martes, 30 de noviembre de 2021

053 DIAGNOSIS

 

Occtei, principal mundo de residencia de la humanidad, cedido tras su llegada a la galaxia y sede de los Rider Corps.

Una roca verdiazul, muy similar en su composición atmosférica y geológica a la mitificada Gaea, mundo natal de la especie que perduraba en las historias, leyendas y grabaciones de archivos de datos conservados de la antigua galaxia.

Las similitudes entre ambos mundos no terminaban ahí: tamaño similar, distancia semejante a su sol amarillo, una única luna anormalmente grande en proporción al planeta que orbitaba... Alma siempre se había preguntado si Amur-Ra y la Alianza Elderiana eran conscientes de ello cuando tomaron la decisión de ofrecerlo como hogar a los recién llegados humanos.

La Rider Red paseaba por una galería en la sede de los Corps. Altos ventanales, estrechos y verticales, dejaban entrar la luz anaranjada del atardecer otorgando al lugar una atmósfera de calidez tenue, proyectando largas sombras.

La presentación del informe de misión había sido rutinaria, como lo habían sido las debidas recomendaciones. El tener que lidiar con los malbassa y sus experimentos clandestinos era algo que Alma dejaría en manos del Director Ziras y la burocracia del Concilio.

Era más interesante el determinar un procedimiento a seguir respecto al nuevo enemigo. La autodenominada Esquirla, el ser cristalino que indagando sobre los garmoga había exterminando y consumido una base científica de los malbassa, tomando las vidas de los científicos retenidos y de los separatistas que la habían ocupado horas antes, convirtiéndolos en... bueno, aún no había una denominación establecida más allá de un genérico "víctimas"/reanimados".

Desde luego, no iba a sugerir el "Zombis Acristalados" que había propuesto Avra, por mucho que fuese la única variante ofrecida por la Rider Blue que no tenía algo malsonante en la combinación de nombres.

Sus pasos la llevaron directa al ascensor, y de ahí al laboratorio médico, donde Antos había estado desde el regreso del equipo hace unas horas.

Las paredes en aquel lugar eran de un blanco aséptico y uniforme, pero cerca de la entrada, al margen del área de exámenes y operaciones podían apreciarse los destellos de color de los distintos posters, carteles y paneles táctiles que rodeaban el escritorio y a las viejas estanterías llenas de copias de material antiguo sobre medicina y bioquímica que Iria Vargas atesoraba como si se tratasen de reliquias de un antiguo conocimiento.

La doctora atliana podría acceder a cualquier dato médico con un gesto sobre el dispositivo de diagnósticos que llevaba siempre en su muñeca, pero como le había explicado a Alma en más de una ocasión, había algo mágico en encontrar el saber en un viejo libro que sabías que había pasado por las manos de tus predecesores.

Cuando Alma le preguntó si aquello no era un poco antihigiénico ("A saber dónde han metido las manos los doctores que había antes que tu, Iria...") la respuesta de su novia fue arrojarle una almohada a la cabeza con una risa indignada.

Con una leve sonrisa por el recuerdo, Alma se alejó de la zona de entrada y se dirigió al nivel más profundo del laboratorio médico. En el pasillo, al pie de una amplia ventana de observación se encontraban Armyos, Avra y Athea. En contraste con Alma, que como era habitual vestía un uniforme de tejido termal rojo de una pieza, los demás Riders hacían uso de ropas más informales.

El Rider Orange estaba de pie, plantado de brazos cruzados frente al cristal. Su rostro normalmente jovial reflejaba seriedad, aunque parecía sereno y sin tensión. Armyos vestía un chaleco anaranjado sobre camisa blanca y pantalones oscuros.

La Rider Blue estaba junto a él, inclinada hacia delante con un brazo apoyado sobre el cristal usándolo como soporte para su frente. Avra lucía una camiseta de tirantes de un azul pálido y tejido gastado, junto con unos viejos pantalones vaqueros.

Rider Black por su parte se encontraba sentada en el banquillo situado en la pared frente a la ventana de observación. Como siempre, vestida con pantalones negros ajustados de un material similar al cuero y con su torso cubierto por una amplia sudadera con capucha.

Los tres se volvieron hacia Alma cuando esta llegó, de forma casi simultánea saludando con un gesto de sus cabezas. La Rider Red respondió en consecuencia, situándose a la izquierda de Avra frente al cristal, observando la sala de diagnósticos al otro lado.

Cuando regresaron de su misión, Iria había sometido a los cinco Aster a un proceso de desinfección más exhaustivo de lo habitual y acto seguido había ingresado a Antos en una sala aislada para elaborar un diagnóstico más esclarecedor respecto a la herida de su brazo infligida por una de las víctimas reanimadas por la Esquirla.

Antos se encontraba reclinado sobre una camilla flotante, con una expresión de hastío en su rostro y  su brazo derecho extendido y reposando sobre una plataforma transparente. De ésta emanaba un constructo de luz dorada que había envuelto la extremidad en una suerte de cilindro lumínico sobre el que Iria Vargas, la doctora personal de los Riders, parecía estar llevando a cabo algún tipo de actividad bastante compleja, dado el fruncimiento concentrado de su ceño.

Con un último gesto sobre el cilindro de luz en torno al brazo de Antos, la luz del constructo de tornó verde y un haz holográfico se emitió desde él, desplegando una construcción virtual del brazo del Rider Purple flotando en el aire.

"Bueno, físicamente estás bien. La mordedura de tu lengua ya se ha curado, y no hay daños musculares y óseos en tu brazo", dijo Iria, "Pero dices que aún notas entumecimiento."

"Mmm", asintió Antos, "Y un ligero hormigueo, como si la extremidad estuviera dormida, pero solo en el antebrazo."

Iria hizo unos gestos en el aire sobre el holograma, girando y ampliando la imagen.

"Hay signos de una alteración en tu campo mórfico, aunque ahora son leves...", musitó la doctora. Con un gesto abrupto, Iria cerró el holograma y replegó el constructo de luz que envolvía el brazo de Antos.

"¿Puedes materializar tu armadura solo en tu brazo, por favor?"

Con un leve destello, parte de la armadura de Rider Purple de Antos se manifestó en torno a su brazo extendido como una segunda piel. En el antebrazo, el color púrpura de la armadura presentaba unas marcas ligeramente descoloridas.

Iria movió su mano izquierda sobre el brazo de su paciente. El dispositivo en su muñeca emitió un pitido y una pequeña proyección holográfica fue directamente emitida a la lente que cubría el ojo izquierdo de la doctora.

"Muchas gracias Antos, ya puedes desmaterializarla."

La armadura se esfumó en una nube de partículas luminiscentes. Antos abrió y cerró la mano.

"Dígame la verdad doctora ¿podré seguir tocando el piano?", preguntó con tono burlón.

