“Cifras”
La voz del Mariscal Akam resonó en el puente de mando de su fragata personal. A través de los paneles de visualización exterior, el túnel distorsionado y siempre cambiante del hiperespacio llenaba la estancia de fluctuantes tonos azules y dorados.
“Nuestro ETA para Occtei está fijado en 45 minutos.”
“¿Podemos mejorarlo?”
“No sin comprometer la integridad energética de la nave, señor.”
Algo que significaría llegar antes pero sacrificando la eficiencia de los escudos. Inaceptable si se disponían a entrar en combate con el mismo tipo de monstruosidad piramidal que había decimado al grueso de la flota en Avarra.
“¿Situación del resto de la flota del Concilio? ¿Oficial de comunicaciones?”
“Los almirantes Mossoar, Tar Grula y Calvin han movilizado un tercio de la flota restante. Vienen en camino, pero llegarán poco después de nosot…”
Un pitido insistente en la computadora lo interrumpió. El oficial de comunicaciones tomó nota de la señal, acompañada por una luz de alarma parpadeante en su holo-monitor.
“Disculpe señor mariscal, datos de emergencia. Transmisión directa de la red ZiZ y la INS Austilos, es… Oh, espíritus.”
“¿Oficial? ¿Qué es? ¿Qué ha sucedido?”
“Un enjambre garmoga en rumbo directo a Occtei. Las primeras estimaciones fijan una cifra de unos cinco millones de drones.”
Akam luchó contra el nudo que se formó en su estomago y la nausea que inundó sus sentidos. Era prácticamente el mismo número que en Pealea y aquello fue…
“Señor, hay más datos”, dijo el Oficial de Comunicaciones, “La INS Austilos cuenta con confirmación visual de la Rider renegada, Rider Green, y su Dhar Komai. Ambos volaban junto al enjambre…”
El Mariscal Akam cubrió sus ojos y suspiró, en un intento fútil de calmar los nervios. No valió de mucho, pero el darse cuenta de que nada podía cambiar el rumbo de las cosas le ofreció cierta fatalista tranquilidad. A aquellas alturas no podían hacer nada más que seguir adelante y confiar que el rumbo de la situación se tornase a su favor en algún momento…
Pero con los garmoga entrando en la ecuación, junto con la Rider renegada de la que nadie tenía ningún dato concreto… Era imposible predecir que podría ocurrir. Fuese lo que fuese, iba a ser algo que entraría en los registros históricos, si es que quedaban alguien vivo para recordarlo. Keket y sus esquirlas, los Riders y ahora los devoradores de la galaxia, todos en el mismo campo de batalla.
“Supongo que todo el mundo quería acudir a la fiesta”, musitó el joven mariscal, dejándose caer en su silla en el centro del puente de mando.
Se sintió muy viejo.
******
Desde el momento en que constataron que el contacto físico directo con las esquirlas no suponía un perjuicio para Shin, el ritmo del combate había cambiado totalmente. Con sus pros y sus contras.
¿Los pros? Eran obvios. Shin ya no estaba limitado a ataques a distancia basadas en la creación de explosiones de aire cortante, a un estado de huida y defensa constante… El guerrero eldrea podía optar ahora por lanzarse a la ofensiva de forma más decidida y directa. Puñetazos y sobre todo patadas alcanzaron los cuerpos cristalinos de las esquirlas, fracturándolos y fragmentándolos. En al menos una ocasión, podría decirse que uno de los enemigos fue volatilizado al recibir un doble golpe en su torso y la dispersión de energía del impacto no solo agujeró el pecho de la esquirla sino que hizo saltar sus miembros en pedazos en múltiples direcciones.
Si aquellas cosas tuviesen algo parecido a sangre, Shin ya estaría empapado en ella. El verde de su exoesqueleto blindado sería invisible.
