jueves, 30 de marzo de 2023

107 EL ÚLTIMO DÍA (III)

 

“Cifras”

La voz del Mariscal Akam resonó en el puente de mando de su fragata personal. A través de los paneles de visualización exterior, el túnel distorsionado y siempre cambiante del hiperespacio llenaba la estancia de fluctuantes tonos azules y dorados.

“Nuestro ETA para Occtei está fijado en 45 minutos.”

“¿Podemos mejorarlo?”

“No sin comprometer la integridad energética de la nave, señor.”

Algo que significaría llegar antes pero sacrificando la eficiencia de los escudos. Inaceptable si se disponían a entrar en combate con el mismo tipo de monstruosidad piramidal que había decimado al grueso de la flota en Avarra.

“¿Situación del resto de la flota del Concilio? ¿Oficial de comunicaciones?”

“Los almirantes Mossoar, Tar Grula y Calvin han movilizado un tercio de la flota restante. Vienen en camino, pero llegarán poco después de nosot…”

Un pitido insistente en la computadora lo interrumpió. El oficial de comunicaciones tomó nota de la señal, acompañada por una luz de alarma parpadeante en su holo-monitor.

“Disculpe señor mariscal, datos de emergencia. Transmisión directa de la red ZiZ y la INS Austilos, es… Oh, espíritus.”

“¿Oficial? ¿Qué es? ¿Qué ha sucedido?”

“Un enjambre garmoga en rumbo directo a Occtei. Las primeras estimaciones fijan una cifra de unos cinco millones de drones.”

Akam luchó contra el nudo que se formó en su estomago y la nausea que inundó sus sentidos. Era prácticamente el mismo número que en Pealea y aquello fue…

“Señor, hay más datos”, dijo el Oficial de Comunicaciones, “La INS Austilos cuenta con confirmación visual de la Rider renegada, Rider Green, y su Dhar Komai. Ambos volaban junto al enjambre…”

El Mariscal Akam cubrió sus ojos y suspiró, en un intento fútil de calmar los nervios. No valió de mucho, pero el darse cuenta de que nada podía cambiar el rumbo de las cosas le ofreció cierta fatalista tranquilidad. A aquellas alturas no podían hacer nada más que seguir adelante y confiar que el rumbo de la situación se tornase a su favor en algún momento…

Pero con los garmoga entrando en la ecuación, junto con la Rider renegada de la que nadie tenía ningún dato concreto… Era imposible predecir que podría ocurrir. Fuese lo que fuese, iba a ser algo que entraría en los registros históricos, si es que quedaban alguien vivo para recordarlo. Keket y sus esquirlas, los Riders y ahora los devoradores de la galaxia, todos en el mismo campo de batalla.

“Supongo que todo el mundo quería acudir a la fiesta”, musitó el joven mariscal, dejándose caer en su silla en el centro del puente de mando.

Se sintió muy viejo.

 

******

 

Desde el momento en que constataron que el contacto físico directo con las esquirlas no suponía un perjuicio para Shin, el ritmo del combate había cambiado totalmente. Con sus pros y sus contras.

¿Los pros? Eran obvios. Shin ya no estaba limitado a ataques a distancia basadas en la creación de explosiones de aire cortante, a un estado de huida y defensa constante… El guerrero eldrea podía optar ahora por lanzarse a la ofensiva de forma más decidida y directa. Puñetazos y sobre todo patadas alcanzaron los cuerpos cristalinos de las esquirlas, fracturándolos y fragmentándolos. En al menos una ocasión, podría decirse que uno de los enemigos fue volatilizado al recibir un doble golpe en su torso y la dispersión de energía del impacto no solo agujeró el pecho de la esquirla sino que hizo saltar sus miembros en pedazos en múltiples direcciones.

Si aquellas cosas tuviesen algo parecido a sangre, Shin ya estaría empapado en ella. El verde de su exoesqueleto blindado sería invisible.

¿Y los contras? Algo más sutiles, al menos al principio. Alicia pudo observar como la forma de operar de las esquirlas cambiaba ligeramente, confirmando lo que ella ya llevaba sospechando desde hace un tiempo. Que aquellas criaturas jugaban con sus presas, que las movía el sadismo… aun cuando docenas de ellas caían, parecía haber una corriente colectiva de superioridad en su forma de pensar. No les importaban los sacrificios de sus congéneres porque se sabían superiores en el todo y con una victoria garantizada gracias a su capacidad para asimilar organismos.

Eran, a efectos prácticos, una mente colmena de pura arrogancia. Sin duda, ese “Canto” sobre el que de cuando en cuando parloteaban con esas voces que sonaban como si las uñas de alguien arañasen una pizarra en el fondo de tu alma.

Esa actitud de arrogancia cambió cuando Shin les propinó, literalmente, unas cuantas bofetadas de realidad. Hubo como una suerte de corriente de… algo, a través de las esquirlas. Como si un pensamiento o una idea hubiese estallado y sido transmitido de una criatura de cristal a otra. De repente, sus ataques se intensificaron, se masificaron hasta el punto de que llegaban a estorbarse entre sí convertidos en una marabunta acristalada que intentaba arrojarse contra ellos.

Shin lo tenía algo más sencillo, pero incluso con su relativa inmunidad seguía siendo un combatiente contra una masa de oponentes con velocidad y reflejos que podían poner en aprieto a un Rider. Y si Shin comenzaba a tener problemas a la larga, las cosas no pintaban mucho mejor para Alicia Aster.

