La Reina necesitaba tropas, y sus esquirlas lo sabían.
Pero la Reina requería discreción. Su poder era grande y divino por derecho, pero la galaxia era un animal esquivo, astuto y cruel. Antes de poder hacer frente a sus fuerzas de forma abierta se requería cautela.
Por ello se habían centrado en objetivos aislados. Mundos no catalogados, colonias pequeñas o clandestinas, nidos piratas... o naves solitarias en rincones apartados de la galaxia, como la INS Balthago.
La nave-trono piramidal pasó de largo siguiendo la voluntad de Keket, después de dejar tras de sí junto a la Balthago a las semillas que convertirían a aquella tripulación de almas desdichadas de distintas especies en nuevos siervos de su Señora. Siervos menores, nunca a la altura de las verdaderas esquirlas nacidas de su Canto.
Pero formidables pese a ello, pues tal era la voluntad de la Reina de la Corona de Cristal Roto.
Así, diez esquirlas partieron arrojando los pilares nacidos alrededor de sus cuerpos como lanzas contra el blindaje de la fragata del Concilio. Un blindaje fuerte, debían reconocerlo, sin duda mucho más avanzando que el de las viejas naves de hace milenios que recordaban a través de la impronta del Canto de la Reina.
Pero seguía sin ser rival para sus habilidades y pronto estaban dentro. La tripulación había comenzado a evacuar, pero aún quedaban cientos de individuos en la nave. Diez esquirlas serían más que suficiente.
Una de las esquirlas fue la más pronta en entrar, en la cubierta superior y cerca de lo que pudo deducir debía ser el puente de mando. Podía sentir el Canto disonante y aterrado de los seres de carne y acudió a su encuentro, ansiosa por auxiliarlos. Pronto sus voces formarían parte del Canto de la Reina. Más apagadas y dóciles, pero sin el temor y dolor de la carne.
Le bastaron tres golpes para derribar las puertas. En la antigua galaxia hubiese bastado uno solo. Una vez más reconoció los logros de aquellas desamparadas criaturas, aunque nunca lo expresaría en voz alta.
Sus pensamientos se vieron cortados cuando notó leves destellos de dolor. Casi inexistentes, de veras. Vio las hendiduras y llagas incandescentes en su cristalina superficie. Apenas unas ligeras molestias.
Ah, sí, proyectiles. Le estaban disparando.
Era una reacción predecible, dado el miedo que salía de sus blandos cuerpos como una oleada fétida.
Sonrió. O eso esperaba. Estaba bastante segura de que el nombre del gesto era "sonrisa". Una expresión de satisfacción o cordialidad en la mayoría de las especies humanoides de la galaxia. Al menos así había sido hace milenios cuando su Reina conquistó gran parte de los territorios exteriores.
Pero quizá estaba equivocada. Su intención era infundir calma, pero el miedo que emitían inundó la estancia incluso con mayor intensidad que antes. Volvieron a abrir fuego, y si bien aquellos proyectiles de metal fundido acelerado no la dañaban de verdad, lo cierto es que comenzaban a ser un poco irritantes.
Una de las figuras de carne llamó su atención. Era un... ¿ithunamoi? Si, ese era el nombre. Los que tenían púas. Mezclado con su miedo había un nivel de determinación que resonaba a través del Canto como una nota cristalina y luminosa. No era presa del pánico como comenzaban a serlo mucho de los otros.
Sería un primer siervo excelente.
Con ese pensamiento en mente, la esquirla saltó hacia el capitán Calkias.
******
La cosa estaba sonriendo, y era sin duda la visión más aterradora que el capitán había presenciado en toda su carrera. Y no era por los dientes plateados que asemejaban cuchillas, aunque desde luego tampoco es que ayudasen.
Calkias había visto a humanos y atlianos sonreír. Cinco infiernos, incluso la sonrisa de un vas andarte, un phalkata o su misma gente los ithunamoi no era tan distinta. Pero el rostro de aquella criatura, tan cercano al de las dos primeras especies, emitía un aura de antinaturalidad aberrante. Aunque no hubiese nada que pudiese ser percibido superficialmente, había algo erróneo en aquella cosa de cristal intentando sonreír.
Una falsedad monstruosa. Esa era la única forma que se le ocurría para intentar describirla con palabras. Los garmoga y su ansia animalística de consumir toda vida parecían algo honesto y puro en comparación.
La sonrisa en el rostro de la criatura se borró en un instante, tan rápido como había aparecido, cuando Calkias y los demás miembros presentes de la tripulación abrieron fuego de nuevo.
Comenzó a avanzar ignorando las llagas de un rojo brillante como restos de metal fundido que los disparos dejaban sobre el cristal negro que conformaba su cuerpo.
La criatura avanzaba hacia él. Calkias lo supo instintivamente.
