Dovat no pudo evitar pensar que la situación comenzaba a tener ciertos tintes surrealistas y algo enfermizos.
Y no lo decía únicamente por el truco que su subconsciente le estaba jugando, recordándole constantemente todos los huevos rotos en su entrenamiento para aprender a controlar su fuerza y que estaba conjurando curiosas imágenes en su mente cada vez que tenía que dar un empujón o golpe contra algún atacante.
No imagines sus cráneos resquebrajándose. No pienses en romperlos. Golpéalos
como si fueses una pluma.
El mantra se repetía de forma continua en su mente, martilleando la idea de contención un segundo tras otro, tras otro y tras otro.
Pero aún golpeando con la fuerza de una pluma, el soldado al que la palma de su mano tocó salió despedido hasta chocar contra la pared con un crujido de huesos rotos.
Seguía vivo. Todos los individuos de distintas especies que habían intentando frenarla seguían vivos. Estaba segura de ello, sus sentidos no le mentían, pero recordaba cada fractura, cada golpe, cada caída e impacto. Sus oponentes vivirían, pero con un creciente nudo en su estomago Dovat había comenzado a darse cuenta de que muchos de ellos y ellas no volverían a andar sin ayuda o sin recurrir a caras intervenciones médicas.
Y pese a ello, seguía adelante.
En retrospectiva aquel asalto no era una buena idea. Hubiese querido poder negarlo, pero desde la muerte del tío Tiarras una parte de ella había estado furiosa. Un resentimiento contenido pero siempre presente para el cual había encontrado por fin una excusa.
Dar con el conocimiento que encontró Tiarras Pratcha era importante, pero ser la causa de una metafórica nariz rota en el rostro de la organización responsable de su muerte era lo que realmente había movido a Dovat a aquella situación, por reprochable que resultase.
Sabía que Axas estaba al tanto de ello, aunque sus intentos de detenerla habían sido atemperados por su propia inseguridad.
Estaba bastante segura de que Ivo Nag también veía claramente la futilidad de todo el asunto, pero el viejo phalkata seguramente creía que aquello era un buen sustituto para la terapia que sin duda los dos hermanos necesitaban.
Al final del día, Dovat había optado por tomar aquel rumbo y debía afrontar las consecuencias y al menos... al menos intentar conseguir algo limpio de todo aquello. Encontrar los archivos de la sede de los Rider Corps y saquear todo el contenido posible.
No guardaba esperanzas de poder hacer una búsqueda específica o exhaustiva in situ. El mero hecho de encontrar las terminales de datos y los servidores estaba resultando una labor cada vez más complicada.
Como le había dicho a su hermano, en cuestión de combate no había nada que los soldados y guardas de las tropas auxiliares de los Rider Corps pudiesen lanzar contra ella que pudiese realmente causarle algún daño. Pero parecía que por cada escuadrón armado que dejaba arrastrándose lastimosamente por los suelos había ya otros dos listos para saltar contra ella a la más mínima oportunidad.
La situación comenzaba a resultarle agotadora, por diversos motivos. Primero, el no tener un respiro ni apenas la más mínima posibilidad de orientarse. Había estado avanzando y descendiendo niveles en las instalaciones siempre que podía. Intentaba hacer uso de los accesos, escaleras y conductos de elevación de ascensores y montacargas, pero si la situación no cambiaba empezaba a barajar la posibilidad de comenzar a reventar el suelo bajo sus pies y las paredes ante sus ojos en su intento de rastrear su destino.
La otra causa de su agotamiento no se debía tanto a la labor física que suponía enfrentarse a soldado armado tras soldado armado sino al hecho de tener que contenerse en todo momento al combatir. Era un problema que no experimentó la primera vez que la armadura se materializó en torno a su cuerpo en su lucha contra los garmoga, pero que ahora estaba comenzando a ser una preocupación seria.
No imagines sus cráneos resquebrajándose. No pienses en romperlos. Golpéalos
como si fueses una pluma.
Desde luego, era algo mucho más complicado que sostener un huevo sin romperlo. Como si no tuviese ya bastante con sus propias dudas.