Avra intervino desde el otro lado del cristal de observación, "Esa es su forma elegante de preguntar si el brazo aún le vale para hacerse unas..."

"¡Avra!", exclamó Armyos.

"Vale, me callo, me callo..."

Iria se limitó a sacudir la cabeza con resignación y una leve sonrisa en los labios al tiempo que dirigía su mirada a Alma, una conversación sin palabras cruzándose entre las dos.

Fue Athea la siguiente en intervenir, levantándose de su asiento y acercándose a los demás, encauzando de nuevo la conversación.

"¿Cuál es la razón de que la armadura de Antos aún tengas esas marcas?", preguntó.

"En espera de que lleguen los resultados del análisis taumatúrgico, solo puedo hacer conjeturas", explicó la doctora, "Pero diría que es obvio que Antos ha sufrido daños en su campo mórfico, de forma similar a los sufridos por Alma en su combate contra la Rider Green. Similar, pero no idéntica."

"¿Qué quieres decir?", preguntó Alma.

"Tus daños fueron en combate y a raíz de un arma conjurada similar a las vuestras", dijo Iria, "Aunque con lentitud, tu armadura se ha ido regenerando progresivamente, la disrupción en tu campo mórfico fue el equivalente de una herida. Una herida que se ha estado curando los últimos meses. Si no sufres daños de la misma envergadura es posible que en un plazo de tiempo corto no tengas marcas. Pero lo de Antos..."

Iria se interrumpió, cruzándose de brazos e inclinando la cabeza. Su rostro reflejaba frustración y preocupación.

"¿Doctora?", preguntó Antos, visiblemente menos jovial que hace unos minutos.

Iria suspiró.

"Repito que hasta que no tenga los resultados de la taumaturgia no puedo aventurar nada de forma definitiva, lo que vais a oír ahora es... teórico", la doctora atliana volvió su mirada hacia Antos, "Cuando ese ser te agarró, ¿qué notaste?"

"¿Aparte de un dolor más intenso que cualquier otra cosa que jamás haya notado?", preguntó Antos, "Bueno, antes de tocarme noté... fue algo como..."

"Una sensación de pánico irracional", interrumpió Avra, con voz inusualmente queda.

"Como una fobia, como algo gritándonos que no nos dejásemos tocar de forma directa por esos seres", añadió Armyos.

"Creo que eso lo notamos todos, Iria", dijo Alma. Tras ella Athea asintió sin decir nada más. Un silencio incómodo había caído sobre el grupo.

"Creo... creo que es posible que fuese el mismo Nexo advirtiéndoos. O alguna capacidad instintiva derivada de ello", comentó Iria, "A ese ser le bastó tocar a Antos para causar un daño a su campo mórfico similar al de un arma conjurada pero con un dolor mucho más intenso y un impacto psicológico añadido. Simplemente... contacto. El campo mórfico es el constructo derivado de la destilación del poder del Nexo a través de su lazo a vuestras propias almas. El contacto de ese ser es como una suerte de reacción alérgica atacando de forma directa a vuestra alma como resultado."

"Lo que eso implica...", comenzó Alma, dándose cuenta de lo que Iria intentaba decir.

"Como toda reacción alérgica, su severidad es variable. Pero tal virulencia con un mero contacto superficial y que solo duró unos segundos me dice que un ataque directo o un contacto más intenso y prolongado o con intencionalidad de daño podría...", Iria se dio cuenta de que sus palabras salían cada vez más atropelladas y se interrumpió un momento para serenarse, "En el mejor de los casos la reacción podría purgar vuestro campo mórfico y cortar vuestro contacto con el Nexo."

"Dejándonos sin poderes", susurró Antos al tiempo que se frotaba su brazo dañado.

"Si, pero que aún conserves una reacción física, ese entumecimiento... Esa sensación no proviene de tu sistema nervioso Antos, proviene de tu mismo campo mórfico, de tu misma alma."

"La posible pérdida de poderes... ¿es permanente?" preguntó Athea.

Iria negó levemente con la cabeza, "No lo sé. A estas alturas es imposible saberlo. Depende de muchos factores. Solo puedo recomendaros que en futuros encuentros con cosas como esas... extreméis las precauciones."  

Y si algo así pueden hacerlo sus víctimas reanimadas, pensó Alma, ¿De qué sería capaz la Esquirla?

Un escalofrío recorrió su espalda al recordar como la criatura se había referido a si misma.

Sierva. 


martes, 23 de noviembre de 2021

I05 INTERLUDIO: LA REINA

 

El mundo tenía muchos nombres y ninguno.

El nombre que le daban sus habitantes, en su lenguaje significaba "hogar" o "nido". Luego estaba el nombre por el que fue conocido en un pasado remoto de la galaxia, ya olvidado. Y el nombre que tenía ahora, un código alfanumérico en las cartas de navegación más completas y de las que no todo el mundo gozaba su uso.

Ella lo había llamado "Trono".

El pequeño planeta había cambiado mucho, sobre todo en los últimos días en comparación con los últimos miles de años, pero para ella los cambios habían sido aún más profundos, remontándose a Eras de un pasado tan remoto que sus habitantes claramente habían olvidado.

Aún estarían vivos de haber recordado quienes eran.

La criatura caminaba por la playa. La negra arena bajo sus pies era cálida y el cielo resplandecía con tonos anaranjados que el mar plateado reflejaba en forma de destellos cegadores.

Su verdadera esencia, su forma, estaba determinada por la percepción. Miembros de cualquier otra especie la verían como un ser similar a ellos mismos, pero antinatural. Donde una gran mayoría de especies tenían piel, carne y huesos, ella era un constructo de puro cristal y ébano.

La superficie de su cuerpo desnudo era lisa y oscura como el universo profundo, absorbiendo gran parte de la luz a su alrededor. Su rostro femenino parecía una escultura tallada, pero era expresivo y dos ojos rojos refulgían en él como brasas de carbón incandescente.

En contraste con la sombra acristalada que era su cuerpo, descansaba sobre su frente una suerte de tiara o corona de un material dorado y transparente, similar al ámbar. No era tanto una prenda como una parte de su mismo ser. Lucía una visible grieta y una de sus tres puntas, la de la derecha, estaba quebrada.

La criatura se detuvo, observando el horizonte, donde el mar de plata y el cielo anaranjado parecían fundirse en un muro de llamas.

Kilómetros a sus espaldas, el paisaje había cambiado de forma drástica.

Donde otrora había una porción significativa de jungla y una aldea habitada se encontraba ahora un profundo cráter. Flotando sobre él, una estructura negra y metálica de forma piramidal y gigantescas proporciones, emitiendo un resplandor rojizo a través de la fina abertura horizontal cerca de su cúspide, como un ojo entrecerrado pero vigilante.

Su nave. Su tumba. El lugar de reposo eterno donde había accedido cumplir su condena hace cientos de milenios cuando su ambición causó la destrucción de todo lo que había construido.

