“¡¡JOOOODEEEEEEEEEER!!”
¿La persona que había gritado semejante exabrupto verbal como si su alma se le escapase del cuerpo? La doctora Iria Vargas, jefa residente del departamento médico de los Rider Corps.
¿La razón por la que semejante expresión había escapado de los labios de la habitualmente más serena y comedida doctora? El tremendo salto que la había arrojado desde la sede de los Rider Corps hasta pasar por encima de la azotea de dos edificios cercanos y finalmente estrellarse contra el cemento y metal de un tercero, quedando aturdida por unos instantes.
¿Qué había permitido a una joven atliana no solo llevar a cabo semejante proeza sino también sobrevivirla? La bio-armadura conocida como Glaive.
Tumbada sobre la azotea en la que acababa de caer, la doctora habría supuesto a nivel superficial una visión de pesadilla extra para los desafortunados habitantes de la capital mundial de Occtei, en aquel preciso momento asediada por cientos de miles de esquirlas propagadas por Keket, la Reina de la Corona de Cristal Roto.
Construida a partir del tejido biomecánico de restos de centuriones garmoga, un usuario humanoide podría ser confundido a primera vista por una de las abominaciones que llevaba más de un siglo aterrorizando la galaxia. Era solo con un vistazo más detallado que podrían apreciarse las diferencias.
El tratarse de una figura femenina sería el primer indicio. Los centuriones garmoga no tenían sexo pero su morfología por lo general presentaba rasgos asociados con humanoides masculinos. Otras diferencias se harían más evidentes: la Glaive era una bio-armadura segmentada, con partes con partes más blindadas de un gris oscuro en extremidades y torso y otras de un negro de aspecto más flexible y orgánico en las articulaciones, cuello y manos. Tampoco presentaba la morfología mutable y deforme de muchos centuriones garmoga, optando más bien por unos rasgos definidos y fijos.
Incorporándose tras su accidentado aterrizaje, la doctora se llevó una mano a su aturdida cabeza, cubierta también por la armadura y mostrando más elementos que la diferenciaban de los ciclópeos rostros sin rasgos de los garmoga. Dos ojos cristalinos y blancos brillaban bajo una sobre la que reposaba una esfera rojiza y brillante, similar a las esferas mórficas. Todo ello coronado por una púa que emergía en vertical como un cuerno frontal sobre el cráneo cubierto.
“Oooh”, se lamentó la doctora, dando un par de cortos pasos, “Tengo que tener más cuidado con esto.”
“¡Doctora Vargas!”, llamó una voz a sus espaldas.
Iria se volvió y pudo ver la forma descendente de MX-A3, la última unidad Janperson superviviente. El droide contaba con una capacidad de vuelo limitada tras sus reparaciones, muy lejos de la maniobrabilidad de la que había gozado en el pasado. Iria saludó levemente con la mano, indicando que estaba bien.
“No ha pasado nada, ningún hueso roto”, dijo, intentando mantener controlados los latidos de su corazón, “Es solo que resulta complicado ajustar la movilidad con semejante aumento de capacidades físicas salidas de la nada al ponerse esto…”
“Recomiendo seguir moviéndonos”, dijo MX-A3, “Mis sensores detectan múltiples formas de vida hostiles en las áreas circundantes.”
Casi como confirmación de sus palabras, el silencio que cayó entre los dos se vio cortado por el sonido de la ciudad. Gritos, disparos, explosiones y vehículos. En las dos últimas horas los cuerpos de seguridad de los Corps habían formado equipo con las Tropas Auxiliares del Concilio para establecer áreas seguras y rutas de evacuación, pero el avance de las esquirlas a través de residencias civiles parecía imparable. Cientos de naves monoplazas y lanzaderas se habían elevado a los cielos intentando huir. Los más inteligentes se alejaban del espacio aéreo de la ciudad antes de ascender, lo que proporcionaba mayores oportunidades de no ser interceptados por un nuevo lanzamiento de pilares de cristal ennegrecido desde la pirámide o de una de sus descargas de energía destructiva.
Iria notó como se le revolvía el estomago. No sabría decir si era por su accidentado salto, por la armadura comenzando a dejar notar sus efectos secundarios o por una respuesta psicosomática a todo el trauma de la situación circundante.
No se atrevía a aventurar cuál era la actual cifra de muertos.
“Si… será mejor que sigamos…”, susurró Iria, “Las partes altas de la mayoría de edificios parecen estar despejadas y cuanto más nos alejemos del centro, mejor. La residencia de Alicia debería ser segura, si…”
Si ha conseguido llegar hasta allí, pensó, no atreviéndose a decir las palabras en voz alta.
“Por cierto, MX… Con las prisas se me olvidó preguntártelo… ¿Tienes lo que te pedí que recogieras?”
El droide asintió, extendiendo su brazo. Un panel del antebrazo se deslizó dejando ver un pequeño compartimento conteniendo seis pequeños viales equipados con agujas hipodérmicas, llenos con un líquido azulado fluorescente.
“Todo en orden doctora, pero no termino de comprender su propósito.”
“Los Rider llegarán, tarde o temprano. Esperemos que más lo segundo. Pero seguramente llegarán acusando agotamiento, por mucho que intenten sobreponerse. Y cuando lo hagan van a necesitar toda la poca ayuda que podamos darles”, explicó la doctora, señalando a los viales, “Y eso, será nuestra principal herramienta.”
