miércoles, 26 de mayo de 2021

020 MUNDANO

 

Alma y el Director Ziras llegaron a la sede de los Rider Corps justo cuando el lugar se hallaba inmerso en el frenesí de actividad previo al horario de comidas. Trabajadores de todos los campos apuraban sus labores para dejar la máxima cantidad de tareas listas antes de tomarse un descanso temporal en su jornada.

Era un hábito que parecía común a casi todas las razas de la galaxia. Había algo casi reconfortante en aquel pensamiento, o al menos eso pensaba Alma Aster.

Alma se despidió del director con un gesto de la mano cuando éste tomó el ascensor a los niveles superiores, donde sin duda aún le esperaba una amplia sesión de revisión de informes y charlas con el Mando de los Corps. La Rider Red, por su parte, se dirigió al Complejo Residencial.

Se cruzó con algunos de los guardias y técnicos, devolviendo saludos. La avergonzaba admitir que cada vez más le costaba tener presentes los nombres de muchos miembros del personal. Cada año parecía que se movían más rápido, entrando y abandonando sus puestos, siendo sus presencias un mero instante. Era por eso por lo que intentaba atesorar lo máximo posible los pocos momentos que podía conseguir con Iria.

Tuvo que resistir la tentación de dar un rodeo hasta la zona sanitaria para verla, pero sabía que a estas horas estaría inmersa en algún trabajo de última hora, o repasando notas de las últimas revisiones médicas o quizá elaborando nuevos tratamientos. Pese a su juventud, Iria Vargas siempre se había tomado muy en serio su papel como principal asistente médica para los Rider Corps y no dejaba pasar ninguna oportunidad de mejorar.

Puede que Alma y los demás Riders en la práctica no precisasen de tanto auxilio en lo referente a su salud (una de las muchas ventajas de tener tu alma unida a una energía taumatúrgica ligada a todas las formas de vida de la galaxia), pero algunos hallazgos de la novia de Rider Red habían contribuido sin duda a salvar más de una vez el pellejo de algunos de los soldados de los Riders Corps que en ocasiones se les unían como auxiliares en purgas contra los garmoga, o de otros miembros de las tropas y flotas del Concilio, civiles evacuados, etc.

Alma estaba segura de que si no fuese por algunas redes burocráticas que impedían que Iria publicase muchos de sus trabajos por cuestiones de seguridad, la joven doctora seguramente tendría un puesto de honra en la historia de la medicina galáctica.

Dicho sea, hemos de tener presente que Alma Aster no era del todo imparcial en lo referente a Iria Vargas.

Buscando alejar sus pensamientos momentáneamente de la doctora atliana antes de que diesen un giro a derroteros más distractivos o inapropiados, Alma descendió hasta la cantina-comedor del Complejo Residencial.

Era una gran área semicubierta conectada al patio interior. Parte del techo era extensible para protegerse de los elementos si era necesario, pero retirable los días de buen tiempo para disfrutar de la luz natural. Junto a los accesos a las cocinas se encontraban las zonas de autoservicio con multitud de alimentos organizados por tipo de plato, grupo alimenticio y grupo proteínico apropiado para las distintas especies que allí se reunían. 

Después de todo, no todos los trabajadores de los Rider Corps eran humanos, y las dietas de la galaxia eran tan variadas como sus habitantes.

A aquella hora ya comenzaban a formarse ordenadas colas de soldados, guardas, técnicos y otros miembros de los laboratorios y el personal buscando sustento, repartiéndose luego por la multitud de mesas que cubrían la gran estancia.

En una de dichas mesas, cerca de la zona del patio, Alma pudo ver a los demás Riders. Al menos a tres de ellos.

Avra estaba dando buena cuenta de diversas fuentes de algo semicrudo que parecía tener tentáculos al tiempo que hacía aspavientos mientras comentaba algo a viva voz. Armyos atendía educadamente, asintiendo como respuesta mientras absorbía una fuente de ramen. Antos por su parte era el único sin comida sólida, contentándose con ingerir al menos media docena de batidos energéticos.

Sigh, tendría que hablar de eso con él algún día, se dijo Alma, Pero con nuestros metabolismos es una batalla perdida.

Los estudios nutricionales centrados en los Riders habían sido... inconcluyentes. Se había postulado que no era necesario para ninguno de los cinco Aster el consumir alimentos de ningún tipo, limitándose su nutrición a la hidratación. Teóricamente sus cuerpos absorbían energía y radiación ambiental y solar que mantenía sus células cargadas.

Pero los Riders sentían hambre, y diversas pruebas habían apuntado a una mejoría en sus tiempos de respuesta y rendimiento general si se mantenía una carga calórica diaria por encima de 4000 Kcal.

La opinión general es que se trataba de algún resquicio psicosomático de sus organismos pre-tratamiento, pero otros creían que la absorción de energía externa era solo un complemento para equilibrar un metabolismo acelerado. Una suerte de salvaguarda en previsión de largos períodos de ayuno.

Al margen de eso, podían comer casi cualquier cosa, por insalubre que resultase. Sus cuerpos daban buena cuenta de todo: cada recurso y contenido de los alimentos ingeridos era procesado con tal nivel de optimización que hasta el más nefasto alimento industrial podría resultarles de provecho.

Incluso sin los niveles de ejercicio insanos con los que se forzaban a sí mismos, ningún Rider sufriría jamás problemas de salud derivados de su dieta. Por ello, el que Antos decidiese considerar un montón de batidos de chocolate como una alternativa válida para la hora de comer no era algo que se le pudiese reprochar.

