Su nombre era Mantho Oth, de la Casa de Oth-Vashu, hijo de Mantho Oth y Riga Vashu, tercero de su nombre. Al menos siempre se presentaba así.
Pese a lo elaborado de dicha presentación, Mantho Oth no era miembro de la nobleza, en absoluto.
Simple y llanamente, los narkassa eran un pueblo que disfrutaba sobremanera el estudio de las genealogías, propias y ajenas. Consideraban la cumbre de la buena educación dejar bien clara la procedencia de cada uno.
Ello había causado algún que otro problema en cuestiones del desarrollo de su sociedad en el pasado. Tabús y prejuicios habían surgido en lo referente a huérfanos o aquellos que no podían probar vínculos familiares directos. Algunas cosas se habían ido superando con los siglos, el desarrollo de las nuevas generaciones y el contacto creciente con otras especies y culturas.
Ser un descastado ya no era una condena a ser un paria como antes, aunque algunas viejas problemáticas persistían, si bien parecían más centradas en aquellos nacidos en familias que habían sido expulsados por algún u otro motivo (normalmente de orden criminal, aunque algunas de las familias más antiguas y de más peso seguían valorando el Honor y las afrentas al mismo de forma casi dogmática) que en aquellos que habían tenido la mala fortuna de no conocer a sus progenitores.
Toda sociedad tiene sus claroscuros. Otra característica de los narkassa es que pese a ser una de las nueve especies fundadoras del Concilio, siempre se habían mantenido un poco al margen de los asuntos que no les afectasen directamente. Eran seres de costumbres arraigadas, y salvo los embajadores y criminales era raro ver la figura cuadrúpeda de un narkassa lejos de su Sistema Central o sus colonias.
Por ello Mantho Oth destacaba de forma especial en el Departamento Tecnológico de los Rider Corps en Occtei. Por un par de motivos.
El primero y más obvio: el simple hecho de ser un narkassa trabajando lejos de su mundo natal y en una organización mayoritariamente compuesta por otra especie (aunque había miembros de múltiples procedencias, la gran mayoría de miembros de los Corps eran humanos).
Los narkassa habían tenido una larga lucha propia en cuestiones de xenofobia interplanetaria. No es que odiasen a otras especies (aunque sus relaciones con los gobbore habían sido tensas durante siglos y viejos temores afloraban de cuando en cuando) pero dado su pasado como especie gregaria y dada a la formación de grandes grupos familiares interconectados, el contacto con miembros ajenos a su especie si no era algo formalmente requerido seguía siendo visto como una rareza en lo referente a los narkassa. Tenían fama de reservados y poco dados a relacionarse con individuos de otros mundos.
Lo que llevaba a la segunda peculiaridad de Mantho Oth además de su elección de los Corps como lugar de trabajo: su familia. Un matrimonio feliz y estable con un varón angamot y tres hijos adoptivos, dos de la misma especie que su marido y uno atliano.
Habían atraído alguna que otra mirada al hacer apariciones en público. Mantho siempre había extraído cierto humor de algunas de las reacciones de los otros padres en las reuniones escolares en los primeros años de estudio de sus pequeños.
El bienestar de su familia era una de las causas de su presente intranquilidad mientras esperaba en un rincón apartado de la pequeña cafetería, removiendo con su telequinesis moderada la cucharilla de la taza de la que aún no había tomado un sorbo mientras recordaba lo sucedido.
El día anterior, antes de que los Riders partiesen a su misión contra los garmoga en Calethea 2, Athea Aster había visitado el Departamento Tecnológico con la petición de revisar e intentar rescatar información de un dispositivo de almacenamiento que había sido objeto de un borrado por nanobomba.
Los intentos iniciales de revertir la degradación y rescatar la información contenida habían sido descorazonadores para Mantho y su equipo. Era obvio que habría que recurrir a alguien del destacamento de tecnomagos, cosa que no le hacía ninguna gracia. Era una cuestión de orgullo y principios. Tampoco ayudaba que los tecnomagos solían mostrarse tremendamente arrogantes.
Alguien podía hablar con las máquinas y conjugarlo con fuerzas primarias de la existencia y de repente se creía el rey del universo. En toda su vida Mantho solo había conocido a un individuo de esa estirpe que le cayese bien.