La esfera luminosa en su pecho brillaba con más intensidad que nunca. Una señal de toda la energía mantenida a raya solo por su fuerza de voluntad. Cuando más la contenía más parecía querer desencadenarse, como la promesa de furia que encerraba el agua contenida por una presa, o un animal enjaulado.
Todas y cada una de las fibras de su ser le estaban gritando, pidiéndole que desencadenase todo aquel poder sin miedo, pero Dovat sabía que contra sus oponentes actuales supondría una sentencia de muerte para ellos, y eso no era algo que creyese que su conciencia fuese capaz de afrontar los remordimientos y culpa que derivarían de ello. Tampoco nada garantizaba que pudiese quedar un edificio en pie o archivos que rescatar si se dejaba llevar.
En algún rincón de su mente, en una zona olvidada de su ser de la que la joven atliana no era plenamente consciente, una parte de Dovat deseaba que se presentase un reto ante ella.
Las espinas del resentimiento aún recordaban a los Riders como el brazo ejecutor de su tío. Habrían servido bien.
Por contra, el destino le ofreció algo distinto.
La estancia en la que Dovat acababa de entrar tras lidiar con un último grupo de soldados de los Rider Corps parecía un área de planificación y seguimiento. Hologramas de la galaxia y de distintos sistemas solares del espacio del Concilio flotaban sobre amplias mesas equipadas con equipos de comunicaciones y rastreo.
Las terminales computarizadas proporcionaron a Dovat un leve sentimiento de esperanza. Si se movía con la suficiente rapidez quizá podría usarlas para determinar en qué lugar concreto del complejo se encontraban los servidores de los archivos y...
Sus pensamientos se cortaron en seco con un estruendo.
Casi como una irónica burla de sus previos pensamientos respecto a abrirse paso como una bola de demolición, el suelo ante Dovat estallo en pedazos de cristal, plástico y cemento en tres puntos distintos, inundando la habitación con una espesa nube de polvo y escombros.
Dovat no tosió ni sintió ningún malestar, ni siquiera tuvo irritación en sus ojos, pero aún así se llevo una mano al rostro como escudo por puro acto reflejo.
Ante ella había tres figuras humanoides, pero mucho más grandes que cualquier humano o atliano. Eran incluso ligeramente más altas que ella. Con la nube de polvo disipándose, pudo ver con claridad que se trataba de tres seres artificiales, androides de algún tipo, con cuerpos blindados de tal forma que recordaba a una versión rudimentaria de las armaduras de combate mórficas.
Dos de los droides recién llegados estaban posicionados unos pasos atrás y a los flancos del droide más adelantado. Sus coberturas y blindaje eran de un gris metalizado, plateado, con tintes de color purpura en sus cabezas, brazos y torso. Se diferenciaban por la forma de sus sensores de visión en sus cabezas, que se asemejaban a los cascos de los Riders. Uno contaba con una suerte de única lente negra mientras que el otro parecía poseer dos ojos de forma ovalada de un azul brillante e intenso.
Frente a ellos, el tercer droide era de aspecto ligeramente más esbelto, pero toda su armadura denotaba una capacidad tecnológica superior. Sobre su hombro descansaba un dispositivo, similar a un pequeño cañón y a su espalda cargaba algo que parecía un estuche blindado marcado con un símbolo de peligro radioactivo. Su armadura era plateada con líneas de color rojas en su casco, torso, manos y piernas y la parte frontal de su casco parecía imitar rasgos faciales ligeramente humanoides que los otros dos no poseían.
Dovat no pudo evitar sentir cierta extrañeza al percatarse de la similitud cromática con su propia armadura.
Bueno, querías un desafío ¿no?, se dijo, Pues parece que por fin han decidido sacar los pesos pesados...
El droide más adelantado, el trooper Janperson MX-A3, alzo su mano derecha hacia Dovat, como apuntando hacia ella.
"Sospechosa 09031985, Dovat", dijo, con una voz mecánica y monocorde, "Recomendamos su rendición y cooperación en dicho proceso."
"No, me temo que no", susurró Dovat, y se movió.
En una fracción de segundo se había situado al lado izquierdo de la máquina humanoide. Golpeó directamente al casco.
