viernes, 30 de abril de 2021

I02 INTERLUDIO: ALCAUDÓN

 

Su nombre era Mantho Oth, de la Casa de Oth-Vashu, hijo de Mantho Oth y Riga Vashu, tercero de su nombre. Al menos siempre se presentaba así.

Pese a lo elaborado de dicha presentación, Mantho Oth no era miembro de la nobleza, en absoluto. 

Simple y llanamente, los narkassa eran un pueblo que disfrutaba sobremanera el estudio de las genealogías, propias y ajenas. Consideraban la cumbre de la buena educación dejar bien clara la procedencia de cada uno.

Ello había causado algún que otro problema en cuestiones del desarrollo de su sociedad en el pasado. Tabús y prejuicios habían surgido en lo referente a huérfanos o aquellos que no podían probar vínculos familiares directos. Algunas cosas se habían ido superando con los siglos, el desarrollo de las nuevas generaciones y el contacto creciente con otras especies y culturas.

Ser un descastado ya no era una condena a ser un paria como antes, aunque algunas viejas problemáticas persistían, si bien parecían más centradas en aquellos nacidos en familias que habían sido expulsados por algún u otro motivo (normalmente de orden criminal, aunque algunas de las familias más antiguas y de más peso seguían valorando el Honor y las afrentas al mismo de forma casi dogmática) que en aquellos que habían tenido la mala fortuna de no conocer a sus progenitores.

Toda sociedad tiene sus claroscuros. Otra característica de los narkassa es que pese a ser una de las nueve especies fundadoras del Concilio, siempre se habían mantenido un poco al margen de los asuntos que no les afectasen directamente. Eran seres de costumbres arraigadas, y salvo los embajadores y criminales era raro ver la figura cuadrúpeda de un narkassa lejos de su Sistema Central o sus colonias.

Por ello Mantho Oth destacaba de forma especial en el Departamento Tecnológico de los Rider Corps en Occtei. Por un par de motivos.

El primero y más obvio: el simple hecho de ser un narkassa trabajando lejos de su mundo natal y en una organización mayoritariamente compuesta por otra especie (aunque había miembros de múltiples procedencias, la gran mayoría de miembros de los Corps eran humanos).

Los narkassa habían tenido una larga lucha propia en cuestiones de xenofobia interplanetaria. No es que odiasen a otras especies (aunque sus relaciones con los gobbore habían sido tensas durante siglos y viejos temores afloraban de cuando en cuando) pero dado su pasado como especie gregaria y dada a la formación de grandes grupos familiares interconectados, el contacto con miembros ajenos a su especie si no era algo formalmente requerido seguía siendo visto como una rareza en lo referente a los narkassa. Tenían fama de reservados y poco dados a relacionarse con individuos de otros mundos.

Lo que llevaba a la segunda peculiaridad de Mantho Oth además de su elección de los Corps como lugar de trabajo: su familia. Un matrimonio feliz y estable con un varón angamot y tres hijos adoptivos, dos de la misma especie que su marido y uno atliano.

Habían atraído alguna que otra mirada al hacer apariciones en público. Mantho siempre había extraído cierto humor de algunas de las reacciones de los otros padres en las reuniones escolares en los primeros años de estudio de sus pequeños.

El bienestar de su familia era una de las causas de su presente intranquilidad mientras esperaba en un rincón apartado de la pequeña cafetería, removiendo con su telequinesis moderada la cucharilla de la taza de la que aún no había tomado un sorbo mientras recordaba lo sucedido.

El día anterior, antes de que los Riders partiesen a su misión contra los garmoga en Calethea 2, Athea Aster había visitado el Departamento Tecnológico con la petición de revisar e intentar rescatar información de un dispositivo de almacenamiento que había sido objeto de un borrado por nanobomba.

Los intentos iniciales de revertir la degradación y rescatar la información contenida habían sido descorazonadores para Mantho y su equipo. Era obvio que habría que recurrir a alguien del destacamento de tecnomagos,  cosa que no le hacía ninguna gracia. Era una cuestión de orgullo y principios. Tampoco ayudaba que los tecnomagos solían mostrarse tremendamente arrogantes.

Alguien podía hablar con las máquinas y conjugarlo con fuerzas primarias de la existencia y de repente se creía el rey del universo. En toda su vida Mantho solo había conocido a un individuo de esa estirpe que le cayese bien.

Por ello Mantho Oth se había tomado como un reto personal el intentar extraer lo máximo posible antes de tener que recurrir a ellos. 

Siguió trabajando por su cuenta aún después de que su equipo ya se hubiese retirado al final de la jornada. Los Riders regresarían de Calethea 2 en unas horas y Mantho sabía que Rider Black casi seguro volvería al Departamento en algún momento del día siguiente. Quería poder presentarle algo en condiciones a Athea.

Sumido en su trabajo, el zumbido de aviso de una comunicación desde los niveles superiores casi le pasó desapercibido. Su sorpresa fue mayúscula cuando al otro lado de la línea se encontró con el rostro de un muy interesado Director Ziras.

Había surgido algo, le dijo. Nuevos datos respecto al caso de Pratchas que hacían obsoleta la información del dispositivo. Una situación de altos niveles de seguridad que le impedían poder darle más detalles. Por lo visto ya no era necesario informar a la Rider Black. Es más, Athea ya estaba al corriente así que ya no era necesario seguir trabajando en el viejo disco duro, ciertamente. Mejor terminar de purgarlo y destruirlo, para evitar la más mínima posibilidad de que datos confidenciales de los Corps cayesen en malas manos.

Eso fue lo que Ziras le contó.

Mantho no se creyó ni una palabra, pero asintió cordial e hizo señales de obediencia. Sobre todo cuando el Director Ziras le preguntó que tal estaba su familia.

Descender de una especie herbívora con una sociedad heredera de sus antiguas agrupaciones en rebaños había permito a Mantho reconocer al depredador metafóricamente oculto en la hierba que suponía aquel inesperado interés del director.

La amenaza era implícita: No husmees en esto, desiste en tu trabajo, esto es más que una orden, no quieres que les pase nada a los tuyos ¿verdad?

Así que Mantho Oth le dijo a Arthur Ziras lo que quería oír. Dejaría de trabajar en el disco duro de Pratcha. Borraría todos los datos de la terminal y, por si acaso, los registros de trabajo. Si alguien de su equipo hacía preguntas la respuesta era algo tan sencillo como "órdenes desde arriba".

Claro, directo y sin complicaciones.

Lo que no contó a Ziras fue lo referente a la copia del código que había conseguido rescatar del disco, aún pendiente de ser descifrado, y que había transferido a una micro-memoria portátil. El tener que borrar los registros de trabajo lo mantuvo convenientemente oculto.

Pero no podía arriesgarse a continuar trabajando con aquello en la terminal de su casa. Demasiado riesgo de ser rastreado. Además, estaba seguro de que su hogar y sus puntos de visita habituales estarían bajo algún tipo de vigilancia.

Contaba que cualquier monitorización de sus hábitos estaría fundamentada en sistemas de escucha o rastreo de actividades online y esperaba que dada su relativa poca importancia no tuviese alguna sombra pegada vigilándole de forma constante. Su historial de cumplimiento de normas y órdenes de forma ejemplar seguramente jugaba a su favor.

Para Ziras, Mantho era un peón obediente. Eso era algo que Mantho podría aprovechar.

Por ello, la pequeña cafetería donde se encontraba no era uno de los locales que frecuentaba pero si uno en el que había estado ocasionalmente por lo que su presencia tampoco sería especialmente notoria. Y si se encontraba allí con algún conocido o vieja amistad... bueno, tampoco era algo inusual.

"¿Sabes? Este tiene que ser el lugar menos sórdido en el que he estado con alguien."

Mantho Oth salió de su ensimismamiento al oír la voz femenina al pie de su mesa y  bajó la mirada hacia la recién llegada. La persona a quien estaba esperando.

Meredith Alcaudón era una humana de baja estatura y con algo de sobrepeso, de rostro pálido cubierto de pecas y de largos cabellos rizados pelirrojos. Nada excepcional a primera vista, salvo por lo peculiar de su atuendo. Una vestimenta derivada de su filia por viejas historias del mundo natal humano, relatos antiguos de investigadores que operaban de forma privada.

Meredith vestía un traje de corte masculino, negro, con camisa blanca y corbata gris mal ajustada. El conjunto cubierto por una gabardina de color pardo de aspecto gastado. Sobre su cabeza reposaba un sombrero negro de ala corta.

Mantho Oth la saludó con una inclinación de cabeza, "Meredith Alcaudón, de la casa de Alcaudón, hija de..."

"Corta el rollo Mantho, no hace una puta falta que me sueltes todo mi árbol genealógico cada vez que me saludas", replicó ella al tiempo se que sentaba a la mesa frente a él.

"Mis disculpas."

"Bueno... ¿cuál es el problema?", preguntó, "Me confieso sorprendida, hacía mucho que no me llamabas, y menos desde tu comunicador de usar y tirar para emergencias ¿Algo clandestino?"

"Y potencialmente muy peligroso, concerniente a los Corps."

Meredith soltó un silbido. Había notado que Mantho estaba algo nervioso, pero aquello sonaba a algo más gordo de lo habitual.

"Así que por fin has encontrado un esqueleto en el armario de tu trabajo de ensueño ¿eh?"

"No tienes por qué sonar tan entusiasta."