¿Cuánto tiempo había pasado realmente? La percepción del exterior desde su prisión era algo vago e inconstante.

Estaba segura de que había tenido que ser un tiempo significativo, incluso para una criatura de su naturaleza. Era fácil creer que para algunos seres de gran longevidad un largo período de tiempo no sería distinto a un instante para aquellos de más breve mortalidad, pero ella había sentido el paso de cada minuto en su semiinconsciencia.

Hasta que la sangre derramada la despertó.

Tuvo que reprimir una nueva explosión de ira. La contuvo a duras penas, amenazando con dejarse dominar totalmente por ella, pero hacer algo así no la ayudaría en la toma de decisiones, aunque en cierto modo ya tenía muy claro que hacer.

Había sido la gran concesión de su derrota, aquello que la había llevado a capitular y no incidir en el conflicto que se hubiese saldado con una victoria pírrica. La salvaguarda de su pueblo.

Sus crisoles, sus hijos. Era su diosa y su madre y quería más su bienestar que el dominio sobre desagradecidos sacos de carne blanda en estrellas remotas. Cuando sus enemigos dejaron muy claro que el precio de su victoria se saldaría con el fin de su gente... solo entonces ella aceptó los grilletes.

Su imperio cesó, y su pueblo fue condenado al aislamiento en aquel mundo. Su civilización y tecnología destruidas. Su grandeza borrada y olvidada por el cosmos, condenados a la regresión a una existencia anterior a sus más antiguas civilizaciones.

Pero vivos, y a salvo. Podía vivir con eso.

Y entonces, sintió la sangre de uno de sus crisoles siendo derramada sobre tu tumba.

Sabía que su pueblo era como otros en muchos aspectos, no estaba tan ciega. Sabía que había conflicto y muertes violentas y la sangre de su gente había sido derramada por ellos mismos incontables veces en los últimos milenios.

Pero esta vez el agresor era algo del exterior.

Peor incluso.

Tardó dos semanas en purgar su mundo de la presencia de los garmoga. Drones y centuriones por doquier sufrieron a sus manos cada vez en mayor número a la par que su poder salía de su letargo.

No podía consumir su carne, una aberración biomecánica que incluso a ella se le antojo repugnante. La Asimilación no funcionaba en aquellos seres y la cristalización era solo parcial. Pero pudo tocar sus rudimentarias mentes y lo que vio en ellas la habría hecho sentir un escalofrío de impotente terror.

Para cuando terminó, todo el hemisferio sur del planeta era un erial, en parte por las acciones devoradoras de los engendros invasores y en parte por las emisiones de cristal creadas por ella misma en la batalla. Los ecosistemas en la parte norte del planeta apenas se sostenían, y para cuando el último de aquellos parásitos abandonó su mundo volando hacia las estrellas, el número de supervivientes de sus crisoles eran apenas un puñado desperdigado.

Podía sentirlos, pues eran parte de sí misma, y ahora que estaba despierta ellos podían percibir su presencia y oír su Canto resonar en sus almas. Había tomado a la más fuerte y la había convertido en una Esquirla. La primera de una nueva estirpe.

De algún modo, la galaxia había cambiado. Sus enemigos habían garantizado la salvaguarda de su mundo para contenerla, pero la presencia de aquellos monstruos devorando a su pueblo cuando despertó era indicativo de que los viejos poderes ya no existían o estaban mermados.

El pacto se había roto. Y de un modo u otro, la galaxia tendría que pagar las consecuencias.

Un brillo de luz blanquecina y un sonido como el de vidrio quebrándose la hicieron volverse. Unos pocos metros tras ella, la arena negra de la playa había comenzado a girar movida por una fuerza invisible y el aire se fracturó. Una daga de cristal negro emergió de la nada y se tornó en una masa retorcida de fragmentos que poco a poco tomaron una forma humanoide.

La Esquirla terminó de materializarse para acto seguido arrodillarse ante su Reina.

"SeñORa", saludó, agachando su cabeza.

La Reina caminó hacia ella, recorriendo los pocos metros que las separaban con una lentitud deliberada. Su nueva Esquirla había vuelto pronto, antes de lo previsto. Podía sentir en el Canto una inquietud creciente.

"Dime, mi niña", dijo. Su voz sonó serena, musical. De escucharla, un ser de carne blanda habría sentido también el impulso de postrarse a sus pies.

"lA gAlaxia. Es cAOs, mi sEñorA", dijo la Esquirla, "CarNes BLanDAS y dÉbileS. pRoMESa Rota."

"Asumo que no hay rastro de la Coalición de los Cinco, ni del Imperium."

"nO, seÑora. hAy un nueVo oRDen. ConCIlio. tAMbién enconTRAmos RasTRo de Los enGenDroS GARmoGa", continuó, "aSedian TODA la gaLaxIa y lOs nuevos PoDeres son inDecisos. VuEStra sOspeCHa se ConFIRMA."

La Reina frunció el ceño y sus ojos rojos refulgieron, emitiendo un chisporroteo de energía. La Esquirla pareció encogerse de miedo

La Reina cerró los ojos y suspiró. No, debía controlar su ira, guardarla para aquellos merecedores de recibirla. Se acercó más a la Esquirla y se agachó, tomando el rostro de su cristalina subordinada entre sus manos, acariciando una de sus mejillas con suavidad. La Esquirla inclinó instintivamente su cabeza, reforzando el contacto.

"No es contigo con quien estoy furiosa, mi pequeña", explicó, "Es obvio que muchas promesas y viejos juramentos han caído en saco roto o se han visto sumidos en las nieblas del olvido."

"hAy Más, mi seÑora."

"¿Oh? Cuéntame."

La Esquirla pareció dudar por un momento.

"Es mEjoR QUe lo vEáis", susurró, "pUes Su preSencia en El mOsaiCo nO es coMo naDa qUe yo pUeDa cOmprEnder."

La Reina respondió con un gesto interesado. Con curiosidad, movió sus manos desde las mejillas de la Esquirla hasta sus sienes. Con un movimiento suave, hundió sus dedos sin ningún esfuerzo en el cráneo cristalino de su subordinada como si éste estuviese hecho de liquido.

Un estremecimiento recorrió el cuerpo de la Esquirla, pero ésta no dio señal alguna de sentir dolor. Sintió como el Canto que unía su alma con la de su Reina se convertía en un crescendo coral y estruendoso cuando la mente de la segunda contactó con la suya. Un titán demandando la atención de un insecto.

Una vorágine de imágenes se conformó y la Reina pudo ver el mosaico como lo veía su subordinada y las marcas de sus recuerdos. La luna, la montaña, los malbassa, el laboratorio, y...

Cinco llagas de luz quebrando la realidad a su paso.

No, pensó.

Soles ardientes de poder puro caminando bajo las formas contenidas de la carne blanda. 

No, por favor.

