domingo, 20 de febrero de 2022

062 OH, VAYA

 

Avra hizo que Tempestas aminorase su velocidad de descenso tras atravesar las capas más altas de la atmósfera. A su izquierda en la distancia podía ver los destellos rojizos y anaranjado de los Dhars de Alma y Armyos. El resplandor purpura de Antos descendía a su derecha, varios cientos de metros por debajo tomando la delantera en dirección al centro urbano. Athea, como siempre, era casi imperceptible.

Avra había frenado sobre todo para orientarse y poder ver con claridad la posición de la quimera. El conjunto de nubes tormentosas que la rodeaban y los truenos constantes que la ensordecían no eran de mucha ayuda.

No ocurría siempre, pero si con la suficiente frecuencia para llamar su atención. Al menos Avra lo había notado otras veces y nada la hacía pensar que sus hermanas y hermanos ignorasen aquel fenómeno, pero siempre que una incursión garmoga se prolongaba cierto tiempo o llegaba al estado en que centuriones y quimeras aparecían entre la infestación, el clima de los planetas se inestabilizaba.

Si la presencia de los garmoga al iniciar su consumo y alteración del ecosistema era la causa de esto, se trataba de algo que nunca había podido probarse. Avra creía que la presencia de los Riders y los Dhar Komai también contribuía.

Después de todo, cinco individuos y sus respectivas bestias de combate emitiendo enormes descargas de poder taumatúrgico que muchas veces se materializaba en usos de fuerza que podían poner del revés la presión atmosférica no podían ser saludables para un ecosistema a largo plazo ¿verdad?

Dejando las nubes atrás y coordinando su mente con la de Tempestas para evitar que los fuertes vientos desviasen su rumbo, Avra finalmente se dirigió directa hacia la primera de las quimeras.

Kedolas, la criatura en cuestión, se había alejado de su punto de emergencia. Pero en vez de unirse a Vothua en su asalto al centro urbano parecía que el ser había optado por avanzar hacia el sur, hacia zonas boscosas donde los enjambres de drones garmoga que revoloteaban y corrían a su alrededor consumían toda la vida de la zona.

En el suelo, los drones eran ya tan numerosos que parecían una masa grisácea metalizada, como una marabunta devoradora. Caminando entre ellos podían verse las figuras de algunos centuriones garmoga. Sus chillidos y chirridos inundaban el aire, siendo solo superados por los ocasionales rugidos de la quimera.

El número de drones era tan denso a su alrededor que a cada paso que daba aplastaba a varias docenas. La biomasa de éstos era asimilada por Kedolas, y si bien no había aumentado su altura, las placas metálicas del dorso de la criatura parecían más densas y el número de púas sobre ellas se había multiplicado. Algunas de las más gruesas parecían rematar en ramificaciones de púas de menor tamaño.

Muy bien Tempestas, pensó Avra, Vamos a hacer nuestra entrada.

El Dhar azul rugió reconociendo inmediatamente las intenciones de Rider Blue.

De todos los Dhar Komai, Tempestas era el de aspecto más único. Desde la forma más antropomorfizada de Solarys hasta las más cuadrúpedas de los demás, todos contaban con alas, aunque estas fuesen implantes artificiales como en el caso de Volvaugr.

Pero Tempestas no poseía alas. Si bien éstas no eran indispensables para el vuelo de cualquiera de los Dhars, al poder hacer uso de su propia proyección de energía, si es cierto que ayudaban a hacer el proceso más llevadero, más eficiente en el consumo de energía y contribuían a ganar maniobrabilidad.

Tempestas en cambio debía mantener una constante proyección energética en torno a su cuerpo serpentino para volar, un ejercicio de precisión constante para poder maniobrar con la misma fluidez que sus congéneres alados que causaba que su cuerpo en el aire estuviese constantemente iluminado, envuelto en un aura de poder de un azul eléctrico que se veía reflejada en los filamentos cristalinos del mismo color que cubrían todo su cuerpo casi como si se tratasen de pelaje, llegando incluso a formar una suerte de melena leonina en torno a su cabeza de morro alargado.

Así, quien lo viese descender de entre las nubes vería algo similar a una serpiente voladora, con solo dos cortos brazos como únicas extremidades, atravesando el aire con el ondular de un cuerpo bañado en relámpagos.

En su descenso, Tempestas comenzó a girar en círculos persiguiendo su cola hasta formar un aro con todo su cuerpo de veintiocho metros de largo. Siguió así, acelerando cada vez más y cargándose de energía hasta ser casi un halo de luz giratorio.

En el interior de la silla-módulo situada a la espalda del Dhar, Avra Aster pudo sentir la presión de la aceleración creciente. A un ser humano normal las fuerzas centrífugas ya le habrían causado daños irreparables, pero la Rider Blue solo sintió una ligera incomodidad.

La verdad, llevaba peor el mareo.

Apenas a dos centenares de metros del objetivo, la quimera Kedolas alzó su grotesca cabeza al percibir el resplandor azul que caía sobre ella. El ser rugió desafiante, y cientos de drones garmoga alzaron el vuelo a su alrededor como una nube de langostas.

