viernes, 2 de abril de 2021

I01 INTERLUDIO: AXAS Y DOVAT

 

Rider Red había cumplido su promesa.

En el preciso instante en que su pequeña lanzadera dejó atrás la atmósfera de Krosus-4, Axas y Dovat fueron escoltados (o mejor dicho, escudados) por el gigantesco Dhar Komai rojo. La bestia se aseguró de que ningún disparo desviado o nave de la flotilla pirata se cruzase en su trayectoria de huida.

En total fue apenas un minuto, pero a ambos hermanos se les hizo eterno. Axas, aún dolorido y respirando con dificultad por sus costillas rotas, no podía evitar preguntarse si la Rider cambiaría de opinión en el último momento y que lo último que verían serían las fauces luminosas del dragón escarlata abriéndose ante ellos para un final incandescente.

Pero nada de eso ocurrió. El Dhar se separó de ellos y se volvió de nuevo en dirección a la batalla. Axas y Dovat pudieron ver como salían del hiperespacio otro par de fragatas del Concilio. Lo que quedaba de la maltrecha flotilla pirata estaba condenada, y serían pocos los rezagados y desertores que podrían darse a la fuga.

El único sitio al que los escoltarán esas bestias es a los cinco infiernos, pensó Dovat.

Continuaron en silencio un tiempo, buscando poner la mayor distancia entre ellos y Krosus-4 antes de efectuar un salto supralumínico.

Axas había caído en una suerte de letargo tras la ingestión de calmantes para el dolor, por lo que Dovat estaba sola con sus pensamientos mientras pilotaba. La cabeza no dejaba de darle vueltas en torno a Pratcha. Era consciente de que a esas alturas el doctor debía estar muerto. Si el anciano había hecho uso de la llave mórfica, por muy buena salud y forma física que conservase, no tendría ninguna oportunidad de salir vivo para contarlo.

Unos pocos meses, pensó Dovat, o puede que solo un mes, un mes habría sido suficiente para desarrollar limitadores para el flujo energético, para al menos obtener un tiempo de uso limitado sin riesgos...

Pero no habían tenido ese lujo. Unirse a los piratas les había proporcionado cierta protección y equipamiento, pero en retrospectiva había quedado claro que el riesgo de trabar contacto relativamente público con ellos en un puerto había dejado atrás la cantidad suficiente de migas para generar un rastro que sus perseguidores habían podido aprovechar.

Pero creíamos que mandarían a un destacamento de soldados, o a una patrulla de la OSC, se dijo, Nunca pensamos que mandarían a los Riders.

Era obvio que Pratcha debía estar más cerca de la verdad de lo que ellos mismos creían. El doctor nunca les había contado todo respecto a lo que había encontrado para mantenerlos a salvo. Mantenerlos a salvo siempre había sido una de sus prioridades.

Los padres de Dovat y Axas eran xenobiólogos y habían sido buenos amigos de Tiarras Pratcha desde sus años en la universidad. Cuando ella y su hermano apenas tenían cinco años, sus padres habían tenido que dejarlos unos meses para hacerse cargo de un trabajo de catalogación de especies en un mundo casi inexplorado cerca del borde exterior del cuadrante Alef. Dovat ni siquiera recordaba el nombre del lugar. Querría pensar que algo tan significativo como el nombre del mundo en que murieron sus padres tendría más peso en su memoria, pero a Dovat  a Axas no les importaba el dónde, sino el cómo.

Los Garmoga.

Desde que habían llegado a la galaxia, los invasores habían tomado sistemáticamente mundo tras mundo, comenzando por el borde exterior y las regiones más inexploradas. Solo en el último siglo los Riders y sus Dhars los habían mantenido a raya, con mayor o menor éxito, y eran pocos los mundos de las fronteras más interiores de la galaxia que habían sufrido asaltos serios.

Pero a veces ocurría, y los Riders no podían estar siempre en todas partes. O sus superiores no se permitían el lujo de garantizarlo.

Aquel mundo, el planeta en que sus padres habían pasado meses catalogando y estudiando nuevas especies, fue tomado por la horda Garmoga. Los enjambres descendieron sobre la superficie como una ola devoradora y consumieron todo a su paso. Fue uno de varios asaltos simultáneos, y al ser aquel un mundo deshabitado, sin colonias o centros industriales o ciudades, el Concilio no movió ni un dedo, priorizando la defensa de otras regiones más vitales.

Una pequeña expedición científica era una pérdida aceptable por la salvaguarda del bienestar de la galaxia.

Axas y Dovat se encontraron solos tras aquello, en manos de un sistema social que los puso al cuidado de una prima lejana de su madre que hasta entonces ni siquiera sabía que existían. Las cosas habrían podido ser mucho peor de no ser por Tiarras Pratcha.