La bio-armadura Glaive seguía comportándose. Alicia estaba bastante segura de que el agotamiento que estaba notando era fruto de la actividad física constante de la última hora. Con bio-armadura o sin ella y con metabolismo mejorado o sin él, incluso para ella era un nivel de esfuerzo al que raramente estaba acostumbrada. El problema es que la nueva agresividad de las esquirlas también se estaba dirigiendo hacia ella y la Aster no estaba al mismo nivel de combate que Shin ni contaba con el lujo de poder permitir un contacto físico directo con las criaturas.

Shin debió percibirlo porque en los últimos diez minutos se había movido a su lado, básicamente ejerciendo de guardaespaldas. El guerrero eldrea se hacía cargo de cada oponente que se acercase mientras que Alicia había comenzado a discurrir como arrojar cuchillas a distancia generadas por la Glaive antes de  atraerlas de vuelta hacia sí misma.

“Salta”, dijo, su voz cavernosa resonando por encima de la cacofonía del enemigo.

Alicia se volvió hacia él, perpleja, “¿Qué?”

“A otra azotea ¡Salta!”

Alicia decidió hacer caso y concentró toda su energía en sus piernas. Su impulsó la elevó en el aire, prácticamente arrojándola como lanzada por un resorte en dirección al edificio más cercano. Desde lo alto pudo ver como la masa de esquirlas estaba trepando por toda la fachada del rascacielos que acababa de abandonar, como una masa gris y negra que cubría la estructura en casi toda su totalidad.

Shin era el único punto de color visible en lo alto. El guerrero eldrea alzó su pierna derecha, poniéndola prácticamente en vertical al tiempo que otro grupo de esquirlas se arrojaba contra él.

Shin golpeó, su pierna descendió impactando contra la superficie de la azotea.

La fuerza del golpe impulsó a Shin hacia las alturas al tiempo que una descarga de energía descendió por todo el edificio en una línea vertical dividiendo el rascacielos en dos, literalmente. Vidrio, cemento y metal estallaron de arriba abajo al tiempo que la construcción se resquebrajaba en dos mitades verticales antes de comenzar a derrumbarse por su propio peso. La masa de esquirlas cayó, perdiéndose en la humareda de escombros al tiempo que Shin trazaba una trayectoria que lo llevó a caer junto a Alicia en el edificio más cercano.

“Eso ha sido… Wow”, dijo, “Un poco exagerado ¿No crees?”

“Toda la estructura estaba comprometida por presencia enemiga. No quedaban signos vitales de población civil.”

“¿Puedes sentir eso?”

“Mis sentidos están altamente desarrollados”, dijo Shin, “Por ejemplo, gran parte de esa masa de esquirlas han sobrevivido al derrumbamiento y se dirigen a esta posición.”

“Vuelta a empezar…”, musitó Alicia.

“Es mejor que retornes a tu refugio. Me haré cargo de este sector hasta que…”

Shin no pudo continuar. Un trueno gigantesco resonó enmudeciéndolo todo. Una oleada de sonido y aire, como una onda expansiva desplazándose desde el centro de la gargantuesca urbe, con una fuerza tal que hizo que los dos combatientes estuviesen a punto de caer de la azotea.

“¿Qué ha sido… eso?”, comenzó a preguntar Alicia antes de caer en el silencio de nuevo ante la imagen que veían sus ojos.

En la lejanía, en el centro de la ciudad bajo la sombra de la grotesca pirámide que había descendido desde el cielo la noche anterior, podía verse una columna curvada de luz escarlata aún disipándose, como un tajo brillante y sanguinolento cortando el mismo aire.

Alicia reconoció aquel poder al instante.

Tía Alma.

 

******

 

No hizo falta comunicación  de ningún tipo. Ni verbal ni siquiera a través del lazo psíquico que unía a las dos hermanas a través de sus Dhars. Rider Red y Rider Black supieron cómo proceder inmediatamente por puro instinto.

Alma Aster se lanzó de forma directa contra Keket enarbolando su espada Calibor. La hoja de energía cristalina carmesí brilló como una pieza de magma incandescente en las manos de su dueña, trazando líneas de luz estocada tras estocada.

Keket se limitó inicialmente a esquivar acometida tras acometida. Una sonrisa engreída adornaba el rostro esculpido de la Reina, que parecía estar disfrutando de los intentos de ataque de Alma.

Como única respuesta la Rider Red intensificó su ofensiva, aumentando su velocidad.

Ante un ojo humano normal, sus manos y su espada habrían parecido un torbellino de color vibrante, de forma indefinible y maleable, hasta que finalmente la hoja hizo impacto sobre los brazos de Keket, cruzados sobre su rostro a modo de escudo. La fuerza del impacto creó una onda de energía expansiva alrededor de las dos combatientes.

A pesar del golpe, Keket no pareció aquejar ningún tipo de dolor o daño. La espada de Rider Red no hizo el menor rasguño en sus brazos perfectos.

“Vas a tener que esforzarte más, niña.”

“Puedes contar con ello”, respondió Alma, desvaneciéndose de repente en un destello de luz carmesí que hizo parpadear a Keket por un segundo.

Un segundo que propició la oportunidad para que Athea Aster, Rider Black, disparase una treintena de flechas de energía oscura al punto exacto en el que su hermana se había encontrado unos segundos atrás. Keket abrió los ojos justo cuando los primeros proyectiles se disponían a entrar en contacto con su cristalina piel.

La corona reconstruida de Keket brilló, su superficie ambarina emitiendo una oleada de luz dorada que en cuestión de milésimas de segundo envolvió a la Reina Crisol. Las flechas de Rider Black se estrellaron contra la barrera de energía causando una sucesión de explosivos destellos. Ninguna llegó a herir a Keket, pero la fuerza de los múltiples impactos la hizo retroceder unos metros.

