Antos tuvo que contener el impulso de maldecir.
Toda el área urbana debía estar ya vacía de civiles, al menos en los recintos centrales. Los refugios subterráneos contactaban de forma directa con las áreas de evacuación de la periferia, las lanzaderas recogiendo a ciudadanos refugiados en posiciones de altura ya debían haber partido hace un buen rato...
... así que encontrarse a una lanzadera llena de ciudadanos sin despegar en la azotea de uno de los rascacielos que de puro milagro aún no había sido alcanzado por la quimera Vothua no era algo que el Rider Purple hubiese esperado.
Adavante, querido, hazme el favor de mantener entretenida a esa quimera
mientras me ocupo de esto.
El Dhar Komai rugió afirmativamente al tiempo que Antos emergía de la silla-modulo en su lomo.
Dos guardias de los cuerpos de evacuación se habían situado a los flancos de la pequeña nave, fusiles de disparo pesado en mano abatiendo a todo dron garmoga que se acercase, pero era obvio que el pánico y el agotamiento comenzaban a hacer mella. Cuando Antos descendió de un salto hasta su posición, uno de los guardias casi le disparó por puro reflejo.
"Guarda los disparos para los garmoga, amigo", dijo.
"¡R... Rider Purple!", exclamó el soldado, un ithunamoi que parecía estar cercano a la edad de retiro pero que ante el Rider se comportaba como un novato recién alistado, "¡Lo siento mucho, señor!"
Antos indicó que no pasaba nada con un gesto de la mano, "¿Cuál es el problema?", preguntó.
"El problema", dijo una voz desde el interior de la lanzadera, "es que estamos jodidos."
A través de la portezuela, desde la que se podía ver a parte de los aterrorizados pasajeros, emergió una muchacha phalkata vestida con un uniforme de piloto y luciendo en su cabeza el plumaje multicolor más vistoso que Antos hubiese visto jamás, apenas disimulado por su casco.
"La lanzadera recibió un impacto de una de esas cosas", explicó la piloto al tiempo que señalaba el cuerpo de un dron garmoga de tamaño medio, mutilado por cientos de disparos a unos pocos metros de distancia en la azotea, "Y eso ha jorobado la telemetría. Los motores están bien y técnicamente podemos volar y aterrizar, pero la computadora parece entrar en un bucle al realizar los cálculos para un despegue en vertical."
"Asumo que un reinicio de los sistemas no ha funcionado."
"No, ya lo he intentado dos veces. El problema está en los sensores, en el hardware. Si en vez de esta azotea estuviésemos en una pista intentaría un despegue con desplazamiento horizontal a la antigua. Podría intentar algo parecido moviendo este cacharro hasta el borde de la azotea y dejarnos caer tomando aceleración antes de remontar, pero... ¡Mierda!"
Antos se volvió al instante y vio el pequeño enjambre de drones garmoga que se abalanzaba sobre la azotea. En la distancia Adavante estaba enzarzado en combate con la quimera, lidiando con sus tentáculos.
"Todos al interior de la lanzadera", ordenó, "¡Ahora!"
"Pero señor..." comenzó uno de los dos guardias antes de ser silenciado con un gesto de Rider Purple, señalando a la portezuela.
"Adentro", dijo, al tiempo que con un destello de luz púrpura su lanza Gebolga se materializó en su mano derecha. El guardia obedeció sin rechistar.
Antos levantó su lanza y se concentró, dejando fluir la energía del Nexo a través de sí mismo y en el arma. Replicas semisólidas de Gebolga, constructos de luz, se materializaron en el aire alrededor de él. No podía generar un número tan monstruosamente grande como el que Athea conseguía con sus flechas, pero lo que había conseguido tendría que bastar para este momento.
Antos arrojó su lanza con todas sus fuerzas y al mismo tiempo las replicas de la misma salieron disparadas tras ella, como afiladas agujas de luz. Todas acertaron de lleno, llevándose a uno o dos drones por delante en cada impacto, aniquilando a la mayoría del enjambre. Los pocos drones garmoga que aún revoloteaban sin daños parecieron hacer gala de cierto instinto de supervivencia y se dispersaron.
Antos los observó al tiempo que Gebolga retornada a sus manos. El Rider Purple expandió sus sentidos todo lo posible para cerciorarse de que el área inmediata en torno a la azotea había sido asegurada.
Volviéndose, Antos dio unos golpecitos sobre el casco de la lanzadera. La portezuela se abrió y uno de los dos guardas, un humano, asomó la cabeza.
"Dile a la piloto que prepare los motores, yo os pondré en el aire."
Apenas se cerró la portezuela, Antos se agachó y tomó con sus manos la base de la pequeña nave. Respiró hondo y su cuerpo fue cubierto por un aura de luz púrpura que lentamente comenzó a extenderse alrededor de la lanzadera.
