viernes, 26 de agosto de 2022

083 LA CALMA (I)

 

Camlos Tor, Mundo Capital de la civilización galáctica y sede del Senado del Concilio. La llamaban la Joya Dorada del Cosmos, un título que sus habitantes habían abrazado con orgullo.

Ahora era un mundo marcado con cicatrices por primera vez en cientos de años.

El área de los Jardines de la Concordia más cercana a la pirámide senatorial se había convertido en una tierra baldía por la acción de los garmoga. Su concentración en aquella zona específica había salvado el resto del gran parque, pero la marca y el daño eran visibles.

El punto exacto sobre el que había flotado el portal de los garmoga había sido cubierto con una cúpula artificial y estaba monitorizado durante todo un ciclo diario. Aunque los restos de radiaciones derivadas de abrir aquella rasgadura en el tejido del espacio no parecían ser peligrosas para la mayoría de especies siempre que se evitase una exposición prolongada, el efecto que había tenido sobre el suelo era innegable.

Nada volvería a crecer sobre aquella tierra muerta en cientos de años. Puede que miles. Un vistazo de la devastación garmoga y su impacto sobre las biosferas de los mundos que habían consumido justo en el corazón de la galaxia. Un recordatorio del peligro real de la guerra, junto con los daños estructurales sufridos por múltiples edificios y áreas públicas tras la batalla de los Riders contra Golga.

El clima de miedo no se había disipado a pesar de haber pasado ya más de medio año desde el ataque. En realidad, había una sutil pero creciente paranoia expandiéndose por los sectores planetarios de los círculos internos de la galaxia. Mundos que se habían creído intocables cuando la expansión garmoga parecía limitarse a los bordes exteriores y mundos de frontera.

Uno pensaría que habríamos aprendido algo de la caída del imperio de los lacianos, pero parece ser que no.

Ese pensamiento habría cruzado la mente del Mariscal Akam más de una vez en los últimos meses cada vez que se permitía un rato libre para observar Camlos Tor a través de los amplios ventanales de su despacho en uno de los niveles superiores de la pirámide senatorial, muy por encima de las cámaras de reunión.

Akam era un simuras, humanoide pisciforme, pero había nacido en Camlos Tor y le dolía ver su mundo dañado.

No sentía un particular apego por Simur, el planeta natal de su especie. Sus padres eran un político y una militar de profesión y habían hecho sus vidas en la capital galáctica. Akam no había visitado el mundo de origen más allá de algunas visitas ocasionales a parientes lejanos.

Para él Camlos Tor era su planeta. Era un fenómeno creciente en las generaciones más jóvenes de muchos de los pueblos que habitaban el espacio del Concilio, sobre todo en los círculos centrales de la galaxia. Miembros de especies que no habían visto los mundos de origen de sus gentes, criados en mundos con otras culturas.

Pero en aquel momento el Mariscal no estaba sumido en sus reflexiones habituales mientras observaba el paisaje, por mucho que le hubiese gustado.

Sentado a la mesa de su despacho, Akam posó el pequeño cilindro que hace unos instantes había estado conectado a su holovisor personal, sincronizado con un implante en sus ojos que garantizaba que solo él pudiese ver la información proyectada y nadie más.

"¿La INS Balthago? ¿Cuánto hace de esto?", preguntó sin apartar la vista del pequeño objeto.

"Aproximadamente dos horas desde la señal de envío de los datos, señor", replicó Emmu Ost, el enlace de la OSC con el Concilio, "La agente Sora del OSC lo marcó como imperativo, después de lo del Iris en C-606 y..."

"Saltarse los procedimientos establecidos es una irregularidad preocupante, pero dada la naturaleza de esta información resulta comprensible", dijo Akam reprimiendo un suspiro, "El Senado se hundiría en un debate que podría prolongarse semanas, y si el ritmo de progresión de estos incidentes sigue una línea creciente podemos encontramos con algo muy grave."

No era una exageración. Los recursos con los que contaban ya estaban explotados al máximo con los garmoga.

Puede que las incursiones de las criaturas rara vez derivasen en auténticas batallas con un gran número de naves implicadas, gracias sobre todo a la intervención de los Riders y sus DHARS, pero la flota estaba en un estado constante de alerta, presta a la intervención y a la patrulla de territorios. Y el tener que hacer frente a un posible nuevo enemigo de naturaleza desconocida más allá de lo poco que se pudo extraer de un informe de los Rider Corps no era una situación ideal.

Esta vez el suspiro escapó los labios escamosos de Akam. El Mariscal miró a su izquierda, donde junto a Emmu Ost se encontraba una mujer angamot. Donde los machos de la especie contaban con un único ojo ciclópeo segmentado y una prominente cornamenta, las hembras lucían cuernos curvados de mejor tamaño y tres órganos oculares uniformes, con uno situado sobre la frente.

