miércoles, 18 de agosto de 2021

040 SEGUNDO ASALTO

 

La Sala de Control de los Rider Corps en Occtei siempre era un hervidero de actividad cuando los cinco Aster partían a alguna misión, pero en aquellos momentos el lugar parecía estar a un paso de caer en un ataque de histeria colectiva.

Al menos esa era la impresión que Arthur Ziras tenía en aquel momento.

Enlazados con el ZiZ y otros satélites de información y coordinación de datos del Concilio y su flota, los miembros de los Corps tenían acceso de primera mano a las situaciones que estaban viviendo los individuos para cuyo apoyo habían sido creados.

Por ello, estaban más o menos al tanto de lo que había ocurrido en los últimos minutos en el Mundo Capital, y Arthur Ziras, agarrado a su viejo comunicador personal, no estaba teniendo una conversación feliz.

"¡No! ¡Me importa un carajo! ¡Quiero a cazas en superficie como apoyo logístico contra ese mierdas dorado", exclamó, "Los Riders son capaces, pero siguen siendo cinco individuos, tenemos protocolos de actuación para estas cosas y por mucho que los senadores anden corriendo como ullums descabezados se supone que el Canciller Auxiliar y el Pa-Ogun de la flota deberían estar coordinando la defensa con poderes de emergencia, maldita sea."

Ziras cerró el dispositivo, mascullando entre dientes contra burócratas incompetentes cuando uno de los técnicos de monitorización se acercó corriendo a él. El muchacho era un simuras de colorida piel amarilla y roja que denotaba una producción natural de toxinas. Por ello, vestía un traje especial con escudos de aislamiento para la seguridad de quienes le rodeaban.

La decoloración de su piel, una suerte de análogo a la palidez nerviosa en los humanos, no denotaba que fuese portador de buenas noticias, algo que a Ziras no se le pasó por alto.

"¿Ahora qué?"

"Es sobre la situación en Pealea, señor, es..."

Arthur tuvo que reprimir el llevarse una mano a la sien y suspirar. Iba a tener que hacer unos cuantos malabarismos retóricos ante el Alto Mando para cubrirle las espaldas a Alma por haberse quedado atrás. Dicho eso, una parte de él no podía dejar de admirarla a pesar de los dolores de cabeza que le provocaría.

Pero tenemos lo que queríamos ¿no?, se dijo, No puedes crear héroes y esperar que no hagan absurdeces heroicas, como desobedecer órdenes prioritarias para salvar unos millones de vidas.

A pesar del constante murmullo de sus pensamientos, pudo oír con claridad la información que traía el técnico.

"El capitán Calkias de la Balthago ha lanzado un mensaje de emergencia. Parece ser que tanto lo que quedaba de su escuadrón en el área y Rider Red estaban haciendo buena cuenta del enjambre garmoga a pesar de su número cuando... bueno, hemos tenido que comprobarlo con fuentes extra, señor, pero..."

"Vaya al grano, muchacho."

"Parece que afiliado al enjambre garmoga hay... los garmoga tienen un Dhar Komai, señor. Uno no registrado."

Ziras conocía la expresión de "podía oírse caer un alfiler" para referirse a momentos en que una estancia llena de gente se sumía en un silencio absoluto tras alguna declaración que hubiese sido especialmente impactante de un modo u otro. Aquel momento se ajustaba de forma bastante aproximada a la situación.

"Repite eso, chico", dijo. Tenía que oírlo otra vez.

"Aproximadamente a los veinte minutos del inicio de la purga, un sector del enjambre garmoga se disgregó revelando que en su interior volaba un Dhar Komai verde, de unos cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco metros de envergadura. De momento aún no tenemos datos de si hay algún... piloto", explicó el técnico resistiéndose a usar el término Rider, "Las últimas lecturas indicaban que tanto el nuevo Dhar como Solarys con Rider Red se habían precipitado a la superficie de Pealea, a un archipiélago de islas volcánicas de formación reciente."

Bueno, hola tempestades de los vientos sembrados, pensó Ziras.

"¡Teniente Heynmas!", ladró. Un humano de mediana edad que había estado situado unos metros atrás, coordinando un equipo de monitorización de tropas, dio un paso al frente.

"¿Señor?"

"Se queda al mando de la supervisión hasta nuevo aviso, yo tengo que ir a tratar ciertos asuntos con el Mando. Asegúrese de que los palurdos de la capital se pongan las pilas de una vez."