Los colores eran distintos, el púrpura en lugar del rosa y el naranja en lugar del amarillo, y parecían estar ausentes el blanco y el verde.

Pero el rojo estaba en el centro, como siempre. Como una herida palpitante. 

Sintió un viejo dolor en su frente.

No, no, no.

Keket, la Reina Crisol, la Reina de la Corona de Cristal Roto, gritó. 

Se separó de su Esquirla de golpe, emitiendo un aullido de rabia. La Esquirla cayó al suelo, ilesa pero desorientada y aterrada ante la oleada de emociones y rabia que emanaban de su Señora.

Finalmente la Reina se calmó. Contuvo de nuevo un odio tan venenoso que incluso una parte de ella se habría asustado si su mente pudiese pensar con más claridad.

¿Seres como ellos seguían caminando por la galaxia y aún así su gente había muerto a manos de aquellos garmoga?

Intolerable.

Escupió su nombre, al menos el que ella conocía, como una maldición.

Se llevó una mano a su corona de cristal roto. Sí, sin duda se habían quebrantado las viejas promesas.

La galaxia tendría que arder.

lunes, 15 de noviembre de 2021

052 ESQUIRLA

No tenía ojos, pero podía ver.

Lo hacía de un modo que apenas podríamos concebir. Para ella el mundo era un mosaico de quebradizos reflejos y destellos de luz donde lo material y lo inmaterial a menudo se confundía.

Los había observado desde que llegaron, evitando el contacto directo.

Eran distintos de los otros carne blanda.

Vagas memorias heredadas intentaron poner un nombre en su mente que no llegó a pronunciarse en palabras. El nombre de viejos enemigos de su estirpe, maldecidos por el Canto.

Los otros carne blanda, los... malbassa. Si. Se llamaban así, o al menos esa era la aproximación más cercana al término en su lenguaje que había conseguido tras escarbar en sus mentes. Los malbassa eran débiles, como muchos carne-blanda.

No era esto algo que supiese por experiencia propia. Nunca había encontrado carne blanda antes, pero el Canto dictaba que todos eran débiles y útiles únicamente para la toma, la Asimilación.

Pese a ello había optado inicialmente por la prudencia y la cautela cuando llegó a la pequeña luna y atravesó la roca subterránea para alcanzar el corazón de aquella base, siguiendo el rastro de energía de los Devoradores.

Los llamaban garmoga. De haber tenido labios habría escupido ante la mención del nombre. El haber hundido su ser en su carne muerta y en su metal para intentar confirmar viejos miedos no había sido agradable.

Si la roca y el metal de la montaña habían sido una tarea sencilla de abordar, la materia suave y maleable de los carne blanda fue un juego de niños. Sintió algo de vergüenza al dejarse llevar por el frenesí, pero era su primera Asimilación, y sus memorias eran ricas y nítidas. Resultaban adictivas, y el tinte de miedo que las marcaba en los momentos finales antes de su conversión en Fragmentos era demasiado delicioso para no querer probarlo más y más.

Tomó a los de abajo, disgregó una parte de sí misma para llegar antes a los niveles superiores y finalmente se reintegró con su otra mitad tras un juego del gato y el ratón con los carne blanda rezagados, justo a tiempo para esconderse cuando llegaron aquellas nuevas abominaciones, aquellos... guerreros.

Los malbassa eran como pozos de brea de movimiento lento y torpe en su visión. Muchos otros seres orgánicos lucirían de forma similar, como masas de materia torpe y grotesca manchando el mosaico de la realidad.

Pero aquellos cinco...

Eran heridas. Llagas de luz y color rasgando el mosaico, quebrándolo a su paso. Su mera visión era a la par dolorosa y fascinante. Los contornos de sus figuras eran trazos borrosos que apenas contenían un poder ardiente que rezumaba de forma constante a su alrededor.

Supo de forma instintiva que si bien estaban ligados a él de una forma profunda y etérea que no conseguía dilucidar, aquel poder hundía sus raíces en algo mucho más antiguo, salvaje y monstruoso que el alma de aquellos cinco seres.

Tenían que ser guerreros. ¿Por qué sino iba a tener un ser vivo la capacidad de quebrar la luz y la materia como aquellos cinco?

Así que optó de nuevo por la prudencia, y decidió observar oculta en las sombras de la ausencia de luz. Pensó en quedarse a mirar qué ocurriría cuando los Fragmentos despertasen, pero un grito de alarma desde el Canto la hizo replantearse dicha decisión.

Optó por atravesar de nuevo el metal, y salir al exterior. La oscuridad estrellada del cielo lunar la recibió con un aire frío y reconfortante y se detuvo un instante a saborearlo. Sintió el despertar de los Fragmentos y su quiebra casi inmediata. 

Alarmada, saltó por la superficie de la montaña, descendiendo de forma grácil gracias a la escasa gravedad.

Su instinto la impelía a mantener su presencia allí, a intentar llevar la Asimilación al mundo cercano, pero las órdenes que había recibido gritaban a través del Canto en su interior con creciente alarma.

Dicha alarma y el sentir la quiebra de los recién nacidos Fragmentos embotó sus sentidos. No percibió los desgarros de luminiscencia gigantescos volando sobre ella y como el más grande, una llamarada alada roja e incandescente emitió un Canto propio que había de ser oído por una de las cinco abominaciones de la luz.

Por eso la Esquirla se frenó en seco cuando un destello carmesí quebró el mosaico frente a ella, haciendo chillar al Canto, y Alma Aster se materializó delante suya espada en mano.

 

******

 

Desde las alturas Solarys vio al ser, emergiendo desde uno de los túneles de ventilación superiores de la parte externa del complejo que no estaba hundida en la roca de la montaña.

La Dhar pudo ver que no era uno de los enemigos tradicionales, los parásitos que su ama y estirpe combatían con regularidad, pero decidió hacer uso de su lazo psíquico de todas formas. Su ama juzgaría que hacer, después de todo siempre tomaba las decisiones apropiadas.

De ese modo, el conocimiento de la Dhar Komai llegó a la mente de Alma Aster justo cuando ella y Athea ascendían para reunirse con los demás. Dando cortas instrucciones a su hermana para seguir adelante, la Rider Red optó por unir su mente a la de Solarys y usar la visión de la Dhar Komai como guía para determinar un punto de llegada.

El Destello fue instantáneo, y en una fracción de segundo Alma Aster pasó de estar en el corazón de la base lunar malbassa a encontrarse en el exterior frente a una criatura de un tipo que no había visto jamás.

Lo primero que llamó su atención, fue la naturaleza aparentemente cristalina del ser.

Al contrario que los transformados malbassa, en los que había un aura de enfermedad quebradiza, no pudo detectar nada semejante en aquella forma de vida extrañamente humanoide.