Justo en el preciso instante en que Rider Black se desvanecía en una nube de oscuridad y un destello rojizo brilló a espaldas de Keket y sobre su cabeza.

La Reina se volvió a tiempo para ver a Rider Red cayendo sobre ella. Su espada sobre su cabeza, brillando con la furia de mil soles, su hoja prolongada por la sobrecarga de energía apenas contenida en su forma.

Energía que se desató e forma explosiva al dejar caer la hoja Rider Red.

“¡CALIBOR!”

Keket solo vio rojo, cuando una columna de poder carmesí cortante la envolvió, elevándose hacia los cielos y detonando con una fuerza que reverberó a través de toda la ciudad.

 

lunes, 20 de marzo de 2023

106. EL ÚLTIMO DÍA (II)

 

Occtei.

El sol había salido sobre la capital planetaria, pero la noche parecía no haber terminado. El cielo estaba ensombrecido por el humo de los incendios y explosiones. A su vez, gran parte de la ciudad se encontraba aún bajo la enorme construcción piramidal que había llegado desde las estrellas para desatar el terror.

Alicia Aster no se paró a pensar en ninguna de esas cosas mientras cortaba a otra esquirla por la mitad con una de las hojas retráctiles de la bio-armadura Glaive.

Toda la situación se estaba volviendo simultáneamente más sencilla y más complicada.

Por un lado, había perdido la noción de cuánto tiempo llevaba usando la bio-armadura pero por el momento no notaba signos de agotamiento o de que la Glaive hubiese comenzando a comprometer la integridad de su organismo. Todo parecía estar funcionando de forma óptima, y cuando más tiempo luchaba con la armadura más intuitiva se volvía en su uso.

Cuchillas, púas y otras formaciones cortantes emergían de su cuerpo en un parpadeo, con un pensamiento. Alicia no tenía ni idea de donde surgía la masa extra para ello, pero prefirió dejar de pensar en ello y dejar esos quebraderos de cabeza para gente como la doctora Vargas o su tío Antos.

Las complicaciones surgían en lo referente a los enemigos. Parecía que todas las esquirlas del área cercana habían detectado su posición y ahora cientos… no, puede que ya miles de ellas estaban convergiendo hacia la azotea del edificio donde ella y el recién llegado Shin continuaban luchando.

El número de esquirlas dejó una sensación de amargura en su garganta. No todas pero la gran mayoría de aquellas cosas habían sido ciudadanos y vecinos solo apenas unas horas antes. ¿Cuántos eran gente que había conocido? ¿Alguno de los regulares del bar o de sus compañeros de trabajo? ¿Estaban Tas, Landro y los demás a salvo? ¿Habían conseguido huir del planeta o estaban en un refugio aún seguro? Demasiadas cuestiones y muy pocas respuestas. Solo rostros perfectamente simétricos de cristal oscuro, uno tras otro, en una oleada de enemigos constante.

No ayudaba que las esquirlas se movían cada vez con más velocidad y presteza. Ya la habían rozado en un par de ocasiones. No habían causado suficiente daño para iniciar una conversión (estaba casi segura de que precisaban de un contacto singularmente prolongado para llevar a cabo dicho proceso) pero a pesar de la protección de la Glaive había partes en sus brazos y torso con pequeños cortes y marcas con restos de cristal grisáceo, acompañados por una sensación frio y entumecimiento anti naturales. Sus movimientos se volvían más pesados y descoordinados tras cada impacto, lo cual le habría podido costar la vida ya más de una vez si no fuese por Shin.

Shin… recordaba haberlo visto en las noticias el día de su presentación al público, y por lo que le había contado su tía Avra el guerrero insectoide había cumplido de forma ejemplar contra los garmoga.

En algún momento él también había debido percatarse del riesgo inherente a un contacto físico directo con las criaturas de cristal viviente. Hasta el momento no había indicio alguno de que las esquirlas hubiesen podido tocarle. Todos los ataques y contraataques de Shin eran manteniendo la distancia, golpeando con la suficiente fuerza y potencia para generar ondas expansivas o cortantes de aire con cada puñetazo y patada. Había sido su intervención con uno de esos golpes lo que ya la había permitido salvar el pellejo más de una vez desde que habían comenzado la pelea.

Que parecía no tener visos de terminar pronto.

“¡Tenemos que salir de aquí!”, exclamó.

Y era cierto. Debían cambiar de posición, buscar una forma de o bien dejar atrás a aquellas esquirlas, o encontrar un modo de llevarse al mayor número de ellas por delante, porque la suerte no duraría eternamente.

La respuesta de Shin fue un silencioso asentimiento de cabeza antes de girar sobre sí mismo y propinar otra fuerte patada que se tradujo en una onda de aire horizontal y cortante que terminó por llevarse por delante de una vez a casi dos docenas de enemigos. Esa era otra de las pocas gracias que contaban en aquel limitado espacio… las esquirlas llegaban a apelotonarse unas contra las otras, estorbando sus propios movimientos.

Pero incluso aquellas aberraciones podían tener golpes de suerte. La fortuna era, tristemente, una de las pocas fuerzas genuinamente neutrales del universo.

De todas aquellas esquirlas caídas una tuvo el buen juicio y los suficientes reflejos para arrojarse al suelo de la azotea, dejando que la onda de aire comprimido y afilado como una cuchilla pasase por encima de sí. Acto seguido la esquirla se lanzó directa hacia Shin con una aceleración en su movimiento digna de los Riders.

