martes, 18 de mayo de 2021

018 OBJETOS DE PEQUEÑO TAMAÑO

 

El operativo empuñó su arma y disparó, reventando la cerradura. 

La puerta era de plastiacero estándar, de sorprendente buena calidad para aquellos apartamentos baratos en una de las zonas más pobres de la capital de Occtei, y la cerradura tenía un cuádruple cierre con refuerzos electrónicos. Una seguridad más que decente. 

Pero nada de eso era obstáculo para un disparo a bocajarro de un proyectil de titanio acelerado de su nuevo MM-4 FR Rockatansky, con doble refuerzo en el cañón, mira avanzada y empuñadura ergonómica con compensadores para el retroceso. La cumbre de las armas de proyectiles de la empresa armamentística ExoMG, en su humilde opinión, y mucho más fiable que esas meapilas de disparos de proyección energética que estaban poniéndose de moda por la galaxia, con sus chorradas de "modos para aturdir" y demás...

Si le dijesen que tenía una fijación algo obsesiva con la idea, y con su rifle en particular, se limitaría a sonreír y encogerse de hombros. No, no. Para el operativo Jenkins una buena arma tenía que hacer pedazos al objetivo, fuese lo que fuese.

Como aquella cerradura en aquel momento. La cual, junto con la maltrecha puerta, ya no era obstáculo para una buena patada que la abriera de golpe, empuñar de nuevo su arma no sin cierta anticipación al entrar en busca de su objetivo, y recibir una cafetera llena de líquido ardiente que pudo sentir en toda la cara a pesar de su casco.

Eso último no era parte del plan.

 

******

 

Meredith Alcaudón reaccionó con una velocidad de reflejos que sus antepasados habrían atribuido como algo más propio de una máquina, incapaces de entender lo que las mejoras en medicina habían hecho a las sinapsis humanas durante siglos de exilio en las naves que los llevaron de una galaxia a otra.

En las décimas de segundo desde el estallido inicial hasta la apertura de su puerta, Meredith se posicionó tomando la cafetera y arrojándola con todas sus fuerzas hacia la entrada sin molestarse en mirar siquiera, confiando en su conocimiento íntimo de la distribución del espacio de la vivienda.

El ruido del impacto y el quejido del intruso fueron el único informe de su éxito al tiempo que saltaba hacia adelante con su mano derecha extendida. Un pulso telequinético arrojó la micro-memoria del ordenador directa a su mano. Meredith cayó al suelo con una voltereta, situándose a cubierto detrás del sofá con una agilidad que no muchos esperarían de alguien con su físico.

 

******


"¡Me cago en la puta!"

El operativo Jenkins gritó sorprendido frotándose el rostro. El visor había impedido un daño serio a sus ojos, pero esquirlas de cristal habían arañado la zona al descubierto que el casco dejaba de su boca y mentón, y el líquido ardiente tampoco ayudaba.

¿Qué demonios bebía aquella mujer? ¿Magma?

Frustrado y furioso y viendo a su objetivo moverse, Jenkins abrió fuego hacia el sofá, acribillándolo con una ráfaga de proyectiles. Solo paró al sentir la tenaza de una mano en su hombro.

"Tranquilo, imbécil."

La voz de su compañero sonó calmada, pero Jenkins tragó saliva al reconocer el tono de enfado contenido del operativo Otomo.

El segundo operativo se adelantó, entrando en el apartamento. Vestía el mismo equipo que su compañero. Casco con visor, chaleco con blindaje corporal. 

Echó una ojeada rápida al salón-comedor, a la computadora, al sofá destrozado...

"Quédate aquí cubriendo la salida", dijo Otomo.

"Pero..."

"No la cagues más de lo que la has cagado."

Jenkins frunció el ceño, pero obedeció. Habían trabajado juntos en encargos varías veces a pesar de sus diferencias, y solían complementarse bien, pero Jenkins sabía que en ocasiones Otomo podría ponerle un disparo en la nuca sin problema alguno si se irritaba demasiado, y su expresión nunca dejaría de ser de fría profesionalidad.

Otomo caminó con cuidado, empuñando su arma, una más discreta pistola individual con capacidad reforzada en su potencia de tiro. Sus pasos eran lentos, firmes y silenciosos, nunca dejando de apuntar hacia el sofá. Con un último movimiento se situó al pie del mismo con una vista clara de su parte posterior.

No había rastro de Meredith Alcaudón. Pero pudo apreciar una diferencia muy leve en la coloración de algunas de las placas del suelo.

