Alicia encontró a Shin a un kilómetro y medio del centro del conflicto, incrustado en un enorme pilar de cemento, último resto en pie de los cimientos de una de las megatorres de la ciudad.
El supersoldado eldrea parecía haber quedado inconsciente por el impacto. Una tenue aura verde cubría su cuerpo y os daños superficiales en su exoesqueleto parecían estar regenerándose con cierta lentitud.
Alicia Aster saltó hasta su posición y, haciendo uso de las cuchillas de la bio-armadura Glaive, consiguió separar al guerrero de su prisión con suma delicadeza, procurando evitar causar más heridas al tiempo que lo tomaba en brazos y se dejaba caer al suelo. La bio-armadura amortiguó el impacto.
Alicia depositó a Shin en el suelo, tras constatar que no quedasen esquirlas rezagadas ni que hubiese ningún otro riesgo en el entorno. Se percató de que estaba en algún punto de lo que debió ser el sector sur de la megalópolis. Al mirar en esa dirección podía ver la periferia aún intacta. El bloque de apartamentos donde se encontraba su casa, a estas horas llena de refugiados seguía allí, en pie, invisible a todo mal.
Quizá debería llevarle allí para que se recuperé, pensó, Y bien saben los espíritus que yo también necesito
un descanso…
Un sonido agudo cortó en seco el hilo de sus pensamientos. Sus ojos se posaron en una figura voladora que parecía provenir desde la periferia. Alicia reconoció al instante a Max, la unidad Janperson MX-A3 que había venido con la doctora Iria Vargas. El androide de combate volaba en dirección al centro del conflicto. En la lejanía, la gigantesca figura de Am Kek fusionada con la pirámide era aún monstruosamente enorme pese a la pérdida de masa sufrida. Los destellos de los constantes ataques de los Dhars y los Riders llenaban el cielo de coloridos resplandores, pero apenas parecían surtir efecto en aquella abominación.
Cerca, explosiones verdes, rojas y doradas marcaban las posiciones en las que su tía Alma, la Rider Green renegada y Keket estaban enzarzadas en su propio combate.
Alicia sabía que su madre, sus tías y sus tíos tenían poder de sobra para terminar con aquel ser. El problema era lidiar con aquel ser y garantizar que Occtei pudiese seguir siendo un planeta habitable tras hacerlo. Ya habían perdido la capital planetaria, el único motivo por el que el hemisferio no había sido tomado por las esquirlas fue por la llegada de Alma y Athea Aster. Todo el conflicto se había centrado en aquel punto singular del planeta para fortuna de los habitantes del resto de las otras capitales continentales.
Con todo aquello dando vueltas a su cabeza y su mirada posada sobre el androide, Alicia no pudo evitar preguntarse que se proponía la IA. Dudaba mucho que hubiese dejado sola a Iria y al resto de refugiados. Debía tener alguna razón de…
Y entonces un recuerdo, un dato trivial conocido por charlas con su familia al hablar de cosas que quizá no deberían con un civil, pasó por su mente con la delicadeza de una bola de demolición.
La unidad MX-A3 era la única Janperson con armamento nuclear incorporado.
Los ojos de Alicia Aster se abrieron como platos.
“Oh, joder… ¡Joder!”, gritó.
******
Las carcajadas de Keket resonaron sobre el campo de batalla ante la imagen de su pirámide fusionándose con Am Kek. Se hicieron más agudas cuando la criatura comenzó a resistir con más aguante los ataques de los Dhar Komai. Era tal su histérica euforia que podría ponerse en duda si llegó a notar las ocasiones en las que Rider Red y Rider Green consiguieron golpearla de forma directa.
La Reina Oscura no acusó los golpes. Se limitó a seguir riendo.
Alma estaba empezando a hartarse cuando un chasquido de estática marcó el inicio de una señal de radio a través del sistema de comunicaciones implementado en los cascos de los Riders.
“Riders, soy Max. A mi señal necesito que despejéis la zona con prontitud”, dijo una voz con cierta resonancia metálica.
“Er… ¿Quién es Max?”, preguntó Avra.
“Unidad Janperson MX-A3. Max es mi nueva designación, sugerida por Alicia Aster en el evento de mi revelación como Inteligencia Artificial sapiente.”
“…vaaaaale”, repitió Avra.
“Espera, ¿cómo ha tomado consciencia de…?”, comenzó Antos antes de ser interrumpido por Armyos.
“¿Qué más da? Los sentidos de Volvaugr la están detectando, y si es de verdad la MX-A3…”, dijo Armyos.
“Todos mis sistemas están activos”, reitero el androide.
“Eso significa que vamos a jugarlo todo a una”, respondió Athea, “¿Riesgos?”
“El riesgo residual será mínimo comparado con el de los armamentos más antiguos dada la naturaleza altamente biodegradable del isótopo, pero la descarga de energía requerirá cierta distancia de seguridad.”
“Haced lo que dice, despejad la zona”, intervino Alma, “Nosotras mantendremos ocupada a Keket para que no interfiera.”
Los Dhar Komai trazaron un último círculo en torno al gargantuesco Am Kek antes de comenzar a alejarse. Tempestas, el Dhar de Avra, dio una vuelta sobre si mismo y lanzó una descarga de energía azul como un relámpago gigantesco contra el hombro del ser. Am Kek trastabilló hacia atrás, causando un nuevo seísmo localizado. Su torso se inclinó levemente, dejando a la vista la apertura circular emitiendo un resplandor rojo en su pecho.
Que atento había sido al dejar una diana tan clara. Eso es lo que Max habría pensado si no fuese porque todo el poder computacional de su mente electrónica estaba centrado en el lanzamiento del dispositivo nuclear anclado a su espalda y en optimizar la ruta directa que habría de seguir.