"Almirante Kiapha, quiero una copia de estos datos en manos de todo el almirantazgo lo más pronto posible", dijo, "Todas las flotas, de la Primera a la Quinta tienen que pasar a estado de alerta máxima, quiero un repliegue de todas las patrullas en los sectores críticos y que toda fragata solitaria se asigne a la comandancia más cercana."

"Señor, si señor", respondió la angamot, "Uh... ¿No deberíamos contar con la autorización de la Cancillería para esto, señor?

"Es precisamente con el Canciller con quien me dispongo a hablar dentro de unos minutos", replicó el Mariscal, "Tenemos que informar al Concilio Primarca y ellos al Senado. Aunque intentemos agilizar los procedimientos hay que mantener las líneas de responsabilidad claras. Si el Concilio Primarca consigue declarar un estado de emergencia tendremos casi tanta autonomía como los Rider Corps, pero por el momento solo podemos prepararnos para la defensa."

La almirante Kiapha asintió en reconocimiento, saludó de forma marcial, y abandonó el despacho presta a seguir las indicaciones de su superior.

Emmu Ost bufó ligeramente al verla marchar, "La Judicatura va a revisar todo esto y yo aún temo perder el pescuezo. Profesionalmente, claro está."

"La OSC tiene práctica en encontrar huecos explotables en el protocolo, señor Ost", dijo Akam, "Ellos cuidarán de usted. Si me disculpa, me espera una charla muy complicada con el Canciller."

Los dos salieron del despacho, despidiéndose y caminando en direcciones distintas. Ost no pudo evitar dar una última mirada al Mariscal que caminaba acompañado por los dos guardias que hasta ese momento habían estado frente a su puerta.

Aquello iba más allá de organizar una flota para lidiar con una incursión garmoga en un mundo aislado. El Mariscal había dado los primeros pasos para poner en marcha toda la maquinaria militar del Concilio de forma simultánea a una escala que no se veía desde los años de la fundación.

El incidente en la luna con los Riders, el ataque a la estación del Iris, el encuentro de la INS Balthago.

Y ahora, al menos un mundo de frontera con comunicaciones cortadas sin previo aviso y sin alarmas. No es que se hubiese abierto un nuevo frente en la guerra ya existente.

Estaba comenzando una guerra totalmente nueva, al mismo tiempo. El tiempo dirá si la galaxia podrá sobrellevarlo.

 

******

 

La ciudad se alzaba sobre un atolón artificial que rodeaba la vieja plataforma de minería que hundía sus instrumentos de perforación y extracción en las profundidades de aquella luna acuática sin nombre.

Oficialmente, la plataforma seguía en funcionamiento, pero mecanizada y apenas sin personal presencial haciéndose cargo. La ciudad a su alrededor, que había comenzado en el pasado como el conjunto de hogares para las familias de los trabajadores que ya no estaban allí se había convertido en un puerto clandestino para contrabando, piratería y otros negocios de similar calaña.

Todo se mantenía sorprendentemente estable, a pesar de un mar planetario constantemente embravecido.

Abandonar Venato había sido una situación difícil, pero Tobal Vastra-Oth sabía que debían evitar acomodarse en un único lugar. Uno de sus viejos contactos les había conseguido una residencia más o menos segura en IX-0900, la designación de aquella luna en las cartas estelares.

No estaba situada en una posición tan remota como otros mundos de frontera. La verdad, estaba en los círculos intermedios del cuadrante Bet. El que no hubiese sido objeto de la visita de alguna patrulla de las autoridades del Concilio era algo que Tobal solo podía asumir que se debía a los grandes bolsillos de la corporación que gestionaba la mina, a quienes no parecía importarles que la población alrededor de la misma se hubiese convertido en un puerto pirata.

Puede que incluso les resultase conveniente, quien sabe.

Por lo demás, en aquel lugar habían replicado más o menos la misma rutina que se había establecido en Venato, con Meredith aún lidiando con el código cifrado que le había sido entregado por el fallecido marido de Tobal.

El fornido angamot pensaba a menudo en Mantho, a pesar de que el dolor de su recuerdo seguía hiriendo su corazón como una cuchilla afilada y no había disminuido ni un ápice su intensidad a pesar de los meses transcurridos.

Pensaba en sus hijos y rezaba a la Triada para que siguiesen a salvo con sus abuelos, y deseaba que le otorgasen el poder resolver aquello lo más rápido posible para volver con su familia y rogar su perdón por abandonarles en aquella cruzada.

En la soledad de su habitación, tras llevar la última comida del día a Legarias Bacta y dar las buenas noches a Goa Minila, los pensamientos melancólicos de Tobal Vastra-Oth se cortaron en seco al oír un alarido proveniente de la sala en la que Meredith había montado sus computadoras.

El angamot se levantó de su cama como impulsado por un resorte y afinó sus oídos. Se dio cuenta de que el alarido era solo el comienzo de una risa. Un carcajeo que rozaba lo histérico.