"¡Si, señor!"

Heynmas no era muy imaginativo, pero tenía la capacidad suficiente para asegurar apoyo a los Riders, al menos en Camlos Tor. Lo de Pealea era otra historia.

Cuando Ziras salió de la sala, al pie de la puerta en el pasillo se encontraba la doctora Iria Vargas. La saludó con un gesto de la cabeza al tiempo que ella comenzó a seguirle.

"¿Cuánto ha oído de esa jaula de grillos, doctora?", preguntó Ziras.

"Lo suficiente para solicitar un permiso de atención de emergencia, señor", dijo Iria, "En caso de que los Riders precisen de asistencia médica y no sea plausible un traslado a tiempo a nuestras instalaciones, es mi deber acudir a ellos."

"Ahórrese las justificaciones normativas, doctora, sus intenciones son transparentes", replicó Ziras, no sin cierta simpatía, "Vaya junto a ella y ayúdela en lo que pueda ¿Irá con su equipo?"

"El resto de mi escuadrón médico se dispone a partir a Camlos Tor", respondió la joven atliana, "Esperaba obtener su permiso para acudir a Pealea con los... viejos prototipos."

"¿Los troopers del doctor Janperson?", preguntó Ziras, "Si está segura de que esos viejos cacharros pueden echar una mano, allá usted."

"Son más que aptos para cubrirme las espaldas frente a posibles drones garmoga. Y cualquier cosa que me permita centrarme en ayudar a Alma sin tener que preocuparme de una puñalada por la espalda es bienvenida."

"Bueno, tiene mi permiso. Espero no tener que cubrirle las espaldas burocráticamente también. La última vez que se intentó usar a esas latas andantes como refuerzo para los Riders terminamos con el triple de daños colaterales."

 

******

 

Camlos Tor. Los Jardines de Concordia eran un hervidero de drones garmoga que poco a poco estaba siendo purgado.

Y a pesar de ello, Antos Aster no podía sentir satisfacción ante un trabajo bien hecho. Lo que habría querido más que nada es unirse a Armyos y Athea cuando se trasladaron al otro extremo de la Pirámide Senatorial para prestar auxilio a Avra.

Siempre había tenido sus roces con su hermana pequeña, pero también era con la que pasaba más tiempo y la idea de que necesitase ayuda y él no poder acudir le dejaba un mal sabor de boca.

Pero alguien tenía que quedarse para minimizar el número de drones y centuriones garmoga. Y en cuanto Adavante hubiese despejado el área en torno al portal lo suficiente, Antos debía llevar a cabo el procedimiento que habían entrenado para poder cerrarlo sin una detonación de destrucción extrema en su lado.

Una de esas cosas más sencillas de describir que de realizar. Aunque en cierto modo, eso representaba en gran medida todas sus vidas.

El Rider Purple no dejó que sus pensamientos y descontento frenasen su efectividad, por supuesto. Su lanza había sido un baile continuo de enemigos ensartados, descargas de energía y réplicas arrojadas contra los drones de mayor tamaño, todo ello combinado con el uso de sus piernas y puños.

Más que pelear, Antos parecía estar sumido en una danza constante. Cada movimiento enlazaba con el siguiente de forma natural y orgánica, no había un paso en falso ni un movimiento malgastado. Cada golpe contaba, cada finta tenía un propósito.

Con los Dhars de sus hermanos manteniendo el área externa controlada y Adavante tornando el corazón de lo que unas horas antes había sido uno de los jardines y parques más hermosos del planeta en un mar de llamas púrpuras y rosáceas, Antos pudo ver por fin una oportunidad. El número de drones y centuriones se había minimizado lo suficiente y no parecía que salieran a mayor ritmo del portal.

Es ahora o nunca, pensó, Y cuanto antes cierre esa cosa, antes podré ir a ayudar a los demás.

La energía envolvió el cuerpo de Antos. Volutas de poder que asemejaban vapor púrpura y descargas eléctricas del mismo color. Una última llamarada de Adavante lo rodeó con un escudo de fuego que alejó a los garmoga de su posición inmediata, dándole unos preciosos segundos extra.

Antos saltó hacia adelante, en dirección al portal, atravesando las llamas. Con su mano izquierda, sosteniendo su lanza Gebolga, trazó un arco frente a sí que se vio atravesado por una descarga de plasma emitida por la lanza que terminó de diezmar a los garmoga que se interponían en su camino. Su mano derecha concentraba la energía generada, que en un instante se depositó en la palma de su mano, flotando como una esfera de poder puro.

