La llegada de los Riders y sus Dhar
Komai a Avarra había supuesto un respiro para la flota del Concilio. Y al
aceptar tal hecho el mariscal Akam notó un sabor repugnante en su boca.
En un marco de diez minutos tras su
llegada, los Dhars habían atraído sobre sí mismos la atención del enemigo, al
tiempo que los Riders alcanzaban la superficie del planeta.
Los informes sobre lo que estaba
ocurriendo ahí abajo eran incompletos y confusos. Parece que tras un encuentro
con el objetivo principal, ésta había abandonado el planeta dejando atrás a un
grupo de esquirlas que parecían ser algún tipo de fuerza de élite.
Se habían enzarzado en combate con los
Riders y minimizado el impacto de estos en el planeta, paralizando el proceso
de purga.
La buena noticia es que la marcha de
la Reina había traído consigo la marcha del constructo piramidal de menor
tamaño, abandonando el sistema solar de Avarra. Unos pocos destructores de la
flota la habían seguido, intentando al menos determinar una ruta.
Mientras tanto, la situación actual
había dado pie a un enfrentamiento entre los Dhars y el mayor constructo
piramidal en las capas más altas de la atmosfera, con la flota del Concilio
actuando a modo de cordón. Los ataques de energía y lanzamiento de pilares de
esquirlas contra las naves cesaron, al menos de forma directa. Se pudo proceder
a la evacuación y rescate de muchas de las fragatas y destructores más dañados.
La batalla entre las bestias
draconianas de los Riders y aquella abominación de cristal negro parecía
presentar paralelismos con la que se estaba produciendo en tierra, dado que
ninguno de los dos bandos parecía conseguir una ventaja clara sobre su
oponente.
La pirámide era de un tamaño inmenso y
su principal ataque, aquel rayo de energía rojizo, era de una potencia
inconmensurable. Pero a pesar de su relativa rapidez, los Dhars eran
infinitamente más veloces que cualquier nave, contaban con más maniobrabilidad
y podían esquivar las ofensivas del constructo de cristal oscuro sin demasiado
problema. Tanto las de naturaleza energética como las de tipo más físico. De forma
esporádica, la pirámide seguía lanzando desde su superficie pilares cristalinos
afilados como gigantescas lanzas intentando ensartar a alguno de los Dhar
Komai.
Por fortuna, las bestias draconianas
habían tenido muy claro el peligro que representaban dichos ataques. El problema
es que si bien podían mantenerse a salvo, su propio poder parecía no estar
consiguiendo grandes avances contra aquella monstruosidad. La realidad era una
mezcla de cansancio, aún no recuperados del todo tras lo sucedido el día previo,
el temor a causar daños colaterales y que el constructo piramidal cristalino presentaba,
paradójicamente, mayor resistencia que la corteza de un planeta común.
La situación parecía haberse
enquistado.
Akam se sirvió otra copa de un licor
de fosforescencia anaranjada al tiempo que se dejaba caer sobre la silla de su
despacho. Lo invadió algo parecido a la vergüenza por dirigir toda la operación
desde la seguridad de Camlos Tor y no estar en la flota con el resto de
almirantes.
Llevándose una mano a su pisciforme
frente, el simuras no pudo dejar vueltas de nuevo a como se había torcido todo.
No es que desease una nueva guerra y
aún menos cuando toda la galaxia estaba envuelta en un conflicto de desgaste
continuo contra la amenaza de los garmoga. Pero la situación estaba tomando un
tono incierto.
Akam había oído muchas veces los
mismos comentarios, y desde sus días en la escuela de oficiales tuvo muy claro
que el equilibrio de poder en el espacio galáctico bajo el dominio del Concilio
corría un grave riesgo de ser desestructurado.
La humanidad ganó mucha buena voluntad
cuando entraron en la galaxia por primera vez tras al menos un milenio como
nómadas en sus naves jardín en el espacio profundo. Su tecnología había ayudado
a recuperar terreno perdido, y la creación de los Riders, reactivando antiguos
rituales de eras pasadas, pareció reforzar el posicionamiento de los humanos
como una nueva potencia.
Los Riders eran la mayor esperanza de
la galaxia contra los garmoga, y habían demostrado en contadas ocasiones ser la
opción más efectiva. Pero seguían siendo, en la práctica, agentes
pertenecientes a una organización semiindependiente que operaba por su cuenta
fuera de las estructuras establecidas durante siglos de gobierno democrático
interplanetario. Armas de destrucción inimaginable cada uno de ellos por
separado, al servicio de una especie que en menos de un siglo había pasado de
ser unos recién llegados a tener voz y voto en las decisiones del Concilio
Primarca.
Había mundos y especies afiliadas al
Concilio que llevaban siglos esperando conseguir un puesto así. Los resentimientos
de muchos habían crecido con el tiempo de forma lenta pero segura, pero las
tensiones seguían atemperadas porque se seguía necesitando a los Riders.
Akam no era tan paranoico como para
creer que los humanos estaban llevando a cabo algún tipo de invasión encubierta
y toma del poder desde la sombra. Y aunque fuese ese el caso, al menos estaban
siendo más amables al respecto que los lacianos en sus días imperiales.