Fue eso quizá lo segundo que más llamó la atención de Alma. Las similitudes físicas entre la especie humana y otras de su galaxia adoptiva –principalmente los atlianos– había sido objeto a la par de bromas y serios estudios. La opinión general optó por una despreocupada aceptación, un encogimiento de hombros interestelar aceptando la sencilla realidad de que si había alguna ley divina en el universo más allá de la comprensión de sus habitantes, ésta parecía tener preferencias de diseño.

Por eso, lo que extrañó a Alma no fue que el rostro de aquel ser pareciese el de una mujer humana o atliana, o puede que incluso vas andarte, tallado en cristal, ni que su figura y cuerpo le recordase a una estatuilla de cristal azabache humanoide y andrógina.

Era su perfección antinatural. Su inexpresividad. La forma de moverse de un cuerpo que debería ser rígido al carecer de puntos de articulación perceptibles. Incluso el más sutil de sus movimientos despertaba toda clase de alarmas en los sentidos de la Rider. La misma repulsión instintiva ante los malbassa reanimados, como si el Nexo mismo repudiase a aquella cosa.

A pesar de todo, Alma Aster intentó primero establecer contacto antes que recurrir al enfrentamiento.

Debe mencionarse que en ningún momento desmaterializó a su espada Calibor de sus manos.

"Hola."

La criatura no respondió, pero en su fuero interno Alma supo que la había entendido. El ser se limitó a inclinar levemente su cabeza a un lado. Un posible signo de curiosidad.

"Estoy bastante segura de qué puedes entenderme. No quisiera recurrir a un enfrentamiento a pesar de que tus acciones con los residentes de la base denotan hostilidad. Pero tampoco puedo descartar que todo se haya podido deber a un primer contacto desafortunado."

El ser habló. Los labios de la máscara que era su rostro no se movieron. Su voz no fue tanto una vibración de sonido transmitida por la tenue atmósfera como una proyección de palabras directa a la mente de Alma.

"PrIMer cOntaCto."

Alma asintió, "Sí, uno bastante malo ¿Por qué hiciste eso a los malbassa?"

"cArNE BlanDa. AsIMIlaCiÓN. imPeraTivo."

"¿Asimilación?"

"CaRne bLaNDa ImPERfecTa. aSimiLAciÓn. CoRRecCión y diCha. Lo dICta el CANTO."

Alma no sabía qué era aquel "Canto", pero casi pudo sentir el fervor cuasi religioso en la voz de la criatura al mencionar la palabra.

"¿Fue por eso por lo que viniste aquí? ¿Para asimilar a los malbassa?", preguntó la Rider.

"No. rAstRo. BúsQueda de InFormaCiÓn dE lOs deVoRADoreS. GarMoga."

Llegó aquí siguiendo el rastro de los garmoga, pensó la Rider Red, De algún modo percibió a los ejemplares de drones con los que experimentaban los malbassa. Solo puedo asumir que debieron parecerle un objeto de estudio más seguro que seguir el rastro de garmoga vivos.

Las respuestas no hacían sino plantear más preguntas.

"Los garmoga también son nuestros enemigos. Si también lo son de tu gente, a pesar de lo que ha ocurrido quizá podríamos..."

"¡NO!", exclamó el ser, "pErciBIMos intenCiÓn. CaRne Blanda nO fiaBle. pRomeSAS rOTas. pAlaBRAs vacías. No. sÓlo AsiMilaCióN."

Bien, eso parecía zanjar cualquier intento de llegar a una solución diplomática.

"¿Quién eres?", preguntó Alma, "¿Qué eres?"

En las alturas, resonó el rugido de los Dhars y Alma sintió a través de su lazo psíquico que el resto de su familia estaba en camino. En pocos segundos los demás Aster aparecería junto a ella en un Destello de luz.

La criatura debió percibirlo también. Dio un paso atrás y el aire en torno a ella pareció ondularse como cuando era calentado por altas temperaturas. La figura acristalada comenzó a plegarse sobre sí misma, como si hubiese pasado de ser tridimensional a ser un objeto de dos dimensiones, tornándose más pequeña.

Alma tuvo que apartar la vista. Era como si el tejido de la realidad ante sus ojos se hubiese convertido en un mosaico acristalado que se estuviese devorando a si mismo, como si el mismo aire a su alrededor estuviese lleno de grietas.

Es algún tipo de teleportación, pensó. Aún se preguntaba si sería posible frenar el proceso y retener a la criatura cuando cuatro destellos de color a sus espaldas marcaron la llegada de los demás Riders.

La visión ante sus ojos debió suponer todo un shock pues ninguno de los Aster movió un músculo mientras la Esquirla se plegaba sobre sí misma y hablaba por última vez antes de desaparecer.

"sOY EsQuirLa. SiErva. hÁgaSe la voLunTAd del Canto. Su VolUNtAd", proclamó, con un crescendo fervoroso en su voz, "SalVE a lA ReiNa dE la cOrona De CriStal rOto."

Y con dichas palabras y un último chispazo de luz blanca humeante se esfumó, y la ruptura de la realidad se reparó ante los ojos de los cinco Riders.

Alma Aster suspiró, desmaterializando su espada y dándose cuenta de que una enorme tensión abandonaba su cuerpo, como si hubiese estado a punto de entrar en pánico sin ser consciente de ello.

Un silencio pesado cayó sobre las Cinco Luces del Universo, roto únicamente por el colorido pero atinado e incrédulo susurro de Avra.

"Vaaale... ¿Qué cojones acaba de pasar?"

Lenguaje soez aparte, era una excelente pregunta.

martes, 9 de noviembre de 2021

051 FOBIA

En el momento en que sus oídos percibieron el sonido deslizándose sobre el metal, Alma pudo ver uno de los dos cuerpos cristalizados incorporándose, girando su cabeza en dirección a ella y emitiendo un chirrido al tiempo que se abalanzaba hacia la Rider alargando su brazo.

Alma actuó por puro instinto.

Calibor se materializó en las manos de la Rider Red con un intenso destello que bañó la estancia en luz carmesí. La espada trazó un arco y el malbassa redivivo en una suerte de escultura de retorcido cristal viviente vio como su torso era cortado en dos, en diagonal del hombro izquierdo hasta el lado derecho de la cadera.

Al tiempo que ambas mitades del ser caían al suelo haciéndose añicos, Alma avanzó y efectuó un corte horizontal sobre el segundo reanimado, decapitándolo. Remató el acto con una fuerte patada que arrojó el resto del cuerpo contra la pared opuesta, destrozándolo.

Por el rabillo del ojo pudo ver en movimiento a la tercera víctima, la primera que habían encontrado junto a la entrada al laboratorio.

El ser –pues Alma estaba bastante segura de que ya no podían ser descritos como malbassa– se incorporó con movimientos torpes y rígidos, pero una vez en pie se desplazó con la velocidad de un parpadeo saltando contra la Rider Red con sus brazos extendidos, sus manos abiertas y sus dedos curvados como cristalinas garras.