Alicia lo vio casi como si fuese a cámara lenta. Shin se había girado de espaldas a la zona recién golpeada para lidiar con otros oponentes. Sus sentidos debieron alertarlo en el último momento pues, antes de que la usuaria de la Glaive pudiese siquiera lanzar un grito de advertencia, el guerrero eldrea se volteó, levantando su brazo por puro reflejo para bloquear la acometida enemiga.

Que era precisamente lo que la esquirla deseaba, si la horripilante sonrisa que se formó en su rostro cristalino anormalmente perfecto era indicio de algo. Las manos del ser aferraron al brazo de Shin, agarrándolo como fuertes tenazas y algo parecido a un júbilo eufórico cruzó el rostro del ser.

Seguido de una expresión de confusión.

Fue como si todo se detuviese por un momento. Todas las esquirlas presentes se quedaron quietas por un instante. Alicia no tenía forma de saberlo, pero todas las esquirlas del área estaban lidiando con una terrible sorpresa a través del Canto que las unía.

La esquirla que agarraba a Shin apretó el brazo del guerrero eldrea con más fuerza, pero…

Nada.

Ningún indicio de infección, ninguna marca de escarcha grisácea extendiéndose por el tejido. Ni la más mínima señal de que le estuviese afectando.

El único sonido que se oyó en ese instante fue el crujir de nudillos de Shin al cerrar su puño libre, seguido por el resquebrajamiento del cráneo de la esquirla al ser golpeada de forma directa en su rostro sin ningún tipo de contención. El ser salió volando hasta caer al vacio por el borde del edificio, muerto y decapitado por el monstruoso puñetazo propinado por un Shin que acababa de constatar de primera mano su inmunidad a la habilidad más terrorífica de aquellos seres.

Alicia tuvo que reír.

Bueno, sin duda aquello cambiaba las tornas.

 

******

 

Keket lo sintió a través del Canto, y de forma casi subconsciente dio la orden de que todas las esquirlas convergieran en aquella posición.

En toda su larga existencia había encontrado a muy pocos seres que pudiesen resistir la llamada del Canto. Podía contarlos con los dedos de una mano, y al menos la mayoría de ellos habían sido poco menos que deidades como ella. Era imposible que el ser prefabricado que había atisbado a través de los sentidos de sus esquirlas pudiese estar a la misma altura.

Para su desgracia, la naturaleza de Shin estaba a punto de convertirse en la menor de sus preocupaciones.

Dos oleadas de poder descendieron desde las alturas y la Reina de la Corona de Cristal Roto alzó la vista, como si su cuello se hubiese convertido en un resorte. Dos columnas de energía pura, roja y negra, cayeron sobre la masa de esquirlas que había tomado el centro de la ciudad.

Obedeciendo al pensamiento de Keket, la pirámide se alzó en el aire, a una velocidad imposible de asimilar para un objeto de su tamaño. Acudió al encuentro de sus nuevos oponentes.

Solarys y Sarkha, los Dhar Komai de Rider Red y Rider Black, embistieron contra la construcción piramidal como dos asteroides ardientes. La onda expansiva del impacto distorsionó el aire alrededor de toda la estructura. La pirámide descendió varios centenares de metros, empujada por el impacto e inclinándose ligeramente hacia su derecha, donde Solarys había golpeado con mucha mayor masa que Sarkha.

Keket se arrodilló sobre la cúspide de la pirámide con una expresión de fastidio hastiado en su rostro y posó sus manos sobre su superficie, casi como si la agarrase. La enorme construcción se detuvo en seco, acompañada por un sonido como un chirrido metálico que reverberó a kilómetros a la redonda.

Solarys y Sarkha salieron de las hendiduras que habían provocado con sendos impactos y alzaron el vuelo, rodeando a Keket antes de lanzarse hacia extremos opuestos de los bordes de la ciudad, arrojando llamas y descargas de energía purgando las calles asediadas.

¿Dónde están?, pensó Keket, ¿Dónde están sus jinetes?

La respuesta no se hizo esperar. Keket inclinó la cabeza a un lado, casi lánguidamente, esquivando una flecha de energía oscura que pasó volando casi rozando su mejilla.

El siguiente ataque la forzó a moverse de su posición y saltar al aire, cuando una masa de energía roja cortante golpeó el espacio que había ocupado unos instantes atrás. La Reina se desplazó de forma casi horizontal, hasta descender a la parte superior de una de las torres urbanas de la megalópolis bajo ellas. Dos destellos de color rebelaron a las figuras que la habían seguido.

Rider Black, con su arco Saggitas en mano, chisporroteando energía oscura, como si borbotones de sombras líquidas se derramasen de entre las manos de Athea Aster. Y Rider Red, Alma Aster, con su espada Calibor brillando con la incandescencia de un volcán furioso, humeante.

Keket se permitió una sonrisa burlona.

“Bienvenidas”, dijo, “¿Por qué habéis tardado tanto?”

domingo, 12 de marzo de 2023

105 EL ÚLTIMO DÍA (I)

 

Avarra.

La noche había sido una tormenta de llamas, golpes y espirales de color iluminando una oscuridad de cristal quebradizo.

Con la pirámide neutralizada, la flota del Concilio había podido por fin actuar con mayor efectividad. Aunque fuese principalmente como control de perímetro, asegurándose de que las esquirlas en la superficie encontrasen dificultades para desplazarse. Que las criaturas tuviesen un ritmo de propagación menor que los garmoga era una bendición, pero sin una contención apropiada nada las impediría tomar todo el planeta.

Las tropas de a pie habían demostrado no estar capacitadas para plantear una resistencia duradera y se vieron relegados a la asistencia en las labores de evacuación y a ser básicamente escudos de carne como último recurso para garantizar la huida de la población.