No, aún con todo el hervidero no creía
que la realidad fuese tan grave, pero sí veía la posibilidad de que se llegase
a caer en extremos en el futuro. ¿Y si el día de mañana se consiguiese derrotar
completamente a los garmoga? ¿Se jubilarían los Riders? ¿Renunciaría la
humanidad a semejante poder? Tácitamente se supone que los Rider Corps estaban al
servicio de toda la galaxia, pero…
Akam suspiró tras tomar de un trago lo
que quedaba de su licor. La amargura ardiente del líquido era más dulce que la
sensación desagradable que llevaba sintiendo las últimas horas.
Al final del día, todo era una
cuestión de orgullo. Esa había sido su obsesión, y su pecado.
Ante una nueva amenaza, Akam vio la
oportunidad de probar que el Concilio y su gente aún eran la mayor potencia
militar de la galaxia. No solo auxiliares glorificados para los Riders. No,
podrían derrotar al oponente por si mismos. Los Riders apenas tendrían que
mover un dedo. Después de todo, esto no era como los garmoga ¿no?
No, era peor. Se subestimó totalmente
el poder real del enemigo desoyendo los consejos de los pocos que habían hecho
frente a las esquirlas y las recomendaciones de la OSC. Hasta los mismos Rider
Corps habían aconsejado cautela, pero Akam hizo caso omiso.
Recuperar el orgullo del Concilio ante
la galaxia. Demostrar a los miles de trillones de vidas que dependían de ellos
que tenían el poder para salvarlos aun cuando los Riders no estuviesen ahí.
El mariscal dejó la copa sobre su
escritorio al tiempo que un ligero timbre indicó una llamada entrante a su
terminal personal. Con una suave presión del dedo sobre los controles en la
mesa, activó el comunicador.
“¿Si?”
“Señor Mariscal. Ha llegado una
petición del Consejo Primarca y la Judicatura para un encuentro formal en el
centro senatorial”, dijo la voz de su secretario, “Esperan que sea de
inmediato.”
Akam se quedó mirando el vaso vacío con expresión sombría durante un instante.
“¿Señor?”, repitió la voz al otro lado
de la terminal.
Un silencio tenso se apoderó de la
estancia.
“Me temo que me será imposible acudir”,
replicó finalmente Akam, “Me dispongo a partir a la primera línea del
conflicto.”
Orgullo. Al final todo era una
cuestión de orgullo.
******
En siglos venideros, los historiadores
especializados en el estudio de la conocida como la Segunda Guerra Sombría (un
nombre marcado por una clara hipérbole y exageración al ser un enfrentamiento
de pocos días, en claro contraste con los siglos que duró su predecesora) no señalarían
ningún hecho o hazaña de renombre al final de la segunda jornada del conflicto.
No es que las últimas horas del
segundo día no estuviesen exentas de acontecimientos, pero comparado con la
destrucción planetaria del primer día de la guerra y los sucesos sin
precedentes que se producirían a partir del tercero, el segundo día pareció
terminar envuelto en enfrentamientos continuos sin que se produjese una
inclinación clara de la balanza del destino.
La realidad era otra, claro está. Son normalmente
los sucesos más pequeños los que pueden marcar las mayores diferencias.
Por ejemplo, en una luna alejada del
centro del conflicto se había producido un encuentro entre dos mujeres,
Meredith Alcaudón y Dovat, cuyas consecuencias serían también cataclísmicas
para la galaxia de un modo totalmente distinto.
En su mundo natal, Amur-Ra, embajador
de los eldara, se había sumido en un trance de visiones intentando dilucidar la
verdad que le había sido revelada por Keket. Con su corazón aprisionado por el
temor a una antigua sombra, cuando consiguiese descifrar lo que ocurriría en
los dos últimos días de la actual guerra ya sería demasiado tarde.
En la sede de la Sentan Corp, un héroe
observaba las transmisiones del conflicto en el que le habían prohibido
expresamente participar al tiempo que una idea comenzaba a tomar forma en un
rincón de su mente que aún era suyo y únicamente suyo.
En algún apartado rincón en el borde
exterior de la galaxia, en un cinturón de asteroides, una figura femenina
envuelta en una brillante armadura verde tomó su lanza y se dispuso a partir. La
acompañaron los chirridos de los miles de abominaciones biomecánicas que la seguían
y el rugido de su propia bestia personal envuelta en una nube verde de ácido y
podredumbre.
Y en Avarra, las palabras pronunciadas
por Keket antes de su partida y de que arrojase a su Guardia Real contra los
Riders nunca cesaron de resonar en la memoria de Alma Aster a cada minuto de la
batalla.
Por
ello os arrebataré lo que os resulta más querido. Un mundo por un mundo.
Esquivando un golpe de la esquirla de
la Guardia Real de color rojo al tiempo que lanzaba una descarga de energía cortante
con su espada Calibor, un nombre escapó los labios de Alma Aster dando forma a
una terrible idea que recorrió su espinazo con un escalofrío.
“Occtei.”
Keket iba a atacar el mundo natal de
los Riders y sede de los Corps.
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