Tobal salió a la carrera de su habitación y atravesó el estrecho pasillo, ignorando la mirada alarmada de Goa, que acababa de asomarse desde su puerta. Cuando entró en la sala de computación improvisada de Meredith, lo primero que le llamó la atención fue el estado de la hacker.

Meredith estaba de pie, con sus manos hundidas en su cabello rizado aún corto, inclinada hacia atrás y riendo como una demente. Vestida solo con una camiseta de tirantes y un pantalón de pijama corto, la insalubre pérdida de peso que había experimentado los últimos meses era muy visible, aunque seguía siendo de físico robusto y ancho. Estaba empapada en sudor y sangraba con profusión por ambas fosas nasales.

El casco neural reposaba en el suelo tras ella, humeante, sus cables aún conectados a los ordenadores y monitores que cubrían toda una pared de la sala y que parecían estar.

"¿Meredith?", aventuró a pronunciar Tobal, avanzando hacia ella con paso indeciso.

La risa cesó, seguida de un jadeo en busca de aire al tiempo que Meredith Alcaudón volvió su mirada hacia él. Había un cierto deje maníaco en sus ojos, aunque el angamot podía ver que la mujer seguía en pleno control de sus facultades. No, no se había vuelto loca, pero estaba experimentando un estado de euforia algo preocupante.

"¡Tobal!", exclamó ella. Corrió hacia él sujetándolo por los brazos y comenzó a sacudir al angamot pese a ser éste considerablemente más grande, "¡Lo he hecho! ¡Lo he hecho! ¡Tengo a ese hijo de la ramera de Shadizar agarrado por los huevos!"

"¿Lo has descifrado?", preguntó Tobal, esperanzado.

"Oh, no. Aún no... ¡pero ahora sé porque nos estaba costando tanto!", respondió Meredith, "¡Los datos no usan un único sistema de cifrado, hay al menos seis! Cada vez que descifrábamos algo, uno de los algoritmos reescribía el sistema, luego volvían a ocultar la información obtenida y reseteaban parte del código. Es de una genialidad enfermiza. Los espíritus de las máquinas ni siguieran eran conscientes de lo que estaban haciendo ¡El responsable de esto se las ha apañado para causarle un caso de disociación de personalidad a las consciencias taumatúrgicas de objetos artificiales!"

La tecnópata palideció de repente, con su sonrisa congelándose en el rostro. Antes de que Tobal pudiese decir algo, Alcaudón se apartó de él inclinándose hacia adelante y con una arcada vomitó en el suelo entre los dos.

"¡Joder, Meredith!", exclamó Tobal dando un paso hacia atrás por puro reflejo. Alcaudón hizo un gesto con su mano a modo de disculpa y comenzó a inclinarse peligrosamente a un lado. Por fortuna, Goa Minila ya había entrado en la habitación y corrió a la carrera hasta situarse junto a Meredith, sujetándola antes de que cayese al suelo.

"Oh, mierda... buena chica, Goa... lo siento Tobal...", dijo la tecnópata, con una voz de repente muy cansada, "Lidiar con eso ha me ha dado una buena patada mental en forma de retroalimentación sináptica."

Entre los dos la llevaron hasta el único asiento de la estancia, un viejo sofá desgastado.

"¡Voy a traerte algo de comer!", dijo Goa Minila.

"No creo que eso me ayude...", musitó Meredith, pero la joven vas andarte ya había salido dejándola de nuevo a solas con Tobal.

"Bueno", comenzó él, "Tenía esperanzas de que ya hubieses terminado..."

"Lo siento", respondió Meredith luchando contra la somnolencia que la invadía, "Sé que quieres poner fin a todo esto cuanto antes... pero ahora al menos sé qué pasos seguir. Pronto podremos... pronto..."

No dijo más, cayendo en un sueño fruto del cansancio nacido de forzarse de nuevo más allá de sus límites.

Tobal tocó su frente con delicadeza, asegurándose de que no hubiese fiebre. La tecnópata parecía respirar sin problemas y el color había retornado a sus mejillas. El angamot se incorporó para buscar gasas, agua y una toalla para limpiar la sangre y los restos de vomito.

Parecía que por fin habían dado dos pasos adelante y solo uno hacia atrás, y no a la inversa como parecía ser habitual hasta ahora.

domingo, 14 de agosto de 2022

082 PODRIDO

 

Legarias Bacta había caído prisionero a manos de un enemigo en dos ocasiones, contando la presente.

La primera vez había sido sin duda la que había supuesto un peligro más serio e inmediato para su integridad física y su vida. Joven, apenas con un puesto de responsabilidad seria dentro de la organización y capturado por una banda de contrabandistas que creían que un miembro de los operativos como prisionero podría ser una buena fuente de ingresos extra.