Con los Dhars en reposo, exhaustos tras la destrucción del constructo piramidal, la flota había tomado con ímpetu la labor de mantener un control del área continental afectada. Las esquirlas habían mostrado capacidades teleportación y vuelo limitado que permitieron a algunas alcanzar las naves que más se arriesgaban al descender más de lo debido en altura. Pero en su mayor parte, la mayoría de esquirlas parecía seguir una suerte de programación para propagarse por tierra o por el subsuelo, haciendo poco o nada para frenar las nuevas oleadas de bombardeos orbitales que frenaban sus intentos de expansión.

Las esquirlas tenían otra preocupación en mente. Tres, concretamente.

Rider Blue, Rider Purple y Rider Orange.

La ausencia de los Dhar Komai y la naturaleza de las esquirlas, imposibilitando el mantener un contacto físico directo, habían probado ser dos dificultades irritantes pero no inasumibles. Las armas de energía conjurada y los ataques canalizados a través de ellas eran un método efectivo de purgar la presencia de las criaturas al tiempo que se mantenía una distancia prudencial. Las esquirlas por su parte se coordinaban de una forma envidiable, unidas psíquicamente a través del Canto, pero carecían del animalismo instintivo y velocidad de los garmoga. Y los Rider tenían un siglo y medio de experiencia luchando contra la plaga que asolaba la galaxia.

Avra golpeaba con su espadón, Durande, con un afán jubiloso, riendo a cada impacto. En ocasiones el arma se extendía, cientos de metros como una cuchilla de energía pura que cortaba todo a su paso en un arco mortal. En otras ocasiones las acometidas de Avra se traducían en ondas de energía azul cortante, verticales u horizontales, que se expandían al avanzar arrasando con masas de enemigos, dejando la superficie marcada por profundas y gigantescas zanjas como si una criatura titánica hubiese arrojado un zarpazo contra el planeta.

Antos se había convertido en una pesadilla giratoria, arrojando su lanza una vez y otra y otra… A cada lanza arrojada una nueva replica se materializaba en su mano para repetir el proceso en cuestión de décimas de segundo. Estaba en constante movimiento, convirtiendo cada evasión en un ataque, jugando al gato y al ratón con las esquirlas tentándolas con una presa aparentemente fácil antes de dar un vuelco a la situación. En ocasiones tomaba nota de su hermana y su lanza Gebolga se extendía como una vara de longitud extrema, del cual surgían cientos de aguijones empalando a todo enemigo cercano. En otra ocasión, alteró el tamaño de la lanza afectando también a su grosor, convirtiéndola en un gigantesco pilar que detonó en una descarga de poder al golpear el suelo, aniquilando a cientos de esquirlas de un solo golpe.

Armyos era una tormenta. El Rider Orange arrojaba su martillo Mjolnija, haciéndolo bailar en el aire en una trayectoria en espiral a su alrededor, descargando relámpagos de poder concentrado antes de estallar en una masa de electricidad y energía destructiva previa a materializarse de nuevo en la mano de su amo. Cada golpe propinado al suelo hacía temblar la superficie y la quebraba abriendo fallas cargadas de electricidad anaranjada que engullían a las esquirlas. Relámpagos con el grosor de un rascacielos caían a su alrededor como luminosas cuchillas de luz celestial, erradicando a la masa de cristal oscuro viviente que intentaba llegar a él.

Y en medio de todo ese caos, se cubrían las espaldas.

Siempre que una esquirla conseguía tener la buena fortuna de sobrepasar sus defensas y poder lanzar un ataque a uno de ellos, otro se lo impedía. Cada uno de los Riders tenía sus sentidos centrados en el enemigo y en sus compañeros. Cuando una esquirla esquivó milagrosamente uno de los golpes de Avra y se disponía a agarrar el cuello de la Rider Bue, una lanza púrpura atravesó su cabeza. Cuando otra consiguió saltar a través de una nube de lanzas arrojadas por Antos antes de lanzarse contra su espalda, un relámpago anaranjado la golpeó de lleno en el pecho. Y cuando una esquirla se las apañó para seguir entera pese a ser parcialmente alcanzada por uno de los relámpagos de Armyos, una onda de energía azul la cercenó por la mitad antes de que siquiera pudiese moverse hacia la posición del Rider Orange.

Aún con eso, en ocasiones alguna esquirla tenía más suerte que la media. No habían sufrido heridas graves, pero si roces, agarrones y algún desgarro. La sensación de frialdad enfermiza de aquellos contactos presagiaba el terrible destino que los aguardaría si una de aquellas cosas conseguía herirles seriamente o mantener un contacto prolongado.

Pero ignoraron el miedo, pese a que todos sus instintos les gritaban contra aquellos contactos residuales. Ignoraron el miedo, la incertidumbre y las dudas.

Como ignoraron cualquier señal de agotamiento, cualquier tirón en sus tendones o cualquier comezón en sus músculos. Dejaron que la energía del Nexo recorriese sus cuerpos, sosteniéndolos cuando muchos otros ya habrían caído exhaustos, presa de un justamente ganado cansancio. Aún cuando cada paso, cada salto o cada golpe se sintiesen como si sus cuerpos pesasen toneladas al moverse, no desistieron.

No podían. Sus mentes se refugiaron las de unos en los otros, en las experiencias pasadas y en la memoria de jornadas iguales que aquella o peores en sus décadas de combate.

Habían perdido la noción del tiempo, pero estaban seguros de que otro día entero ya había pasado o estaría pronto a terminar. Pronto sus Dhar Komai estarían lo suficientemente repuestos para poder asistir en la purga del enemigo. Las draconianas bestias reposaban a salvo, dormidas en el lago de magma cargado de magia que había sido la malograda capital del planeta solo un día antes y en donde la Guardia Real de Keket había conocido su fin a manos de las Riders Red y Black.