"No me malinterpretes grandullón. Me encantan los Riders, y solo un gilipollas negaría el bien que hacen por la galaxia. Pero los Riders son los Riders y la organización burocrática que los rodea es un bicho bien distinto."

Y  organizaciones así siempre tenían algún tipo de mierda escondida que solo era cuestión de tiempo que empezase a oler lo suficiente para que la encontrase alguien que no debía. Eso Meredith lo sabía bien.

Mantho suspiró y usó su telequinesis para extraer de su bandolera un pequeño dispositivo rectangular negro que envió directo a las manos de Meredith. Ésta lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta con un movimiento rápido y disimulado sin siquiera dirigir la mirada a lo que acababa de recoger, manteniendo su atención en el narkassa.

"¿Una micro-memoria?", preguntó.

"Si, con datos pendientes de descifrar de cierta investigación confidencial que mis superiores claramente quieren mantener enterrada. Me siento en desacuerdo, pero el riesgo para los míos es demasiado alto para hacer algo por mí mismo, así que debo recurrir a ti."

"Mírate, el señor papá de familia responsable volviendo a sus tiempos de cruzado de la información. Se te echaba de menos."

Mantho bufó, "No puedo decir que yo eche de menos esos tiempos... aunque si a algunas personas."

"Aww, Mantho, vas a hacer que me sonroje."

"Meredith, su solo te sonrojas cuando estás cargada de licor hasta las cejas."

Meredith tomó la taza de té que el droide de servicio depositó en la mesa en ese momento y asintió con una sonrisa, "Bueno, eso no voy a negarlo", dijo, "Ahora, asumamos que encuentro lo que quiera que haya que encontrar en esto..."

"No contactes conmigo, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera por medios seguros."

"Quieres minimizar el riesgo del todo ¿eh?"

"Y reducir el factor tiempo", aclaró Mantho, "Si encuentras algo importante ahí quiero que le transmitas la información de forma directa a Athea Aster."

Meredith alzó las cejas.

"¿Rider Black?", preguntó, "¿Quieres que contacte así por las buenas con ella?"

"Exacto."

"Pese a ser figuras relativamente públicas no es como si cualquiera pueda ponerse a charlar con los Riders de cualquier manera", dijo Meredith,  "Ni existen formas claras de hacer contacto con ninguno de los cinco a través de los canales habituales ¿y tú quieres que vaya y me ponga a charlar con una Rider como quien da los buenos días?"

"Bueno... eres Meredith Alcaudón. Algo se te ocurrirá."

Meredith posó la taza tras tomar un sorbo a su té y soltó un ligero gruñido, mezcla de hastío y de reconocimiento, al tiempo que se llevaba la mano a la frente con una sonrisa irritada en sus labios.

Meredith Alcaudón. Telequinética de grado primero, investigadora privada, pirata informática y una de las pocas tecnomagas por libre sin afiliación a ningún Arcano registrado legalmente.

Maldita sea su fama en los círculos apropiados.

miércoles, 28 de abril de 2021

013 DESINFECCIÓN

 

Alma Aster tenía veintidós años cuando su alma fue ligada al Nexo de Poder en un ritual mágico complementario a todas las modificaciones físicas a las que había sido sometida con anterioridad.

Pero había conocido a Solarys antes.

Alma tenía... ¿unos diez años? ¿once? No lo recordaba con claridad. Sabía que Antos y Avra eran aún muy pequeños, Armyos siempre estaba pegado a ella cuando estaban juntos y Athea aún era una bocazas incorregible por aquel entonces.

Rojo. Eso era lo que más predominaba en su recuerdo del lugar. Luces rojas, un brillo rojo emanando del enrejillado del suelo metálico. Hombres y mujeres de distintas especies pero en su mayoría humanos caminaban de un punto a otro vistiendo batas blancas o monos de trabajo.

No caminaba sola por el complejo. Su madre iba con ella llevándola de la mano. Era alta, muy alta. Tan alta como Alma sería a los veintidós años y continuaría siéndolo siglo y medio después. Pero donde Alma crecería siendo atlética y esbelta, su madre era más fornida. La misma musculatura que heredarán Armyos y Avra.

Alma alzó la vista y sonrió. Sabía que su madre le devolvió la sonrisa. Pero era una sonrisa triste.

Descendieron por una escalinata y atravesaron una zona abierta similar a un hangar. En las plataformas inferiores Alma vio a muchos individuos en torno a lo que años más tarde reconocería como un Dhar Komai. Aquel era de color amarillo y estaba muerto, abierto en canal. Maquinaría y órganos visibles mientras el cuerpo a medio formar era diseccionado para su estudio. Uno de los centenares de malogrados. 

Alma acompañó a su madre hasta un ascensor. La voz mecánica dijo algo sobre sub-sótanos, y una serie de números y letras, hasta llegar a algo llamado Incubación. La Alma de 10 años no sabía qué significaba aquello, pero notaba una anticipación creciente al tiempo que sentía el nerviosismo de su madre.

Las puertas se abrieron y la luz roja inundó todo de nuevo, pero ahora estaba viva y Alma casi pudo sentirlo. Su madre y ella avanzaron por una pasarela estrecha hasta llegar a un área circular.

Alma vio a dos personas allí. La primera, un varón humano, saludó a su madre con una sonrisa. Stephen Eld, primer director de los Rider Corps, uno de los padres del proyecto. Alma ya lo había conocido antes, sabía que su madre y su padre trabajaban con él, y que ella y sus hermanos y hermanas también lo harían algún día.

La segunda persona solo hizo un gesto de saludo a su madre antes de dirigir su atención de forma total hacia Alma. La niña no sabía muy bien qué estaba viendo porque de todas las razas alienígenas que había conocido en su corta vida nunca había visto una similar.

Sobre una plataforma metálica que parecía flotar en el aire sin ningún indicio de tecnología antigravitatoria y cubierta con unas marcas o letras luminosas que le recordaron a garabatos y que años más tarde reconocería como runas, Alma pudo ver lo que parecía un enorme pilar de cristal un poco más grande que una persona adulta en altura y anchura. 

En el cristal, un rostro humanoide -aunque no humano- la observaba. La niña no sabría decir si era una cabeza flotando en su interior o algún tipo de proyección sobre la superficie irregular de la columna cristalina, que remataba en lo alto en una suerte de halo de energía. El rostro contenido en el cristal parecía emanar una luz blanca que suavizaba el resplandor rojo del ambiente que le rodeaba.

Cualquier miedo que Alma hubiese podido sentir ante la extrañeza de aquel ser se desvaneció ante la sonrisa abierta y sincera que aquel rostro le ofreció.

Amur-Ra. Se llamaba Amur-Ra. Alma siempre lo llamó simplemente Amur.

Su madre y Stephen Eld habían continuado charlando y ahora su madre la había llevado al centro de la sala. Allí reposaba un habitáculo lleno de líquido del que parecía emanar el resplandor rojizo. Una figura pequeña, no mucho más grande que Alma, cubierta de sensores y tubos de alimentación intravenosa flotaba en su interior. Era la fuente de la luz.

Alma le preguntó a su madre si era un lagarto, como los que había visto en sus digilibros. Parecía un lagarto, pero más grande, y con alas. Su madre rió. Le dijo algo, pero no lo escuchó bien, todo a su alrededor se estaba tornando borroso, pero pudo distinguir una palabra.

Solarys.

Alma tocó el cristal y casi pudo sentir el calor de la criatura. Solarys. Iba a ser su compañera. Lo sabía. Era tan pequeña, flotando allí sola, que Alma se prometió a si misma que la cuidaría para siempre. Recuerda que se lo dijo a los demás, recuerda a su madre y al señor Eld riendo. El hombre del rostro flotante no ríe, pero asiente con aprobación. Amur-Ra parece satisfecho.

Alma se gira de nuevo al cristal y todo a su alrededor cambia y se distorsiona. 

El resto de figuras se habían desvanecido y la luz roja parecía apagarse. La pequeña Solarys, inconsciente en su receptáculo, se desvaneció ante sus ojos y una alarmada Alma se encontró de repente flotando en la negrura sin un suelo bajo sus pies. Junto a ella estaba únicamente su madre, tomándola de nuevo de la mano, como un ancla.

La miró y no pudo ver su rostro. No recordaba el rostro de su madre, era un vacío en el que sólo distinguía el verde de sus ojos, los mismos ojos que tenía ella y que veía cada día al mirarse en un espejo.

Un verde brillante, cada vez más luminoso e intenso. Cegador.

El rostro de su madre ya no estaba, ni tampoco su cuerpo, solo el verde de sus ojos, un resplandor quemador y enfermizo. Circular y enorme frente a Alma. Flotando no como un sol sino como una herida en el aire. Una puerta a las pesadillas de su futuro.

Una mano insectoide metálica y carnosa, retorcida en cableado y ligamentos, emerge del verde, y toma a la pequeña Alma Aster del hombro. La agarra como una tenaza y Alma Aster grita.

Y despierta.

 

******

 

Alma Aster saltó hacia adelante como impulsada por un resorte con un grito ahogado. Antos agachado junto a ella, suelta su hombro alarmado.

"¡Joder, Alma!"

La Rider Red se tomó unos segundos para centrarse y recobrar el aliento. Está sentada sobre el suelo rocoso de Calethea 2. Notó que su armadura se había desvanecido dejando únicamente a la vista su uniforme termal de tejido rojo. Se dejó caer hacia atrás y sintió su espalda reposar contra la calidez de Solarys. Girando su cabeza, pudo ver que estaba junto a la cabeza de la Dhar, también tumbada y durmiendo plácidamente. El calor que emite es reconfortante y ayuda a Alma a aliviar la desagradable sensación de fría sudoración que empapa su cuerpo.