Ganarse su confianza y esperar a la mejor oportunidad para escabullirse tras dar buena cuenta de la mayor parte del grupo había sido uno de los pilares que asentaron su ascenso temprano a una posición de Supervisor. Expeditivo, despiadado y sin temor a hacer lo necesario eran valores dentro de la organización, y permitían que se pasase por algo su sadismo casual.

Su cautiverio actual, en cambio, era solo humillante. Su vida no corría el mismo peligro, no estaba retenido por criminales peligrosos de gatillo fácil. Pero la situación era mucho, mucho más humillante. Aún no tenía claro cuál de las dos opciones era la que prefería.

Era cierto que Meredith Alcaudón tenía una reputación notoria entre los círculos de hackers y tecnomagos, y que obviamente Tobal Vastra-Oth contaba con su propio pasado pintoresco repartido entre el viejo servicio militar y una juventud de criminal de tres al cuarto, pero ninguno de los dos debería haber sido un problema serio para los operativos. La mejor organización de asesinos de la galaxia.

Desde luego no deberían haber sido un problema para él, Legarias Bacta. Pero ahora tenía muy claro que los había subestimado y estaba pagando el precio.

Al menos su celda actual era una celda en condiciones.

Primero había disfrutado de las comodidades de un habitáculo de su propia lanzadera personal, robada por aquellos desgraciados. Alcaudón, Vastra-Oth y aquella pequeña traidora de Minila, a la que ansiaba someter a una reeducación personal en cuanto se le presentase la ocasión.

Tras la llegada a Venato lo habían encerrado en una celda improvisada a partir de un container metálico de almacenamiento. Por fortuna su rostro y su brazo ya estaban en mejor estado, aunque sus captores seguían siendo cautos. Mantenían sus manos siempre atadas a su espalda, usando viejas correas de plástico para la sujeción, manteniéndolo alejado de cualquier cosa electrónica o mecánica. Solo lo soltaban para las comidas, las cuales siempre venían en forma de tabletas o porciones que tomar con las manos. Nunca dejaban que tocase un cubierto, cuchillo o cualquier cosa afilada. Le habían dejado solo su ropa interior y quitado todos los botones, broches y cuchillas ocultas.

No parecían tener muy claro que hacer con él. Bacta estaba seguro de que Alcaudón no habría tenido problemas en torturarle para intentar sacarle información si los otros dos no estuviesen con ella. La humana también parecía preocupada (o mejor dicho, obsesionada) con otras cosas. Vastra-Oth y Minila eran quienes interactuaban más a menudo con él en su celda, y las pocas ocasiones en las que había visto a Alcaudón, la condición física de la mujer parecía haber sufrido cierta desmejora.

Su actual celda era más una habitación en condiciones. O mejor dicho, una suerte de cuarto trastero o almacén reconvertido en pequeña estancia. Seguramente el viejo rincón de descanso de un conserje. Al menos ahora tenía un viejo colchón.

Se habían vuelto a trasladar. Bacta no estaba seguro de su actual localización, pero tenía claro que ya no estaban en Venato.

Su encierro no lo ponía fácil, pero su hocico gobbore seguía contando con un olfato más que sensible que le permitía determinar que la atmósfera del planeta en el que ahora se encontraban, aunque igualmente respirable, era notoriamente distinta. Debían estar en algún mundo mayormente acuático. La mayoría de planetas aptos para la vida contaban con océanos que cubrían la mayor cantidad de superficie de su respectivo mundo, pero siempre había una diferencia en el aire de aquellos que carecían de grandes masas de tierra naturales.

Al menos tenía el consuelo de saber que no estaban en un hábitat artificial bajo el agua. Eso complicaría las cosas.

Traslado a un nuevo mundo aparte, su condición de prisionero no había sufrido grandes cambios en su rutina. Vastra-Oth y Minila seguían intentando hablar con él, sonsacar información. Amenazas, ruegos, sobornos... hacían uso de cuanto podían pero el operativo gobbore no abrió la boca. Vastra-Oth intentó privarle de comida durante un tiempo pero no llegó a ninguna parte. Desistió mucho antes de que la situación se pusiese realmente incómoda para Bacta.

Sus captores no eran malas personas. Tenían escrúpulos. Esa era su debilidad. Y la única de ellos que seguramente podría haberle hecho gritar retorciendo sus intestinos con telequinesia no estaba por la labor.

Así que en los últimos meses esa había sido la existencia de Legarias Bacta. Prisionero a manos de aficionados en espera de que se produjese algún giro en la situación. Un giro que cada vez tenía más claro que tendría que ser forzado por él mismo.

No se había atrevido a hacerlo antes por inseguridad en su situación, y porque quería asegurarse de que su estado físico era óptimo.

Su brazo sanó rápido, pero hasta la semana pasada no había notado que recuperase la fuerza del todo. Los pocos ejercicios que había podido hacer con su limitada movilidad habían tardado en dar sus frutos, pero había llegado el momento.