MX-A3 trastabilló y retrocedió uno o dos pasos. Pero no cayó al suelo, ni salió arrojado por la fuerza del golpe. El trooper Janperson giró lentamente su cabeza hasta posar sus sensores de visión, similares a ojos humanos totalmente blancos y luminiscentes, sobre la atliana.
Dovat no sabría expresar con palabras lo que sintió en aquel momento. Una mezcla de sorpresa, nerviosismo y expectación. Aunque quisiera no habría podido hablar pues en ese preciso instante MX-A3 contraatacó.
La unidades Janperson no eran tan rápidas ni tan precisas como los Riders, y se había comprobado que el lidiar con altos números de enemigos causaba una sobrecarga al ser su capacidad de proceso cognitivo más rápida que su capacidad de movimiento físico. Pero seguían teniendo una velocidad más que adecuada para hacer frente a un enemigo individual.
Dovat sintió el golpe en su bajo vientre, quedándose sin aliento por el impacto a pesar de la protección de su armadura. Tardó un instante en darse cuenta de que estaba en el aire, desplazada por la fuerza del ataque. Para cuando dicho pensamiento cruzó su mente, su cuerpo ya había comenzado a hundirse en la pared a su espalda como si fuese una piscina de cemento y metal.
Dovat atravesó la pared en una explosión de fragmentos, cayendo a una suerte de hangar. Una hilera de lanzaderas y vehículos terrestres llenaban el lugar.
Dovat se incorporó nada más impactar contra el suelo, con un movimiento rápido y fluido. Fue algo afortunado pues nada más levantarse, la unidad MX-A1 cayó frente a ella con un ruido seco, agrietando el suelo bajo sus pies. El más antiguo de los trooper Janperson propinó un golpe con un amplio movimiento que la atliana esquivó inclinándose hacia atrás. Otras dos acometidas fueron esquivadas con sendas galas de flexibilidad por parte de Dovat hasta que finalmente optó por bloquear un tercer golpe, sujetando el puño del droide.
Pero antes de que la joven atliana pudiese contraatacar de alguna forma significativa, el trooper MX-A2 cayó desde lo alto situándose junto a su unidad hermana y golpeó a Dovat con una fuerte patada.
La joven atliana salió arrojada por los aires de nuevo, algo que estaba comenzando a encontrar irritante. Pero esta vez no chocó contra un muro sino contra una de las lanzaderas estacionadas en el hangar.
La armadura mórfica de la joven atliana la protegió cuando atravesó la nave como si estuviese hecha de mantequilla. La fortuna quiso que el impacto la arrojase de forma directa a la zona de motores, desequilibrando el impulsor. El vehículo estalló en una bola ardiente de llamas anaranjadas que se elevó hasta el techo del hangar.
Al sonido de la alarma que nunca había cesado desde la intrusión de Dovat se unía ahora la humedad del agua de los rociadores anti-incendios.
MX-A3 descendió desde el agujero en la pared hasta el hangar, situándose junto a los otros troopers Janperson. Las llamas de la nave, que la lluvia artificial no conseguía extinguir, se reflejaban en sus cuerpos metálicos. Hizo un gesto de asentimiento con su cabeza a MX-A1 y A2 que habría parecido extrañamente humano a un observador casual.
Las tres unidades detectaron el movimiento antes de oír el sonido del metal siendo doblado.
La figura de Dovat emergió caminando de entre las llamas de la lanzadera destruida, sin más daño aparente que restos de ceniza y polvo en su armadura mórfica. La luz azul de la esfera en su pecho brillaba aún con más intensidad que antes, hasta el punto de que un aura de energía parecía envolver todo su cuerpo. Las lentes doradas de su casco refulgían con un resplandor dorado.
"Muy bien", dijo.
Las tres unidades Janperson se colocaron en poses de combate, todos sus sensores de percepción centrados en la atliana.
Dovat estiró su cuello, con un chasquido de sus vertebras, al tiempo que entrechocaba sus puños. Pequeñas chispas de poder saltaron entre sus nudillos.
"Está claro que vosotros no sois huevos."
MX-A3 no pudo apenas procesar que podría significar tal extraña afirmación antes de que la guerrera de armadura roja y plateada se lanzase de nuevo contra ellos.
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