En esa milésima de segundo todos los músculos del cuerpo de Alma Aster se tensaron para hacer frente al ataque... para acto seguido relajarse al sentir el aire siendo cortado por las flechas de energía negra que volaron desde detrás de ella, pasando al pie de su cabeza justo por encima de sus hombros.

Los proyectiles disparados por el Saggitas de Athea Aster, Rider Black, impactaron de lleno contra la abominación cristalina. No solo lo frenaron en seco sino que la fuerza de los impactos lo hizo retroceder a la par que se fragmentaba en el aire.

El ser emitió un quejido hiriente, como uñas arañando pizarra, antes de que sus restos se desplomaran contra el suelo metálico del laboratorio.

Los cuerpos comenzaron a humear y a disolverse, dejando tras de sí restos de polvo gris y pequeñas esquirlas de cristal inerte.

Alma Aster bajó la guardia –no del todo, nunca del todo– y adoptó una postura más relajada aunque nunca desmaterializó su espada. Tras ella, Athea bajó su arco, disolviendo la flecha de energía aún formada con un movimiento sutil de sus dedos.

"Alma...", musitó Athea.

"Lo sé. Volvamos con los demás."

 

******

 

Armyos Aster se encontraba en una de esas situaciones en las que un individuo está seguro de sus capacidades y su propia confianza, pero al mismo tiempo no puede evitar una sensación creciente de preocupación.

Entre rehenes y separatistas, el comedor de la estación contaba aproximadamente con unas cuarenta y cinco víctimas. Cuarenta y cinco cuerpos cristalizados por un método desconocido. Sin pruebas a fondo era imposible determinar si había sido el resultado de un ataque biológico o de naturaleza mágica.

Y ahora, todas esas víctimas malbassa, se estaban reanimando y haciendo gala de una agresividad innata que a Armyos le recordaba demasiado a los antiguos cuentos de muertos vivientes de la vieja Tierra.

Y si bien dicha comparación ya era enervante de por sí, no era el único elemento de aquella situación que estaba comenzando a alarmar al Rider Orange.

Al tiempo que su martillo aplastaba otro cráneo de cristal esparciendo fragmentos cargados con la energía naranja que emitía como metralla contra otros atacantes, Armyos pudo ver a su hermana y hermano.

Avra seguía emitiendo exclamaciones de júbilo e ira a partes iguales mientras enarbolaba su espadón en amplios arcos de movimientos cortantes con los que daba cuenta de más de un enemigo a la vez. Por su parte, Antos se mantenía en silencio... sus comentarios chistosos habían desaparecido de forma pronta pero progresiva desde el comienzo del combate.

Armyos se había dado cuenta, igual que lo había hecho Antos y también Avra –aunque ella lo ocultase con su habitual bravuconería–  de que los cuerpos reanimados se movían cada vez más rápido, con más precisión, más fuerza...

Son como animales despertando de una hibernación, pensó, Podemos mantenerlos a raya sin problemas, pero si este aumento de habilidad es exponencial los últimos que queden en pie podrían ser potencialmente más rápidos que nosotros salvo que quememos nuestras reservas de poder de golpe...

Casi dándole la razón, uno de los malbassa reanimados saltó hacia Armyos con una velocidad inusitada, y también astucia, arrojando el torso de uno de sus congéneres caídos a modo de distracción antes de que se disolviese.

El Rider esquivó el golpe y el consiguiente ataque, pero las grisáceas manos cristalinas casi le rozaron. Con una reacción refleja casi de pánico Armyos dejó caer su martillo de golpe sobre el ser, quizá con más fuerza de la necesaria.

Esa era otra cuestión que contribuía a su creciente intranquilidad. Siempre que alguna de aquellas cosas estaba a punto de conseguir realizar contacto directo con él, una sensación de alarma irracional inundaba su cerebro. Podía sentirla en su misma alma, casi como si su lazo con el Nexo gritase una advertencia.

Y si el lazo que une tu alma con la fuente de toda la magia y toda la vida de la galaxia te grita una advertencia, tu escuchas.

Fue entonces, sumido en ese pensamiento durante una fracción de segundo, cuando oyó el grito de Antos.

 

******

 

Avra estaba disfrutando. Bueno, lo intentaba.

Oh, sí, en realidad estaba inquieta y no sabía exactamente el porqué, y eso la ponía furiosa. No quería sentirse inquieta, eso la hacía sentirse insegura, y odiaba esa sensación. La descentraba.

Si había algo de lo que sentía orgullo es que su mente siempre había estado afinada para el combate. Podía parecer pueril en su forma de afrontarlo y tomarlo casi como un juego, pero nunca había bajado la guardia y siempre había mantenido sus emociones controladas en la mayor medida de lo posible. Su único desliz reciente había sido por circunstancias excepcionales...

Golga.

Pero había algo en aquellos... ¿zombis? ¿podía llamarlos así? Si, había algo en aquellos zombis de cristal que la ponía nerviosa, y no poder determinar exactamente el porqué la sacaba de quicio. Solo sabía que cada vez que alguna de aquellas cosas se le acercaba tenía que reprimir un grito de rabia y pánico por puro reflejo, casi como su hubiese desarrollado una fobia de forma espontánea.

Y con tantas de aquellas cosas alrededor, moviéndose cada vez más rápido y de forma más coordinada –y no era eso también jodidamente reconfortante ¿verdad?– esa sensación empezaba a venir de todas partes como si rebotara contra todas las superficies que la rodeaban.

Sin darse cuenta, su visión se centraba cada vez más en las amenazas directas que tenía ante sí, quedando el resto de sus sentidos anulados por el clamor subconsciente del lazo de su alma con el Nexo gritándole que saliese de ahí cuanto antes.

Por eso no se percató de que uno de los seres a su espalda, al que había cortado por la mitad unos segundos atrás, aún no estaba muerto. Con su torso aún capaz de movimiento antes de comenzar a disolverse, la abominación cristalina saltó hacia la Rider Blue.

Avra no lo vio venir. Pero Antos sí.

El Rider Purple acababa de dar cuenta de dos reanimados con su lanza cuando se percató del ataque sobre su hermana. Moviéndose con una velocidad que distorsionó el aire en su punto de partida, arrojando al suelo a varios de los monstruos, Antos se interpuso entre Avra y su atacante.

Para entonces, ya no tuvo más tiempo que para alzar su antebrazo a modo de escudo. El reanimado, ahora casi disuelto hasta el cuello quedando de él apenas la cabeza, un hombro y su brazo, tomó con sus zarpas la extremidad de Antos cerrando su mano como una tenaza.

Un siseo humeante se produjo en la armadura del Rider y Antos Aster sintió un dolor como nunca jamás había experimentado. Gritó. 