Tiarras Pratcha había rastreado a los hijos de sus fallecidos amigos. Había indagado, buscado e incluso sobornado... Tiarras Pratcha hizo todo lo posible para garantizar el bienestar de los mellizos. Legalmente no podía hacerse cargo de ellos, pero en la práctica fue poco menos que su tutor y figura paterna hasta que alcanzaron la mayoría de edad. Y cuando expresaron su deseo de estudiar y trabajar con él, los recibió con los brazos abiertos, aunque siempre dejando muy claro que su trabajo para el Concilio y la división de investigación de los Rider Corps era algo de lo que no podría hablar abiertamente.

Hasta el día en que les dijo que tenía que marcharse y dejarlos atrás por su propia seguridad. Ni Dovat ni Axas hicieron caso y se fueron con él. Tiarras Pratcha había intentado disuadirlos, pero tanto ella como Axas se mantuvieron firmes. Dovat sabía que pese a su preocupación y protestas, una parte de Pratcha se había alegrado de que lo acompañasen más que nada en el cosmos. Puede que no lo mostrase todo el tiempo, pero estaba ahí.

Eran familia, después de todo.

"¿Dovat?"

Dovat se volvió. Axas había despertado. La piel verde de su hermano había recobrado una tonalidad más saludable para lo habitual en un atliano, pero era obvio que seguía dolorido y que necesitaba que un médico le echase un vistazo.

Axas parpadeó, despejándose, y se giró hacia su hermana.

"¿Cuánto he dormido?", preguntó.

"Apenas una hora."

"Parece más tiempo", dijo él, perplejo.

"Eso es por los calmantes", explicó Dovat, "Estaba esperando a que despertases. Tenemos que decidir nuestro siguiente paso. Seguimos a velocidad sublumínica. Con esta nave solo podemos hacer un par de saltos a sistemas cercanos. Estaba pensando en Cias."

"Cias es un mercado planetario... ¿es seguro?"

"Es el mejor sitio para conseguirte un médico que no haga demasiadas preguntas, y nuestra mejor oportunidad para encontrar una terminal de acceso encriptado a la red clandestina para recuperar los datos que salvaguardó el doctor... mientras aún tengamos tiempo."

Rider Red había cumplido su promesa de dejarlos marchar, pero Rider Red tenía superiores más implacables que sin duda esperarían un informe, y en dicho informe estarían los dos mellizos y sus descripciones. Era solo una cuestión de tiempo que alguien volviese a ir tras ellos para dejar bien atados todos los cabos.

"¿Y tras eso qué?", preguntó Axas, "En bioingeniería y biomecánica no le llegamos a la suela de los zapatos al tío Tiarras ¿crees que podremos terminar lo que empezó?"

"Tenemos que intentarlo. Se lo debemos", replicó Dovat, "Si no podemos... bueno, podemos intentar buscar a alguno de sus viejos contactos. Seguro que alguno puede ayudarnos."

"¿Y ella? ¿Crees que deberíamos...?"

"No."

"Pero los Riders..."

"Axas, no", dijo Dovat, "No podemos contactar con ella. Ni siquiera sabemos si es posible. Recuerda que incluso el tío Tiarras no estaba seguro porque la falta de datos sugería..."

"...que no sabemos quién está usando a quién."

"Así que ni una palabra más del asunto, hermanito."

"Soy dos minutos más viejo que tu."

"Únicamente porque el cascarón de tu huevo era quebradizo y blandengue, como tus costillas."

"Ay", rió Axas, "Eso duele. No, literalmente duele, no me hagas reír..."

Dovat sacudió la cabeza, "Toma otro calmante, y túmbate. Debería haber un habitáculo para dormir cerca de la zona de carga. Yo fijaré el rumbo a Cias."

Axas asintió, levantándose y caminando con lentitud hacia la parte posterior de la lanzadera. Aún con el salto al hiperespacio tenían un par de horas por delante, por lo que otro poco de sueño le sonaba mejor y mejor a cada segundo.

Dovat se quedó en la cabina de mando. Introdujo el rumbo a Cias en la computadora de la nave, siguiendo la ruta más rápida guardada en la base de datos de navegación, y se recostó sobre la silla. Su zurrón seguía en su regazo.

La entrada de la lanzadera en el hiperespacio trajo el silencio de los motores de propulsión sublumínicos mientras el hipermotor se hacía cargo de todo.

Recostada en la silla, observando las líneas de luz de las estrellas distorsionadas por el pliegue del hiperespacio formando el túnel que quebraba la realidad para llevarles de un punto de la galaxia a otro en un corto espacio de tiempo, Dovat introdujo su mano en su zurrón, extrayendo un pequeño contenedor metálico cilíndrico. Girándolo, parte de la cobertura exterior de metal se deslizó dejando ver una segunda capa acristalada y transparente.

En su interior reposaba la forma esférica y cambiante de la protoforma de una llave mórfica inacabada.

La próxima vez, pensó, Será distinto, doctor... tío Tiarras...

No hubo palabras, pero la promesa se afianzó con firmeza en sus pensamientos. Terminarían su trabajo, lo harían funcionar, le mostrarían la verdad a una galaxia deslumbrada por la luz.

La próxima vez.

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