Por ello Mantho Oth se había tomado como un reto personal el intentar extraer lo máximo posible antes de tener que recurrir a ellos.
Siguió trabajando por su cuenta aún después de que su equipo ya se hubiese retirado al final de la jornada. Los Riders regresarían de Calethea 2 en unas horas y Mantho sabía que Rider Black casi seguro volvería al Departamento en algún momento del día siguiente. Quería poder presentarle algo en condiciones a Athea.
Sumido en su trabajo, el zumbido de aviso de una comunicación desde los niveles superiores casi le pasó desapercibido. Su sorpresa fue mayúscula cuando al otro lado de la línea se encontró con el rostro de un muy interesado Director Ziras.
Había surgido algo, le dijo. Nuevos datos respecto al caso de Pratchas que hacían obsoleta la información del dispositivo. Una situación de altos niveles de seguridad que le impedían poder darle más detalles. Por lo visto ya no era necesario informar a la Rider Black. Es más, Athea ya estaba al corriente así que ya no era necesario seguir trabajando en el viejo disco duro, ciertamente. Mejor terminar de purgarlo y destruirlo, para evitar la más mínima posibilidad de que datos confidenciales de los Corps cayesen en malas manos.
Eso fue lo que Ziras le contó.
Mantho no se creyó ni una palabra, pero asintió cordial e hizo señales de obediencia. Sobre todo cuando el Director Ziras le preguntó que tal estaba su familia.
Descender de una especie herbívora con una sociedad heredera de sus antiguas agrupaciones en rebaños había permito a Mantho reconocer al depredador metafóricamente oculto en la hierba que suponía aquel inesperado interés del director.
La amenaza era implícita: No husmees en esto, desiste en tu trabajo, esto es más que una orden, no quieres que les pase nada a los tuyos ¿verdad?
Así que Mantho Oth le dijo a Arthur Ziras lo que quería oír. Dejaría de trabajar en el disco duro de Pratcha. Borraría todos los datos de la terminal y, por si acaso, los registros de trabajo. Si alguien de su equipo hacía preguntas la respuesta era algo tan sencillo como "órdenes desde arriba".
Claro, directo y sin complicaciones.
Lo que no contó a Ziras fue lo referente a la copia del código que había conseguido rescatar del disco, aún pendiente de ser descifrado, y que había transferido a una micro-memoria portátil. El tener que borrar los registros de trabajo lo mantuvo convenientemente oculto.
Pero no podía arriesgarse a continuar trabajando con aquello en la terminal de su casa. Demasiado riesgo de ser rastreado. Además, estaba seguro de que su hogar y sus puntos de visita habituales estarían bajo algún tipo de vigilancia.
Contaba que cualquier monitorización de sus hábitos estaría fundamentada en sistemas de escucha o rastreo de actividades online y esperaba que dada su relativa poca importancia no tuviese alguna sombra pegada vigilándole de forma constante. Su historial de cumplimiento de normas y órdenes de forma ejemplar seguramente jugaba a su favor.
Para Ziras, Mantho era un peón obediente. Eso era algo que Mantho podría aprovechar.
Por ello, la pequeña cafetería donde se encontraba no era uno de los locales que frecuentaba pero si uno en el que había estado ocasionalmente por lo que su presencia tampoco sería especialmente notoria. Y si se encontraba allí con algún conocido o vieja amistad... bueno, tampoco era algo inusual.
"¿Sabes? Este tiene que ser el lugar menos sórdido en el que he estado con alguien."
Mantho Oth salió de su ensimismamiento al oír la voz femenina al pie de su mesa y bajó la mirada hacia la recién llegada. La persona a quien estaba esperando.
Meredith Alcaudón era una humana de baja estatura y con algo de sobrepeso, de rostro pálido cubierto de pecas y de largos cabellos rizados pelirrojos. Nada excepcional a primera vista, salvo por lo peculiar de su atuendo. Una vestimenta derivada de su filia por viejas historias del mundo natal humano, relatos antiguos de investigadores que operaban de forma privada.