La promesa de su pronto despertar, de la salvación de Avarra y de poder reunirse con sus hermanas en Occtei mantuvo a los tres Riders centrados en el combate. Cuchillas de poder azul del tamaño de fragatas, aguijones púrpura lloviendo de los cielos y anaranjados relámpagos en horizontal rompiendo el aire con el sonido del trueno.

No hacían falta palabras.

 

******

 

Dentro de unos minutos, el capitán de la fragata INS Austilos estaría sin palabras.

La mayor parte de la flota del Concilio había sido convocada para el enfrentamiento en Avarra –y desconocido para él, parte pronto se trasladaría a Occtei para la última fase de la confrontación– pero los viejos mecanismos y protocolos no habían sido erradicados del todo. Un pequeño pero significativo número de fragatas mantendría las rutas de patrulla en las áreas del borde exterior galáctico del Concilio.

El capitán, un joven angamot con una cornamenta ampliamente ramificada, tenía sentimientos encontrados al respecto. Por una parte, creía que estar con el resto de la flota era su deber, la oportunidad de marcar una diferencia. El estar alejado del conflicto se sentía casi como una traición, una recompensa amarga. Estabas lejos del peligro, a salvo, eras recipiente de un inesperado privilegio.

Pero al mismo tiempo en aquella patrulla había una responsabilidad ineludible. Los garmoga seguían ahí afuera si bien habían vuelvo a frenar su actividad en las últimas semanas tras la incursión en Alirion. Pero su presencia y movimientos debían ser seguidos en la mayor medida de lo posible. No sería bueno que las defensas de la galaxia centradas en un enemigo no pudiesen ver venir una puñalada por la espalda de otro.

Así que la Austilos era una de tantas naves al margen de la barbarie de los últimos tres días, recorriendo las rutas secundarias a velocidades variables, monitorizando todo dato o rastro energético sospechoso, en contante contacto con la red ZiZ de avistamientos.

El protocolo era sencillo. Si una fragata detectaba un enjambre garmoga en movimiento debía transmitir sus coordenadas al ZiZ, determinar las posibles rutas y ofrecer un listado de los mundos cercanos más susceptibles a un ataque. El capitán desconocía exactamente cuál era el resto del proceso en la red ZiZ, pero nueve de cada diez veces acertaban en sus estimaciones de que mundos iban a sufrir un ataque, dando un amplio margen de maniobra para la preparación de defensas, evacuaciones y llegada de los Riders.

Una de cada diez el mundo atacado era un planeta rico en recursos pero no habitado por ninguna especie sapiente o sin ninguna civilización notable.

Las incomodas implicaciones de aquello habían sido señaladas en más de una ocasión. También en más de una ocasión los Riders habían intervenido por su cuenta en alguno de aquellos mundos, auspiciados por los Corps aún sin presencia del Concilio. Un caso notorio hace veinte años había terminado con un primer contacto con una civilización preindustrial salvada por los Riders de ser consumidos a manos de los garmoga y el mundo aislado como territorio protegido.

“Señor.”

El capitán se volvió, saliendo de su ensimismamiento al oír la voz de la técnica de su puesto de mando al cargo de la detección de señales energéticas y movimientos enemigos.

“¿Si, oficial?”

“Los sensores están detectando movimiento en los bordes del sector”, explicó la joven simuras de aspecto pisciforme, “Las lecturas de energía se corresponden con… Oh, espíritus…”

Todas las luces de alarma del puesto de mando se encendieron de golpe. Todos los sensores activaron automáticamente las señales para los protocolos de auxilio y combate.

“¡Oficial!”

“¡Son los garmoga, señor! ¡Los sensores han detectado un…! No, no es un enjambre señor, son múltiples enjambres convergiendo en…”

La joven palideció, el tono azulado verdemar de su escamosa piel se tornó casi blanco.

“Deberían ser visibles ahora… van a pasar a nuestro lado en…”

Efectivamente, a través de los paneles de visualización del puesto de mando que ofrecían las vistas del exterior de la nave, pudieron ver una masa de cuerpos metálicos e insectoides volando a través del espacio a una velocidad grotesca. No era la primera vez que habían visto garmoga, pero aquel enjambre combinado era casi tan grande como el del ataque a Pealea.

“¿Podemos… podemos calcular el número?”, preguntó el capitán, absorto ante la monstruosidad que se movía peligrosamente cerca de ellos.

“Una de las estaciones ZiZ han contactado con nosotros. Lo han detectado también, y según los cálculos es muy similar en tamaño al super-enjambre de Pealea.”

“Eso significa al menos cinco millones de garmoga en una sola agrupación”, musitó el oficial de comunicaciones, un ithunamoi que a juzgar por la posición de sus púas parecía al borde de un ataque de pánico.

“¿Ruta?”, preguntó de nuevo el capitán.

“Señor, pese a la lejanía los garmoga parecen estar… Si, el ZiZ lo ha confirmado, están siguiendo una de las viejas rutas pre-establecidas por las antiguas federaciones de comercio del imperio laciano.”

El capitán escuchó cada palabra, no estaba distraído, pero sus ojos seguían clavados en la masa de garmoga y hubiese jurado ver algo más moviéndose entre ellos. Algo más grande, cargado con un resplandor esmeralda de aspecto enfermizo y venenoso.

Las palabras de su oficial sonaron altas y claras en el puesto de mando.