Lo concretó todo en milésimas de segundo y, tras pararse en seco en el aire al tiempo que se inclinaba hacia adelante, el misil salió disparado continuando su camino. Pese a su pequeño tamaño, no era menos potente que la mayoría de bombas nucleares de las antiguas guerras, el fruto del avance tecnológica optimizando sus herramientas más terribles.
Pese a no ser tan dañinas para los ecosistemas como sus primeras predecesoras, las armas nucleares seguían siendo un tema espinoso, un último recurso. Las atómicas reaccionaban de forma extrema con las energías taumatúrgicas del Nexo que impregnaban la galaxia y eran comunes los casos en que ello había derivado en singularidades o aperturas dimensionales extrañas.
Entre los humanos existía un viejo dicho de que la ciencia, al avanzar a cierto nivel, era indistinguible de la magia. Muchos tecnomagos, hechiceros y sabios de la galaxia asentirían ante dicha afirmación, considerándola poco menos que una verdad universal. La fisión del átomo, la ruptura de uno de los tejidos de la realidad para obtener una reacción de energía destructiva, era un acto primario. A nivel mágico, era algo que requeriría un poder absurdo para llevarse a cabo por medios tradicionales. La ciencia simplemente se había saltado los pasos intermedios: una compresión atómica seguida de una inyección de neutrones no necesitaba de rituales.
Por eso, por muy poderoso que fueses en el poder del Nexo, nunca deberías subestimar un poder que era el equivalente de reescribir un fragmento de la realidad a base de bofetadas.
El misil penetró en el hueco del pecho de Am Kek. Sensiblemente menos blindado que su acristalada, casi rocosa superficie, el artilugio continuó adelante a pesar de las energías que lo rodeaban y amenazaban con consumirlo. Siguió hasta impactar de nuevo contra superficie sólida.
Y allí, en el interior del gigante y cerca de un corazón inexistente, detonó.
La fisión atómica y la energía emitida reaccionaron con el poder que sustentaba a Am Kek. El gigante se quedó muy quieto un instante… antes de comenzar a hincharse, como una enorme bola de cristal fundido. Un resplandor rojizo desde su interior comenzó a dejarse ver a través de la oscuridad del ser.
Keket comenzó a gritar, llevándose las manos al vientre y arañando como si estuviese intentando arrancar pedazos de sí misma.
“¡Monstruos! ¡Monstruos!”, exclamó. Su corona brilló con un resplandor dorado y la Reina Crisol se lanzó directa hacia su criatura, dejando atrás a las dos Riders con las que había estado combatiendo hasta ese momento.
“¿Qué va a…?”, comenzó a preguntar Alma, aún unida a Solarys por la armadura luminiscente que habían conjurado.
“No nos importa”, replicó la Rider Green, subida a lomos de su Dhar Komai, Teromos, “Alejémonos, porque eso”, dijo, señalando a la burbuja incandescente del tamaño de una pequeña montaña, “puede terminar de dos maneras, y ninguna es buena si estamos cerca.”
Desde la lejanía, el resto de Riders y Max observaban los resultados del ataque.
“¿Funcionará?”, preguntó Athea.
“Las lecturas de energía de la esquirla fusionada con la pirámide de Keket son poco concluyentes”, dijo el androide, “Calculo que existe un 90.9975% de probabilidades de reacción taumatúrgica que deriva en…”
Am Kek brilló con un destello carmesí y la burbuja que había formado se deshinchó a tal velocidad que el aire alrededor llenó el espacio libre formado de forma huracanada y emitiendo un sonido como el del trueno. La criatura comenzó a encogerse sobre sí misma, como si un vacío la estuviese consumiendo desde dentro.
“…implosión”, terminó Max, “Una singularidad de corta existencia mientras se mantenga la fisión y consuma al contenedor.”
“Uh… ¿Seguro que terminará ahí y no la hemos jodido?”, preguntó Avra, inusualmente aprensiva.
“No”, replicó la unidad Janperson. Hubo una pausa de unos segundos antes de que añadiese, “Espero.”
“Ah, genial, cojonudo, de p…”
“Tranquila Avra”, dijo una nueva voz. Alma Aster y la Rider Green se habían acercado a su posición.
El resto de Riders se pusieron en guardia ante la presencia cercana de la renegada. Reverberaciones y gruñidos en tono bajo pero constante surgieron de las gargantas de todos los Dhars. En respuesta, Teromos, el Dhar Komai de la Rider Green se limitó a bufar, como si la situación fuese un divertimento para él.
Su jinete no dijo nada, pero Alma estaba casi segura de que la Rider Green debía estar sonriendo bajo su casco.
Sí, eso no le sentaba bien.
“Para haber llamado hermanos a los garmoga no pareces muy dolida de que ese enjambre que ha venido contigo haya sido aniquilado también”, dijo Alma.
Aunque lo disimuló en una fracción de segundo, Alma pudo percibir un rastro de tensión en la Rider Green y su Dhar. Antes de que ésta pudiese dar alguna respuesta, un sonido desgarrador atravesó el aire.
Keket estaba gritando.
“¿Pero qué…?”, comenzó Antos antes de tener que cerrar los ojos. Todos tuvieron la misma reacción, con sus Dhars dándose la vuelta violentamente en el aire cuando un enorme resplandor dorado envolvió al Am Kek a medio consumir.
El grito de Keket se intensificó. Ya casi ni siquiera podría describirse como un grito. Era un bramido, un rugir preternatural.
“Dioses”, musitó Armyos, intentando echar un vistazo, “Está… ¿Está absorbiendo la energía de la fisión?”
“No”, respondió Max. En la voz de la unidad Janperson los demás pudieron reconocer un matiz de nerviosismo y miedo.
“Está absorbiendo la singularidad.”
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