Antos, aún agachado junto a ella, con su armadura activa pero su rostro al descubierto, le ofrece un termo con agua. Alma lo toma y consume todo el líquido de un trago. Le devuelve el termo a Antos.

"Gracias."

"De nada... necesitabas reposar pero decidí intentar despertarte cuando parecía que estabas sufriendo una pesadilla."

"No era una pesadilla. Bueno, no al principio", replicó Alma. Miró a su alrededor. El cielo despejado pero oscureciendo. El horizonte parecía limpio y abierto.

"¿Cual es la situación?", preguntó.

"Controlada", respondió Antos, "Cerraste el portal. Os noqueó a las dos, Solarys y tu, pero básicamente os llevasteis por delante a todos los garmoga de las cercanías así que nunca llegasteis a estar en peligro en ese sentido. Por lo demás... con eso cerrado no fue difícil ocuparse del resto y de rezagados. Nos fuimos turnando en la purga para que al menos uno de nosotros estuviese siempre junto a vosotras. Al final la flota también intervino con algunos bombardeos controlados."

Alma frunció el ceño, "¿Atómicas?"

Antos negó con una sonrisa, "Termo-plasma. Hemos purgado la infestación planetaria sin causar daños medioambientales irreversibles. Una victoria de manual, intrépida líder, a pesar de lo raro de las circunstancias. Lo más impactante al final ha sido lo tuyo cambiando el paisaje de todo un subcontinente, así que enhorabuena."

"La ZiZ sigue haciendo barridos de análisis pero no se han detectado signos garmoga en las últimas cuatro horas" , intervino Athea, descendiendo desde su Dhar a unos pocos metros de donde se encontraban. En lo alto Armyos y Avra volaban en círculos, "Los demás hemos estado haciendo patrullas, pero todo parece estar bien. Hemos ganado, Alma."

La Rider Red se levantó, con más esfuerzo del que esperaba y con algo de ayuda de Antos. Cada uno de sus miembros parecía pesar una tonelada, y sus movimientos se sentían torpes y lentos, "¿Cuánto tiempo llevo inconsciente?"

"Unas siete horas", dijo Athea, "Las lecturas indican que estás bien, pero agotada."

"Solarys despertó antes que tu, pero al ver que aún dormías decidió echarse una siestecita", añadió Antos palmeando suavemente a la gigantesca Dhar Komai.

Alma sonrió, "Bueno, diría que se lo ha ganado."

"Lo habéis ganado las dos", dijo Athea, "El Director Ziras ha llamado respecto a preparar un informe completo y para tratar lo de ese portal. Hay mucha gente nerviosa."

"Y con razón", dijo Alma, "Ese portal... lo que implica y lo que puede suponer es preocupante."

"Mucho. Armyos ya ha dado recomendaciones para que se implementen rastreos regulares de las superficies planetarias y no solo de las órbitas en los sistemas de defensa", explicó Athea.

"Pero al menos el director nos ha dado dos ciclos completos de descanso para cuando volvamos a casa antes de volver a lanzarnos de cabeza con todo ese asunto", dijo Antos.

"Así que si no hay otra emergencia tenemos dos días de vacaciones", dijo Alma, "Bueno, tras el día de hoy supongo que hace falta un fin de semana."

Alma Aster cerró los ojos, tomó aire y se concentró. Con un destello rojo y en menos de un segundo, su armadura la envolvió de nuevo. A su lado, una recién despierta Solarys levantó su enorme cabeza observando a los Riders.

"¿Cómo te sientes?", preguntó su hermano.

Alma levantó los brazos, apretó los puños y dio tres golpes rápidos al aire, "Mejor. Me sentiré mejor tras dormir en una cama, pero... sí, mejor."

Solarys gruñó, indignada. Alma rió en respuesta.

"Solarys, te quiero, pero tus escamas no son comparables a un buen colchón."

 

******


Cias era uno de esos mundos que a primera vista parecía civilizado, con sus brillantes ciudades y sus torres de cristal reflejando la luz verde y azul de sus soles gemelos. Pero Ivo Nag, cirujano del mercado negro, sabía muy bien los gusanos y escoria podrida que aquel mundo escondía bajo su dorada máscara.

Cias era un Mundo Comercio hasta sus últimas consecuencias. Todo era viable de ser objeto de consumo. Absolutamente todo. Eso incluía vidas.

Por eso Nag prefería vivir en los niveles inferiores conocidos como La Zanja.

El viejo phalkata tenía suficiente riqueza tras años de trabajo para asegurarse un apartamento de lujo en los niveles superiores de la ciudad. Puede que incluso una finca en las regiones verdes. Pero Nag apreciaba la honestidad del estercolero viviente que era La Zanja y obtenía cierto disfrute perverso al ver de primera mano las reacciones de algunos de los clientes más ricos y remilgados al verse forzados a descender a aquel particular foso urbano para solicitar sus servicios.

Algunos de los meapilas no se habían atrevido a venir sin prácticamente un ejército privado. Otros recurrían a risibles y patéticos intentos de incógnito.

Aquel día estaba siendo calmado. Solo un cliente por la mañana, un mala vida de las bandas para una extracción de proyectil. El que aquellos desgraciados aún usasen armamento balístico antiguo resultaría casi encantador si no fuese tan aburrido. Hacía mucho tiempo que no afrontaba un reto. Suturas para las ratas de la Zanja, cosmética para los ricachones.

A Ivo Nag le gustaba ver a los cuerpos ajenos como rompecabezas, pero últimamente no se encontraba ninguno interesante. Nada que fuese un desafío para sus talentos como artista del moldeado de carne. Tenía una larga lista de espera de millonarios mimados para los próximos meses pero casi todos parecían patéticas variaciones de alteraciones físicas para reafirmar sus inseguridades sexuales.

En ese momento la providencia llamó a su puerta. Literalmente.

El zumbido del timbre fue respondido por el chirriar del comunicador de la puerta de entrada a su consulta e Ivo Nag pudo oír una voz masculina, joven e insegura.

"¿Doctor Ivo Nag?"

"El inigualable y único, muchacho, ¿en qué puedo ayudarte?"

"Necesitamos... bueno, sabemos que es usted un experto en implantes de refuerzo, alteraciones subcutáneas, aceleradores de sistema nervioso y terapia genética..."

"¿Tienes cita previa?"

"Er... no"

"Polluelo, si estuvieses aquí para un apaño rápido no tendría problemas en abrirte pero lo que creo que me estás pidiendo, ese tipo de modificaciones profundas, demanda tiempo y recursos. Te apuntaré una fecha, negociaremos un precio y tú me pasarás un adelanto a mi cuenta y nos veremos en... Mmm, ¿quizá seis meses?"

"Pero, no podemos..."

"Lo siento, tengo una lista de espera para estas cosas chico", respondió Nag, disponiéndose a bloquear el comunicador.

Antes de que lo hiciese, una segunda voz, femenina y más firme, respondió.

"Somos estudiantes de Tiarras Pratcha."

El dedo de Nag se quedó paralizado en el aire a unos centímetros del botón que habría bloqueado la comunicación (y dado una descarga eléctrica no letal a los visitantes para disuadirlos). Las ya escasas plumas del viejo phalkata se erizaron y presionó el botón que abría las puertas.

Entraron. Eran jóvenes, atlianos. Ella de piel azulada y ojos ámbar. Él de piel verde y ojos rojos. A pesar de las diferencias cromáticas, los rasgos en sus rostros denotaban un parentesco muy cercano.

Ivo Nag se recostó sobre su silla al tiempo que los invitó a sentarse con un gesto frente a su escritorio de consulta.

"Así que... estudiantes del viejo Tiarras."

La joven atliana asintió. Nag pudo ver al instante que ella era la más asertiva de los dos, al menos en aquellas circunstancias. El varón parecía incómodo y daba muestras de malestar físico que parecían indicar...

"¿Problemas en el costillar?", preguntó Nag, "Puedo echar un vistazo, pero eso no cuadra mucho con los que pedíais hace unos instantes."

"Si bien agradecería que tratase a mi hermano", dijo la mujer, " Me temo que nuestra petición es para algo más serio."

"¿Oh?"

"Soy Dovat. Este es mi hermano Axas. Tiarras Pratcha está muerto", dijo ella, "Y usted estaba en su lista de contactos como uno de los pocos que puede ayudarnos a terminar su obra."

El "lo quiera o no" no fue pronunciado pero Ivo Nag supo reconocerlo en su tono de voz, y aunque estaba seguro de que él era más peligroso que aquella polluela, no pudo evitar sentir el escalofrío que recorrió su espalda.

No era miedo. Era la anticipación de un nuevo rompecabezas. Casi comenzó a salivar.

Parecía que este iba a ser de los interesantes.

viernes, 23 de abril de 2021

012 EXPANSIVO

 

Avra Aster se encontraba en un extraño estado casi zen, entre la frustración por una situación que se estaba alargando demasiado y el disfrute genuino de masacrar garmoga. Bajo su casco, su rostro lo reflejaba con un ceño ligeramente fruncido y una sonrisa afilada, casi animal.