Meredith vestía un traje de corte masculino, negro, con camisa blanca y corbata gris mal ajustada. El conjunto cubierto por una gabardina de color pardo de aspecto gastado. Sobre su cabeza reposaba un sombrero negro de ala corta.
Mantho Oth la saludó con una inclinación de cabeza, "Meredith Alcaudón, de la casa de Alcaudón, hija de..."
"Corta el rollo Mantho, no hace una puta falta que me sueltes todo mi árbol genealógico cada vez que me saludas", replicó ella al tiempo se que sentaba a la mesa frente a él.
"Mis disculpas."
"Bueno... ¿cuál es el problema?", preguntó, "Me confieso sorprendida, hacía mucho que no me llamabas, y menos desde tu comunicador de usar y tirar para emergencias ¿Algo clandestino?"
"Y potencialmente muy peligroso, concerniente a los Corps."
Meredith soltó un silbido. Había notado que Mantho estaba algo nervioso, pero aquello sonaba a algo más gordo de lo habitual.
"Así que por fin has encontrado un esqueleto en el armario de tu trabajo de ensueño ¿eh?"
"No tienes por qué sonar tan entusiasta."
"No me malinterpretes grandullón. Me encantan los Riders, y solo un gilipollas negaría el bien que hacen por la galaxia. Pero los Riders son los Riders y la organización burocrática que los rodea es un bicho bien distinto."
Y organizaciones así siempre tenían algún tipo de mierda escondida que solo era cuestión de tiempo que empezase a oler lo suficiente para que la encontrase alguien que no debía. Eso Meredith lo sabía bien.
Mantho suspiró y usó su telequinesis para extraer de su bandolera un pequeño dispositivo rectangular negro que envió directo a las manos de Meredith. Ésta lo guardo en el bolsillo interior de su chaqueta con un movimiento rápido y disimulado sin siquiera dirigir la mirada a lo que acababa de recoger, manteniendo su atención en el narkassa.
"¿Una micro-memoria?", preguntó.
"Si, con datos pendientes de descifrar de cierta investigación confidencial que mis superiores claramente quieren mantener enterrada. Me siento en desacuerdo, pero el riesgo para los míos es demasiado alto para hacer algo por mí mismo, así que debo recurrir a ti."
"Mírate, el señor papá de familia responsable volviendo a sus tiempos de cruzado de la información. Se te echaba de menos."
Mantho bufó, "No puedo decir que yo eche de menos esos tiempos... aunque si a algunas personas."
"Aww, Mantho, vas a hacer que me sonroje."
"Meredith, su solo te sonrojas cuando estás cargada de licor hasta las cejas."
Meredith tomó la taza de té que el droide de servicio depositó en la mesa en ese momento y asintió con una sonrisa, "Bueno, eso no voy a negarlo", dijo, "Ahora, asumamos que encuentro lo que quiera que haya que encontrar en esto..."
"No contactes conmigo, bajo ninguna circunstancia, ni siquiera por medios seguros."
"Quieres minimizar el riesgo del todo ¿eh?"
"Y reducir el factor tiempo", aclaró Mantho, "Si encuentras algo importante ahí quiero que le transmitas la información de forma directa a Athea Aster."
Meredith alzó las cejas.
"¿Rider Black?", preguntó, "¿Quieres que contacte así por las buenas con ella?"
"Exacto."
"Pese a ser figuras relativamente públicas no es como si cualquiera pueda ponerse a charlar con los Riders de cualquier manera", dijo Meredith, "Ni existen formas claras de hacer contacto con ninguno de los cinco a través de los canales habituales ¿y tú quieres que vaya y me ponga a charlar con una Rider como quien da los buenos días?"
"Bueno... eres Meredith Alcaudón. Algo se te ocurrirá."
Meredith posó la taza tras tomar un sorbo a su té y soltó un ligero gruñido, mezcla de hastío y de reconocimiento, al tiempo que se llevaba la mano a la frente con una sonrisa irritada en sus labios.
Meredith Alcaudón. Telequinética de grado primero, investigadora privada, pirata informática y una de las pocas tecnomagas por libre sin afiliación a ningún Arcano registrado legalmente.
Maldita sea su fama en los círculos apropiados.