Hubo un sonido que pareció ensordecer el de las armas. Un crujido quebradizo y chirriante cuando la mano izquierda de la criatura comenzó a transmutarse. Sus dedos se fundieron en una única forma afilada, cada vez más extensa. Era como una lanza o una gigantesca aguja.
La criatura saltó, una vez más haciendo caso omiso de los disparos y los gritos y exclamaciones de pánico y horror a su alrededor, cruzando el aire hacia Calkias con dicho apéndice extendido, dispuesta a ensartar al capitán ithunamoi con él.
Calkias sintió algo chocando contra él desde su costado izquierdo. Se desequilibró y cayó al suelo frío y metálico del puente de mando. Su cerebro se aferró a aquella sensación. La frialdad del metal bajo él y el dolor del brazo sobre el que había caído siempre resonarían en su mente cuando recordase la escena que estaba aconteciendo frente a él en aquel instante.
Anjira, su Oficial Ejecutivo, le había empujado y ocupado su lugar. Era el torso del vas andarte el que había sido atravesado por la lanza de obsidiana de la criatura invasora.
La criatura extrajo su extremidad, brillante y húmeda por la sangre, y Anjira cayó de rodillas con un agujero rezumante en el pecho y espalda. Pero no murió. Morir habría sido lo preferible.
Anjira comenzó a gritar. La sangre cesó de brotar de la herida de su torso y una formación cristalina, grisácea, comenzó a emerger del agujero taponándolo. Las largas y esbeltas extremidades del vas andarte comenzaron a contorsionarse acompañados por un crujir de huesos.
Los ojos implosionaron derramando una copiosa cantidad de sangre y un fluido transparente y viscoso, dejando tras de sí dos cuencas vacías y oscuras, como un vistazo a un abismo interior.
La piel del vas andarte parecía hervir, como si algo se moviese bajo ella. Púas, esquirlas y bultos del mismo mineral grisáceo emergieron atravesando la epidermis. El sonido del crujir de huesos comenzó a ser sustituido por el chirriar cristalino de unas extremidades que ya no están conformadas por hueso, músculo y tendón.
Anjira se incorporó con movimientos bruscos y espasmódicos. Lo poco que quedaba de su piel eran jirones sanguinolentos. Su rostro cayó como una máscara despellejada dejando ver una cara de cristal gris que era una reproducción exacta de sus antiguos rasgos, pero sin ojos y ligeramente desdibujada. Sus cabellos parecían haber mutado en filamentos cristalinos casi transparentes y de aspecto quebradizo.
Era como si todo el cuerpo del esbelto alienígena hubiese mutado en una escultura acristalada de sí mismo, con protuberancias emergiendo de entre los restos de piel aún adherida y el tejido de su uniforme.
La transformación había durado segundos. En todo ese tiempo nadie había vuelto a disparar, paralizados por la visión ante ellos. En el silencio Calkias pudo oír los ecos de gritos y disparos en otros puntos de la nave.
Están haciéndole esto a mi tripulación, pensó. Por eso les bastaba ser diez. Uno solo de ellos puede...
El chirriar del cristal señaló el movimiento de la cabeza del recién mutado Anjira y de la esquirla centrando de nuevo su atención en Calkias. El resto de hombres y mujeres en el puente de mando abrieron fuego de nuevo, con gritos desesperados. Ninguno intentó correr, huir o abandonar la estancia.
La cosa que había sido Anjira saltó sobre uno de los oficiales técnicos hundiendo sus afilados dedos de cristal en la carne de las mejillas del desafortunado humano. El grito de este se cortó en seco y Calkias no tuvo que mirar para saber que el mismo proceso que acababan de presenciar se estaba replicando de nuevo.
No miró pues sus ojos estaban clavados en el primer monstruo, la esquirla de cristal negro que de nuevo avanzaba hacia él, sonriendo con aquellos dientes como cuchillas y su mano convertida en lanza aún goteando sangre.
Caminaba con lentitud y sin prisa, ignorando los gritos, disparos y figuras mutadas que emergían a su alrededor por cada asalto que el transformado Anjira llevaba a cabo sobre sus antiguos compañeros.
Calkias ni siquiera intentó ponerse de pie y se limitó a disparar desde el suelo hasta que el rifle se sobrecalentó cortando en seco el flujo de disparos. Estaba seguro de que era el fin. Se preguntó si había ganado el suficiente tiempo para al menos evacuar al personal civil. Quizá Neva había podido huir. Quizá...
La extremidad de la esquirla estaba a apenas un centímetro de él. Bastaría un movimiento y...
Luz.
Calkias cerró los ojos, abrumado por la luz. Una luz intensa que inundó el puente de mando a través de los ventanales de observación. El vacío y negrura del espacio se habían tornado en un mar luminiscente.
Luz verde.