Tempestas no había dejado de rodear el área en ningún momento, rociando con llamaradas azules a agrupaciones del enjambre que nunca parecían tener fin. Avra por su parte ya había dado cuenta de al menos cinco centuriones garmoga y se encontraba ahora mismo lidiando con otros dos.

Su armadura azul estaba cubierta de restos de fluidos grisáceos y negros, la sangre de los engendros.

Con un grito de rabia, la Rider Blue saltó y propinó un fortísimo golpe desde arriba al centurión garmoga más próximo. Su puño reventó la cabeza de la criatura como si fuese un melón maduro. La fuerza del golpe fue tal que no se detuvo ahí, sino que el puño y parte del antebrazo de Avra penetraron por el cuello y se hundieron en el torso del centurión.

Acto seguido, Avra levantó el cuerpo del fallecido engendro y lo uso para golpear al segundo centurión que intentaba acercarse por su flanco. El impacto arrojó al ser y al cadáver por los aires. El centurión garmoga apenas había conseguido recuperar el equilibro cuando Avra se plantó delante de él, materializando su espadón al tiempo que golpeaba horizontalmente.

Parte del arma se materializó ya dentro del cuerpo de su enemigo, cortando al centurión por la mitad. Su torso superior cayó al suelo, arrastrándose lastimosamente sin piernas. Avra lo remató con un pisotón que aplanó su cráneo.

Tempestas descendió tocando tierra suavemente tras ella. Avra se volvió, jadeante. Todo aquello comenzaba a ser agotador. En el rostro del Dhar casi podía leerse una expresión de inquisitiva preocupación. Avra sacudió la cabeza.

"Estoy bien chico", dijo, "Es que hacía bastante que no nos ejercitaban tanto."

Tempestas respondió con un gruñido seco, para a continuación alzar su mirada hacia arriba. En el aire, una concentración de drones garmoga de considerable tamaño se dirigía a su posición, oscureciendo el cielo.

"Al menos podemos pelear a la sombra, ¿eh?"

Avra saltó al lomo de Tempestas y tomó su posición en la silla-módulo. Pero antes de que el Dhar y su Rider pudiesen despegar al encuentro del enemigo, dos llamaradas concentradas hasta el punto de ser rayos de plasma, una naranja y otra negra, cortaron la formación del enjambre causando grandes daños y propiciando que los drones entrasen en un estado de frenesí similar al pánico.

Docenas más de ellos cayeron atravesados por una lluvia de flechas de energía que parecían hechas de desgarros del cielo nocturno. Otros tantos fueron atravesados por relámpagos anaranjados al tiempo que un aroma a ozono impregnaba el aire.

Desde lo alto, Volvaugr y Sarkha con sus respectivos Riders descendieron hasta situarse junto a Tempestas y Avra.

"Pensamos que sería buena idea ayudarte a reforzar esta posición", dijo Armyos, "Parece que hay mayor número de centuriones en este área, y ya hemos terminado con las evacuaciones en el resto."

"Quiere decir que él pensó que era buena idea ayudarte", replicó Athea mirando a los centuriones caídos, "Yo ya me hacía a la idea de que no te hacíamos una falta."

"Aww, yo también te quiero hermanita", replicó Avra, "Pero en fin, acabar con estos bichos siempre es más disfrutable con compañía ¿qué os parece si terminamos de revisar este área?"

"Hagámoslo rápido", dijo Athea, "Es mejor que continúe las patrullas del hemisferio y me asegure de que ninguna de estas cosas avance hacia la capital de la colonia."

Los tres Dhars ascendieron casi simultáneamente a pesar de sus diferencias en velocidad y tamaño. El aire de aquel área se llenó de llamas multicolor segando la presencia de drones garmoga por doquier. Desde lo alto pudieron atisbar a varios centuriones.

"Nunca había visto a tantos aparecer tan rápido", dijo Armyos, intranquilo, "¿Qué puede haber causado su presencia en una fase tan temprana de la infestación?"

"Bah, con nuestra suerte será algo jodido" añadió Avra al tiempo que Tempestas purgaba una azotea rebosante de drones.

"Define jodido", dijo Athea mientras de pie en la espalda de su Dhar se dedicaba a lanzar una serie continua de flechas en múltiples direcciones, acertando su blanco con todas y cada una de ellas.

"Pues no sé... ¿Se reproducen más rápido? ¿Son una nueva raza de garmoga mejorados?", Avra se encogió de hombros, "Cualquier cosa por ese estilo. Puede que hasta algo peor como... no sé, portales interdimensionales o que han aprendido a teletransportarse."

Armyos bufó, "Ya, eso sería lo que nos faltaba, quizá sólo es..."

Lo que quiera que fuese a decir se interrumpió cuando la voz de su hermana mayor, Alma Aster, resonó en los sistemas de comunicaciones de todos ellos.

"¡Código Jira! ¡Todo el mundo a mi posición! ¡Los garmoga tienen un portal!"

Silencio momentáneo. Armyos pareció quedarse mudo. Athea se llevó una mano a la frente emitiendo un gruñido de frustración, "Avra, odio que aciertes aunque sea por accidente."

Avra Aster tomó aire.

"¡ME CAGO EN MIS M...!"

 

******


Volando en Adavante junto a Alma y Solarys, Antos observó el desgarro en el aire que escupía a drones y centuriones garmoga casi sin interrupción. Se encontraban a tal altura que los garmoga no parecían reaccionar a su presencia. Al menos no habían intentando formar más quimeras, de momento.

"Bueno, tengo buenas y malas noticias", dijo Antos.

"Ilústrame."

"Primero las malas... no se observa soporte tecnológico alguno. Eso nos deja dos opciones. O bien dicho soporte se encuentra al otro lado del portal o bien éste es de naturaleza mágica, lo cual abre otra colección de quebraderos de cabeza preocupantes."

"Dioses... ¿cuáles son las buenas noticias?", preguntó Alma.

"Que podemos cerrarlo de todas formas."

"Vale, eso es una buena noticia. Demasiado buena. Me huelo un pero."

"Tu olfato funciona bien, intrépida líder" replicó Rider Purple, "Bueno... tenemos también dos opciones. La primera... aseguramos la evacuación total y procedemos a un bombardeo masivo de la superficie planetaria. La energía de las bombas, aunque no sean atómicas, debería bastar para desequilibrar el portal."

"El problema de esa opción es que perdemos el planeta o gran parte de él."

"Exacto. La segunda opción... bueno, básicamente una combinación de cráter y destello."

Alma comprendió al instante lo que estaba sugiriendo Antos, "Impacto sobre la zona al tiempo que emitimos una descarga energética acumulada durante la aceleración pero sin teleportación."

"El problema es que necesitamos que la descarga sea extra grande. Habría que hacerlo..."

"Hay que hacerlo con un Dhar", dijo Alma, "Descender hasta colisionar con la superficie frente al portal y en el punto de impacto emitir un pulso de energía."

"¡Eso suena divertido! ¡Me apunto!"

Solarys y Adavante se volvieron en el aire y Alma y Antos pudieron ver a Avra, Athea y Armyos aproximarse.

Armyos sacudió la cabeza, "No, Avra... para garantizar que algo así funcione, necesitamos... bueno..."

Su mirada se centró en Alma. Antos asintió, "Necesitamos que lo haga el Dhar Komai más grande, tenéis que ser Solarys y tu, Alma."

"Te cubriremos y limpiaremos la zona", dijo Athea, "Ataque relámpago. Si intentan algo lo neutralizamos para dejarte paso libre y si termináis noqueados por el impacto estaremos ahí para recogeros."

Alma suspiró, "Bueno, no puede ser peor que estrellarse contra un cometa por accidente."

"Ja, ja, si... aquello estuvo bien", comentó Avra.

Alma miró hacia abajo y maniobró con Solarys para posicionarse en dirección al portal, "Puedo hacerlo desde aquí. Si intentan interceptarme la velocidad de aceleración debería bastar para quitármelos de encima sin problema."

"Serían como insectos aplastándose contra un vehículo", apuntó Antos.

"Exacto. Si intentan generar una quimera tendréis un tiempo limitado para neutralizarlas."

"En el momento que cierres esa cosa rociaremos la zona con llamas, una purga total", dijo Avra, "Y si te quedas inconsciente te sacaremos de ahí."

"Bien. Seguidme pero mantened distancia, esperad a que finalice. No debemos arriesgarnos a que el impacto os alcance también a vosotros."

"En caso de que las cosas se tuerzan la flota debería estar ya lista con refuerzos", indicó Armyos.

Alma asintió. Dio unas suaves palmadas sobre las escamas de Solarys, "¿Puedes hacerlo, chica?"

La Dhar Komai sacudió la cabeza con un rugido desafiante al tiempo que entrechocó sus puños. Volutas de energía rojiza emergieron tras el leve golpe.

Alma sonrió, "Si, peque, vas a darle un puñetazo al planeta."

"Bueno, cualquiera puede darle un puñetazo a un planeta, solo hay que darle una hostia al suelo", dijo Avra.

"Ah, pero hermanita, esta vez el planeta tiene las de perder", replicó Antos.

Alma echó una mirada a sus hermanas y hermanos. El silencio cayó sobre ellos y de forma instintiva los cuatro Riders se posicionaron en puntos equidistantes alrededor de Rider Red y Solarys.

Alma se inclinó y se recostó sobre su silla-módulo, hasta quedar tumbada boca abajo. La silla-módulo se cerró sobre ella dejando solo a la vista lo que parecía una enorme joya engarzada en el lomo de Solarys. En ese estado la unión de Dhar y Rider era total, dos mentes plenamente coordinadas.

