El Supervisor de Seguridad nº 8793ab no estaba contento. Gotas de sudor perlaban su ceño fruncido y las púas de su cabeza y espalda estaban tensas, rozando de forma incómoda contra la cobertura de su uniforme.
La mayoría de sus compañeros ya se habían marchado, siguiendo los protocolos de evacuación. Por sorteo, por pura maldita suerte, el joven ithunamoi había sido uno de los pocos elegidos para quedarse atrás unos minutos más como parte del equipo de monitorización y coordinación en tierra.
Entendía que era una labor necesaria para mantener vigilado el avance garmoga antes de la llegada de refuerzos y saber a dónde dirigir a los efectivos de seguridad de la Ciudad Alta cuando las bestias rompiesen la brecha.
Lo cual en su opinión era mera cuestión de tiempo. Aunque sus superiores tenían esperanzas de que la superficie entretuviese lo suficiente a los garmoga, las emisiones energéticas de la Ciudad Alta y toda la presencia de naves de evacuación terminaría atrayéndolos.
Hablando de la superficie... las cosas no marchaban bien.
Las cámaras de seguimiento mostraban como la vieja zona abandonada de La Zanja y la parte central desde el sur habían sido ya casi cubiertas en su totalidad. El asalto había comenzado oficialmente hacía 20 minutos, aunque se estimaba que los garmoga podrían haber estado presentes al menos un cuarto de hora antes de su detección.
En ese tiempo ya habían consumido casi toda la totalidad del gigantesco centro urbano en torno a su punto de llegada y sin intervención y con su propagación acelerada por la consumición de recursos, seguramente en unas pocas horas habrían tomado la península entera y tendrían ya un avance notorio en el continente.
Dejar a toda aquella gente a su suerte allá abajo no le parecía bien, pero 8793ab no escribía las reglas y no estaba tan loco como para discutir una orden de sus superiores. Dadas las tensiones actuales, la desobediencia seguramente se penalizaría con una caída directa a La Zanja.
De esta forma, se limitó a observar y a dar indicaciones a las tropas en lo referente a la cobertura de puntos de acceso con las áreas inferiores. Según el ZiZ una flotilla del Concilio estaba en camino, y se esperaba a los Riders en un plazo de unos cuarenta minutos. Con suerte la capital ya estaría evacuada para aquel entonces y...
Los sensores se volvieron locos.
El Supervisor 8793ab y la media docena de compañeros que estaban con él centraron su atención en uno de los sensores de lecturas de energía.
"¿Qué demonios es eso?", preguntó otra de la Supervisoras, una joven humana con ojos artificiales dorados.
"Un pico de energía, justo bajo nosotros, en pleno corazón de La Zanja... es... no sé lo que es. El espectrograma asigna parámetros similares a los de los Riders, pero no puede tratarse de ellos", aclaró otro de los técnicos, un barteisoom alto de piel verde haciendo uso de sus cuatro brazos en frenética actividad, ocupándose de cuatro terminales distintas de forma simultánea.
"Es bien sabido que los Riders pueden teletransportarse", intervino 8793ab, "¿Puede ser ese el caso?"
"No más allá de distancias orbitales, y no hay señal alguna de los Dhar Komai aún en el área circundante al planeta y la atmósfera. Esto es algo diferente."
"¡Mirad la grabación de la cámara 17!"
"Pasad la imagen al monitor central."
En la gran pantalla frente a ellos se visualizó una estampa del centro de La Zanja, la calle principal infestada de garmoga, y de repente una figura cayendo de un edificio. Por unos instantes pensaron que se trataba de un suicida... hasta que la figura se vio envuelta en una luz cegadora justo antes de tocar tierra.
Dioses y Espíritus de los Antepasados, pensó 8793ab, ¿Qué es lo que estamos viendo?
******
Resva estaba asustada.
Su padre no podía levantarse. Habían caído al suelo, y a pesar del calor protector del abrazo de su madre, escudándola de la visión de los monstruos a punto de caer sobre ellos, la niña aún podía oír con toda claridad el retumbar de sus pasos, el zumbido y chirridos antinaturales que emitían. Cada vez más cerca.
Y entonces, aún a través de sus párpados cerrados, hubo luz.
La oleada garmoga frenó en seco y algo pesado cayó justo delante de Resva y su familia.
Entre ojos entrecerrados y llorosos la pequeña atliana vio una figura luminosa golpeando el suelo.
Una onda de energía se expandió desde el punto del golpe, levantando el asfalto del suelo en oleajes como si se tratase de líquido y llevándose por delante a la masa garmoga más cercana. El número de éstos seguía siendo ingente, pero varios cientos habían sido repelidos de una sola vez.
La figura humanoide se incorporó, y la luz de disipó, dejándoles ver con claridad a su salvadora. Era una mujer alta, seguramente de unos dos metros, y musculosa. Resva no pudo evitar sentir un amago de familiaridad, como si la hubiese visto antes.
No era una Rider, ese fue el siguiente pensamiento de Resva. Pero casi.
Las armaduras de los Riders eran bien conocidas. Brillantes hasta el punto de resultar luminosas, coloridas, de un material cristalino que envolvía los contornos de sus cuerpos de una forma casi orgánica, marcando las líneas de la musculatura de sus dueños. Solo sus cascos metalizados con oscuros visores parecían más artificiales.