Con el resplandor verde del portal a pocos metros delante de él, Antos Aster se dispuso a arrojar la bola de energía a través de aquel desgarro en el espacio para que su detonación en el otro extremo lo cerrase.

No pudo hacerlo.

En cuestión de milésimas de segundo pudo ver en su periferia algo dorado descendiendo desde el cielo a gran velocidad y embistiéndolo. Antos salió despedido, cayendo al suelo a metros de distancia. Su concentración rota. La esfera de energía en su mano se disipó con una descarga que lo dejó más aturdido que el golpe que acababa de recibir.

Frente al intacto portal garmoga, Golga se alzó como un guardián silencioso. Casi podría decirse que el centurión dorado emanaba un aire de satisfacción.

Instantes demasiado tarde, Armyos y Athea aparecieron tras él.

 

******

 

Armyos Aster era el conciliador del grupo. Tranquilo, afable y paciente. Athea Aster podía contar con los dedos de una mano las ocasiones en que su hermano Armyos había estado realmente furioso.

La actual era una de dichas ocasiones.

Poco antes de llegar a la posición Norte para auxiliar a Avra hubo un breve debate sobre si llamar a los Dhar Komai, pero consideraron que era más pragmático que continuaran su labor de control del perímetro. Una cuestión de puro pragmatismo.

El pragmatismo había abandonado los pensamientos de Armyos tras ver el estado de Avra. El Rider Orange saltó de forma directa contra el autoproclamado Golga, un centurión garmoga dorado. Su mera existencia suponía la puesta en marcha de miles de señales de alarma en la cabeza de Athea.

El martillo de Armyos trazó un arco de descenso en el aire. El material acristalado y anaranjado del que estaba conformado, energía pura solidificada, chisporroteaba con electricidad apenas contenida. Armyos golpeó con todas sus fuerzas con la intención de aplastar a su dorado oponente.

Golga no se movió hasta el último segundo. Plantó los pies en el suelo y se inclinó hacia adelante alzando su brazo derecho. Con su mano, detuvo el impacto del martillo sujetándolo con firmeza. Tras él, la onda expansiva de aire y energía descargada dañó edificios y a drones garmoga que revoloteaban cerca, pero Golga no pareció aquejar el impacto más allá de una obvia tensión muscular en su brazo.

"Buen golpe. Sólido", dijo. Y tiró del martillo atrayendo a Armyos hacia él para propinarle un gancho de izquierda. 

El Rider Orange cayó hacia atrás. Sus dedos se deslizaron de la empuñadura de su arma y el martillo de deshizo en esquirlas anaranjadas que se disolvieron tras flotar unos instantes en el aire.

Golga avanzó, dispuesto a continuar su ataque, cuando de nuevo una oleada de flechas negras se clavó en distintos puntos de su torso y extremidades, frenándolo en seco.

Desde su posición, al pie de una Avra que comenzaba a recuperarse de su aturdimiento, Athea Aster observó como su oponente recibía una veintena de proyectiles de energía de su arco sin inmutarse.

Aparentemente.

Athea pudo verlo. Era sutil, pero estaba ahí. El centurión dorado aparentaba no sufrir daño alguno ante sus ataques, o al menos un daño tan nimio que no lo registraba como tal. Pero esa no era la realidad en absoluto.

La actitud del garmoga dorado no era sino otra forma de combate, más psicológica. Proyectar una imagen de invencibilidad, aparentar ser imparable e incapaz de sufrir daño. El impacto sobre el oponente era obvio, un desgaste constante derivado de un creciente sentimiento de futilidad al constatar que cualquier ataque que lanzase sobre Golga no surtiría efecto. ¿Para qué seguir peleando si no servía de nada?

Pero Golga si notaba los golpes. Athea pudo percibir cómo sus flechas lo dañaban. Era algo infinitesimal pero acumulativo. Sus movimientos eran ligeramente más lentos, su capacidad de reacción se veía afectada. Simplemente, tenía un umbral de resistencia altísimo, mayor que del de ningún otro enemigo al que Athea o cualquiera de sus hermanos y hermanas hubiese hecho frente.

Pero estaba segura de que no era invencible. Se trataría de una cuestión de desgaste y resistencia, pero Golga podía ser vencido.

Con ese aguante puede que necesite un millón de flechas para causarle daños serios, pensó, Sea pues, serán dos millones.