No hizo falta orden verbal.

Solarys emitió un último rugido y comenzó a descender en línea directa al portal. La capacidad de aceleración de los Dhar Komai dentro de la atmósfera no era tan alta como en el vacío del espacio, pero aún así resultaba aterrador el espectáculo de una criatura de aquella envergadura alcanzando una velocidad tal en pocos segundos.

Porque el descenso supuso solo segundos, apenas medio minuto de aceleración constante rozando casi niveles sublumínicos máximos.

Antes siquiera de tocar tierra, Solarys ya emitía un aura energética rojiza pareja a la combustión del aire a su alrededor debido a la fricción producida por la monstruosa aceleración.

Los otros cuatro Dhars las seguían también a alta velocidad pero menor, manteniendo sus distancias.

Parte del enjambre garmoga se alzó a recibirlas, intentando interceptarlas con miles de drones concentrando su masa como un muro volador viviente. Solarys los atravesó sin miramientos, como una bala reforzada anti blindaje atravesando un blando torso de carne desnuda y continuó en colisión directa justo hacia el área situada frente al portal.

De poder presenciar el momento a una velocidad que permitiese apreciar los detalles, unas milésimas de segundo antes del impacto veríamos como la energía emitida por Solarys ya habría comenzado a cristalizar la superficie antes de tocarla. Rayos de energía rojiza comenzarían a ascender desde el suelo en busca del puño de la Dhar.

Solarys está en posición vertical de descenso, su brazo unos instantes antes flexionado ahora extendiéndose hacia delante con su puño cerrado al tiempo que golpea. Miles de drones revolotean a su alrededor, centuriones intentan saltar fútilmente hacia ella. El mero hecho de aproximarse los ve desintegrarse por la energía y calor emitidos.

Solarys, reforzada por la voluntad de Alma en su interior, golpea. El puño ni siquiera llega a tocar el suelo. Una bola de energía se genera entre la Dhar y la superficie. Por unos segundos es más caliente que un sol.

De ser de origen mágico, aquella emisión de energía ya habría comenzado a comprometer la estructura dimensional del portal. Su resplandor verdoso vibra, tornándose tenue e inestable.

De ser de origen tecnológico, lo que ocurrió a continuación freiría cualquier maquinaría que pudiese estar generándolo al otro lado.

La bola de energía estalla.

El portal brilla con una luz blanca y se disuelve. Como así lo hacen la gran mayoría de garmoga en las cercanías. En el corazón de la explosión la Dhar y su Rider Red perciben un brillo cegador y un nanosegundo de absoluto silencio antes de que la energía se libere del todo con atronador resultado.

Desde lo alto, los cuatro Riders restantes y sus Dhar Komai ven una onda esférica de energía rojiza expandirse de golpe llevándose por delante a muchos de los garmoga y causando alteraciones en la topografía del terreno.

La flota del Concilio puede ver la explosión desde el espacio, por unos segundos el extremo sudeste del continente parece una gema carmesí.

En Thea Beta, la megaciudad que sirve de capital a la colonia de Calethea 2, los últimos miles de ciudadanos en proceso de evacuación ven el cielo tornarse rojo y sienten el suelo temblar bajo sus pies.

Son unos instantes, pero parecen eternos. Alma Aster y Solarys perciben la energía enfermiza y corrupta del portal disolviéndose y lo único más de lo que pueden tomar constancia es de la luz cegadora a su alrededor.

Un parpadeo después, ambas, Dhar y Rider, caen en la negrura de la inconsciencia.

Y a años luz, al otro lado del recién cerrado portal una figura aprieta un puño con furia.

martes, 20 de abril de 2021

011 FUBAR (II)

 

Antos había estado nervioso desde que llegaron a Calethea 2, y no conseguía saber el porqué.

Una infestación garmoga, la primera tras seis años de relativa calma. Solo eso ya era suficiente para causar cierta intranquilidad, pero habían pasado todas sus vidas afrontando situaciones como aquella. Una infestación garmoga por debajo de una fase tres debería ser poco menos que rutina.

Así que... ¿por qué estaba nervioso?

Lo había estado desde que recibieron el primer informe. Cero indicios de incursión. Ningún rastro de enjambre garmoga penetrando en la atmósfera desde el exterior, ningún registro de ruptura orbital o de transportes sospechosos...

Como si los garmoga simplemente hubiesen salido de la nada en la superficie del planeta y comenzasen a devorarlo todo.

Y también estaba la sensación, gradualmente creciente, de que parecían no tener fin.

A estas alturas Alma y él habían recorrido la mayor parte de aquel segmento del continente purgando la superficie. La mayoría del enjambre ya debería estar diezmada quedando solo grupos reducidos o aislados a los que rematar, correteando por una superficie ennegrecida y cristalizada sin refugios donde esconderse, presas fáciles para los Dhars.

Pero seguían surgiendo nuevos garmoga. Una zona purgada en pocos minutos volvía a estar rebosando actividad.

Los garmoga necesitaban consumir recursos para multiplicarse pero aquellos parecían hacerlo sin problema pese a estar en áreas purgadas sin recursos que consumir.

No tenía sentido.

Y entonces escucharon las transmisiones de Avra y los demás y la cosa empeoró.

¿Centuriones? ¿Tan temprano?

"Alma, ¿deberíamos ir a ayudarlos?", preguntó.

Su hermana tardó en responder. Antos sabía que Alma tendía a tomarse su tiempo a veces al dar una respuesta. Le daba vueltas a todo en su cabeza una y otra vez, sopesando todos los factores de la situación. Y una vez hecho, volvía a hacerlo.

"No", respondió la Rider Red, "Aún no. Si se ven abrumados sí, pero Avra y los demás deberían poder dar cuenta de unos pocos centuriones, y el resto de la flota pronto se unirá como refuerzo. La verdad, me preocupa más nuestra situación aquí."

"¿Así que lo has notado?"

"Garmoga cuyo número no parece decrecer a pesar de la carencia de recursos y repetidas pasadas de nuestros Dhar Komai purgando la superficie", la voz de Alma era clara, profesional y su tono sereno pero Antos pudo percibir la irritación de fondo, "Se nos está escapando algo, Antos."

Antos asintió al tiempo que descendía con su Dhar, Adavante, sobre la costa este del territorio para proceder a otra incineración de la superficie después de limpiar el aire de drones voladores.

Fue entonces cuando los vio, un cuarteto de centuriones garmoga emergiendo de la masa en constante movimiento del enjambre en la superficie, saltando hacía él.

Con la rapidez de reflejos y coordinación que le otorgaba su lazo psíquico con el Dhar, Antos hizo que Adavante ascendiese de golpe en vertical esquivando el salto de los centuriones, quienes volvieron a caer al suelo. Acto seguido, giró de nuevo en descenso tras ponerse boca abajo.

Adavante arrojó una bola de llamas purpuras concentradas que explotó con fuerza suficiente para incinerar a los centuriones y a una porción notable del resto de drones.

"¡Alma!", exclamó, "Hay centuriones también aquí. Han intentando tenderme una emboscada pese a estar en pleno vuelo."

"Tiene sentido, siento esta la zona de mayor concentración", respondió Alma, "Solarys ha divisado a unos pocos, pero no nos acercamos tanto a la superficie como para que supongan un problema... Oh."

"¿Alma?"

"Hay una concentración inusualmente grande de garmoga en el sur, cerca del segmento 12-05. Era la última zona aún pendiente de purgar pero nos distrajimos lidiando con el resto de áreas que parecían no querer quedarse limpias."

"¿Qué está pasando?"

"Al acercarme los garmoga han reaccionado. Parte del enjambre se está fundiendo. Están formando una Quimera."

Genial, como si los centuriones no fuesen bastante, pensó Antos.

"¿Necesitas que Adavante y yo te echemos un cable?", preguntó.

"Solarys debería poder hacerle frente sin problemas. Continuad con el proceso. Fundid la misma superficie si es necesario, quizá eso comience a frenarlos mientras intentamos averiguar de donde están saliendo... tiene que quedar algún sector en este continente con recursos que estén consumiendo."

 

******


Nunca había habido dos quimeras garmoga iguales.

Alma aún recordaba la primera que vio, en su quinta misión como Rider hace siglo y medio. Había leído los informes de la flota, de los mundos perdidos y como poco menos que un asalto orbital con atómicas había sido necesario para erradicar a algunas de esas bestias.

Victorias pírricas que erradicaban la amenaza garmoga pero dejaban el ecosistema planetario casi irrecuperable.

Pero leer sobre las quimeras y verlas era algo muy distinto.

El Departamento de Análisis había bautizado a aquella quimera como Lestrigo.

Cada quimera garmoga era un ser de morfología única. Los drones y centuriones del enjambre se fundían, licuando su biomasa y reformándola en una suerte de gigantesca crisálida. La criatura, que siempre emergía en un tiempo estúpidamente breve, en poco o nada recordaba a los drones garmoga de aspecto vagamente arácnido o los humanamente deformes centuriones.

Lestrigo había sido bípedo, de forma humanoide, aunque con brazos desproporcionadamente grandes que en su día habían recordado a Alma a las fotografías que había visto de un extinto animal de Gaea, el mundo natal humano, una especie de simio de gran tamaño emparentado con la humanidad.