La armadura que llevó a Tiarras Pratcha a una muerte prematura era algo más tosca y de aspecto más artificial, cubierta en placas de protección metálicas en pecho y extremidades y con emisiones de energía extremadamente inestables que causaban disipaciones momentáneas de su forma en diversos puntos, transparentándola. Predominaban en ella unos colores blancos y gris apagados y sin armonía. Solo su casco, también con un visor negro, se asemejaba algo a los de los Riders.
La armadura de la mujer que había saltado justo frente a Resva y sus padres para salvarlos era también gris. Pero no el gris apagado de la de Pratcha. Era un gris vivo. Plateado y brillante, resplandeciente.
El cromatismo solo se veía alterado por franjas de un rojo metalizado que bajaban de los hombros hasta el pecho, rodeando una esfera luminosa que emitía un resplandor de luz azulada en el centro. Franjas del mismo color rojo se extendían por brazos y piernas hasta llegar a las manos y pies en una configuración que recordaba a guantes y botas.
El material no se asemejaba al cristal de los Riders o a los metales y fibras más mundanos de Pratcha. La mejor forma de describirlo era como algo similar a un cuero metálico, liso y flexible, que se ajustaba a la forma de su portadora pero sin llegar a parecer una segunda piel.
El casco era totalmente plateado y de rasgos desdibujados, casi como un rostro plano. En vez de un único visor horizontal negro, contaba con dos lentes doradas que le otorgaban un aspecto vagamente insectoide. Una suerte de cresta, en forma de aleta hacia atrás, lo coronaba.
La mujer de la armadura se volvió hacia ellos. Hizo un gesto extraño con la cabeza, como si hubiese intentado hablar pero no tuviese palabras. Tras un breve instante se limitó a señalar hacia arriba e inclinar la cabeza, antes de cerrar el puño y levantar el pulgar en un gesto de... ¿ánimo? ¿seguridad?
El miedo aún no se había ido del todo y la masa garmoga seguía viniendo, aunque recelosa.
Pero a pesar de todo ello, Resva sonrió.
******
De repente el mundo parecía hecho de luces, sonidos, colores y formas. Más de lo habitual.
Dovat no atinaba cómo comenzar a describir sus nuevas percepciones. Cuando impactó contra el suelo pudo ver las vibraciones como si fuesen líneas de vivos colores, engarzándose alrededor de la onda de luz y energía que desplegó su golpe.
La masa grisácea, enfermiza y discordante que eran los garmoga fue arrasada varios cientos de metros y aún estaban tardando en reagruparse. Si los drones garmoga pudiesen pensar podría aventurarse que parecían desconcertados.
Todo parecía más frágil. Dovat estaba segura de que si intentase ahora su ejercicio de control con los huevos de la cocina de Ivo Nag, éstos quedarían hechos pedazos con un simple roce si no se controlaba.
Se volvió y pudo ver a la familia. Resva, la niña a la que conoció hace unos pocos días, y sus padres. Los tres estaban envueltos por una luz amarillenta que casi le provocó náuseas. Debía ser su miedo. Pero en la pequeña habían comenzado a aflorar destellos dorados más vivaces.
Esperanza, quizá.
Dovat intentó hablar, pero se sorprendió al ver que no conseguía emitir ningún sonido. Apenas un quejido sordo casi inaudible.
Estoy muda, pensó,
¿Era algo temporal estrictamente limitado a su transformación o un efecto permanente de ahora en adelante? En aquel momento no podía permitirse el tiempo para pensarlo. Intentó comunicarse como buenamente pudo, con gestos algo toscos, y avanzó hacia la familia.
Tomó al padre y a Resva en sus brazos, con extremo cuidado. Se agachó para que la madre se agarrase a su espalda, sujetándose a su cuello. Notó un levísimo pulso de energía, como si una suerte de escudo o barrera en torno a su cuerpo se hubiese extendido levemente para abarcar a los individuos a los que sostenía de forma directa.
Y entonces saltó.
Dovat ascendió el centenar de metros de la calle a la azotea en un instante, depositando a la familia junto a un pasmado Axas y un Ivo Nag que sonreía como si le hubiese tocado el mayor premio del mundo. Ignoró al resto de personas en lo alto del edificio que permanecían allí paradas, observando la escena con asombro.
Señaló al sur, en dirección a los puertos. Nag asintió, comprendiendo exactamente lo que quería decir al tiempo que ayudaba a incorporarse al aturdido padre de Resva.
El sonido del enjambre garmoga se intensificó de nuevo, retomando las bestias su avance. Parecían furiosas.
Dovat dio una última mirada a la niña y a los padres de ésta. Hace unos días, cuando la había salvado de unos rateros, la chiquilla la había mirado con una admiración que rozaba el fervor. Ese sentimiento parecía multiplicado por mil en aquel instante.
Se volvió hacia su hermano. La expresión del rostro de Axas era indescifrable. Sorpresa, miedo, alegría, preocupación, cierta resignación... Dovat no podía decirlo con claridad.
Dovat asintió, a modo de despedida, y se dio la vuelta saltando de nuevo desde la azotea en dirección a la masa de monstruos.
"¡Dovat, espera!", gritó Axas. Comenzó a avanzar, en un fútil intento de seguirla. La mano de Ivo Nag se posó sobre su hombro.
"Déjala volar sola, pollito. De todos los que estamos aquí ella es la que menos ayuda necesita ahora mismo."
Al menos eso esperaba. El viejo doctor no sabría decir si Axas lo había notado, o si la misma Dovat podía percibirlo.
Tras el salto con el que subió a la azotea, la esfera mórfica en el pecho de Dovat había emitido un breve parpadeo de luz rojiza quebrando su resplandor azulado.
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