“Los garmoga se dirigen a Occtei.”

jueves, 2 de marzo de 2023

104 DÍA TERCERO (VII)

 

Emergiendo sobre la cúspide de su pirámide, Keket se permitió una pequeña sonrisa de satisfacción.

En aquellas alturas, el aire de Occtei era frio y puro. Keket no precisaba de ningún tipo de molécula gaseosa que metabolizar en su cuerpo para vivir, pero en aquel lugar había una limpieza que incluso la Reina de la Corona de Cristal Roto podía apreciar. Los fuertes vientos le resultaban tan agradables como una brisa y la humedad de las nubes se le antojaba reconfortante.

La calma solo se veía rota por el resplandor y estruendo de los explosivos y las descargas de energía que las defensas de la ciudad continuaban vomitando sobre su templo y tumba piramidal.

La mayor parte de los distritos internos de la enorme urbe estaban ya prácticamente bajo su absoluto control, con solo pequeños grupos de supervivientes aislados esperando temerosos su asimilación. Keket sabía que era solo cuestión de tiempo. Pronto sus esquirlas harían su trabajo y aquellas pobres almas perdidas y descarriadas se unirían a la gloria del Canto. Casi podía saborearlo, había algo adictivo en sentir como su miedo se disolvía y daba paso al agradecimiento eterno de convertirse en extensiones de su magnificencia.

Y pronto su Corona estaría completa de nuevo. El fragmento quebrado estaba de nuevo adyacente a la formación ambarina que coronaba su frente, fundiéndose poco a poco hasta que llegase el momento en que se convirtiese en una pieza completa de nuevo. Todo su poder estaría restaurado entonces y ello sería la garantía definitiva de que ningún otro poder en la galaxia podría detenerla.

Admitió que los Riders llegaron a preocuparla un poco, pero terminó por rechazar cualquier rastro de alarma que hubiesen podido causar en ella ¿Qué razón tenía para temerles? Con su poder completo, poco más importaba. Aunque los Riders llegasen a Occtei en aquel mismo momento estarían agotados por tener que afrontar el caos en Avarra. Había sentido caer a su Guardia Real, pero en última instancia no dejaban de ser un mero experimento que podía permitirse sacrificar.

Y aunque los Riders llegasen en plena forma a Occtei, Keket dudaba que tuviesen los redaños para repetir su estrategia de destrucción planetaria en el mismo mundo que los había visto nacer.

Algo despertó su interés. Notó las voces de algunas de sus esquirlas siendo acalladas el Canto en algún punto de las áreas periféricas de la capital planetaria. Un aura de poder resonó hasta ella a pesar de la distancia y Keket sintió con asco los retazos de energía del Nexo. Se preguntó si los Riders habían llegado sin que ella se percatase, pero no parecía ser el caso. Lo que quiera que estuviese combatiendo a sus esquirlas allí no era un Rider a pesar de lo semejante de su aura.

Era mucho más débil. Sin duda, una mera cuestión de tiempo hasta que sus retoños cristalinos aplastasen a aquella resistencia. Nada por lo que preocuparse.

Keket sonrió de nuevo y dejo que el aire frio y húmedo que anunciaba el final de la noche y el comienzo de la mañana la acariciase de nuevo. La oscuridad del cielo nocturno comenzaba a disiparse anunciando el color del cielo diurno, antes de la salida del sol.

 

******

 

MX-A3 estaba teniendo problemas.

Su armamento apenas frenaba al enemigo, el más potente como los misiles parecía cumplir de forma efectiva pero los daños estructurales eran un riesgo demasiado grande hasta que las demás pudiesen evacuar, y desde luego no iba a usar su dispositivo de detonación atómica.

Y las esquirlas, aunque frenadas, no se detenían. Corrían hacia la unidad Janperson como una marabunta imparable. Cada vez eran más las que se situaban a distancias que requerían un rechazo cuerpo a cuerpo y si seguían a este ritmo el androide pronto se vería arrollado por la masa de humanoides cristalinos. Siendo una máquina no debía temer la asimilación, pero no estaba muy a gusto con la idea de convertirse en un montón de piezas desmembradas.

Con su cerebro positrónico lidiando con esas preocupaciones al tiempo que descargaba una nueva oleada de proyectiles (los cuales no durarían eternamente) una figura blindada saltó a su lado golpeando a una de las esquirlas con una cuchilla extendida desde el antebrazo.

MX-A3 tardó un microsegundo en constatar que la persona a su lado haciendo uso de la bio-armadura Glaive ya no era la doctora Vargas. Aunque seguía siendo femenina, la figura blindada era sensiblemente más alta que la doctora atliana, y aunque la armadura homogeneizaba muchos rasgos, había un incremento obvio de la masa muscular.

“¿Alicia Aster?”, preguntó la unidad Janperson al tiempo que disparaba uno de sus últimos misiles, impactando de lleno en el rostro de una esquirla intentando flanquearlos.

Alicia no respondió inmediatamente, prefiriendo extender otra hoja afilada desde sus brazos para cortar a dos esquirlas horizontalmente en un único golpe, propinado con tanta fuerza que el aire desplazado también arrojó a las que corrían tras ellas varios metros atrás.

“Eh, colega mecánico, necesito que cojas a esas dos y voléis a mi apartamento”, dijo Alicia.

MX-A3 centró sus sensores y pudo ver a la doctora Vargas con la cachorra gobbore a su lado, cerca del borde opuesto de la azotea. Ambas observaban el combate con cierta aprensión.

“Necesitaré que mantengas a raya a las esquirlas mientras procedo a la evacuación”, dijo la unidad Janperson.

“Eso está hecho, M… Mix… Mierda, lo siento colega, no recuerdo tu nombre”, respondió Alicia, cercenando el brazo de una esquirla que se había acercado peligrosamente.