Esto le permitió levantarla sin que la estructura de la nave sufriese daños. Moviéndose con cuidado y procurando no inclinarla demasiado al tiempo que ignoraba las exclamaciones de miedo y sorpresa que llegaban desde el interior, Antos se situó justo bajo la nave cuyas dieciocho toneladas y doce metros de envergadura sostenía ahora sobre su cabeza con sus manos.
"Bien, preparados, listos..."
Un solitario centurión garmoga, saltando desde los bordes del edificio, se situó justo tras Antos y la lanzadera, con sus extremidades transformadas en afiladas cuchillas.
Llegas tarde, cabrón, pensó Antos.
Con un último grito el Rider Purple arrojó la lanzadera como si se tratase de su misma lanza. La aceleración supondría un pequeño shock para los pasajeros, pero no sufrirían daños, y con la piloto poniendo los motores en marcha y estabilizando el vuelo, la pequeña nave se elevó dispuesta a abandonar el planeta y reunirse con el resto de la flota de evacuación.
Más interesante fue el hecho de como en el mismo instante que la nave abandonó sus manos, el aura de energía en que Antos la había envuelto para minimizar daños estructurales se disipó de forma explosiva. El poder alcanzó de lleno al Rider Purple sin causarle el más mínimo perjuicio, ni siquiera moviéndolo del sitio.
El centurión garmoga que estaba ya a pocos centímetros dispuesto a atacar no tuvo tanta suerte. La ola de energía lo alcanzó de lleno bañando su cuerpo grisáceo en llamas púrpuras que comenzaron a consumir su carne biomecánica al tiempo que era arrojado de la azotea a las calles centenares de metros abajo.
La explosión de energía pareció llamar la atención de Vothua, la quimera garmoga. Esto resultó ser algo afortunado.
Hasta aquel momento, Adavante había estado lidiando con la bestia sin conseguir atinar un golpe definitivo. Los tres tentáculos del ser cefalopoide habían probado ser un problema más irritante de lo esperado para el dragón de escamas púrpuras.
Eran sin dudan sus principales armas, sobre todo al generar los haces de energía destructiva con los que había estado destruyendo la ciudad. Para neutralizar ese peligro Adavante había optado por lanzarse de lleno contra la quimera y forzarla a un combate cuerpo a cuerpo. Por desgracia para el Dhar, si bien en distancias cortas no tenía que preocuparse por las descargas de energía de la abominación garmoga, si tenía que hacerlo en lo referente a los tres tentáculos que intentaban inmovilizarlo y asfixiarlo a partes iguales.
Uno había conseguido enroscarse en torno a su cuello, dificultando la emisión de llamas o energía plasmática y limitando a Adavante a tener que hacer uso de sus garras y su cola para ir lacerando poco a poco la carne de Vothua. Pero aún cubierta de heridas y manando aquella sangre negruzca y alquitranada que parecían compartir todos los de su grotesca estirpe, la quimera mantenía firme su presa sobre el Dhar Komai.
El constante movimiento de Adavante era lo único que había impedido que Vothua atenazase aún más al Dhar, pero si éste no conseguía causar una herida profunda era cuestión de tiempo que las cosas se pusiesen un poco difíciles.
Ese fue el momento en que su Rider arrojó la lanzadera hacia los cielos, con una descarga de energía que atrajo la atención de la quimera, distrayéndola lo suficiente para que Adavante pudiese librarse del tentáculo en torno a su cuello con una sacudida, inhalar e inmediatamente cubrir a Vothua con llamas púrpura.
Pero no se quedó ahí. Haciendo caso omiso de los golpes y movimientos cada vez más erráticos de la quimera en llamas, Adavante continuó exhalando su ataque, aumentando cada vez más su temperatura hasta que el fuego se tornó en un flujo de plasma y energía concentradas cada vez más fino.
Con un último impulso, el aliento del Dhar convertido en un rayo solar sólido atravesó la parte frontal del cráneo de Vothua. La parte posterior de la gigantesca cabeza-cuerpo de la quimera garmoga estalló en un destello de energía púrpura, entrañas negruzcas y cableado humeante.
El ser no emitió ningún sonido al comenzar a caer, sus tentáculos tornándose inertes y dejando a Adavante totalmente libre.
El Dhar no rugió triunfante. Tornó su aliento de nuevo en llamas y lo redirigió al suelo. La superficie del centro urbano estaba cubierta por drones y centuriones garmoga, que de repente se vieron arrollados por una muerte fulgurante.
Posado sobre el cadáver de la quimera caída, Adavante cubrió las calles con un mar de fuego púrpura, limpiando la presencia garmoga del lugar. Antos observó desde la azotea en la que aún permanecía, luchando contra los centuriones garmoga que escalaban hasta su posición.
Buen trabajo, Adavante, pensó, y su mensaje llegó alto y claro a la mente del Dhar.
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