Tempestas frenó en seco cuando ya solo quedaban cien metros para el contacto con la quimera, dejando de girar súbitamente y estirando su cuerpo. El aire se rompió con un sonido como el restallar de un látigo y una onda de energía salió emitida desde el Dhar hacia la grotesca abominación. Era una hoz cortante con el poder de mil relámpagos.

Quizá fuese una rudimentaria inteligencia, o el simple y puro instinto de una bestia al reconocer el peligro, pero en la última milésima de segundo Kedolas se inclinó a un lado. De esta forma, el ataque de Tempestas no la alcanzó de lleno en el centro de su torso sino en el costado. La quimera no salió ilesa, gritando de dolor a la par que su brazo derecho caía cercenado al suelo, bañando a los drones y centuriones garmoga que la rodeaban con la negrura de sus fluidos internos al ser derramados profusamente.

Pero no fue la muerte instantánea que Avra había buscado. Con una mueca irritada en su rostro oculto bajo su casco, la Rider Blue emergió de la silla-módulo de su Dhar.

De acuerdo chico, purga general de toda el área, todo cenizas. Yo me ocupo de la grande y fea, indicó Avra a través de su lazo psíquico.

Tempestas rugió una respuesta afirmativa y se dejó caer sobre la masa de drones, emitiendo por su boca una corriente de llamas y energía plasmática de color zafiro, incinerando a todas las bestias a su paso y dejando a la quimera rodeada por un cerco de llamas celestes.

Avra saltó de la silla módulo con un destello de luz, reapareciendo en el aire justo en frente a la quimera. En sus manos, recién materializado, se encontraba su espadón Durande.

"¡Mensaje especial, horrible hija de p...!"

Cortó sus palabras en seco al tener que girar sobre sí misma en el aire y cortar en dos al centurión garmoga que había saltado contra ella para interceptarla. No pudo hacer nada más que dejarse caer al ver como a media docena de ellos corriendo en su dirección mientras el resto de drones huía despavoridos.

Por el rabillo del ojo vio que Tempestas estaba lidiando también con diversos centuriones que trataban de aferrarse al Dhar cuando éste volaba bajo. Avra sabía que su Dhar Komai no tendría problemas con esa escoria, pero en su interior no pudo evitar sentir cierta congoja y la inundo un temor inesperado ante la idea de que uno de aquellos centuriones revelase un cuerpo dorado...

La imagen de Golga noqueando a Tempestas en Camlos Tor cruzó la mente de la Rider Blue y el temor se convirtió en rabia alimentada por el recuerdo.

Apenas tocó el suelo, Avra dejó un pequeño cráter a sus espaldas al lanzarse de lleno contra los centuriones garmoga que intentaban ensartarla con sus extremidades moldeadas en formas punzantes. Por el contrario, fue ella cargando a Durante de energía y alargando el filo del espadón quien se llevó a cuatro de ellos por delante con único un golpe tan fuerte que no solo los partió en dos sino que la descarga de energía desintegró las mitades cercenadas.

"¡Iba a hacerle una cara nueva a vuestra amiga gigante y me habéis jodido la entrada en escena, cabrones!"

De repente, el sonido de un motor surgió de la nada. Avra se volvió para observar de donde procedía. Los dos centuriones garmoga más cercanos a ella extrañamente hicieron lo mismo, como si estuviesen perplejos ante aquella interrupción.

A toda velocidad desde lo alto, un aerodeslizador individual altamente modificado descendía con Shin como piloto. El guerrero insectoide pulsó un botón y el vehículo giró en el aire, alejándose al tiempo que Shin se dejaba caer libremente, impactando el suelo decenas de metros más abajo con fuerza suficiente para aplastar a múltiples garmoga y desequilibrar a drones y centuriones por igual.

Sin mediar palabras ni hacer ninguna señal de que se hubiese percatado de la presencia de Rider Blue, Shin saltó casi en vertical directamente contra Kedolas, atravesando el muro de llamas azules que rodeaban a la quimera.

La bestia rugió desafiante contra aquella minúscula figura que osaba atacarla.

La respuesta de Shin fue girar sobre sí mismo en el aire y golpear a Kedolas en la mandíbula con una patada ascendente.

El impacto retumbó como el estallido de un gran explosivo y Avra pudo sentir la fuerza residual del golpe alcanzándola de lleno y tumbando a los garmoga que la rodeaban.

La mandíbula inferior de Kedolas se cerró a la fuerza, quebrada en un instante, con dientes y pedipalpos cercenados y la sangre negruzca del ser comenzando a manar por su boca y hocico.

La patada de Shin no fue solo lo suficientemente fuerte como para que la cabeza de la quimera se sacudiese hacia atrás con un infausto crujido, sino que llegó incluso a causar que los pies de la criatura se separasen del suelo. El impacto la levantó de la superficie y la hizo volar unas decenas de metros antes de caer de espaldas al suelo, aturdida.

Desde el suelo, Avra observó al guerrero eldrea. Su cuerpo quitinoso brillaba esmeralda y sus ojos emitían un resplandor carmesí al tiempo que caía de nuevo sobre los garmoga, sin darles cuartel.

"Oh...", musitó Avra, "Oh, vaya..."

Bajo el casco de la Rider Blue se formó una sonrisa que habría helado la sangre de sus hermanas y hermanos, pero no por los habituales motivos violentos.

De estar su rostro al descubierto, el rubor en sus mejillas la habría delatado.

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