Los demás se habían marchado hace rato. Aún tenían órdenes de monitorizar la situación y continuar coordinando las labores de evacuación en la Ciudad Alta, pero el instinto de supervivencia más primario se había impuesto sobre la lealtad corporativa.
El Supervisor de Seguridad nº 8793ab se quedó atrás, a solas en la sala de vigilancia.
No lo hizo por una malentendida lealtad a su puesto o un férreo sentido del deber, aunque esas serían para siempre las explicaciones que emplearía cuando contase la historia.
Lo hizo por la curiosidad, casi compulsiva, hacia lo que estaba viendo. Una sensación de maravilla y asombro creciente que solo había sentido cuando era un cachorro ithunamoi aún sin púas, cuando vio a los Riders por primera vez. El convencimiento de que estaba presenciando algo histórico que debía ser registrado, sin importar lo que le ocurriese.
La figura en armadura, distinta a cualquiera de los Riders, había presentando batalla contra la infestación. Pero pese a lo loable de sus actos, estaba clara su desventaja. La localización de la posición del portal y el presenciar el enorme número de drones garmoga que de él surgían no había hecho sino reafirmar la gravedad de la situación. Aquel había sido el momento en el que el resto de sus compañeros habían abandonado.
Lo que ocurrió después... el verla saltar contra aquel portal... el pilar de luz unido a una descarga energética que dejó fritos algunos de los instrumentos de monitorización más sensibles... lo que surgió de aquella luz...
Una parte de él aún no podía creer lo que veían sus ojos a través de los monitores.
Otra parte de él hizo resonar la vacía salga de vigilancia con sus gritos de júbilo.
******
En años venideros, todo volvería a su memoria en forma de fragmentos. Antes de eso, lo viviría de nuevo en sus sueños.
Dovat caía. La luz del portal bajo ella resplandecía verde. Y en el preciso instante en que su cuerpo chocó contra la masa de energía que conformaba aquel desgarro del tiempo y el espacio, todo se tornó negro. Absoluta oscuridad.
Dovat se encontró a si misma de pie. Sola, sin su armadura y rodeada por el más absoluto vacío. Una negrura similar a la del espacio profundo, pero sin estrellas.
Intentó avanzar y notó el suelo húmedo bajo sus pies descalzos pero al bajar la vista no pudo ver nada salvo su propio cuerpo, como si sus pies caminasen sobre aire.
La oscuridad se rompió de repente, por un destello de luz frente a ella. Una rasgadura luminosa, cambiante. En un instante era luz blanca, en otro se disgregó en una nube multicolor, muchos de ellos colores indescriptibles y que no se asemejaban a ninguno que hubiese visto antes.
Latía como el corazón de algo vivo, ganando en intensidad y tamaño hasta rodear completamente a Dovat. Hasta que solo hubo luz.
Dovat pudo sentirlo. Esa misma presencia que había estado agarrada a su subconsciente desde que despertó tras la operación.
Un sentimiento de... aprobación.
Dovat sintió el poder abrazando su alma.
Y entonces despertó. La blancura de la luz a su alrededor se deshizo en diminutas partículas que se disolvieron en el aire y pudo volver a ver el mundo que la rodeaba.
Lo primero que sintió fue desorientación a pesar de reconocer el paisaje a su alrededor... las calles retorcidas y los edificios maltrechos de La Zanja, los pilares de metal sosteniendo la Ciudad Alta tapando el cielo, el olor a humedad e incendios, y el constante chirrido de la horda garmoga...
Pero todo parecía tan... ínfimo.
Hasta que un rugido desafiante atrajo su atención.
La quimera garmoga estaba frente a ella. Bueno, no exactamente frente a ella, las separaban unas buenas decenas de metros, pero dada la escala en que se encontraban el desplazarse una junto a la otra apenas supondría unos pocos pasos.
Estoy mirando a un monstruo de un poco más de medio centenar de metros cara a cara, pensó.
Ese fue el momento en que Dovat tomó conciencia de su nuevo gigantesco tamaño. La sensación de desorientación desapareció. Ese sentimiento parecido al instinto que había dirigido sus movimientos previamente se manifestó de nuevo, como si de repente tuviese un conocimiento innato de todas sus capacidades. Se giró hacia la bestia, tomando posición de combate.
Fue algo afortunado, pues en aquel momento la quimera saltó contra ella.
Las poderosas piernas del cuerpo insectoide de la criatura la impulsaron en cuestión de segundos embistiendo contra Dovat. La atliana trastabilló pero consiguió evitar la caída plantando con firmeza sus pies en el suelo, llevándose por delante a varios drones garmoga al pisotearlos.