De noche, cuando le trajeron la cena, Bacta comió en silencio bajo la atenta mirada de Goa Minila, la responsable aquella jornada de llevarle su alimento y desatar sus manos. La joven vas andarte estaba acompañada por Vastra-Oth, quien se levantaba como una barrera frente a la puerta de la celda.

Si sus posiciones hubiesen sido a la inversa, Bacta habría esperado a la próxima ocasión, pero confiaba en que Minila no fuese tan observadora como el robusto angamot. Cuando terminó de cenar, Bacta cruzó sus muñecas a su espalda sin mediar palabra, siguiendo la rutina de costumbre.

Tensó toda su musculatura lo máximo posible en los dos antebrazos en los instantes previos a que Goa Minila ajustase las correas de sujeción en torno a sus muñecas. Cuando la vas andarte terminó y se retiró junto con Vastra-Oth tras recoger la bandeja de la comida dejándolo solo en su celda de nuevo, Bacta permitió que los músculos de su brazo se relajasen.

Era algo ínfimo, pero al instante notó el agarre de las correas aflojándose y se permitió una leve sonrisa en su hocico lupino. Efectivamente, parecía que la de la mano derecha prometía más posibilidades.

No fue fácil, llevó su tiempo hasta bien entrada la noche y tuvo que dislocar su propio pulgar, pero consiguió soltar su mano derecha, ganando inmediatamente la movilidad de sus dos brazos como si estuviese libre de nuevo.

Ahora, debía pensar en sus posibilidades... de ser más joven su primer impulso habría sido fingir continuar esposado cuando llegasen con su próxima comida al día siguiente e intentar pillarlos por sorpresa, pero la situación jugaba en su contra.

Seguramente podría reducir a Minila sin mucho problema, pero si no conseguía noquear a Vastra-Oth de un golpe ahí se acabaría su intento de huida. Y luego aún quedaría lidiar con Alcaudón.

Pero Bacta había aprendido a ser paciente. Había aprendido muchas cosas útiles, desde luego.

Se llevó su pulgar a la boca y rasgó la piel con sus colmillos, derramando sangre. Ahora necesitaba un rincón discreto de la celda, donde los ojos de sus captores no fuesen a posarse con facilidad.

Los operativos habían nacido como una rama de operaciones clandestinas de la humanidad que se convirtió en un grupo privado, aceptando a miembros de diversas especies y enriqueciendo su arsenal con las diferentes prácticas mágicas de la galaxia. No era un método o herramienta que usasen abiertamente, para evitar conflictos con las organizaciones de los Arcanos, pero todo operativo a partir de cierto rango conocía al menos un par de runas y glifos de uso diverso.

Usando su propia sangre, Bacta trazó en la parte inferior de la puerta, donde sus captores no lo verían al estar abierta, un pequeño signo en forma de espiral contenido por un círculo apuntalado por cuatro líneas. El trazo era tosco y rudimentario, pero bastaría. La práctica ideal sería haberlo trazado con algún instrumental de escritura y derramar una única gota de sangre, pero Bacta confiaba que el uso de sangre como base para todo el signo solventaría las posibles inexactitudes de su dibujo.

Y en la magia siempre había cierto nivel de creencia, incluso en la más rudimentaria.

Se concentró, pronunciando un viejo encantamiento en voz baja pero clara. Las palabras eran antiguas, más antiguas que cualquier civilización actual y habían pervivido a lo largo de millones de años. Pero seguían funcionando y su poder venía dictado no tanto por las palabras en sí mismas sino por la voluntad de quién ejecutase el hechizo.

Bacta sintió un hormigueo en su dedo herido y por un instante vio un brillo de luz dorada en la runa dibujada con su sangre. Con una sonrisa satisfecha supo instintivamente que había funcionado.

Ahora solo debía esperar y confiar en que no habría ningún traslado inmediato por parte de sus captores. La señal de aquella baliza mágica tardaría unos días en ser visible en la sala de la sede principal de su organización, donde todo miembro de los operativos con un cargo de supervisor o superior contaba con un receptáculo de su sangre debidamente registrado.

Pero sus compatriotas pronto sabrían donde buscarlo y podrían rastrearlo sin problemas. Llegarían a donde quiera que estuviese y por fin pondrían punto y final a toda esa farsa.

Aunque una parte de Bacta deseaba que no terminasen con las vidas de sus captores. No, aquello era un gozo del que quería disfrutar él mismo.

Arrancaría la cornamenta de Vastra-Oth con sus propias manos y la usaría para empalar a aquella cerda de Alcaudón. O quizá estrangularía lentamente a uno de los dos forzando al otro a mirar tras arrancarle los párpados. Se le ocurrían un sinfín de deliciosas posibilidades para poner en su lugar a aquellos que lo habían humillado atreviéndose a capturarle como si fuese un don nadie.