Por eso cuando Alma se sentó a la mesa junto a ellos mirándolo de forma inquisitiva, él se limitó a encogerse de hombros mientras absorbía el líquido ruidosamente con una pajita.

"¿No tomas nada Alma?", preguntó Armyos.

"No tengo hambre",  respondió Alma, llevándose una mano a la sien, "Dioses, nunca me acostumbraré a tener que estar delante de un montón de senadores."

"Mejor tú que nosotros", dijo Antos. Ante la mirada ligeramente irritada de su hermana mayor, procedió a explicarse mejor, "Quiero decir, puede que no tengamos el problema que tú tienes con hablar en público, pero ¿nos imaginas a Avra o a mi intentando presentar un informe así en plan formal delante de un grupo de políticos?"

"Sería un desastre", dijo Alma.

"La hecatombe", añadió Armyos.

"Como un contenedor de cieno", continuó ella.

"Si, del bien tóxico, y con el cierre de seguridad corroído", prosiguió Armyos.

"Ja ja ja, hilarante, ya os vale", replicó Antos, volviendo a su bebida.

Avra tomó con sus manos algo de su plato. Se trataba de una pequeña criaturita rosada con tentáculos similar a un cruce entre una estrella de mar y un pulpo, retorciéndose lastimosamente.

"¿Seguro que no tienes hambre, Alma? Puedo compartir alguno de estos eukaryos, están frescos."

"Avra. Eso no está fresco. Ese bicho está vivo."

"Se los he pedido así a los de la cocina. Es más divertido comerlos cuando se te agarran a la lengua ¡Y pican!"

"Ya...", dijo Armyos, "Porque están cargaditos de neurotoxinas si no se cocinan de la forma apropiada. Una persona normal ya estaría en el suelo echando espumarajos por la boca."

Antos sonrió, "¿A que lo mío con los batidos ya no parece tan malo en comparación, eh?"

Alma reprimió el impulso doble de llevarse una mano a la frente o asestar un palmetazo a la nuca de su hermano pequeño, "No me hagas hablar... si tuviese hambre me la habríais quitado."

"Oh, venga, no está tan mal", dijo Avra, "Sobre todo empapados en esta salsita verde que traen."

"Avra", dijo Armyos.

"¿Si?"

"Esa es su sangre."

Avra dejó de masticar un momento y se quedó mirando a su hermano. De la comisura izquierda de sus labios un pequeño tentáculo rosado asomaba retorciéndose, como pidiendo auxilio. La Rider Blue se limitó a encogerse de hombros.

"Pues está de vicio", dijo.

Antos intentó no reír para evitar que se le escapase el batido por la nariz. Armyos se limitó a sacudir la cabeza y centrarse de nuevo en sus fideos. Alma gruñó y dejó caer su frente sobre la mesa, justo antes de que una pregunta cruzase su mente.

"Por cierto ¿dónde está Athea?"

Antos vació ruidosamente el último recipiente de batido antes de responder, "Salió hace rato. Dijo que iba al centro de la ciudad a revisar algo."

"¿El qué?"

"Ni idea, ya sabes como es a veces. Nunca nos cuenta nada hasta que considera que es necesario o hasta después de que ya haya pasado lo que quiera que fuese."

"La verdad es que estos dos días tras la misión en Calethea 2 ha estado muy callada", dijo Armyos.

"Es solo Athea, siempre está callada", dijo Avra.

"Quiero decir que más callada de lo habitual", aclaró Armyos, "Como cuando se centra mucho en algo. Puede que lo del portal la haya afectado más de lo que deja entrever, pero tampoco quiero saltar a conclusiones."

"Si fuese algo así nos lo habría dicho", replicó Antos, "No, esto es seguramente alguno de sus proyectos personales."

Alma asintió, pensativa. De sus familia Athea siempre había sido la más inquisitiva y la dada a mantener las distancias. 

De todas formas, se permitió el lujo de relajarse. No era la primera vez que la Rider Black se tomaba un tiempo para sí misma al margen de todos los demás, y si se trataba de algo genuinamente importante Alma sabía que su hermana acudiría a ellos en cuanto los necesitase.

 

******


Aquel barrio debía ser la quintaesencia de los barrios residenciales. Era agradable, con abundantes zonas verdes, casas modulares amplias con jardines y patios traseros arbolados. Situado al pie de los grandes rascacielos que recortaban el horizonte de la capital, resultaba insultantemente idílico.

Athea Aster se sentía terriblemente fuera de lugar allí, aún estando de relativo incognito.

Así era como llamaba a llevar un abrigo con capucha, el pelo recogido en una coleta y unas oscuras gafas rojizas ocultando sus brillantes ojos verdes.

La visita a la terminal de datos en una de las bibliotecas había sido exitosa y no tardó en localizar la dirección pública de residencia de Mantho Oth. Una casa familiar agradable donde, según el registro, residía con su marido y sus hijos adoptivos.

Una casa con niños debería parecer más viva de lo que aparentaba aquella ahora mismo. Ningún sonido, ningún atisbo de movimiento, los paneles cubre-ventanas extendidos...

En el mejor de los casos se han ido de vacaciones, pensó, Pero en el peor...

Athea Aster tomó aire y sacudió la cabeza para centrarse. Avanzó con paso firme hasta situarse frente a la puerta principal de la casa. Decidió pecar de optimista y optó por intentar llamar a la puerta antes de determinar si tendría que hacer algo más drástico.

Su dedo estaba a menos de un centímetro del sensor del timbre cuando sintió una presencia acercándose por su espalda.

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