Dovat agarró a la quimera por el torso y la alzó sobre su cabeza antes de volverla dejar a caer directa al suelo. Ahí la golpeó con fuerza, propinando una fuerte patada que hizo elevarse al monstruo en el aire.
De algún modo la quimera consiguió reponerse girando sobre sí misma, contorsionando su cuerpo para caer sobre sus pies. El collar de pelaje en torno a su cuello se erizó como si fuesen espinas cuando rugió de nuevo, con furia y frustración.
Dovat sintió entonces una punzada leve en sus pies. Bajando la vista pudo ver a la horda de drones garmoga trepando por sus pies y comenzando a subir por sus piernas, intentando roer la cobertura de su armadura, como una marabunta insaciable.
Que... ¡ASCO!, pensó.
Dovat comenzó a sacudir sus extremidades y a pisotear con fuerza. El suelo temblaba bajo sus pies a la par que los drones caían de sus piernas. Aquellos bajo ella fueron pisoteados de nuevo, dejando la superficie cubierta por una pasta grisácea casi uniforme, una sopa de carne machacada con trozos de cableado y piezas biomecánicas destrozadas.
La distracción fue momentánea, pero más que suficiente para la quimera.
La bestia rugió de nuevo, abriendo su boca reptiliana de forma desmesurada, con su mandíbula inferior separándose en dos segmentos similares a pinzas.
Tres largos zarcillos de aspecto carnoso, cubiertos de púas o espinas, emergieron de su garganta y como si se tratasen de largos tentáculos, los usó para envolver el cuello y los dos brazos de Dovat, inmovilizándola.
A pesar de su armadura la atliana pudo sentir los pinchazos de los aguijones de aquellas lenguas, como pequeñas descargas eléctricas. Pequeñas para su actual envergadura, claro está. Un humanoide de tamaño normal habría sido volatilizado.
Notó el entumecimiento provocado por aquel contacto en su cuello y en sus brazos y la sensación de hormigueo causando la pérdida de fuerza en sus extremidades.
La quimera dio un tirón haciendo caer a Dovat hacia adelante, donde la recibió con un golpe directo a la cabeza que desorientó aún más a la joven. Dovat apenas pudo sostenerse en pie, cayendo sobre una de sus rodillas, con sus brazos aún retenidos.
La quimera alzó de nuevo sus extremidades, dispuesta a hacer caer sus puños sobre los hombros de Dovat para que ésta mordiera el polvo. No pudo llevar a cabo tal acto cuando un puñado de misiles y disparos de energía comenzaron a cebarse con el lado derecho de su cabeza, causando un aullido de dolor.
A varios metros sobrevolando a las dos gigantescas figuras, una pequeña lanzadera descargó toda la munición con la que contaba sobre el monstruo.
Gracias hermanito, pensó Dovat.
Sabiendo que debía aprovechar la distracción, la atliana giró sus muñecas de tal forma que agarró con sus manos las dos lenguas espinosas. Pudo sentir la descarga eléctrica y el entumecimiento ganando presencia en sus brazos, pero lo ignoró totalmente volcando toda su fuerza de voluntad en lo que iba a hacer.
La luz de la esfera mórfica en su pecho brilló con más intensidad por un segundo y Dovat tiró con fuerza de los zarcillos. Esos fueron arrancados de cuajo de la boca de la quimera garmoga. El ser emitió un chillido de dolor aún más intenso que el aullido causado por los disparos de la lanzadera y los misiles. Su boca comenzó a chorrear grandes cantidades de aquel líquido negruzco y alquitranado que hacía las veces de su sangre.
Dovat soltó los zarcillos para agarrar el tercero que rodeaba su cuello. Incorporándose y tomándolo con ambas manos, tiró con fuerza imitando la maniobra usada instantes antes por la quimera. Pero esta vez, cuando la criatura cayó desequilibrada hacia adelante Dovat la recibió con un golpe muchísimo más fuerte.
La fuerza fue tal que una pequeña onda de choque se generó por el aire desplazado, emitiendo un sonido como el del trueno.
El impacto de su puño no solo arrojó a la criatura al suelo, aplastando algunos de los ruinosos edificios en su caída, sino que prácticamente desgajó su mandíbula casi entera de la parte inferior de su cráneo además de arrancar la tercera lengua.