Había estado en combate, sufrido heridas por parte de los garmoga, sobrevivido a explosiones, caídas y situaciones que habrían licuado un cuerpo humano normal... Pero la sensación de aquella mano cristalina agarrando su brazo era como si alguien hubiese clavado miles de agujas incandescentes a lo largo y ancho de todo su sistema nervioso, que rasgaban y arañaban hasta llegar a su misma alma.

Debajo de su casco pudo notar sangre en su boca. Se había mordido la lengua.

El dolor se fue tan rápido como vino, aunque para él duró una eternidad, cuando el espadón de Avra embistió lo poco que quedaba de la criatura reanimada haciéndola estallar en una nube de polvo gris y fragmentos de cristal.

Antos sintió debilidad en sus rodillas y habría caído al suelo si su hermana pequeña no lo hubiese sujetado.

"¡Antos! ¡Antos!", exclamó Avra mientras sostenía a su hermano. Miedo y culpa teñían su voz.

Armyos ya corría hacia ellos para asegurar la posición y escudar a los más jóvenes de su familia. Arrojó su martillo y éste giró en el aire rodeando a Rider Purple y Rider Blue con una línea de energía naranja que repelió a los atacantes que intentaban convergir hacia ellos.

Todos se han movido a esa posición cuando gritó Antos, se dijo, Percibieron un momento de vulnerabilidad y lo aprovechan de forma sistemática. Su velocidad y fuerza siguen aumentando y aún queda una docena de esas cosas... creo que tendré que decir adiós a lo de evitar daños colaterales en la estructura de este sitio.

Por fortuna para el Rider Orange, no sería necesario para él tomar una línea de acción drásticamente destructiva cuando alguien podía presentar una alternativa más precisa.

El silbido de cientos de flechas llenó el aire y proyectiles de energía de luz negra entraron por la puerta de acceso principal, dirigidas por la voluntad de su tiradora. Una docena de ellas para cada una de las criaturas.

La fuerza de los impactos fue tal en algunos casos que los reanimados estallaron instantáneamente en nubes de polvo.

Con todos los enemigos abatidos, Antos suspiró, sentándose en el suelo al tiempo que sujetaba su brazo herido.

Avra estaba agachada junto a él, aunque era obvio por la tensión en su postura que la Rider Blue no sabía muy bien qué hacer.

Armyos se volvió al tiempo que su martillo regresaba a sus manos e hizo un gesto de saludo con su cabeza a la recién llegada. En el umbral de la puerta, con su arco aún en mano, estaba Athea Aster.

"Mmm", dijo, "Ha ido justo."

"Buena entrada, hermana", dijo Armyos, quien en ese momento se dio cuenta de la ausencia de otra persona en la sala, "¿Alma no ha venido contigo?"

Athea Aster desmaterializó su arco al tiempo que alzó su mirada, dirigiéndola a lo alto. Uno podría haber pensado que estaba observando el techo, pero Armyos supo que los sentidos de su hermana mayor estaban centrados más allá.

Sin mediar más palabras, la Rider Black comenzó a caminar hacia su hermano y hermana más jóvenes, haciendo un gesto a Armyos para que la siguiese.

"Alma se está encargando de algo", dijo finalmente, "Esto es potencialmente más complicado que lo que ya hemos visto."

lunes, 1 de noviembre de 2021

050 CRISTAL

 

Alma fue la primera en entrar y casi soltó un bufido de tenso alivio.

El lastimoso quejido era el ruido de una serie de generadores dañados, fallando en su propósito de mantener la temperatura del laboratorio –pues esa era la verdadera naturaleza de la sala oculta– a niveles óptimos. En su fuero interno Alma no pudo evitar expresar algo de incrédula frustración a que aquel fuese el sonido emitido por aquella maquinaria.

Debido a los daños, la sala había caído a temperaturas extremadamente bajas. Suelo y paredes estaban cubiertos de escarcha y condensación. Era una estancia de tamaño menor y aspecto más improvisado del que esperaban, pero el instrumental y computadoras que llenaban sus paredes del suelo al techo justificaban la redirección de energía detectada previamente.

Alma sintió una leve palmada en su hombro. Se volvió hacia Athea, que situada justo tras ella llamó su atención hacia el rincón izquierdo al lado de la puerta.

Sentado en el suelo y apoyado contra la pared, como si hubiese intentando incorporarse agarrándose a ella antes de caer deslizándose, se encontraba la figura de un malbassa, presumiblemente uno de los científicos al cargo de lugar.

Lo primero que llamó la atención de Alma respecto al cadáver fue la falta de color. El cromatismo en los malbassa era variado y abundaban colores vivos como naranjas, rojos, amarillos y ocasionales verdes en su pigmentación. La piel del cuerpo tendido ante las dos hermanas era de un gris apagado.

Si se le podía llamar piel, claro está.

Un vistazo más detallado revelaba una textura rígida, cristalina. Como si todo el cuerpo hubiese sido convertido en una escultura estática de un cristal grisáceo. Protuberancias emergían de él, como pequeñas y afiladas ramas, destrozando el tejido de los ropajes. Los ojos habían desaparecido y los tentáculos que cubrían la boca del malbassa a modo de barba lucían quebradizos.

"Cinco infiernos...", musitó Alma.

"No lo toques", dijo Athea.

La Rider Red se volvió hacia su hermana, "¿Crees que puede ser algo contagioso?"

"No lo sé. Posiblemente... he visto este tipo de cristalización en cadáveres de especies basadas en el silicio, pero los malbassa son de base carbónica como nosotros. Esto no ha sido algo natural."

Alma asintió y se alejó del cuerpo. Sus ojos recorrieron el laboratorio y no tardó en detectar otros dos cadáveres en un estado similar al fondo de la estancia, situados tras los cinco cilindros que se encontraban posicionados verticalmente en una plataforma de observación en el centro.

Eran de un tamaño considerable y a Alma le recordaron a los tanques de regeneración de algunos centros médicos. Estaban llenos de líquido y parecía haber algo flotando en su interior, pero la condensación y congelación dificultaba la visibilidad a través del cristal.

Athea se acercó a ellos y frotó con su mano el más cercano, apartando la escarcha del cristal. Emitió un sonido de alarmada sorpresa al ver el interior del cilindro.

"Alma, son..."

La Rider Red se acercó con prontitud ante la inusual reacción de su hermana, pero la comprendió inmediatamente al ver el interior del tanque de líquido.

En el fluido amniótico y amarillento, emitiendo una tenue fosforescencia verde, descansaba un dron garmoga.

"¿Pero qué demonios?"

"Esto es... los malbassa no trabaron contacto con el resto de la galaxia hasta hace cuatro años", dijo Athea,  "No fueron informados de la situación de la guerra contra los garmoga hasta que iniciaron negociaciones con el Concilio. Ni siquiera sabían que los garmoga existían."

"¿Y en menos de dos años ya están experimentando con ellos?", susurró Alma, "¿Cómo demonios se han hecho con ejemplares muertos? Las operaciones de purga..."

