viernes, 12 de mayo de 2023

111 EL ÚLTIMO DÍA (VII)

 

“Yo haré control de perímetro, tu ve a atender a esas dos.”

Esas fueron las palabras de Athea Aster a su hermana Alma cuando las dos Rider Black y Rider Red se separaron de nuevo. La Rider de armadura carmesí hizo caso, asciendo a las alturas en busca de la verdadera amenaza al tiempo que esquivaba todo el caos a su alrededor.

Garmoga y esquirlas.

Nubes plateadas y negras de abominaciones girando unas en torno a las otras despedazándose y fundiéndose entre sí a partes iguales. Esquirlas intentando asimilar a garmoga sólo para ser devoradas desde el interior por los voraces engendros biomecánicos. Garmoga intentando consumir a su presa solo para ser desmembrados y mutilados por acristaladas púas.

El grueso del encontronazo se situaba en torno a la gigantesca pirámide de Keket, su nave-tumba, en continuo estado de generación de nuevas tropas y descargas de energía a través de su cúspide. En las alturas, abandonando las capas superiores de la atmósfera, las esquirlas que dejaban atrás a sus recién llegados oponentes descargan sus ataques sobre la recién llegada flota del Concilio.

Los combatientes a cargo del Mariscal Akam no corrían mejor suerte en Occtei de lo que lo hicieron en Avarra. Si acaso, el conocer mejor el modus operandi del enemigo había marcado una pequeña diferencia y la pérdida de naves era menor. Pero seguía siendo una batalla de puro desgaste y ante un ejército con la capacidad de auto-replicación de las criaturas de Keket llevaban las de perder.

La llegada de los garmoga había supuesto un soplo de aire fresco. La ironía de tal situación era tan amarga como la bilis.

¿Y Keket? Keket estaba perdiendo la paciencia.

El Canto se estaba tornando disonante con todas las asimilaciones parciales o fallidas de garmoga por parte de desesperadas esquirlas. Su atención estaba dividida en múltiples frentes. Por un lado, guiar a sus retoños. Por otro, mantener una ofensiva constante con su santuario piramidal. Y finalmente, enzarzarse en combate cuerpo a cuerpo de forma directa, algo en lo que llevaba milenios sin implicarse.

La Reina odiaba admitir que quizá, solo quizá, había perdido algo de destreza.

Con su corona restituida su poder seguía creciendo, acercándose cada vez más y más a sus niveles originales. Podía sentirlo en ebullición dentro de sí misma. Pero era el uso de ese mismo poder de una forma básica y poco refinada lo que la estaba sirviendo en aquel instante. Si no fuese por los escudos y constructos de energía conjurados por la corona fundida a su cráneo, los ataques de aquella Rider verde que no había conseguido esquivar habrían causado ya serios daños.

La Rider Green… Keket solo conocía retazos de ella por los recuerdos absorbidos de los garmoga que había masacrado cuando atacaron su mundo natal y la despertaron de su letargo. Y era… extraña.

La percepción de los garmoga hacia ella parecía estar cubierta por algún tipo de velo. Percibían a la mujer de la armadura esmeralda como una suerte de aliada, pero al mismo tiempo cualquier intento de profundizar en los recuerdos de las criaturas respecto a la Rider Green solo producía un vacío, como si algún hechizo de ocultamiento u obnubilación estuviese haciendo efecto.

Pero si bien no podía acceder a recuerdos factuales y concretos sobre la Rider Green de las mentes de los garmoga que había matado, si tenía claro el extraño lazo emocional de las criaturas. Había una extraña y retorcida lealtad existiendo en un estado de tenue tensión con la marca de oscuro poder que los impregnaba, la marca que Keket había echado en cara a Amur-Ra y que había reconocido como un rastro de…

La Reina Crisol limpió su mente de pensamientos y elucubraciones cuando un haz de energía verde cortándose paso rozando cerca de su cuello. Una mera diferencia de una milésima de segundo fue lo que la salvó de la que habría sido sin duda la primera herida seria que habría recibido en cien siglos.

La Rider Green no cesó en su ataque, silenciosa y centrada. La guerrera hacía gala de una ferocidad contenida y calculadora que Keket no pudo sino admirar. Ambas siguieron intercambiando ataques en su lucha aérea, casi como danzando entre las nueves y los enjambres de sus respectivas criaturas.

En un momento dado, la lanza de jade de Rider Green fue arrojada como un haz de luz verde directo al corazón de Keket, cubriendo el oscuro cuerpo cristalino de la reina con reflejos glaucos pronto apagados por el resplandor dorado de su corona y el giro de su propia lanza disipando el ataque de su oponente.