La quimera comenzó a arrastrarse por el suelo, donde entró en contacto con los centenares de drones garmoga aún en la zona. En el acto, estos comenzaron a fundirse y a ser asimilados por la masa de la gigantesca bestia, regenerando sus heridas a una velocidad pasmosa.
Pero no fue lo suficientemente rápida.
Dovat presenció el fenómeno mientras desenroscaba los zarcillos que la sujetaban y que comenzaron a disolverse con un siseo ácido al caer en el suelo.
La quimera se incorporó de nuevo encarándose de nuevo frente a la atliana. Su mandíbula inferior convertida en una masa gris palpitante aún a medio formar. Eso no la impidió emitir un rugido de nuevo casi triunfante, una renovada declaración de guerra.
Ah, no. Eso sí que no.
Dovat dio un paso al frente.
Y cruzó sus brazos frente a si, en forma de X.
El rayo de energía, que ya había sido formidable cuando contaba con una estatura normal, fue ahora un vendaval de poder concentrado de una escala colosal y dirigido a un objetivo concreto con una única intención.
Fue algo casi instantáneo.
Cuando el haz luminoso impactó contra la quimera, comenzó a quemar su carne haciéndola brillar con un rojo incandescente. Pero dicho proceso solo duró unos segundos antes de que la infusión de energía sobrecargase todas las moléculas que conformaban a la bestia.
La quimera apenas pudo emitir un último rugido entrecortado, justo antes de explotar en una nube de luz y llamas.
Una mancha grisácea y humeante, totalmente inmóvil e inerte, fue el único resto que quedó de su presencia como una grotesca salpicadura sobre la superficie. El resto de drones garmoga a los que la explosión no se había llevado por delante huyeron despavoridos.
La gigantesca figura de Dovat bajó sus brazos, quedándose en pie frente a los restos del monstruo caído y respirando hondo, disfrutando de un merecido instante de tranquilidad por primera vez en... ¿cuánto tiempo había pasado ya?
A modo de respuesta, sus sentidos captaron muchas cosas sucediendo justo en ese instante. Presencias de gran energía en lo alto, en la capa superior de la atmósfera del planeta. Una flota de naves, pero también...
Son ellos, los cinco.
"¡Dovat!", la voz de su hermano resonó en el aire. Girando su gigantesca cabeza, la atliana pudo ver a la lanzadera volando a una decena de metros a su izquierda, un poco por encima de ella. Axas estaba de nuevo en la portezuela lateral abierta, mirándola.
"Si puedes oírnos muchacha, y con los sentidos que tienes ahora espero que lo hagas, creo que es buen momento para retirarnos", dijo Ivo Nag desde la cabina, "Los sensores detectan la llegada de una flotilla del Concilio, y los Riders han comenzado su descenso. Estarán aquí en segundos."
Dovat asintió en silencio, antes de dar un paso y saltar hacia ellos. Axas gritó alarmado y Nag no pudo comenzar a maniobrar antes de darse cuenta de lo que pasaba.
En al aire la figura de Dovat brilló por un instante y, con un ruido derivado del desplazamiento de la masa de aire llenando el vacío que antes llenaba su gigantesco cuerpo, retornó de forma casi instantánea a su tamaño normal encontrándose ahora en la entrada lateral de la lanzadera de pie frente a un sorprendido Axas, que la observaba desde el frío suelo de la nave tras caer de espaldas.
"Hola hermanito", dijo Dovat, sonriendo exhausta, "No te vas a creer el día que he tenido."
Axas rió, aceptando la mano de su hermana para ponerse en pie. Cerraron la portezuela al tiempo que Ivo Nag comenzó el ascenso que llevaría a la lanzadera a los niveles por encima de la Ciudad Alta y de ahí a una ruta de salida del planeta, dejando atrás Cias y los horrores de las últimas horas.
Tras su marcha, resplandores multicolor anunciaron la llegada de los Riders en la superficie. Ellos se ocuparían de lidiar con los restos de la infestación y afrontar todos los interrogantes que iba a plantearles lo sucedido.
Pero para Dovat, eso ya era otra historia. Su camino y el de Axas había dado un giro que no había previsto y era hora de planear de nuevo el siguiente paso.
De forma inconsciente se llevó la mano a su esternón, y se sorprendió al notar la ausencia de la esfera mórfica. Ésta ya no aparecía visiblemente injertada en su pecho y no había el menor rastro de cicatrices quirúrgicas o marcas. Su piel estaba sana.
Pero podía notar el poder en sus venas y bajo los músculos, recorriendo cada fibra de su cuerpo.
El poder vivo del Nexo la había aceptado.
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