"Los Corps sospechan desde hace años que existe un mercado negro de partes garmoga, pero esto podría ser la primera prueba real. Si los malbassa pagaron a alguien para hacerse con drones..."

"Esto va a ser un enorme dolor de cabeza. Cuando terminemos de asegurar el área informa a Tar-Sora para que la OSC se haga cargo y que mande cuanto antes un equipo de los Corps. No podemos dejar que esto se pase de puntillas, pero hay que hacerlo con cuidado."

"Técnicamente los malbassa aún no son miembros afiliados, no han violado ninguno de los tratados contra experimentación garmoga establecidos en los últimos concordatos", explicó la Rider Black.

"Lo que significa que al ser actores externos la experimentación con garmoga podría ser interpretado por algunos sectores de los afiliados del Concilio como un acto de guerra, y dados los ánimos en los últimos meses... Mejor que hilemos fino, Athea", replicó Alma.

"Por preocupante que sea su presencia aquí... no explica lo que ha pasado", observó la Rider Black.

"No, no lo hace en absoluto", dijo Alma, alejándose de los cilindros y comenzando a rodearlos hacia el otro lado del laboratorio.

Por su parte, Athea mantuvo su vista clavada en el dron garmoga. Era extraño ver a uno tan de cerca que no estuviese intentando saltar contra ella. De fondo pudo oír los pasos de su hermana mayor explorando el resto del laboratorio, deteniéndose de nuevo de forma abrupta.

"Athea, creo que he encontrado algo."

La Rider Black rodeó la plataforma central y vio como uno de los cilindros al otro lado estaba quebrado. Un dron garmoga de tamaño pequeño estaba inerte en el suelo, con el amarillento fluido del tanque derramado y congelado por el frío. Alma se encontraba de rodillas inclinada sobre él, examinándolo. 

Sin mentar más palabras, la Rider Red señaló con sus dedos a un punto en el cuerpo del ser y acto seguido a otro en la pared.

El torso del garmoga presentaba orificios, como si unas manos desnudas hubiesen penetrado en la carne y desgarrado el tejido de la piel de la pequeña abominación biomecánica. De las heridas brotaban esquirlas de cristal gris, que parecían crecer de dentro a afuera.

Y en la pared, no menos alarmante, un agujero, sus bordes aparentaban fundidos y todo su contorno aparecía rodeado por el mismo material cristalino en que se habían convertido los malbassa fallecidos y que aparecía en los restos del dron garmoga. La corriente del aíre y el susurro del sonido indicaba que aquél acceso improvisado debía prolongarse hasta un punto que llevaba al exterior de la montaña.

"Algo ha salido o ha entrado por aquí... espero que lo primero", dijo Alma.

Athea supo en qué estaba pensando su hermana. Si aquello era un punto de entrada, lo que quiera que fuese responsable aún podía estar en el interior de las instalaciones.

Fue en ese instante cuando oyeron el ruido de cristal quebradizo y un arañazo en el metal congelado de las paredes.

 

******

 

Bien, que hermosa estampa, pensó Antos.

Los Rider Purple, Orange y Blue habían llegado al área del comedor y lo que habían encontrado confirmaba las peores predicciones al tiempo que suscitaba múltiples preguntas.

Los cuerpos, tanto los del personal rehén como los separatistas, estaban repartidos por toda el área. Algunos caídos en el suelo, otros aún en pie, o inclinados sobre las mesas, petrificados en las últimas posturas que tuvieron en vida, agarrando sus propias extremidades o aferrándose a sus armas o a cualquier objeto que hubiesen podido agarrar.

Hasta el último de ellos, convertido en estatuas de un grisáceo y cristalino material que no solo parecía haber cubierto sus cuerpos sino mutado todo el organismo hasta el interior. Así lo denotaba uno de los cadáveres, partido en dos y dejando visible el interior de un torso convertido en una masa maciza del extraño mineral.

Y ni una miserable gota de sangre.

"¿Qué coño ha pasado aquí?", susurró Avra. Había materializado su espadón Durande nada más entrar y ahora lo usaba para toquetear con cautela los cuerpos evitando un contacto directo, "Esto no lo han podido hacer los separatistas. No a ellos mismos, ¿no?".

"Puede que algún tipo de arma química", comenzó Armyos, "Pero dudo que la usasen ellos y no encaja con lo que leo del resto de la escena."

"¿Qué quieres decir?", preguntó la Rider Blue.

"Las paredes, Avra", intervino Antos materializando su lanza, "Hay marcas de disparos por todas las paredes, suelo y techos. Estaban intentando abatir a algo o alguien."

"O fueron disparos muy desorganizados o intentaban cargarse a alguien que brincaba de miedo", observó Avra, "Y viendo esas mesas..."

Efectivamente, algunas de las mesas del salón comedor estaban hundidas sobre sí mismas, como si algo de gran peso hubiese caído sobre ellas abollando el metal con el que habían sido construidas.

Mientras Antos y Avra observaban la estancia, Armyos se acercó a dos de los cuerpos. Uno era, por los restos de su ropa, uno de los científicos malbassa. El otro, uno de los separatistas. Por la posición y postura, el terrorista había muerto escudando a su rehén del peligro.

Sus ojos atinaron a ver una incisión en el pecho, un orificio similar al que habría dejando un arma blanca. Las protuberancias y esquirlas de cristal parecían medrar allí de forma más virulenta.

Un punto de impacto es lo más probable, pensó Armyos, De ahí se extendió al resto del cuerpo cristalizando el organismo seguramente comenzando con los órganos internos antes de rematar con la epidermis.

Escuchó un ligero chirrido, como cristal quebrándose, y por el rabillo del ojo Armyos pudo jurar que la cabeza del cadáver se había girado levemente para mirarle.

El Rider Orange se quedó totalmente inmóvil. El sonido de la voz de su hermana y hermano se difuminó en un murmullo y todos sus sentidos se centraron en lo que tenía delante.

De nuevo, el vidrioso crujido, y esta vez acompañado por un movimiento rápido y claro de un brazo gris cristalino rematado en una mano de dedos afilados intentando tomar el rostro cubierto de Armyos. Éste pudo retroceder a tiempo gracias a sus reflejos, materializando su martillo en el acto con un trueno de energía naranja.

Avra y Antos volvieron su atención hacia él al percatarse de su reacción. Cualquier comentario jocoso o burla que hubiese podido salir de sus labios enmudeció cuando todos los cuerpos cristalizados que los rodeaban empezaron a moverse de forma espasmódica y a incorporarse.

Las reacciones de los Riders más jóvenes no habrían podido ser más opuestas.

"Oh, mierda", susurró Antos.

"¡Hostias, genial!", exclamó Avra.

Las únicas respuestas que recibieron fueron un suspiro paciente de Armyos y los gritos antinaturales de los seres que ahora se abalanzaban contra ellos.