Y Goa Minila... bueno, quizá podía ser benévolo con ella. Estaba claro que el condicionamiento del entrenamiento operativo de la chiquilla había fallado en alguna parte. Si, seguía pensando en como podría reeducarla. Personal e íntimamente hasta que solo respondiera a sus órdenes, como debía ser. Y si no funcionaba le vaciaría las cuencas de los ojos, le cosería la boca y la vendería a cualquier enfermo que necesitase de un juguete roto.

Legarias Bacta se sentó, volviendo a deslizar con algo de esfuerzo su mano derecha en la correa a su espalda. Dejó que sus dientes brillaran en la oscuridad con una sonrisa hambrienta en su hocico lupino.

Pronto. Pronto saldaría cuentas.

jueves, 4 de agosto de 2022

081 CONVERSACIÓN

 

Alma Aster intentó recordar cuando había sido la última vez que visitó el apartamento de su sobrina.

¿Puede que en una fiesta de cumpleaños? No estaba segura, y de sus hermanos y hermanas lo cierto es que ella nunca había sido muy dada a las celebraciones. Curiosamente, eso era algo que tenía en común con Athea. Los auténticos animales gregarios de la familia eran Antos y Avra, con Armyos siguiéndolos de cerca en parte por su sentido de la responsabilidad.

Su dedo presionó el timbre y se reprochó a sí misma la breve oleada de incómodo nerviosismo que recorrió su cuerpo.

La puerta se deslizó y el rostro sonriente de Alicia Aster apareció ante ella para recibirla, "¡Tía Alma!"

A pesar del mechón de canas en sus ondulados cabellos, Alicia Aster aún presentaba el aspecto de una mujer joven. Era algo bien conocido que la media de esperanza de vida de la humanidad había aumentado desde siglos anteriores, incluso antes de su llegada a la galaxia, y no era extraño que muchos seres humanos viviesen hasta alcanzar los ciento cincuenta años sin demasiado problema.

Pero a pesar de eso Alicia aparentaba ser mucho más joven de lo que era. Aún con las mejorías globales de toda la especie, una persona de setenta y dos años como ella no debería lucir como si aún estuviese a mitad de la treintena. Sin duda, un efecto derivado y diluido de la exacerbada longevidad de su madre y sus tías y tíos.

Alicia nació cuando Athea apenas había cumplido sus noventa y nueve años y aparentando aún los escasos veinte años que tenía el día del ritual que los convirtió en Riders. El embarazo de la Rider Black había causado un ataque de histeria en el Mando y los Corps. No tanto por posibles escándalos públicos sino como por la logística de tener a un pilar vital de la defensa galáctica potencialmente comprometido.

Los Riders habían cerrado filas en torno a su hermana por aquel entonces. Athea, y solo Athea, sería quién tomase las decisiones pertinentes. Cuando decidió seguir adelante con el embarazo tuvieron que poner freno en seco a algunas propuestas de estudio y experimentación con el bebé que llevaron a que Avra estuviese a punto de lanzar al mismo Tempestas contra sus superiores. El viejo Stephen Eld, director de los Corps en aquella época, tuvo que hacer auténticos malabarismos diplomáticos para que la situación no le estallase a todo el mundo en la cara.

Alicia tuvo una infancia complicada, con una madre que muchas veces debía ausentarse, un puñado de tíos y tías que la adoraban pero estaban a menudo tan ausentes como su progenitora, y un ejército de cuidadores y supervisores dispuestos a mantenerla a salvo con fría profesionalidad. La ausencia de un padre en la infancia de una niña de naturaleza inquisitiva tampoco ayudaba.

Alma no conocía todos los detalles. Sabía que Athea había estado viendo a alguien en privado en sus ratos libres, y que la relación parecía seria. No tenía ni idea de si el embarazo había sido el detonante o si algo había ocurrido antes, pero el padre de Alicia fue siempre una figura desconocida para todos ellos y alguien sobre quien Athea jamás había dicho palabra alguna.

El crecimiento de la niña había sido normal hasta los últimos años de la adolescencia, cuando comenzó a ralentizarse al tiempo que crecían sus deseos de forjar su propio camino. Si bien la situación a lo largo de los años no estuvo exenta de cierta amargura y algunos tropiezos, lo cierto es que Alicia comprendió desde muy joven lo excepcional de su situación y lo extraordinario en referencia al resto de su familia. Limados muchos de los resentimientos que pudiese haber entre ambas, Athea había sido un factor determinante para conseguir que su hija pudiese llevar una vida propia, como una ciudadana anónima más.