Las semejanzas terminaban ahí. La cabeza de Lestrigo estaba coronada por una prominente cornamenta, no parecía poseer ojos y presentaba un pico que se abría como una flor dentada que despedía descargas de energía cortantes.

No eran una broma, el ala de Solarys tardó meses en curarse.

Tras Lestrigo, Alma y los demás Riders habían tenido que hacer frente a las quimeras en algunas de las infestaciones garmoga más virulentas en las que se habían visto envueltos. Siempre habían sido combates difíciles, largos y en su esencia distracciones para permitir la expansión del enjambre. Algunas quimeras habían requerido la acción coordinada de los cinco Dhars.

Por eso Alma y Solarys se lanzaron a toda velocidad contra el gigantesco orbe metálico, la crisálida, que había surgido de entre la masa del enjambre garmoga.

Solarys tocó el suelo en posición bípeda, aplastando a la masa garmoga bajo sus pies  procediendo a incinerar todo a su alrededor para no tener que lidiar con irritantes ataques de drones y centuriones antes de concentrar sus llamas en la crisálida.

Alma pudo sentir la presión y el esfuerzo de la Dhar y el aumento de temperatura cuando su rojo fuego se consolidó pasando a adoptar una forma más cercana a un luminiscente rayo de plasma.

Su intento de frenar el proceso de eclosión de la quimera por desgracia fue sólo parcialmente exitoso.

La crisálida se resquebrajó, pero sin disolverse. Emergiendo, bañada en un fluido grisáceo y restos de drones y centuriones garmoga a medio fundir y parcialmente absorbidos por su cuerpo, la nueva quimera se levantó con un rugido de dolor y lanzó un zarpazo que Solarys esquivó, forzada a cesar su ataque de energía.

Alma pudo dar un buen vistazo a la aberración delante de ella.

La forma del cuerpo de la nueva quimera era irregular y presentaba deformaciones, dado que aún no se había terminado de configurar.

Recordaba vagamente a un cetáceo cuadrúpedo sosteniéndose débilmente sobre esqueléticas extremidades. Las patas delanteras presentaban una configuración similar a la que tendrían las alas de un murciélago sin su membrana. Las patas traseras eran poco menos que aletas apenas capaces de sostener el peso del cuerpo. La parte frontal remataba en una cabeza que parecía injertada en el torso. Si no fuese por los cuernos y púas, habría habido algo vagamente cánido en su forma.

Por suerte, no era mucho más grande que Solarys y parecía descoordinada y torpe.

La quimera rugió, vomitando una masa informe de drones y centuriones muertos que cayeron a sus pies e intentó avanzar hacia Solarys para atacar de nuevo.

Alma ni siquiera tuvo que dar la orden a su Dhar. Solarys dio un paso adelante y golpeó con su mano izquierda cerrada en un puño que impactó de lleno contra la cabeza de la quimera, desencajando su mandíbula inferior.

"Buena chica, Solarys", dijo Alma, "Sin cuartel."

La Dhar respondió con un rugido animado. Alma sintió la satisfacción que transmitía al tiempo que Solarys procedió a continuar golpeando a la quimera repetidamente.

No pudimos matarla antes de que se formase pero la hemos hecho nacer antes de tiempo, se dijo Alma, Es como un feto a medio formar, muy débil... su forma final seguramente hubiese contado con algún tipo de blindaje y extremidades más desarrolladas, puede que incluso alas.

El último golpe de Solarys hizo caer de costado a la quimera, aplastando un buen número de drones garmoga. La criatura emitió un chirrido quejumbrosos y una enorme multitud de drones alzó el vuelo formando una nube entre la quimera y la Dhar.

Solarys respondió con una llamarada explosiva. Abrazada por las llamas, la quimera chilló de nuevo y de forma que solo podría describirse como suicida se impulsó con sus extremidades en un salto, atravesando el muro de fuego carmesí y agarrándose a Solarys mordiendo a la Dhar en el hombro derecho.

Solarys rugió ante una sensación como de hielo clavándose en su carne que por fortuna fue contrarrestada por su capacidad de curación.

Veneno, pensó Alma, Tu metabolismo puede procesarlo, Solarys, pero quizá no es una alimaña tan indefensa como pensábamos. Mejor terminemos rápido. 

Alma sintió el dolor e irritación de su Dhar Komai como si fuese propios, y su furia guió las acciones de Solarys. La Dhar agarró a la quimera garmoga por la cabeza y se la arrancó de encima, lanzándola al suelo. Acto seguido volvió a sujetarla, forzando a la quimera a abrir las mandíbulas.

La quimera comenzó a retorcerse y a sacudir su cuerpo violentamente, intentando liberarse. Solarys no cedió, pisoteando el torso del ser, y con un último tirón arrancó de cuajo la mandíbula superior y parte del cráneo de la criatura.

El gigantesco engendro cayó al suelo, aún temblando y moviendo sus extremidades en todas direcciones, esparciendo restos de su masa semifundida. El resto de drones garmoga comenzaron a cubrirlo y a canibalizarlo, pero Solarys se adelantó incinerando el cuerpo de la bestia y a todos los que estaban sobre él.

Sentada en su silla-módulo Alma le dio unas palmaditas afectuosas a la Dhar, "Buen trabajo, peque. Ahora sigamos limpiando la zona."

Solarys comenzó a responder con suave gruñido, pero se cortó en seco.

Los sentidos de la Dhar se habían centrado en un punto al sur. Un tenso retumbar comenzó a emerger de la garganta de la dracónica criatura, todo su cuerpo en tensión con sus alas extendidas. Alma sintió la inquietud de su Dhar y dirigió su mirada al punto que había atraído la atención de Solarys.

La Rider Red pudo ver una masa de garmoga, una porción del enjambre enorme que parecía burbujear con actividad. Frunciendo el ceño y temiendo que pudiesen estar intentando generar una nueva quimera, Alma y Solarys emprendieron el vuelo para obtener mejor visibilidad y una posición de ataque más clara.

Pero los garmoga parecieron una vez más percibir su presencia con más claridad de la habitual. 

Miles de drones se alzaron en el aire y embistieron contra la Dhar Komai como una única masa voladora. Solarys resistió el embiste y Alma no se vio despedida de la silla-módulo a duras penas. La Dhar respondió en consecuencia girando sobre sí misma en el aire al tiempo que generaba un muro de llamas que incendió el cielo.

Con el enjambre volador dispersándose, Alma pudo centrarse y observar con claridad la zona de mayor actividad.

Pudo ver entonces la razón por la que los garmoga parecían capaces de continuar aumentando su número pese a estar en un área purgada y sin recursos. 

Lo que vio le heló la sangre. 

Bajo el visor de su casco, los ojos verdes de la Rider Red se abrieron en una expresión de pánico y alarma. Por primera vez en muchos años y tras muchas misiones Alma Aster sintió el mismo puro y genuino terror que no había sentido desde niña.

Estaba a ras de suelo, apenas visible bajo la masa del enjambre de drones volando sobre la zona. Emitía una luminiscencia de un verde fantasmagórico, putrefacto. Flotaba en el aire como una herida abierta en la realidad, con los garmoga siendo vomitados en masa por él.

Un portal.

viernes, 16 de abril de 2021

010 FUBAR (I)

 

FUBAR: (del inglés, F.U.B.A.R. o fubar).

                1. Siglas de "Fucked up beyond all recognition (or repair)".

                2. Severamente dañado, desastroso.

 

El  centurión garmoga saltó hacia ella, con su brazo izquierdo moldeándose en una suerte de cuchilla recubierta de tendones de cableado metálico.

Avra Aster respondió bloqueando con su espada y vomitando una diatriba de juramentos y expresiones referentes a reconfiguraciones anatómicas harto incómodas que no pueden reproducirse aquí en deferencia a la sensibilidad de los lectores.

Si entendió alguna de sus palabras, el garmoga antropomórfico no hizo indicación alguna de ello. Mutando también su brazo derecho en algo que solo podría ser descrito como un taladro recubierto de hojas de afeitar, el ser procedió a continuar su ataque. Avra desvió el golpe, retrocediendo unos pocos metros de un salto para acto seguido catapultarse hacia adelante con su pierna extendida.

La patada arrojó al centurión garmoga a decenas de metros por el aire, incrustándose contra la fachada de uno de los edificios cercanos.

Esto no es normal, pensó Avra, Las lecturas del ZiZ indicaban que esta infestación aún estaba a punto de entrar en la segunda fase y estos cabrones solo suelen hacer acto de presencia de la tercera en adelante.

Oyó un ruido a sus espaldas. Esquivando los puntos del suelo aún en llamas, otra oleada de los drones garmoga aracnoides corría hacía ella. Avra sonrió y se giró propinando un corte horizontal con su espadón.

La hoja azulada cristalina se expandió, alargándose decenas de metros y profiriendo un enorme arco cortante que sesgó al numeroso grupo de engendros que intentaba abrumarla.

Por desgracia, eso dejó una apertura al centurión. Saltando desde el hueco en que su figura mutable se había encajado, el ser prácticamente voló en línea horizontal directa hacia Avra. En vez de cuchillas o armas cortantes, sus brazos de moldearon esta vez en enormes bloques cilíndricos.

Avra había comenzando a girarse en cuanto sintió el ataque, pero no pudo pararlo a tiempo. El garmoga la impactó y esta vez fue ella quien salió despedida por los aires. Durande, su espada, se cayó de sus manos y sin un contacto directo se disgregó en partículas de luz azulada.