¿Y los contras? Algo más sutiles, al menos al principio. Alicia pudo observar como la forma de operar de las esquirlas cambiaba ligeramente, confirmando lo que ella ya llevaba sospechando desde hace un tiempo. Que aquellas criaturas jugaban con sus presas, que las movía el sadismo… aun cuando docenas de ellas caían, parecía haber una corriente colectiva de superioridad en su forma de pensar. No les importaban los sacrificios de sus congéneres porque se sabían superiores en el todo y con una victoria garantizada gracias a su capacidad para asimilar organismos.
Eran, a efectos prácticos, una mente colmena de pura arrogancia. Sin duda, ese “Canto” sobre el que de cuando en cuando parloteaban con esas voces que sonaban como si las uñas de alguien arañasen una pizarra en el fondo de tu alma.
Esa actitud de arrogancia cambió cuando Shin les propinó, literalmente, unas cuantas bofetadas de realidad. Hubo como una suerte de corriente de… algo, a través de las esquirlas. Como si un pensamiento o una idea hubiese estallado y sido transmitido de una criatura de cristal a otra. De repente, sus ataques se intensificaron, se masificaron hasta el punto de que llegaban a estorbarse entre sí convertidos en una marabunta acristalada que intentaba arrojarse contra ellos.
Shin lo tenía algo más sencillo, pero incluso con su relativa inmunidad seguía siendo un combatiente contra una masa de oponentes con velocidad y reflejos que podían poner en aprieto a un Rider. Y si Shin comenzaba a tener problemas a la larga, las cosas no pintaban mucho mejor para Alicia Aster.
La bio-armadura Glaive seguía comportándose. Alicia estaba bastante segura de que el agotamiento que estaba notando era fruto de la actividad física constante de la última hora. Con bio-armadura o sin ella y con metabolismo mejorado o sin él, incluso para ella era un nivel de esfuerzo al que raramente estaba acostumbrada. El problema es que la nueva agresividad de las esquirlas también se estaba dirigiendo hacia ella y la Aster no estaba al mismo nivel de combate que Shin ni contaba con el lujo de poder permitir un contacto físico directo con las criaturas.
Shin debió percibirlo porque en los últimos diez minutos se había movido a su lado, básicamente ejerciendo de guardaespaldas. El guerrero eldrea se hacía cargo de cada oponente que se acercase mientras que Alicia había comenzado a discurrir como arrojar cuchillas a distancia generadas por la Glaive antes de atraerlas de vuelta hacia sí misma.
“Salta”, dijo, su voz cavernosa resonando por encima de la cacofonía del enemigo.
Alicia se volvió hacia él, perpleja, “¿Qué?”
“A otra azotea ¡Salta!”
Alicia decidió hacer caso y concentró toda su energía en sus piernas. Su impulsó la elevó en el aire, prácticamente arrojándola como lanzada por un resorte en dirección al edificio más cercano. Desde lo alto pudo ver como la masa de esquirlas estaba trepando por toda la fachada del rascacielos que acababa de abandonar, como una masa gris y negra que cubría la estructura en casi toda su totalidad.
Shin era el único punto de color visible en lo alto. El guerrero eldrea alzó su pierna derecha, poniéndola prácticamente en vertical al tiempo que otro grupo de esquirlas se arrojaba contra él.
Shin golpeó, su pierna descendió impactando contra la superficie de la azotea.
La fuerza del golpe impulsó a Shin hacia las alturas al tiempo que una descarga de energía descendió por todo el edificio en una línea vertical dividiendo el rascacielos en dos, literalmente. Vidrio, cemento y metal estallaron de arriba abajo al tiempo que la construcción se resquebrajaba en dos mitades verticales antes de comenzar a derrumbarse por su propio peso. La masa de esquirlas cayó, perdiéndose en la humareda de escombros al tiempo que Shin trazaba una trayectoria que lo llevó a caer junto a Alicia en el edificio más cercano.
“Eso ha sido… Wow”, dijo, “Un poco exagerado ¿No crees?”
“Toda la estructura estaba comprometida por presencia enemiga. No quedaban signos vitales de población civil.”
“¿Puedes sentir eso?”