La lanza de la Rider se materializó de nuevo en su mano antes de mutar una vez más en una espada con un destello de luz. En un parpadeo, Rider Green se situó junto a Keket y golpeó con su hoja. La Reina Crisol frenó el embiste con su lanza al tiempo que desató una descarga de energía desde su corona que hizo retroceder a la Rider renegada varias docenas de metros en el aire antes de detenerse, levitando.

Pero Keket no pudo bajar la guardia, cuando por el rabillo del ojo y desde abajo pudo percibir un resplandor carmesí ascendiendo hacia ella como un misil.

Keket actuó por puro reflejo y golpeó con su lanza hacia abajo. Alma Aster, Rider Red, se movió a un lazo sin frenar su ascenso y el arma de la Reina Crisol pasó casi rozando su torso bajo su axila izquierda, al tiempo que la Rider extendía ese mismo brazo, bañado en el resplandor casi volcánico de su Calibor reconvertida en guantelete.

Guantelete que salió disparado de su mano como un proyectil en forma de puño que acertó de lleno a Keket en el vientre, haciendo ascender a la Reina a las alturas solo para ser recibida por un golpe de espada de la Rider Green. El resplandor dorado en torno a su cuerpo fue la única señal de que los golpes no habían causado daño real, pese a ser considerablemente irritantes.

“Estoy…”

Keket giró sobre sí misma en el aire, invirtiendo su movimiento y lanzándose de nuevo contra la Rider Green.

“… comenzando…”

La Rider renegada golpeó de nuevo, y el poder cargado en su ataque fue tal que su espada brilló casi como un segundo sol por un instante.

“¡… a hartarme!”

Pero a pesar de toda la fuerza en su golpe, Keket tomó la hoja esmeralda con su mano, deteniendo el ataque. La fuerza del golpe se liberó a su alrededor causando una onda expansiva de presión atmosférica desplazada que se extendió durante varios kilómetros, despejando el cielo de nubes en torno al área en que se encontraban y desparramando a múltiples esquirlas y garmoga. Su cuerpo de cristal oscuro perdió todo brillo, como si fuese un desgarro del vacío del mismo espacio absorbiendo toda la luz a su alrededor.

Rider Green intentó zafarse, pero Keket mantuvo el agarre sobre su arma con su mano derecha. El rostro de la Reina Crisol había desaparecido, sólo eran visibles dos ojos blancos y muertos y su corona dorada sobre la sombra viviente en la que parecía haberse convertido su cristal.

“Hablaste de lecciones cuando salvaste a la Rider Red”, dijo, con una voz que sonó como una melodía disonante rasgando con uñas afiladas la misma alma de quien escuchase.

Sin soltar la espada de Rider Green y sin volverse, extendió su mano izquierda a su espalda con un ángulo antinatural, frenando en seco el puñetazo que Alma se disponía a propinarle. El poder carmesí de su Calibor se desperdigó también causando otra onda expansiva alrededor de las tres combatientes pero sin afectar en lo más mínimo a la Reina Crisol.

“Permitidme que sea yo quien os instruya ahora”, dijo.

Y golpeó a una Rider contra la otra, como si fuesen muñecas de trapo en sus manos antes de arrojarlas de nuevo a tierra, kilómetros más abajo. Las dos Riders cayeron en un ángulo que se habría saldado con ambas atravesando uno de los pocos rascacielos de la periferia de la ciudad aún en pie si no hubiesen sido interceptadas por sus Dhar Komai. Las descomunales formas de Solarys y Teromos recogieron a sus respectivas jinetes, envolviendolas en sendas auras protectoras.

“Creo que tenemos que coordinar mejor nuestros ataques”, dijo Rider Green.

Alma le lanzó una mirada incrédula a la Rider renegada, “No hables como si estuviésemos en el mismo bando”, dijo Alma. Se sorprendió ante el tono casi animalístico con el que sonó su voz. La ira y desconfianza de Solarys hacia la otra Rider y su Dhar estaba retroalimentando su subconsciente.

Rider Green rió quedamente.

“¿Pero acaso no lo estamos en este momento?”, preguntó, “Guarda tu ira contra mí para otra ocasión, Rider Red. Tenemos que matar a una diosa si queremos que el universo siga existiendo.”

Alma tuvo que contener una risa incrédula ¿La Rider renegada aliada con los garmoga abogando por el altruismo?

“Ya, porque si el universo desaparece tus monstruos no tendrán nada que devorar ¿no?”

“No son mis monstruos, Rider Red”, dijo la Rider Green, con un súbito tono severo en su voz, “Son mis hermanos.”

“¿Qu…?”

El comienzo de la pregunta que estuvo a punto de salir de los labios de Alma Aster se cortó en seco cuando un sonido ensordecedor inundó el aire. Un grito que estuvo a punto de causar que perdieran el equilibrio.

