La pequeña ciudad costera ya había sido evacuada cuando los garmoga alcanzaron el área.
El centurión caminaba a paso lento, moviéndose con parsimonia entre la masa de drones que lo rodeaban por todas partes consumiendo todo recurso y materia que encontrasen, prácticamente absorbiendo la misma esencia vital del planeta bajo sus pies.
En ocasiones un retumbar hacía temblar el suelo. Los drones lo ignoraban, sus mentes movidas por impulsos primarios y centradas en un único objetivo, pero el centurión con su rudimentaria capacidad de raciocinio no podía evitar dirigir su mirada a lo alto cada cierto tiempo, quedándose quieto y observando al titán que los acompañaba.
Goemagot, la quimera garmoga, había dejado de avanzar tras alcanzar el centro urbano y se limitaba a dar vueltas en círculos como una gigantesca torre de vigilancia móvil. Su más de un centenar de metros de altura la convertían fácilmente en la cosa más alta en el lugar, sin ningún otro edificio de la pequeña localidad que se le acercase.
A cada paso que daba aplastaba a docenas de drones y en ocasiones a algún centurión desafortunado. Sus masas se fundían al contacto con sus cónicos pies de ancha base, siendo absorbidos por la quimera.
Drones garmoga revoloteaban a su alrededor como gaviotas, en ocasiones posándose sobre la grotesca cabeza, siendo también absorbidos por una masa de carne biomecánica informe cubierta por tejido cicatricial y ocasionalmente regada por el plasma fundido y de color verdoso que caía desde la grieta de chisporroteante energía en el punto central del halo metálico que emergía de la espalda de la criatura
El centurión continuó observando a la quimera, hasta que una creciente cacofonía desde el norte llamó su atención. Chillidos crecientes de drones precedían una marea de los mismos que parecía huir de algo.
El centurión garmoga solo tuvo unos segundos para poder percibir lo que se acercaba. Luego todo se tornó rojo.
Una oleada de llamas carmesí inundó la zona. Las calles de la abandonada ciudad se convirtieron en ríos de fuego y plasma rojizo de un brillo incandescente. El centurión, sus congéneres y miles de drones se carbonizaron al instante.
Goemagot corrió mejor suerte, pero trastabilló, cayendo sobre uno de los edificios y sosteniéndose erguido a duras penas, sus piernas calcinadas por la misma oleada de energía.
Desde las alturas, un rugido enmudeció los chillidos de las moribundas abominaciones. Tomando altura tras calcinar la superficie, Solarys se disponía a descender de nuevo, esta vez en un asalto directo contra la quimera.
Desde el interior de su silla-módulo, Alma Aster dirigía las acciones de la gigantesca Dhar Komai.
De todos los Riders y Dhars, el suyo era el lazo más profundo. Con la concentración adecuada Alma ni siquiera tenía que verbalizar mentalmente sus órdenes. Un mero pensamiento era más que suficiente para que Solarys supiese de forma instintiva las intenciones de la Rider Red y actuase en consecuencia.
Goemagot reaccionó. Un sonido a medio camino entre un grito de rabia y un aullido de dolor escapó desde su grotesca garganta. En la cabeza del ser parte del tejido cicatricial se resquebrajó al forzarse la apertura de unas fauces dentadas de las que comenzó a manar un líquido negruzco y alquitranado.
La quimera se incorporó a duras penas. Sus pies carbonizados se resquebrajaban bajo su propio peso. De haber tenido brazos en su retorcido torso sin duda los habría usado para sujetarse a los edificios cercanos como soporte en vez de tener que caminar sobre muñones incinerados.
Un zumbido persistente acompañó el aumento de las descargas de energía en el halo metálico situado a su espalda. La fisura en la parte central del mismo comenzó a brillar con una luz verde de gran intensidad y nuevas descargas de plasma incandescente cayeron sobre la quimera, quién parecía ignorar el dolor esta vez.
La energía se concentró sobre si misma y la fisura en el halo de Goemagot se quebró, dejando ver una bola de luz verde flotando en el aire entre los fragmentos de metal fundido.
La quimera se inclinó hacia atrás y la bola de energía estalló, generando un haz de luz cortante que ascendió a los cielos en dirección a la Dhar que descendía.
Solarys esquivó el impacto directo pero se vio forzada a moverse a un lado y cambiar de dirección para mantener sus distancias, descendiendo esta vez en línea diagonal. El rayo emitido por la quimera la seguía como una emisión de partículas, cortando edificios a su paso y generando explosiones de luz verde.
Peque, atenta, voy a distraerla para ti.
La orden psíquica de Alma Aster resonó en la mente de Solarys al tiempo que la Rider Red emergía de la capsula de su silla-módulo para desvanecerse en un destello de luz roja.
Al contrario que la estrategia seguida por su hermana y hermano, Alma no se materializó frente a la quimera para un ataque directo.
Lo hizo en el aire, sobre el haz de energía emitido por Goemagot, con su espada Calibor en mano cargada de poder puro. El arma, normalmente de una longitud de apenas un metro, mutó en una gigantesca hoja que podría haber cortado una nave carguero por la mitad sin problemas.
Todo sucedió en pocos segundos.
Alma golpeó, impactando directamente el rayo esmeralda de la quimera. En el punto de contacto el haz de Goemagot se quebró. Parte de la energía se disipó, pero la otra parte retornó a su punto de origen, realimentando con un exceso de poder el halo metálico en la espalda de la quimera.