Pero antes de que pudiese disparar una nueva oleada de flechas y antes de que un repuesto Armyos pudiera contraatacar tras materializar de nuevo su arma, Golga se paró en seco, como escuchando un sonido que sólo él pudiese oír.

Y saltó. Un salto prodigioso, casi como si hubiese emprendido el vuelo, que lo elevó por encima de la pirámide en dirección al sur.

Antos, pensó Athea, Va a por Antos.

Athea notó una mano sobre su hombro. Se volvió y pudo ver a Avra, con su casco a medio formar cubriendo la mitad de su rostro.

"Id a por él."

 

******

 

Cuando Antos Aster pudo centrarse de nuevo tras el impacto recibido, lo primero que vio fue algo justo delante del portal que parecía un centurión garmoga de piel dorada, cubierto por flechas negras como un alfiletero viviente y esquivando golpes del martillo de Armyos como si jugase con él.

"Pareces furioso, Rider Orange. Eso te descentra, te hace lento y torpe", dijo la criatura.

Ah, genial, si hasta habla, pensó Antos, aún intentando asimilar la situación.

Levantándose, Antos materializó su lanza en sus manos y la arrojó contra el centurión dorado. El ser se volvió y con un único movimiento tomó la lanza con su mano y procedió a usar el impulso de esta para con un giro embestirla contra otra acometida de Armyos, parando en seco de nuevo al Rider Orange.

La lanza se deshizo para volver a formarse de nuevo en manos de Antos. Viendo que aquello no iba a funcionar de una forma, decidió probar algo distinto.

Adavante descendió sobre la zona, descargando un río de fuego púrpura.

"Esto no valió de nada cuando lo intentó la lagartija azul", dijo Golga, "¿Qué os hace pensar que funcionará ahora?"

El centurión dorado extendió su brazo izquierdo. Su cuerpo hasta aquel momento no había hecho gala de las habilidades cambiaformas y mutables de otros garmoga, pero eso cambió cuando su puño izquierdo se fundió y alargó convirtiéndose en un filo. Este se extendió a lo alto, como una fina aguja justo cuando Adavante pasaba sobre él.

Se clavó en la membrana de una de las alas del Dhar y el mero movimiento de éste al desplazarse causó que el corte fuese profundo. Adavante rugió de dolor y descendió de lleno estrellándose contra los escudos de la pirámide.

Antos cayó de rodillas llevándose una mano al costado. Sintió el dolor de su Dhar Komai como si fuese propio.

Por su parte, Golga se mantuvo de pie rodeado por las llamas, con los brazos abiertos como invitando a un nuevo ataque. Una provocación burlona, cargada de superioridad.

La respuesta fue un grito de rabia jubilosa que parecía resonar como venido del abismo.

Golga comenzó a girarse, pero supo inmediatamente que no le daría tiempo. La explosión de aire a su espalda fue el preludio de la descarga de energía cegadora seguida del golpe que impactó de lleno en su rostro como un asteroide sobre la superficie de un planeta.

La fuerza fue tal que Golga pudo sentir el puño de su oponente clavándose en la carne de su rostro sin rasgos. De haber tenido una mandíbula inferior ésta habría sido arrancada de cuajo. De haber sido un ser de constitución más débil, habría sido toda su cabeza, decapitada por un único golpe. Puede que incluso parte de su torso.

Por fortuna para el centurión dorado, su resistencia fue la suficiente para que el impacto solo lo arrojase al suelo a varias decenas de metros de distancia.

Sus reflejos fueron rápidos, y Golga comenzó a incorporarse apenas había tocado la calcinada superficie de los Jardines. Pero resultó llamativo que se quedase unos instantes de rodillas antes de levantarse del todo, llevándose la mano a su mentón en un gesto de dolor extrañamente humano.

En el lugar donde Golga se había alzado antes, entre los restos de las llamas de Adavante y envuelta en un aura de energía azul que no cesaba de moverse como un torbellino en torno a su cuerpo, se encontraba Avra Aster.

Su armadura seguía ensuciada por los escombros, los negruzcos fluidos de garmoga aniquilados y restos de su propia sangre, pero su casco se había reformado por completo, cubriendo de nuevo su rostro. La Rider Blue entrechocó sus puños y una pequeña descarga de electricidad azulada fue emitida por el impacto.

"Eh, hijo de la innombrable de Shadizar", exclamó, "Es hora del segundo asalto."

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