Suelo falso, pensó, Dada la configuración de estos apartamentos es dudoso que se trate de un conducto de huída directo. Posible habitación del pánico, pero me extrañaría. Lo más seguro que solo sea medio de acceso a otro punto del apartamento. Dormitorio, armario o baño. O algún habitáculo menor de refugio. En ese caso...

"Señorita Alcaudón, sé que puede oírme."

La única respuesta fue el silencio.

"No es la primera vez que afrontamos situaciones así, señorita Alcaudón", dijo Otomo, "Su único acceso ahora mismo es la puerta que cubre mi compañero. Ninguna de sus otras habitaciones dan al exterior del bloque y los conductos de ventilación son demasiado pequeños. Y cualquier rincón en que se haya escondido... es una mera cuestión de tiempo que lo encuentre."

"Joder, te conoces bien el oficio."

La voz de Meredith resonó por todo el edificio, como si proviniese de distintos puntos. En la puerta, Jenkins se removió nervioso.

"¿Qué coj...?"

"Ah, un disgregador de sonido para no poder localizarla por la voz", dijo Otomo, quién continuó avanzando hacia el fondo del salón, donde se encontraba la puerta de acceso al pasillo. Tras cruzarla vio a su izquierda otra puerta, vieja, de simple madera. Disparó varias veces a través de la misma antes de abrirla.

El interior era un armario trastero que parecía hacer las veces de archivo, lleno de cajas con papeles, libros y cuadernillos. Aparte de eso y las marcas de sus recientes disparos no había allí el menor rastro de su objetivo.

"Vamos hombre, tampoco va a ser algo tan obvio como el armario", dijo Meredith.

Otomo casi sonrió.

"Es agradable encontrar alguien con un sano aprecio por el juego del gato y el ratón, aunque ese alguien sea quien va a recibir una bala en la frente."

"Bueno, llevaba una temporada bastante tranquila y hacía tiempo que no tenía una buena sesión mano a mano, para entendernos."

Desde la puerta, un aún irritado Jenkins respondió a la voz de Meredith, "¿Es que esto te parece un juego? ¡Te vamos a matar, pedazo de mierda!"

"Jenkins, serénate", replicó Otomo, "Pero mi compañero tiene cierta razón, señorita Alcaudón, se está tomando esto con mucha ligereza."

"¿Querríais que suplicase por mi vida?"

"Es algo que me parecería delicioso, señorita Alcaudón. Hace más dulce el trabajo."

"Ah, genial. Eres uno de esos."

"Todos debemos buscar el disfrute en nuestras vida laborales", respondió Otomo al tiempo que giraba la esquina del pasillo llegando a la puerta del único dormitorio, "Aunque confieso que me esperaba algo distinto de usted. No miedo, claro. Pero algo distinto..."

"¿Ah, sí?"

"Asumo que pese a lo fugaz de nuestra entrada o quizá desde donde esté escondida haya podido dar un vistazo a nuestro equipamiento."

"Si no me equivoco sois de los operativos, asesinos a sueldo, pero vais más preparados para lo que parece una operación paramilitar que un asesinato. Blindaje corporal, armamento de gran calibre... ¿Intentando compensar por algo?"

"Tiene usted una reputación, señorita Alcaudón. No una reputación clara, pero hay suficiente gente en los círculos apropiados que parece tenerle miedo. Nos esperábamos tener que hacer frente a un tiroteo, aún pillándola por sorpresa. Quizá verla usar sus habilidades de tecnomaga con armamento automático instalado en su vivienda..."

"No tengo de esas mierdas, son caras de narices, no hay sitio para la instalación, y no me gustan", interrumpió Meredith.

"Entenderá pues que me sienta algo decepcionado", Otomo entró el dormitorio, también aparentemente vacío. Solo quedaba el baño. Si no la encontraban tendría que proceder a desmantelar las paredes, algo que podía ser trabajoso e irritante.

"Si, hija de puta", intercedió Jenkins, "Nos habían vendido que eras una zorra peligrosa, con tu magia, pero de momento estás siendo como cualquier otra rata que se asusta y se esconde."

"Bueno, soy peligrosa. No suelo usar armas. Como ya he dicho, no me gustan. Prefiero los puños, algún truquito de sabotaje, o mi telequinesis."

"Su telequinesis es una grado 1, señorita Alcaudón. Nos hemos informado", dijo Otomo.