La descarga y explosión de energía sobre su cabeza desorientó a la abominación. Solarys aprovechó la distracción y con un poderoso impulso aceleró embistiendo a la quimera. La fuerza del golpe de un Dhar Komai de su envergadura moviéndose a velocidades cuasi-lumínicas era una cifra difícil de precisar, pero sus consecuencias fueron inmediatamente visibles cuando, a pesar de tener solo la mitad de tamaño que la quimera Solarys se las apañó para partir el torso de Goemagot en dos, arrancando la parte superior a la altura de la cadera al impactar contra el ser.
La Dhar se había convertido básicamente en una enorme bala de cañón.
Alma se dejó caer al suelo, aún bañado en llamas y donde apenas quedaban restos de la horda garmoga. La Rider Red se permitió un suspiro de alivio y una leve sonrisa. La quimera aún vivía pero parecía que Solarys podría dar buena cuenta de lo que quedaba sin demasiados problemas.
Ahora, solo quedaba esperar que Athea pudiese localizar y cerrar el portal garmoga, purgar a los drones y centuriones restantes y asegurar la purificación de las áreas más afectadas.
Si, se dijo Alma, Da gusto cuando todo sale según lo previsto.
******
Entraron en Occtei de forma clandestina haciendo uso de un viejo carguero con un sistema de códigos aún viable. El doctor había razonado que hacerse pasar por transportista legal era la mejor forma de entrar en el espacio aéreo de cualquier parte de la galaxia.
En aquel momento sobrevolaban sobre la capital del planeta, moviéndose deliberadamente entre el tráfico de entrada y salida al espaciopuerto público principal. Solo un seguimiento directo delataría que estaban ganando tiempo y contaban con que ninguna de las autoridades procediese a ello al menos en los próximos minutos.
"Bueno, de momento todo ha ido bien", susurró Axas, "¿Y ahora cual es el siguiente paso?"
"Acceder a la central de los Rider Corps, entrar a su sistema de archivos, y rastrear las últimas entradas del tío Tiarras", respondió Dovat, con la mirada fija en los monitores de navegación, "Aunque hayan borrado sus credenciales del sistema, sus acciones, consultas y trabajo deben permanecer en los registros."
"Si algo es seguro con esta clase de burocracias es que no tiran nada del papeleo", rió Ivo Nag, "¿Esconderlo de mil formas paranoicas? Por descontado. Pero no tiran nada."
"¿Cómo vamos a hacerlo? ¿Piratear sus sistemas? Porque déjame decirte que no contamos con el equipamiento adecuado para..."
"Voy a entrar por la puerta principal y pedirles acceso a sus archivos", dijo Dovat.
Por unos instantes se hizo el silencio.
"Perdona hermanita", dijo Axas, "¿Podrías repetir eso? Creo que no te he oído bien"
"He dicho que voy a entrar por la puerta principal y pedirles acceso a sus archivos", repitió la joven atliana.
"Mmmm, ajá. Si. No. Dovat, ni siquiera escuchándolo por segunda vez puedo entender lo que estás diciendo", replicó Axas con cierto deje histérico, "¿Cómo cojones vas a...?"
"Voy a acercarme al mostrador de la recepción", interrumpió Dovat, "Y voy a decirle a quien quiera que esté allí que necesito acceder a sus archivos. Y si se niegan, que es lo más seguro, accederé por la fuerza."
Ivo Nag comenzó a reír. Aunque más que una risa sonaba como un graznido violento.
"Dovat, van a... Maldita sea, tienen que tener un ejército ahí dentro."
Dovat se volvió, mirando fijamente a su hermano.
"Axas", dijo, "Piénsalo ¿Qué ejército tienen ahí dentro que pueda siquiera hacerme un rasguño?"
"La polluela tiene razón, pollito. Con su poder no hay forma de que tropas convencionales puedan frenarla.", añadió Ivo Nag antes de dirigir su atención hacia Dovat, "Pero creo que tu hermano también podría estar preocupado por bajas entre la seguridad, con tu fuerza..."
Dovat sacudió la cabeza.
"No voy a matar a nadie. No soy una asesina."
"Es fácil decirlo, pero con tu fuerza física actual bastaría con un golpe mal calculado y...", comenzó Axas.
Dovat levantó el índice y el pulgar en su mano derecha "¿Recuerdas el ejercicio de sujetar huevos sin romperlos? Es lo mismo Axas. Si con mi poder puedo sostener algo tan frágil sin reventarlo estoy segura de que podré noquear a unos cuantos guardas sin causarles daños permanentes."
Axas la miró fijamente.
"Treinta", dijo.
"¿Qué?"
"Reventaste como treinta huevos antes de pillarle el truco."
"Axas, por favor..."
"La verdad", dijo Nag, "Lo más posible es que se causen más daño entre ellos intentando frenarla que otra cosa. El uso del armamento, granadas de gas... no me sorprendería para nada que cayesen más por fuego amigo que por la polluela recalibrando sus consciencias a base de bofetadas."
"Sigo pensando que no es buena idea, ir tan a lo... No lo sé, Dovat, creo que algo se va a torcer."
"Eh, si algo sale realmente mal, si la fortuna se pone en contra y, los espíritus no lo quieran, los Riders regresan antes de lo previsto o algo así, cuento contigo para cubrirme las espaldas."
"Ejem."
"Con usted también, doctor."
Dovat posó su mano sobre el hombro de su hermano.
"Ya lo verás, todo irá bien."
Axas suspiró.
"Famosas últimas palabras, Dovat. Famosas últimas palabras."
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