En el momento en que chocó contra el suelo, Avra golpeó con un puño contra la superficie. La fuerza del impacto dejó un pequeño cráter y la impulsó hacia arriba en el aire. Giró sobre sí misma para esta vez caer sobre sus pies, justo a tiempo para esquivar otro golpe del centurión.

"Eres un cabronazo persistente, ¿eh?"

Avra propinó una serie de golpes encadenados tan rápida que el garmoga no tuvo tiempo de reaccionar. Con un último choque de su palma sobre el torso del engendro, la Rider Blue lo lanzó directo a una de las zonas aún cubiertas por las llamas de Tempestas.

Cuando las llamas azules lo envolvieron y empezaron a consumir su forma, el centurión garmoga comenzó a retorcerse sobre sí mismo y a emitir un chirrido metálico que sonaba, de forma perturbadora, muy similar al de un recién nacido. Sus últimos instantes se saldaron con lo que quedaba de su torso inflándose de forma grotesca y reventando en una pequeña explosión de gas y llamas.

"Por si a alguien le interesa", dijo Avra estableciendo comunicación con los demás, "Acabo de tener un encontronazo con un centurión garmoga."

"Eso es imposible", respondió la voz de Athea, "El ZiZ indicaba que..."

"El ZiZ puede besar mi blindado trasero azul, acabo de cargarme a un centurión garmoga, así que supongo que tan imposible no puede ser", replicó Avra.

"Creo que Avra ha dado con algo", añadió Armyos, "Desde mi posición..."

Avra no cortó la comunicación, pero dejó de prestar atención a las palabras de su hermano cuando sus sentidos volvieron a gritar alarmados.

Un sonido sordo a su derecha. De entre la masa garmoga que de nuevo volvía a intentar acercarse a ella, otros dos centuriones emergieron saltando hasta situarse frente a la Rider Blue. Las dos criaturas tenían sus ojos ciclópeos fijos en ella al tiempo que mutaban sus extremidades en armas. El más cercano formó una boca grotesca en la parte inferior de su por otra parte inexistente rostro, una apertura demasiado ancha con dientes como agujas. Emitió un chirrido que podría ser un desafío.

El resto de la marea garmoga corría también hacia ella. Avra pudo ver sus intenciones claras: los dos centuriones asaltándola al tiempo que el enjambre la abrumaba y cortaba su capacidad de contraataque con un ataque masivo.

Avra sonrió.

Con un rugido, Tempestas descendió desde lo alto. Siguiendo las instrucciones obtenidas a través de su lazo mental con la Rider, el Dhar Komai trazó un anillo de fuego brillante como un zafiro que la rodeó junto con los dos centuriones al tiempo que mantuvo a raya al resto de la horda garmoga.

Avra entrechocó sus puños, e hizo crujir sus dedos. Decidió no usar su espada. Aquello sería más satisfactorio con sus manos.

"Muy bien, hijos de una purulenta aberración cósmica sifilítica... ¿Cuál quiere ser el primero en terminar con su cabeza metida por el culo?"

 

******

 

"Creo que Avra ha dado con algo", dijo Armyos, "Desde mi posición puedo ver a unos pocos centuriones entre el enjambre."

Era extraño y preocupante.

En aquellos instantes, el grupo de supervivientes que había auxiliado se encontraba ascendiendo a una lanzadera de evacuación de un punto de lanzamiento cercano que había respondido a su llamada de socorro.

Algunos habían querido expresar su agradecimiento al Rider Orange de forma más efusiva, pero no había tiempo para poco más que un breve intercambio de palabras.

La horda garmoga, a pesar del daño recibido unos minutos antes por la vistosa llegada de Armyos, parecía haberse recuperado con una rapidez inquietante. Los drones ascendían trepando por las fachadas del edificio cada vez con mayor rapidez. Armyos daba buena cuenta de los que llegaban a la azotea, cubriendo la huida. Por fortuna, Volvaugr no parecía tener problema manteniendo los cielos despejados.

Al tiempo que las puertas de la lanzadera se cerraban tras el último evacuado, dos  centuriones garmoga hicieron acto de presencia frente a Armyos.

Sin proferir palabra alguna y centrando su atención totalmente en el enemigo, Armyos saltó al frente enarbolando su martillo Mjolnija. A pesar de su enorme tamaño, el golpe fue tan rápido como poderoso e impactó de forma directa en el primero de los centuriones. El impacto prácticamente arrancó de cuajo el torso de la criatura arrojándolo por los aires y dejando tras de sí un par de piernas temblorosas rezumantes de un liquido negruzco que podría ser el equivalente a sangre de los engendros biomecánicos.

Aprovechando aún la fuerza del impulso, Armyos volteó sobre sí mismo y se dispuso a golpear al segundo centurión. Pero el ser vio venir el ataque esta vez y, quizá como una mera emulación de su oponente o quizá un intento de burla, respondió esquivando el golpe dando un paso atrás antes de lanzarse adelante deformando su brazo a imitación de un martillo de guerra, intentando golpear a Armyos.

Armyos detuvo el golpe en seco, agarrándolo con su mano. Pudo sentir la fuerza del impacto hasta sus huesos aún a pesar de la armadura. La parte inferior de la cabeza del garmoga se desencajo como una mandíbula segmentada y el ser gritó.

Armyos se percató de que el garmoga no le gritaba a él sino a alguien tras él. Armyos giró levemente la cabeza y pudo ver a un tercer centurión trepar hasta la azotea y correr hacia la lanzadera que había iniciado el despegue.

Armyos tiró del brazo del centurión que había agarrado atrayendo al garmoga antropomórfico hacia sí, propinándole un cabezazo con tal fuerza que la cabeza del ser reventó al tiempo que su cuerpo caía de lleno contra el suelo de la azotea. Su brazo, desgarrado, aún sujeto por Armyos.

El Rider Orange dejó caer los restos y se volvió contra el tercer centurión.

El ser había saltado y surcaba el aire en dirección a la lanzadera, que había comenzando a maniobrar para esquivarlo. Pero estaba claro que no sería suficiente. Armyos era rápido pero no tanto como sus hermanas y sabía que no llegaría a tiempo si corría para interceptar al garmoga. Podría lanzar su martillo, pero la fuerza del impacto también podía poner en peligro al vehículo.

A través de su lazo con Volvaugr, Armyos pudo sentir al Dhar descendiendo a aquella posición, pero no llegaría a tiempo y para entonces el centurión ya habría atravesado el fuselaje.

Armyos maldijo.

Entonces, con un silbido explosivo al romper la barrera del sonido, cinco flechas negras se clavaron en el centurión garmoga. El ser cayó al suelo varias decenas de metros más abajo, con su cuerpo desintegrándose.

La lanzadera de evacuación finalmente se alejó, acelerando y ascendiendo a los cielos al tiempo que Volvaugr llegaba, dando cuenta con su aliento eléctrico de drones del enjambre que aún revoloteaban por la zona.

En el aire justo sobre el edificio, el Dhar Komai conocido como Sarkha flotaba manteniendo una posición estática apenas ondeando sus alas. De pie sobre su lomo, con un arco de oscuridad en sus manos, se encontraba Athea Aster. Rider Black.

"Parecía que necesitabas que te echasen una mano."

Armyos asintió, suspirando de alivio, aunque no tardó en fruncir el ceño al observar la situación.

El enjambre seguía reagrupándose a sus pies y la presencia de los centuriones planteaba muchos interrogantes. Esperaba que Avra estuviese bien lidiando con los que había encontrado. No estaba lejos así que quizá sería buena idea ir con Athea a reforzar su posición mientras los Dhars terminaban de purgar aquella zona.

El alivio era algo temporal y un lujo que aún no se podían permitir.

martes, 13 de abril de 2021

009 HIC SUNT DRACONES

 

Calethea 2 era una colonia relativamente próspera en los sectores fronterizos del cuadrante Alef.

Un mundo de dimensiones estándar en proceso de optimización atmosférica para reforzar la viabilidad de su capacidad para sustentar vida, la colonia contaba con unos mil millones de habitantes repartidos sobre todo por el hemisferio norte. La sede central de la colonia, Thea Beta, era una megaciudad que concentraba a la mitad de la población colonial. Unos quinientos millones de almas de distintas especies provenientes de todos los lugares de la galaxia hacinadas en un mismo espacio.

En ese preciso instante, unidas en un sentimiento de horror simultaneo.

Las tropas de seguridad no conseguían explicarse el comienzo de la incursión garmoga. Ningún enjambre había sido detectado acercándose al planeta, no había registros de ningún tipo de ruptura en el control orbital de seguridad que pudiese corresponderse con un incursor solitario... era casi como si los monstruos hubiesen aparecido de forma espontanea sobre la superficie del planeta.

Las tropas coloniales y los cuerpos de seguridad habían conseguido asegurar la ciudad y diversas zonas de evacuación, pero los centros de población menores del resto del hemisferio estaban a su suerte y ya eran múltiples los que se habían perdido. La infestación parecía de momento concentrada en la parte sudeste del continente central, pero las labores de bombardeo y contención pronto serían insuficientes y las tropas a ras de suelo se verían obligadas a retroceder.

En Caulia, una villa de la colonia dedicada a la purificación atmosférica cerca del mayor punto de infestación, la mayor parte de la población se encontraba en pleno proceso de huida.

En torno a la plataforma de lanzamientos los cuerpos de seguridad habían conseguido activar un escudo de energía. Creados para la defensa anti-bombardeos de guerras pasadas, suponían un freno relativamente decente contra los garmoga.