"Si mierdecilla", rió Jenkins, "Con esa mierda de nivel solo puedes mover objetos pequeños, nada más grande que una jodida tazaanglshn... ¿¡Nngh!? ¡UM ABEZGLNNN!"

Jenkins comenzó a chillar. Otomo notó el pánico en su voz. Estaba intentando decir algo, gritar, pero parecía incapaz de vocalizar una sola palabra con un mínimo de sentido. Solo quejidos guturales y rotos salían de su garganta.

Otomo corrió de vuelta al salón-comedor. Jenkins aún estaba de pie frente a la puerta, apoyado en la pared. Su arma en el suelo y la mano derecha sobre su cabeza. La postura de su cuerpo estaba inclinada, como si su brazo y pierna izquierdos fuesen pesos muertos sin sensibilidad. Sus ojos llorosos estaban muy abiertos por el pánico, y sangre de un rojo oscuro caía de su nariz como un torrente carmesí que manchaba sus labios y boca.

"Cierto, solo puedo mover objetos de pequeño tamaño", dijo la voz disgregada de Meredith Alcaudón. Sin ningún atisbo del humor nervioso o asustadizo de hace unos instantes. Solo concentración, implacable.

"Eso incluye tazas, canicas, en ocasiones poder desviar proyectiles..."

Jenkins dejó de gritar y cayó sobre sus rodillas antes de estrellarse de frente contra el suelo con un ruido sordo, salpicando de sangre el punto de impacto de su rostro contra la superficie. Su pierna derecha temblaba ligeramente, de forma espasmódica.

"... o poder dar pellizcos a las arterias y venas de vuestro cerebro. Pellizcos bien fuertes. Espero que tu amigo haya disfrutado el infarto cerebral."

Otomo estaba furioso. También asustado, pero jamás lo admitiría.

"Señorita Alcaudón...", comenzó a decir, pero la voz de Meredith le interrumpió. Su voz, resonando por todo el apartamento como un fantasma incorpóreo.

"Chssst... Me has dado la impresión de ser algo más despierto que tu compañero, señorito operativo, así que te has ganado el privilegio de responder a unas pocas preguntas y no terminar como un vegetal inmóvil al que solo le queda cagarse encima antes de morir."

"¡No pienso respondAAAAAAAAAAAARGH!"

Otomo soltó su arma y se llevó las manos a la cabeza, al tiempo que caía de rodillas.

Solo veía rojo y sentía dolor, un dolor intenso como si una zarpa hubiese agarrado sus ojos y apretado. Se sacó su casco, dejando su rostro al aire. Sus ojos eran ahora masas aplastadas e informes cayendo de sus cuencas vacías, chorreando sangre y un fluido transparente que intentó taparse con las manos. El dolor era tan intenso que se sintió casi desvanecer, y sin darse cuenta ya estaba tumbado en el suelo, retorciéndose.

Por razones obvias no pudo ver como se abría el panel bajo la encimera de la cocina en la esquina del salón-comedor. Meredith Alcaudón emergió de la apertura, ilesa pero cubierta de suciedad y polvo, con una expresión de irritación en su rostro más propia de alguien a quien se le ha caído la tostada del desayuno que de alguien que acababa de hacer frente a dos asesinos a sueldo.

Meredith avanzó con calma, tomó la pistola a los pies de Otomo, y la descargó. El operativo se quedó quieto intentando reprimir sus quejidos y sollozos, buscando determinar la posición de la mujer.

"Si vas a intentar atacarme aún estando así, piénsatelo mejor", dijo ella.

Y antes de poder responder o hacer nada, Otomo exhaló un quejido de dolor y se encogió sobre sí mismo. Meredith continuó hablando, dejando caer la pistola y agachándose junto al operativo caído.

"Eso ha sido el equivalente telequinético a una patada en los testículos. Aún con lo de tus ojos, el umbral de dolor debería ser suficiente para notarlo."

Otomo no respondió. Simplemente no pudo. Meredith suspiró.

"Voy a esperar a que te repongas un poquito, lo justo para ver si esta vez estás dispuesto a hablar", dijo Meredith, "Y más te vale que lo estés, porque déjame decirte que arrancarte los cojones con un pensamiento no me resultará más difícil de lo que fue aplastarte los ojos."

El sonido que salió de Otomo no fue muy distinto del quejido lastimero de un animal pequeño y asustado.

"Así que por tu bien más te vale tener respuestas, señorito operativo."

No hay comentarios:

Publicar un comentario