La máquina asintió. No cruzaron más palabras, siguiendo su camino. Iria solo esperaba que llegasen a tiempo, que pudiesen asegurar el bienestar de Alicia Aster y que consiguiese hacerlo todo antes de que la armadura que vestía comenzase a matarla.
******
Alicia Aster llegó a su piso sin problemas.
Lejos de las zonas de impacto, era quizá la localización más segura de la ciudad. Los hechizos que lo rodeaban lo hacían invisible, casi inexistente a cualquier intruso hostil. Puede que no fuese tan seguro como un bunker, y el impacto accidental o azaroso de algún proyectil no podría ser descartado, pero en su interior Alicia Aster estaba en mejor posición de sobrevivir que ninguna otra persona de la ciudad antes todo lo que estaba ocurriendo.
Por eso no pudo quedarse dentro más de media hora antes de salir de nuevo a la calle, armada con un rifle de proyectiles acelerados, un escudo cinético y vistiendo un traje termal blindado.
Si su piso podía ser un refugio no iba a dejar que fuese ella la única que lo usase.
Moverse por las calles no era fácil. Aun en el área de periferia Alicia pudo ver a algunas de las criaturas. Humanoides similares a esculturas esculpidas en cristal. No sabía que capacidades poseían realmente, ni siquiera sabía si su arma sería útil, pero al menos parecía que los sentidos de los seres no eran tan distintos de los de la mayoría de especies conocidas. Manteniéndose en las sombras y caminando con cuidado de no dejarse ver, parecía ser capaz de burlarlos.
Las dos horas siguientes fueron un juego del gato y el ratón constante, con Alicia encontrando a supervivientes y ciudadanos escondidos en los rincones más inverosímiles y guiándolos de vuelta a su casa. Era consciente de que estaba teniendo una suerte inmensa, y de que en cualquier momento algo podría torcerse. Pero ya había conseguido meter en su piso a dos familias con niños y a otra media docena de individuos.
Moviéndose por la calle, pegada al suelo, podía ver a lo lejos las luces del corazón de la ciudad. Pero ahora eran los reflejos de las llamas y los disparos. Toda el área adyacente al cuartel de los Corps sonaba como si se estuviese entablando allí una batalla campal. Quizá no estaba muy lejos de la verdad. La mayoría de criaturas parecían confluir aún sobre las áreas centrales de la gigantesca urbe.
Las mayores áreas de población, pensó, Las mejores zonas para conseguir víctimas y engrosar sus números.
Alicia no había visto la asimilación de las esquirlas en acción, pero algunas de las personas que había rescatado sí. No sonaba agradable.
Y cuando sean suficientes se extenderán por el resto del planeta
haciendo lo mismo, casi peor que los garmoga.
Eso era algo que la estaba preocupando. Toda la situación no era peor, técnicamente, que si estuviesen bajo el asedio de un ataque garmoga. Pero había un aura opresiva que Alicia estaba bastante segura no se daba en las infestaciones de los devoradores de mundos. Una suerte de temor primario que parecía emanar sobre todo de aquella pirámide que flotaba sobre el centro de la ciudad como un siniestro depredador esperando la muerte de una presa moribunda para devorar la carroña.
La idea de ser tomado por aquellas cosas, de dejar de ser tú para convertirte en otro pedazo de cristal dispuesto a perpetuar ese ciclo con tus amigos y seres queridos, era…
Alicia hubiese preferido a los garmoga. Los garmoga solo te comían. Era algo rápido. En una muerte rápida nunca dejas de ser tú, aún cuando de ti solo quede el recuerdo.
Fue entonces cuando la oyó, gritando y aullando de terror.
Alicia se levantó levemente, poniéndose de rodillas y observando al fondo de la calle desde detrás de un vehículo estacionado. Pudo ver a la niña corriendo, una gobbore de pelaje dorado visiblemente exhausta pero en tal estado de pánico que no podía dejar de moverse. Tras ella, a menos metros de los que serían tranquilizadores y acercándose, dos esquirlas corrían con ella. Una aún estaba cubierta por restos de ropa y pelaje desgarrado. Seguramente uno de los padres de la pequeña, asimilados y convertidos en monstruos delante de ella.
Alicia se incorporó totalmente e hizo un gesto con la mano. La niña la vio y comenzó a correr en su dirección.
Alicia sabía que su suerte se había acabado. Su única oportunidad real consistiría en tomar a la muchacha en brazos y correr con ella, esperando poder despistar a los monstruos. Pero temía que las esquirlas solo estuviesen jugando. Aquellas cosas habían dado problemas a los Riders, sus capacidades de movimiento debían ser muy superiores en realidad a lo que estaban demostrando en aquel momento.
Pese a ello, no dudó. Ni por un instante.
Empuñando el rifle, Alicia apuntó con cuidado y disparo dos ráfagas de proyectiles cinéticos que pasaron por encima de la cachorra gobbore sin rozarla, atinando de lleno a las dos esquirlas.
Los seres trastabillaron, aquejando los impactos. Algo es algo.
Todos los impactos fueron plenos a pesar de la imprecisión del rifle. Todos atinaron sin desperdiciar ni un proyectil.
Alicia Aster era hija de su madre después de todo.
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