Habían conseguido realizar auténticas maravillas en cuestiones de registros civiles e identidades secundarias, pero al final se había optado por una formula de escondite a plena vista y algo de magia. Alicia no renunció a su nombre ni a su identidad. Que el apellido Aster se hubiese convertido en bastante común y popular, siendo adoptado por múltiples familias tanto humanas y no humanas a lo largo de décadas ayudaba un poco. Unos hechizos sencillos también añadieron una capa extra de protección: no importa cuán evidente u obvio fuese su parecido o relación, nadie establecería un lazo entre Alicia Aster y los Riders salvo que ella misma lo revelase voluntariamente.

Y así, la joven se lanzó a vivir por su cuenta. Unida a su extraña familia pero manteniendo las distancias durante muchos años, no siendo hasta hace poco con su traslado a Occtei que se había producido un nuevo acercamiento. La relación de Alicia y su madre nunca dejaría de ser complicada, y en ocasiones hasta verbalmente explosiva, pero Alma tenía muy claro que Athea lo daría todo por su hija.

La misma hija que en aquel momento la invitaba a entrar en su apartamento. Alma Aster devolvió la sonrisa que había recibido y abrazó a su sobrina, que aparentaba ser diez años mayor que ella a pesar de ser un siglo más joven.

Eran una familia extraña, si, pero no lo cambiarían por nada.


******


El apartamento de Alicia era uno de los lugares más seguros de Occtei. El único habitado en un bloque de pisos de última tecnología con un avanzado sistema de seguridad, aislamiento y privacidad, con un hechizo que hacía que el lugar pareciese abandonado y ruinoso a cualquiera que se aproximase con intenciones hostiles.

Athea lo había elegido como lugar para la conversación que debía a su hermana porque en aquellos momento la misma sede de los Corps no era tan segura como antes, y no solo debido al reciente ataque.

Alicia las había dejado solas para comenzar su turno de trabajo en el NEXUS (a Alma el nombre del bar siempre le parecería una broma). Las dos hermanas mayores de los Aster estaban sentadas en un sofá de cuero sintético, observando la puesta de sol a través del ligeramente opaco ventanal del espartano salón central.

"Bueno", dijo Alma, "Cuando finalizó el enfrentamiento con Dovat me dijiste que la habías ayudado al decirle algo ¿El qué exactamente?"

"Un nombre, Meredith Alcaudón", respondió Athea. Alma levantó una ceja indicando que no le resultaba familiar.

"Es una investigadora privada", continuó la Rider Black, "Hacker, telequinética y maga tecnópata, aunque no está afiliada a ninguno de los Arcanos, lo que técnicamente convierte su uso de magia en una actividad ilegal, pero parece que siempre la han ignorado..."

"Eso quiere decir que es o muy buena o insignificante", observó Alma, "¿Pero qué tiene que ver su nombre con lo de Dovat?"

"Comenzaré por el principio... ¿Recuerdas la misión de Krosus-4?"

"Tiarras Pratcha. Imposible olvidarle."

"Extraje datos de su computadora, datos cifrados que entregué al Departamento Tecnológico en la base", explicó Athea, "Específicamente, los entregué en persona a un técnico de confianza de los Corps, Mantho Oth. Apenas pude hacerlo, fue casi justo tras la llegada de Krosus-4 y apenas una hora antes de lo de Calethea..."

"En retrospectiva ese par de días fueron un incordio..." musitó Alma. Un leve bufido escapó de los labios de Athea, como una risa contenida.

"Y aún no sabíamos la que se nos venía encima... En fin, la cuestión es que tras lo de Calethea, con todo lo del portal garmoga se me olvidó del todo ponerme en contacto con Mantho Oth nada más llegar. Y aquí empieza lo preocupante."

"¿Qué sucedió?", pregunto Alma.

"Bueno, Mantho Oth está muerto."

"¿¡Qué!?"

"Recibí un comunicado oficial del departamento tecnológico. Me informaban de que no habían podido descifrar los datos y que se había purgado todo el contenido del disco. Me dio mala espina...", continuó Athea al tiempo que se frotaba la nuca. Alma lo reconoció como un signo de culpabilidad. Athea se sentía responsable de lo sucedido.

"No puede decirse que Mantho Oth y yo fuésemos amigos", continuó la Rider Black, "Pero lo conocía bien, habíamos trabajado incluso antes de que se uniese a los Corps ¿Recuerdas cuando fuimos consultores en aquellos test de seguridad en Tinurvia? Él era uno de los tecnomagos freelance contratados..."

"Y deduzco que el que él no te contactase directamente para informarte de su fracaso es lo que te hizo pensar que había algo más", dijo Alma, "Aunque no hubo tal fracaso ¿cierto?"

"No, no lo hubo", replicó Athea, "Lo primero que hice fue acudir al Departamento Tecnológico y allí me encontré con que Oth había sido despedido. Habían pasado dos días. Conseguí rastrear su dirección, la casa donde residía con su familia y acudí a visitarlo, pero..."

"Encontraste su cuerpo", terminó Alma.