“Mis sentidos están altamente desarrollados”, dijo Shin, “Por ejemplo, gran parte de esa masa de esquirlas han sobrevivido al derrumbamiento y se dirigen a esta posición.”
“Vuelta a empezar…”, musitó Alicia.
“Es mejor que retornes a tu refugio. Me haré cargo de este sector hasta que…”
Shin no pudo continuar. Un trueno gigantesco resonó enmudeciéndolo todo. Una oleada de sonido y aire, como una onda expansiva desplazándose desde el centro de la gargantuesca urbe, con una fuerza tal que hizo que los dos combatientes estuviesen a punto de caer de la azotea.
“¿Qué ha sido… eso?”, comenzó a preguntar Alicia antes de caer en el silencio de nuevo ante la imagen que veían sus ojos.
En la lejanía, en el centro de la ciudad bajo la sombra de la grotesca pirámide que había descendido desde el cielo la noche anterior, podía verse una columna curvada de luz escarlata aún disipándose, como un tajo brillante y sanguinolento cortando el mismo aire.
Alicia reconoció aquel poder al instante.
Tía Alma.
******
No hizo falta comunicación de ningún tipo. Ni verbal ni siquiera a través del lazo psíquico que unía a las dos hermanas a través de sus Dhars. Rider Red y Rider Black supieron cómo proceder inmediatamente por puro instinto.
Alma Aster se lanzó de forma directa contra Keket enarbolando su espada Calibor. La hoja de energía cristalina carmesí brilló como una pieza de magma incandescente en las manos de su dueña, trazando líneas de luz estocada tras estocada.
Keket se limitó inicialmente a esquivar acometida tras acometida. Una sonrisa engreída adornaba el rostro esculpido de la Reina, que parecía estar disfrutando de los intentos de ataque de Alma.
Como única respuesta la Rider Red intensificó su ofensiva, aumentando su velocidad.
Ante un ojo humano normal, sus manos y su espada habrían parecido un torbellino de color vibrante, de forma indefinible y maleable, hasta que finalmente la hoja hizo impacto sobre los brazos de Keket, cruzados sobre su rostro a modo de escudo. La fuerza del impacto creó una onda de energía expansiva alrededor de las dos combatientes.
A pesar del golpe, Keket no pareció aquejar ningún tipo de dolor o daño. La espada de Rider Red no hizo el menor rasguño en sus brazos perfectos.
“Vas a tener que esforzarte más, niña.”
“Puedes contar con ello”, respondió Alma, desvaneciéndose de repente en un destello de luz carmesí que hizo parpadear a Keket por un segundo.
Un segundo que propició la oportunidad para que Athea Aster, Rider Black, disparase una treintena de flechas de energía oscura al punto exacto en el que su hermana se había encontrado unos segundos atrás. Keket abrió los ojos justo cuando los primeros proyectiles se disponían a entrar en contacto con su cristalina piel.
La corona reconstruida de Keket brilló, su superficie ambarina emitiendo una oleada de luz dorada que en cuestión de milésimas de segundo envolvió a la Reina Crisol. Las flechas de Rider Black se estrellaron contra la barrera de energía causando una sucesión de explosivos destellos. Ninguna llegó a herir a Keket, pero la fuerza de los múltiples impactos la hizo retroceder unos metros.
Justo en el preciso instante en que Rider Black se desvanecía en una nube de oscuridad y un destello rojizo brilló a espaldas de Keket y sobre su cabeza.
La Reina se volvió a tiempo para ver a Rider Red cayendo sobre ella. Su espada sobre su cabeza, brillando con la furia de mil soles, su hoja prolongada por la sobrecarga de energía apenas contenida en su forma.
Energía que se desató e forma explosiva al dejar caer la hoja Rider Red.
“¡CALIBOR!”
Keket solo vio rojo, cuando una columna de poder carmesí cortante la envolvió, elevándose hacia los cielos y detonando con una fuerza que reverberó a través de toda la ciudad.
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