Keket estaba gritando. No de dolor o rabia. Era un llamamiento. Un grito antiguo, poderoso, que resonó a través del aire y que pudo ser escuchado en cualquier rincón del planeta. En aquellas áreas de Occtei en el hemisferio opuesto del planeta, donde refugiados y evacuados se preparaban para el abandono final de aquel mundo, millones cayeron de rodillas llevándose sus manos u otros apéndices a sus órganos auditivos por la intensidad del sonido.

Pero sobre todo, aquel llamamiento resonó en el Canto que unía psíquicamente a todas las esquirlas. Las abominaciones de cristal se frenaron por un segundo, antes de ponerse de nuevo en movimiento en una única dirección.

Sobre unos edificios en la periferia de la capital planetaria, Alicia Aster y Shin se encontraron de repente sin oponentes cuando las esquirlas comenzaron a volar hacia el centro de la ciudad.

En el otro extremo de los bordes de la megalópolis, Athea Aster constató el mismo fenómeno. Las esquirlas que no caían bajo sus proyectiles se movían alejándose en dirección opuesta a la que estaban siguiendo hasta hace unos instantes. Todo el desplazamiento expansivo hacia la periferia de la titánica urbe se revirtió. Todas las esquirlas volvían al centro.

“¿Qué demonios…?”, musitó. Tenía un terrible presentimiento.

Los garmoga, casi como si a un nivel primario reconociesen el peligro, se habían quedado quietos, su frenesí frenado y a la espera.

Todas las esquirlas del planeta, incluidas aquellas que se encontraban en órbita en torno a Occtei lidiando con la flota, confluyeron en el mismo punto, junto a su Reina. Miles, cientos de miles de esquirlas, millones. Comenzaron a chocar entre sí a espaldas de Keket con el sonido del cristal quebradizo. Sus cuerpos vibraron y aquella confluencia de cristales vivientes negros y grises siguió creciendo cuando más y más comenzaron a unirse a la masa central, convertida en una tormenta de oscura arena cuya envergadura medraba y ganaba solidez a una velocidad imposible de asimilar.

El grito de Keket cesó.

“Vacío”, dijo, casi con dulzura en su voz, “Haz que mi criatura crezca.”

Más y más esquirlas se unieron a la masa, embistiendo contra ella. La forma siguió creciendo y creciendo y adoptando de forma paulatina una forma más definida. Definitivamente humanoide, sin rasgos en su gigantesco rostro, una masa de arena negra y cristal pálido de kilómetros de altura comenzando a alzarse sobre el cráter de la megalópolis. Como una única esquirla de exacerbado tamaño, más alta que las montañas en la lejanía.

“Dioses…”, musitó Alma, no pudiendo creer lo que veían sus ojos. Ninguna quimera garmoga había alcanzado esas proporciones, jamás. No podía calcularlo con exactitud, pero aquel gigante debía medir al menos unos cuatro kilómetros de alto.

“Mmmf”, bufó Rider Green, “Ciertamente no hay nada nuevo inventado bajo ninguno de los soles del universo.”

“¿Cómo vamos a…?”, preguntó Alma, “Solarys es como una hormiga al lado de…”

“Una hormiga puede matar a un gigante”, replicó Rider Green, “No dejes que te lastre el miedo y la duda Alma Aster.”

Alma miró a la Rider renegada, una vez más sin poder aclarar sus ideas respecto a ella. Aliada de sus enemigos mortales, casi la había matado hace unos meses, ahora la estaba ayudando e incluso dando ánimos… No, dando lecciones.

“El Nexo nunca es limitado. Solo la falta de voluntad…”, dijo Alma. La Rider Red suspiró, “Eso fue lo que dijiste ¿no?”

“¿Lo has entendido ya?”

Alma miró a sus manos y cerró sus puños. El aura carmesí de Calibor se manifestó en torno a ellos y con un destello los guanteletes revirtieron a su vieja forma de espada. Alma la sostuvo, antes de dejar que se disipara, y entonces…

El mismo resplandor rojizo que conformaba Calibor en cualquier de sus dos formas, esa energía de constructo carmesí cristalina y semitransparente, se manifestó de nuevo. Envolvió completamente a Alma como una segunda armadura, pero no se detuvo ahí. Envolvió a Solarys, dotando a la Dhar de un aspecto propio de una bestia acorazada y duplicando su tamaño. La bestia draconiana recibió el cambio con efusividad, casi con euforia.

Rider Red y su Dhar Komai habían sido cubiertas por una segunda armadura de pura luz.

Rider Green observó todo el proceso y Alma casi pudo oír una sonrisa en su voz cuando la Rider renegada habló de nuevo.

“Muy bien. Tercera lección.”

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