda la lanzadera, haciendo temblar a la nave. El fuselaje emitió un quejido resentido.

"No te preocupes por eso pollito. También he cambiado el motor y redirigido los conectores."

"Oh dioses..."

"Y también os he puesto un nuevo dispositivo de hipersalto", continuó Nag, "Bueno, es de segunda mano, pero bastante mejor que el cutre que teníais antes. Al menos ahora este cacharro podrá hacer viajes luz largos de más de tres sistemas."

Resignado, Axas soltó un suspiró y tomó los mandos frente al asiento de copiloto. Una interfaz nueva, con un holograma naranja interactivo, lo instaba a seleccionar modalidades de disparo.

"Disparo rápido, disparo preciso, carga detonadora...", leyó con voz queda.

"¿Nunca has usado algo así?", preguntó Nag.

"No."

"Bueno... es sencillo. Apuntas y disparas, y el ordenador de calibración hace el resto", dijo el doctor, dándole una palmada en el hombro, "Ahora, vamos a recoger a tu hermana y reventar a algunos de esos cabrones."

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