La nave tembló, como si algo hubiese chocado de nuevo contra ella. Calkias seguía con los ojos cerrados cuando un sonido, un rugido seguido de algo similar a un estallido, hizo enmudecer los gritos y los disparos y de repente una sensación de calor insoportable lo llenó todo.
El capitán de la Balthago se sentía como si estuviese rodeado por un muro de llamas. Entreabrió levemente sus ojos inundados en lagrimas y pudo apreciar que no estaba muy desencaminado.
Una oleada de fuego esmeralda le rodeaba pero sin llegar a tocarle, como si un campo invisible le protegiese. Pudo ver las formas borrosas de los demás miembros de su tripulación en el puente de mando a través de las llamas, en situación similar a la suya. Y en cuanto a la criatura y al mutado Anjira y los otros pocos miembros que había conseguido cambiar...
Estaban en el suelo, las llamas abrazando sus cuerpos. Más que quemarlos parecía que aquel fuego verde tuviese una presencia física, una presión que estaba siendo ejercida sobre las formas de cristal de aquellos monstruos, quebrándolos y fundiéndolos. Sus rostros presentaban una expresión agónica. La primera criatura, la esquirla de cristal negro, emitía un chillido casi infantil de dolor que se cortó en seco al tiempo que las llamas penetraron sus ojos y boca.
Y entonces, cesó. La luz se atenuó, las llamas se disiparon y el calor se desvaneció. El puente de mando estaba casi a oscuras, iluminado únicamente por las tenues luces de emergencia que aún funcionaban y los resplandores pálidos de unos pocos holovisores.
Calkias se levantó lentamente, ignorando la magulladura de su brazo y con las púas de su cabeza y espalda aún erectas en estado de alerta. No había señales de quemaduras en ninguna superficie. Nada del instrumental parecía especialmente dañado. Vio como el resto de los hombres y mujeres a su cargo se incorporaban, mirando a su alrededor asustados y perplejos y sin ningún rasguño o daño aparente. Ninguna quemadura. La única señal visible de la presencia de las llamas era el sudor en los cuerpos de aquellos cuyas especies contaban con dicha función fisiológica.
No podía decirse lo mismo de la criatura invasora y los miembros de la tripulación mutados.
El ser de cristal negro era una masa casi informe y apenas reconocible en el suelo, con rescoldos de llamas esmeraldas aún ardiendo sobre sus restos fundidos y retorcidos en sí mismos. A unos pocos metros, de lo que había sido Anjira y otros cuatro miembros de la tripulación que habían comenzado a sufrir la misma metamorfosis solo quedaban restos humeantes de sus uniformes y un polvillo gris, arenoso y con restos de pequeños fragmentos cristalinos, que parecía dibujar los contornos de sus cuerpos en el suelo.
Un chasquido en su muñeca sacó a Calkias del ensimismamiento en que se había visto sumido al observar aquellos restos. La voz queda de Astorias Neva sonó en su comunicador.
"¿C... capitán? ¿Sigue ahí?"
"Primera oficial Neva", musitó Calkias con cierto alivio, "Me alegra oír su voz. Asumo que la situación..."
"Bajo control, señor... creo. Todo se llenó de fuego verde y..."
"¡Señor!", interrumpió una voz.
Calkias se volvió y pudo ver a uno de los técnicos de comunicaciones supervivientes con su mirada centrada de forma casi febril en el holomonitor.
"Hay otras dos señales de vida en el casco exterior de la nave, señor..."
Calkias asintió, inexpresivo, acercando de nuevo el comunicador a sus labios, "Será mejor que vuelva al puente de mando, Primera Oficial. La situación aún no se ha norm..."
De repente, el resplandor verde regresó, pero sin la intensidad cegadora de antes y mucho más breve.
A través de los ventanales del puente de mando pudieron ver a la figura humanoide que acababa de materializarse frente a ellos en el exterior de la nave, portando una especie de largo cetro dorado coronado con un adorno en forma de media luna, de pie sobre el casco y sin mostrar la más mínima incomodidad. Como si estar en el frío del vacío espacial fuese lo más natural del mundo.
Calkias la reconoció nada más verla.
Los saludó con un seco gesto de su cabeza, antes de desvanecerse de nuevo en un destello de luz esmeralda acompañado por el rugido de una bestia que resonó en el interior de la INS Balthago a pesar de provenir del vacío del espacio.
Y con la voz de Astorias Neva solicitando información en el comunicador, un enmudecido y pasmado capitán Vonn Calkias solo pudo preguntarse como podría explicar toda la locura de los últimos minutos en un informe, mientras observaba como un Dhar Komai del mismo color esmeralda que las llamas que habían bañado su nave se alejaba con su jinete hacia las profundidades del Mar Interminable.
¿Cómo iba a explicar que la renegada y aliada de los garmoga Rider Green los había salvado?
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