"Y a su asesina. Di buena cuenta de ella", dijo Athea con frialdad antes de clavar su mirada en la de su hermana, "Alma, era una operativa."

"Mierda", masculló la Rider Red, "Esa escoria trabaja para el mejor postor, pero comenzaron como brazo armado clandestino de nuestro Mando antes de escindirse, eso quiere decir que..."

"Alguien de los Corps quería a Mantho muerto y la información que hubiese obtenido de los datos cifrados de Pratcha silenciada", dijo Athea.

"¿Ideas?"

"Varias, y ninguna agradable. Puede tratarse de un topo en los Corps, alguien en un puesto vital pero que no llame mucho la atención. O puede tratarse de alguien en una posición de autoridad directa..."

"Eso implicaría a cualquiera de los jefes de departamento... incluso al mismo Director Ziras", añadió Alma, incómoda. La idea de que Iria pudiese estar envuelta en algo así...

"Lo que quiera que hubiese en esos datos era una fruta envenenada para los Corps. Algo tan gordo que decidieron mandarnos a nosotros contra Pratcha bajo el pretexto de que había robado armamento experimental."

"La ironía es que también hizo eso, las llaves mórficas..."

"Nada con lo que un escuadrón bien preparado no hubiese podido lidiar y que habría terminado matando al usuario tras unos minutos."

"Sus últimas palabras antes de morir fueron... que no sabíamos cuanto nos habían mentido. Les he dado muchas vueltas últimamente", dijo Alma.

"Esos datos, las llaves mórficas... Rider Green y los cambios en los garmoga. Demasiadas cosas inusuales juntas para ser todo mera casualidad", dijo Athea, "Pero estamos dando vueltas en círculo en torno a conjeturas y aún tengo que acabar mi historia."

"Cierto, ¿Como entra Meredith Alcaudón en todo esto?"

"La operativo que mató a Mantho mencionó que éste había entrado en contacto con alguien más. Al principio no se me ocurrió seguir buscando, no tenía ni idea de como seguir, pero tras lo de Pealea y Camlos Tor..."

"La Rider Green y Golga", observó Alma.

"Si. Lo dicho, demasiadas cosas inusuales... Estaba intranquila y decidí escarbar de nuevo. Al principio pensé en seguir el posible rastro de los otros dos operativos que mencionó la asesina de Oth, pero sería encontrar una aguja en el pajar de crímenes inusuales que es esta galaxia. Así que opté por seguir una corazonada", dijo Athea.

"¿Cual?"

"La familia de Mantho Oth."

"Oh, Cinco Infiernos, no me digas que..."

Athea levantó la mano en un gesto tranquilizador, "Están a salvo. Oth hizo que su marido y los niños se fuesen a la casa de los padres de su esposo. Se quedaron allí tras el funeral. Bueno, los críos y los abuelos", aclaró la Rider Black, "El marido de Mantho, Tobal, se fue porque por lo visto Mantho le dijo con quien había hablado y se largó a buscarla por su cuenta..."

"¿Y dejó constancia de quien era la persona que buscaba al resto de su familia?", preguntó Alma incrédula.

"No. No fue tan irresponsable para ponerlos en más peligro de esa manera", dijo Athea, "Pero su hija mayor tiene buen oído y escuchó a escondidas la última conversación de sus padres la noche en que se marcharon mientras se hacía la dormida."

"Y en esa conversación Mantho Oth le dio a Tobal el nombre de su contacto", continuó Alma, "Y su hija te lo dio a ti."

"Y dicho contacto, a quien Mantho Oth envió una copia de los datos cifrados, es Meredith Alcaudón", dijo Athea.

"Cuyo nombre diste a Dovat porque dichos datos son lo que ella misma debió venir a buscar justo aquí a la sede de los Rider Corps...", terminó Alma dejándose caer sobre el sofá con un suspiro exhausto, "Es todo tan... absurdamente simple y estúpidamente complicado al mismo tiempo que..."

"Lo peor es que no podemos hacer mucho más que esperar a ver qué pasa", dijo Athea, "Si los Corps están comprometidos de raíz... no podemos hacer nada sin esas pruebas, no sin forzar un enfrentamiento directo con quien quiera que esté moviendo los hilos."

"Sobreviviríamos a tal enfrentamiento, pero no los Corps."

"Y por desgracia son un mal necesario mientras se necesite un frente común contra los garmoga. Lo último que necesita esta galaxia además de esos monstruos y las criaturas de cristal de Keket es una guerra civil."

Alma gruñó de forma lastimosa, tapándose el rostro con las manos.

"A veces desearía ser como Avra. Ver un problema y pensar en golpearlo hasta que se arregle", musitó la Rider Red, "¿Cuando se convirtieron nuestras vidas en una madeja de conspiraciones baratas?"

Athea rió, una risa queda y sin humor.

"Desde que nacimos, Alma. Desde que nacimos."