“MX-A3”

“Eso no es un nombre, es un jodido número de serie... ¡Max! Voy a llamarte Max.”

“Max… designación aceptada”, replicó la unidad Janperson lanzando una última descarga de misiles antes de salir disparado hacia la posición donde esperaban la doctora Vargas y Syba, “Doctora, pequeña, agárrense fuerte.”

Max rodeó a la atliana y a la niña gobbore con sus brazos mecánicos y las sujetó con una delicadeza sorprendente al tiempo que comenzó a elevarse en el aire. Una esquirla saltó desde la masa que ascendía por la fachada del edificio intentando alcanzar al androide, pero Alicia la interceptó con una patada. El droide y su preciada carga pudieron abandonar el edificio sin más problemas.

Alicia se arrepintió al notar, pese a la brevedad del contacto, como la frialdad del cristal parecía querer atenazar su extremidad. Había oído a su tío Antos hablar de algo similar en su primer enfrentamiento con las esquirlas…

Ok, vale… parece que solo puedo permitirme contacto directo haciendo uso las cuchillas retractiles que genera la armadura, pensó.

Las cuchillas retractiles que genera la armadura.

Oh... ¡OH!

Alicia cayó al suelo tras propinar el golpe, de rodillas, al tiempo que media docena de esquirlas saltaba hacia su espalda descubierta…

… de la que emergieron de golpe múltiples púas, lanzas y cuchillas que se extendieron como afiladas ramas de un árbol, empalando y cortando en pedazos a las esquirlas atacantes antes de retraerse de nuevo en la espalda blindada de la joven Aster.

“¡Chupaos esa, desgraciad…!”

No pudo permitirse terminar su bravata, viéndose obligada a saltar a un lado para evitar ser embestida por otro grupo de esquirlas. La Glaive era excelente para combate cuerpo a cuerpo pero no contaba con el mismo armamento para control de masas enemigas de los que gozaba la unidad Janperson y las esquirlas se abalanzaban de forma continua contra Alicia Aster como una marea imparable de oscuridad cristalina.

La joven Aster comenzó a girar sobre sí misma en una espiral frenética de golpes y patadas con hojas afiladas emergiendo de cada una de sus extremidades, cortando esquirla tras esquirla que se le acercase. Entró casi en un trance. Su experiencia real en combate era limitada pero Alicia había entrenado con su madre y el resto de su familia desde que casi habría aprendido a andar. Décadas de memoria muscular e instinto cultivado tomaron las riendas de una mente que luchaba por no dejarse llevar por el pánico.

Por cada esquirla cercenaba parecía que otras dos tomaban su lugar. Por cada salto hacia atrás para ganar espacio que Alicia daba, una masa de enemigos corría para llenarlo en un parpadeo. A pesar del poder y potenciación física de la bio-armadura Alicia podía comenzar a sentir la comezón y tirantez en sus músculos, el dolor nacido del esfuerzo. Aquellas cosas parecían no cansarse pero ella no gozaba del mismo lujo.

Solo tengo que ganar tiempo, pensó, Ganar tiempo y escabullirme en cuanto pueda…

Pero estaba claro que era una de esas situaciones en las que resultaba más fácil decirlo que hacerlo. Y tiempo… ¿cuánto tenía realmente? Si las esquirlas no terminaban con ella primero bien podría hacerlo la armadura que estaba usando en ese preciso instante. Es cierto que las habilidades atenuadas que había heredado de su madre Rider seguramente le garantizaban una mayor resistencia y más tiempo del que gozó Iria Vargas, pero no había garantías reales y no tenía forma de saber con cuanto tiempo de diferencia contaba.

Y entonces, en una mezcla de nerviosismo creciente, inexperiencia y pura mala suerte, uno de sus pies se deslizó más de lo debido en la húmeda superficie de la azotea y Alicia comenzó a caer de espaldas hacia el suelo al tiempo que una masa de esquirlas se disponía a caer sobre ella, literalmente aplastándola.

O eso habrían hecho de haber podido.

Un sonido como el trueno retumbó detrás de ella al tiempo que su espalda tocaba el suelo. Una onda de aire cortante pasó volando sobre su cabeza cortando a decenas de esquirlas horizontalmente al tiempo que muchas otras se veían arrojadas, cayendo por el borde de la azotea.

Aún tumbada en el suelo, Alicia se fijo en la figura que parecía haber surgido de la nada justo tras ella, con una pierna aún extendida tras haber propinado la fuerte patada que había propiciado aquella hoja de aire cortante.

Un eldrea, de aspecto insectoide, pero sin el segundo par de brazos y con todo su cuerpo cubierto por un exoesqueleto de aspecto blindado y robusto, pardo en su torso y verde en sus extremidades. Las mandíbulas aserradas de su rostro parecían atrofiadas, y destacaban en él un par de enormes ojos rojizos, de un carmesí brillante. Parecían casi lentes, ocupando una gran parte de una cara coronada por dos antenas retractiles posicionadas como una V.

Kam-en.

Shin.

 

******

 

En el preciso instante que el guerrero eldrea asintió en batalla a Alicia Aster, Max consiguió alcanzar el apartamento de ésta, poniendo a salvo a Iria Vargas y Syba junto con los otros ciudadanos a los que la Aster había prestado auxilio.

Fue el mismo instante en que dos destellos, rojo y negro, aparecieron en las capas más altas de la atmósfera de Occtei, anunciando la llegada de las Rider Red y Black.

Fue el mismo instante en el que el sol de Occtei por fin surgió en el horizonte. El cuarto y último día de la guerra había comenzado.