Pero solo de forma temporal, se dijo un joven soldado.

Su traslado a Calethea 2 le había parecido bien unos meses antes. Un mundo estable, relativamente seguro, situado en una zona de mínimo riesgo de incursión. Pero mínimo no es lo mismo que nulo, como estaba comprobando. Y la situación empeoraba.

No podemos hacer despegar a las lanzaderas hasta que toda la población esté asegurada... y el despegue implica la apertura del escudo al menos de forma parcial, pensó.

Era una situación comprometida. El enjambre garmoga rodeaba el perímetro defensivo.

La masa de criaturas se estrellaba contra el escudo de energía como una ola de carne y metal sin mente. Trepaban sobre el escudo intentando alcanzar mayor altura, pero el verdadero peligro eran los que parecían haber recordado su capacidad de vuelo y habían comenzando a revolotear en círculo sobre el centro de evacuación. Cuando el escudo se abriese para permitir la salida de las lanzaderas iba a ser inevitable que más de una caería ante un asalto aéreo de aquellos engendros.

Tuvo que interrumpir su pensamiento fatalista para disparar a uno de los garmoga. Pese al escudo, algunos de los ejemplares más grandes conseguían cruzarlo creando hendiduras en la energía y atravesándolas. El proceso dejaba malherido al ser y causaba una gran pérdida de masa corporal y extremidades, pero a los garmoga no parecía importarles.

En aquel momento, uno de los más grandes, del tamaño de un vehículo terrestre, había conseguido cruzar. Su piel gris cambiante y mutable dejando entrever finos tubos y varillas metálicas que bailaban y se tensaban como una grotesca musculatura en su cuerpo aracnoide. El joven soldado apuntó con su rifle directamente a la gran lente roja que el ser usaba como ojo, dejándolo ciego. Los disparos del resto de sus compañeros dieron buena cuenta, desmembrando al garmoga.

Pero para entonces, otro ya estaba cruzando la barrera. Y el número de garmoga en el exterior seguía creciendo. El enjambre volador se había incrementando. Los garmoga en el aire comenzada a asemejarse a una nube oscura que tapaba la luz del sol y cualquier ruta de huida aérea parecía bloqueada.

Vamos a morir todos aquí, pensó el joven soldado, Nosotros y toda esa gente, vamos a ser...

No terminó dicho pensamiento.

Un destello de luz azul lo iluminó todo. La nube de garmoga voladores fue calcinada y la gran mayoría de los que rodeaban el perímetro de la zona de evacuación corrieron la misma suerte al ser bañados por un chorro de llamas azuladas.

El sonido de los zumbidos y chillidos de los garmoga se vio interrumpido por un rugido, y una sombra más grande y serpentina voló sobre ellos.

Otros destellos de color pudieron ser vistos en el firmamento, en la lejanía.

Eran ellos.

Entre los soldados y la población corrió el alivio con la fuerza de una descarga eléctrica. Un muro de miedo y fatalidad acababa de ser derruido por un golpe de esperanza. De entre todos los vítores y gritos de júbilo, el joven soldado no se percató de que los suyos eran los más altos.

 

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Lo Riders a lomos de sus Dhars salieron del hiperespacio justo en la capa más alta de la atmósfera de Calethea 2. Al instante procedieron a descender.

"Bien, comunicaciones establecidas con el escuadrón local y el sistema de observación del ZiZ ¿Todos al tanto de la situación?", preguntó Alma.

"Incursión garmoga, origen no determinado, ninguna ruptura orbital visible... eso es raro de cojones", dijo Antos.

"Ya nos preocuparemos de eso", dijo Armyos, "¿Procedimiento?"

"La capital colonial está en pleno proceso de evacuación y por suerte los garmoga aún no han llegado a su perímetro. Múltiples centros urbanos menores se han visto afectados. El epicentro de la infestación está en el sudeste de la mayor masa continental", informó Athea, "Estamos en una primera fase de infestación, pero a punto de entrar en la segunda."

"Antos, conmigo. Tu Adavante y mi Solarys son los mayores Dhars. Barreremos la masa garmoga del epicentro purgando la zona entera", dijo Alma.

Era bien sabido que nadie más estaría ya vivo en ese lugar. No había razón alguna para contenerse, y era mejor una porción continental de tierra quemada y cristalizada que todo un mundo esterilizado.

"Armyos, Avra. Id con Volvaugr y Tempestas a las zonas periféricas de la infestación. Asistid en las evacuaciones y asegurad a supervivientes. Contened el avance", continuó Alma, "Athea, quiero que tu y Sarkha vigiléis el ecuador. Sois los más rápidos. Dad varias vueltas a todo el planeta y aseguraos de que no haya más centros de infestación."

"¿A qué estamos esperando, entonces?", preguntó Avra, "¿Permiso para mandar a esos bichejos a los siete infiernos, hermanita?"

"Permiso concedido", dijo Alma.

Solarys y Adavante, los Dhars de Alma y Antos, volaron en ruta directa al punto central de la infestación.

Dentro de la atmósfera de un planeta los Dhar Komai no eran tan rápidos como en el espacio, pero seguían siendo capaces de velocidades inimaginables para seres de su tamaño, pudiendo recorrer el globo de un mundo de dimensiones estándar en pocos minutos. Llegarían a su destino en poquísimo tiempo.

Tempestas y Volvaugr procedieron de forma similar, dirigiéndose a la periferia de la infestación. Allí, entre otros lugares, Avra y Tempestas purgarían a los garmoga que impedían la huida de los habitantes de Caulia.

Athea y Sarkha volaron alrededor del mundo a una velocidad que rasgó la atmósfera a su paso, asegurándose de que ningún engendro escapase a su vigilancia.

 

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Ver a las lanzaderas subir hasta la atmósfera superior, libres de sus perseguidores, otorgó cierta satisfacción a Armyos. Pero aún había trabajo que hacer.

Avra y él ya habían conseguido lidiar con los garmoga de varios centros urbanos con rutas de escape bien establecidas, pero otros tantos lugares estaban ya perdidos cuando llegaron. Lo peor eran aquellos en los que aún quedaban reductos de supervivientes, pero su huida no podía conseguirse con una llamarada de purificación de los Dhars.

"Avra, estoy sobre una de las zonas industriales, cerca del río en 32-45", informó Armyos, "Hay supervivientes en la zona pero tendré que llevarlos de la mano."

"Ok, avísame si necesitas que te eche una mano", respondió la voz de su hermana alta y clara en su casco como si la tuviese justo al lado.

Armyos se desconectó de su silla-módulo al tiempo que daba una palmada sobre las escamas metálicas de Volvaugr, "Sigue limpiando la zona y vigila mi espalda desde los cielos, ¿vale colega?"

El Dhar respondió con un chirrido grave afirmativo. Armyos sonrió y saltó, dejándose caer a plomo.

Bajo él, un centro urbano con la superficie cubierta de garmoga. Un pequeño grupo de supervivientes, unos veinte, asegurados en la azotea del edificio central. Tendría que limpiar más la zona antes de garantizarles una ruta de escape.

Continuando su caída, Armyos extendió su brazo y con un chisporroteo naranja su martillo de guerra se materializó. Agarrando el arma con las dos manos, Armyos dio una voltereta en el aire de tal forma que golpeó con el martillo en el suelo en el momento de impactar contra la superficie.

"¡MJOLNIJA!"

El impacto del martillo retumbó como el trueno. Cuatro columnas de electricidad, rayos del tamaño de rascacielos, se elevaron hacia las alturas rodeando el edificio asediado y aniquilando a los garmoga. Los ciudadanos refugiados en la azotea no sufrieron daño. Ni el sonido ni la luz causaron perjuicio alguno a pesar de su intensidad.

Avra pudo ver los fuegos artificiales de su hermano pese a estar a unos pocos kilómetros de distancia. A lomos de Tempestas había conseguido incinerar a casi todos los garmoga que asaltaban otro núcleo de población, pero algunos de los engendros biomecánicos se habían agarrado a una lanzadera y comenzado a corroer el fuselaje. Los gritos de pánico de los pasajeros podían oírse por encima de los motores y los chillidos de los monstruos.

Avra se separó de Tempestas y se plantó de un salto sobre la lanzadera. Con su espadón manifestándose en sus manos comenzó a desmembrar en pedazos a los garmoga, que dejaron de asaltar el vehículo para centrar su atención en ella.

Con un último acelerón, la lanzadera por fin se elevó hacia una altura segura para proceder a abandonar el planeta. Avra cayó, cercenando a los garmoga que revoloteaban junto a ella mientras reía. Varias decenas de metros por debajo, Tempestas ascendía para reunirse con su Rider, pero no pudo ser.

Los instintos de Avra la alertaron y reaccionando de forma casi refleja, la Rider Blue giró sobre si misma escudándose con su arma. El impacto de una masa grisácea y metalizada la arrojó cayendo contra el suelo con tal fuerza que formó un pequeño cráter al impactar contra la superficie.

Avra se incorporó con rapidez, levemente aturdida. Las buenas noticias eran que el suelo, aún llameante por las acciones de Tempestas, estaba libre en su mayor parte de presencia garmoga y no tenía que temer una avalancha de las criaturas.

Las malas noticias eran la figura humanoide que acababa de caer frente a ella tras interceptarla en el aire, una imposibilidad que no debería estar presente en una infestación aún tan poco avanzada.

Un centurión garmoga.