Occtei.
El sol había salido sobre la capital planetaria, pero la noche parecía no haber terminado. El cielo estaba ensombrecido por el humo de los incendios y explosiones. A su vez, gran parte de la ciudad se encontraba aún bajo la enorme construcción piramidal que había llegado desde las estrellas para desatar el terror.
Alicia Aster no se paró a pensar en ninguna de esas cosas mientras cortaba a otra esquirla por la mitad con una de las hojas retráctiles de la bio-armadura Glaive.
Toda la situación se estaba volviendo simultáneamente más sencilla y más complicada.
Por un lado, había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba usando la bio-armadura pero por el momento no notaba signos de agotamiento o de que la Glaive hubiese comenzando a comprometer la integridad de su organismo. Todo parecía estar funcionando de forma óptima, y cuando más tiempo luchaba con la armadura más intuitiva se volvía en su uso.
Cuchillas, púas y otras formaciones cortantes emergían de su cuerpo en un parpadeo, con un pensamiento. Alicia no tenía ni idea de donde surgía la masa extra para ello, pero prefirió dejar de pensar en ello y dejar esos quebraderos de cabeza para gente como la doctora Vargas o su tío Antos.
Las complicaciones surgían en lo referente a los enemigos. Parecía que todas las esquirlas del área cercana habían detectado su posición y ahora cientos… no, puede que ya miles de ellas estaban convergiendo hacia la azotea del edificio donde ella y el recién llegado Shin continuaban luchando.
El número de esquirlas dejó una sensación de amargura en su garganta. No todas pero la gran mayoría de aquellas cosas habían sido ciudadanos y vecinos solo apenas unas horas antes. ¿Cuántos eran gente que había conocido? ¿Alguno de los regulares del bar o de sus compañeros de trabajo? ¿Estaban Tas, Landro y los demás a salvo? ¿Habían conseguido huir del planeta o estaban en un refugio aún seguro? Demasiadas cuestiones y muy pocas respuestas. Solo rostros perfectamente simétricos de cristal oscuro, uno tras otro, en una oleada de enemigos constante.
No ayudaba que las esquirlas se movían cada vez con más velocidad y presteza. Ya la habían rozado en un par de ocasiones. No habían causado suficiente daño para iniciar una conversión (estaba casi segura de que precisaban de un contacto singularmente prolongado para llevar a cabo dicho proceso) pero a pesar de la protección de la Glaive había partes en sus brazos y torso con pequeños cortes y marcas con restos de cristal grisáceo, acompañados por una sensación frio y entumecimiento anti naturales. Sus movimientos se volvían más pesados y descoordinados tras cada impacto, lo cual le habría podido costar la vida ya más de una vez si no fuese por Shin.
Shin… recordaba haberlo visto en las noticias el día de su presentación al público, y por lo que le había contado su tía Avra el guerrero insectoide había cumplido de forma ejemplar contra los garmoga.
En algún momento él también había debido percatarse del riesgo inherente a un contacto físico directo con las criaturas de cristal viviente. Hasta el momento no había indicio alguno de que las esquirlas hubiesen podido tocarle. Todos los ataques y contraataques de Shin eran manteniendo la distancia, golpeando con la suficiente fuerza y potencia para generar ondas expansivas o cortantes de aire con cada puñetazo y patada. Había sido su intervención con uno de esos golpes lo que ya la había permitido salvar el pellejo más de una vez desde que habían comenzado la pelea.
Que parecía no tener visos de terminar pronto.
“¡Tenemos que salir de aquí!”, exclamó.
Y era cierto. Debían cambiar de posición, buscar una forma de o bien dejar atrás a aquellas esquirlas, o encontrar un modo de llevarse al mayor número de ellas por delante, porque la suerte no duraría eternamente.
La respuesta de Shin fue un silencioso asentimiento de cabeza antes de girar sobre sí mismo y propinar otra fuerte patada que se tradujo en una onda de aire horizontal y cortante que terminó por llevarse por delante de una vez a casi dos docenas de enemigos. Esa era otra de las pocas gracias que contaban en aquel limitado espacio… las esquirlas llegaban a apelotonarse unas contra las otras, estorbando sus propios movimientos.
Pero incluso aquellas aberraciones podían tener golpes de suerte. La fortuna era, tristemente, una de las pocas fuerzas genuinamente neutrales del universo.
De todas aquellas esquirlas caídas una tuvo el buen juicio y los suficientes reflejos para arrojarse al suelo de la azotea, dejando que la onda de aire comprimido y afilado como una cuchilla pasase por encima de sí. Acto seguido la esquirla se lanzó directa hacia Shin con una aceleración en su movimiento digna de los Riders.
Alicia lo vio casi como si fuese a cámara lenta. Shin se había girado de espaldas a la zona recién golpeada para lidiar con otros oponentes. Sus sentidos debieron alertarlo en el último momento pues, antes de que la usuaria de la Glaive pudiese siquiera lanzar un grito de advertencia, el guerrero eldrea se volteó, levantando su brazo por puro reflejo para bloquear la acometida enemiga.
Que era precisamente lo que la esquirla deseaba, si la horripilante sonrisa que se formó en su rostro cristalino anormalmente perfecto era indicio de algo. Las manos del ser aferraron al brazo de Shin, agarrándolo como fuertes tenazas y algo parecido a un júbilo eufórico cruzó el rostro del ser.
Seguido de una expresión de confusión.
Fue como si todo se detuviese por un momento. Todas las esquirlas presentes se quedaron quietas por un instante. Alicia no tenía forma de saberlo, pero todas las esquirlas del área estaban lidiando con una terrible sorpresa a través del Canto que las unía.
La esquirla que agarraba a Shin apretó el brazo del guerrero eldrea con más fuerza, pero…
Nada.
Ningún indicio de infección, ninguna marca de escarcha grisácea extendiéndose por el tejido. Ni la más mínima señal de que le estuviese afectando.
El único sonido que se oyó en ese instante fue el crujir de nudillos de Shin al cerrar su puño libre, seguido por el resquebrajamiento del cráneo de la esquirla al ser golpeada de forma directa en su rostro sin ningún tipo de contención. El ser salió volando hasta caer al vacio por el borde del edificio, muerto y decapitado por el monstruoso puñetazo propinado por un Shin que acababa de constatar de primera mano su inmunidad a la habilidad más terrorífica de aquellos seres.
Alicia tuvo que reír.
Bueno, sin duda aquello cambiaba las tornas.
******
Keket lo sintió a través del Canto, y de forma casi subconsciente dio la orden de que todas las esquirlas convergieran en aquella posición.
En toda su larga existencia había encontrado a muy pocos seres que pudiesen resistir la llamada del Canto. Podía contarlos con los dedos de una mano, y al menos la mayoría de ellos habían sido poco menos que deidades como ella. Era imposible que el ser prefabricado que había atisbado a través de los sentidos de sus esquirlas pudiese estar a la misma altura.
Para su desgracia, la naturaleza de Shin estaba a punto de convertirse en la menor de sus preocupaciones.
Dos oleadas de poder descendieron desde las alturas y la Reina de la Corona de Cristal Roto alzó la vista, como si su cuello se hubiese convertido en un resorte. Dos columnas de energía pura, roja y negra, cayeron sobre la masa de esquirlas que había tomado el centro de la ciudad.
Obedeciendo al pensamiento de Keket, la pirámide se alzó en el aire, a una velocidad imposible de asimilar para un objeto de su tamaño. Acudió al encuentro de sus nuevos oponentes.
Solarys y Sarkha, los Dhar Komai de Rider Red y Rider Black, embistieron contra la construcción piramidal como dos asteroides ardientes. La onda expansiva del impacto distorsionó el aire alrededor de toda la estructura. La pirámide descendió varios centenares de metros, empujada por el impacto e inclinándose ligeramente hacia su derecha, donde Solarys había golpeado con mucha mayor masa que Sarkha.
Keket se arrodilló sobre la cúspide de la pirámide con una expresión de fastidio hastiado en su rostro y posó sus manos sobre su superficie, casi como si la agarrase. La enorme construcción se detuvo en seco, acompañada por un sonido como un chirrido metálico que reverberó a kilómetros a la redonda.
Solarys y Sarkha salieron de las hendiduras que habían provocado con sendos impactos y alzaron el vuelo, rodeando a Keket antes de lanzarse hacia extremos opuestos de los bordes de la ciudad, arrojando llamas y descargas de energía purgando las calles asediadas.
¿Dónde están?, pensó Keket, ¿Dónde
están sus jinetes?
La respuesta no se hizo esperar. Keket inclinó la cabeza a un lado, casi lánguidamente, esquivando una flecha de energía oscura que pasó volando casi rozando su mejilla.
El siguiente ataque la forzó a moverse de su posición y saltar al aire, cuando una masa de energía roja cortante golpeó el espacio que había ocupado unos instantes atrás. La Reina se desplazó de forma casi horizontal, hasta descender a la parte superior de una de las torres urbanas de la megalópolis bajo ellas. Dos destellos de color rebelaron a las figuras que la habían seguido.
Rider Black, con su arco Saggitas en mano, chisporroteando energía oscura, como si borbotones de sombras líquidas se derramasen de entre las manos de Athea Aster. Y Rider Red, Alma Aster, con su espada Calibor brillando con la incandescencia de un volcán furioso, humeante.
Keket se permitió una sonrisa burlona.
“Bienvenidas”, dijo, “¿Por qué habéis tardado tanto?”
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